Lola tenía 22 años cuando llegó a la ciudad. Venía de un pequeño pueblo cerca de la capital. Su tía conocía a Manuel, un señor que vivía con su mujer y sus tres hijos en una zona acomodada de la capital. Fue ella la que la recomendó a Manuel para que le sirviera en su casa. Lola se había quedado huérfana de padre solo un año antes y tuvo que ponerse a trabajar entonces para ayudar a su madre y por lo tanto, dejar sus estudios. Lola era una chica muy prudente y tímida, pero muy buena persona. Era además una joven muy guapa, con unos ojos azules herencia de su padre y el pelo color azabache como su madre.
Un lunes por la mañana, su tía le presentó a Manuel. Llegaron a su casa, ubicada en un lujoso barrio de la zona oriente y llamaron a la puerta. Abrieron a los pocos minutos. Era Josefina, la mujer de Manuel. “Buenos días” –saludó Pepa, la tía de Lola. “Buenos días” –contestó Josefina muy seria. “Pasen por aquí” –dijo la mujer. No les hizo ni sentarse y se quedaron de pie hasta que apareció Manuel. Él si las invitó a sentarse. “Anda mujer, tráeles un café a las dos” –dijo el hombre. Josefina desapareció rumbo a la cocina y volvió al cabo de un rato con dos cafés. “¿Y no les traes algo de comer? Anda, no seas mala anfitriona. Tráeles unas galletitas también” –le dijo Manuel. Volvió al cabo de un rato con una bandeja con galletas. Lola no se atrevía a tomar ninguna y fue Manuel el que casi la obligó a coger. Pepa comía una de chocolate. Cuando terminaron de comer y se bebieron el café, con Lola mirando todo el rato a Manuel como esperando su aprobación, este le hizo unas preguntas a Lola a modo de entrevista. Venía recomendada por Pepa, por lo que no iba a ver ningún problema en que Manuel la contratase. Las preguntas eran un mero trámite. Lola se dio cuenta porque la entrevista no duró más que unos minutos. Manuel se levantó y dio un beso a Pepa. Se acercó a Lola para repetirlo, pero esta se alejó un poco. “Anda, no seas tímida” –le dijo Pepa. Lola se acercó muy despacio a Manuel y chocaron sus mejillas. Este apenas rozó su cara con sus labios. Lola se puso roja de vergüenza. Antes de irse, Manuel le comentó a Pepa que tenía que comprarle ropa para el servicio. Un delantal, una cofia, unos guantes y algo más de ropa para estar en casa. Mudas limpias y unos zapatos cómodos. Dos pares mejor. Sacó un fajo de billetes de su billetera y se los dio a Pepa. Lola no había visto en su vida tanto dinero junto. Dijeron adiós al unísono y salieron de la casa. “Ya puedes darme las gracias, si no conociera a Manuel hace años no habría podido recomendarte” –le dijo Pepa al salir. Lola le dio las gracias en voz baja y siguió andando. Llegaron a la tienda de Julián. Este tenía toda la ropa que necesitaba porque se dedicaba a eso precisamente. Surtía de uniformes y demás a todas las sirvientas y criadas de la ciudad. Su tienda era la más visitada. Ese día solo había una mujer en la tienda y la señora de la limpieza, que estaba barriendo de un lado a otro de la tienda. “Hola Pepa. ¿Qué puedo hacer por ti?” –le dijo cordialmente. “Necesito esto para mi sobrina” –le dijo. Sacó una nota del bolsillo que Lola no sabía cómo había llegado allí. Al parecer tenía apuntado todo lo que necesitaba. Julián se fue a la bodega y volvió con casi todo. Le entregó un vestido a Lola para que se lo probase. Creía que sería de su talla. Lola entró en el probador y se quitó la blusa primero. Julián tenía colocado un espejo pequeño estratégicamente para ver a los clientes, ya que solo había una pequeña cortina que hacía de puerta. Miró los pechos a Lola, que los tenía bastante bien. Pese al sujetador se dio cuenta de ello. Tras un buen rato de probarse todo, Pepa pagó y salieron de la tienda. Comieron en casa de esta y el día pasó rápido. Lola durmió junto a Pepa en la misma cama.
A eso de las doce, Lola veía la hora en el despertador que había en la mesilla, por la luz de la farola que se reflejaba un poco, oyó unos gemidos. Se giró y vio un hombre que estaba encima de su tía. No lo conocía de nada, no era su tío. Esos días estaba en el pueblo, trabajando en el campo, mientras ella estaba en la ciudad. El hombre se movía arriba y abajo encima de su tía. Gemía como un cerdo apareándose. Ella era virgen y nunca había estado con un hombre, pero sabía por lo que había visto en los animales del campo, que era lo que estaban haciendo los dos. El desconocido empezó a acelerar el ritmo, mientras su tía se agarraba con más fuerza a su espalda. La cama temblaba como si fuera a romperse. Lola no sabía dónde meterse. Pensaba que su tía supondría que seguiría dormida, para hacer el ruido que estaban haciendo. Ahora cayó en la cuenta, de que su tía le había dejado unas pastillas, al lado del vaso de agua de la mesilla, que había en su lado de la cama. Supuso que eran somníferos para que se los hubiera tomado y ahora estuviese profundamente dormida y no tuviera que escuchar todo ese escándalo. Un rato más y su tía empezó a desgastarse a gritos y el hombre encima de ella, siguió gimiendo al máximo. Al poco el hombre dejó de moverse y se paró. Se salió de su tía y Lola pudo ver algo en la punta de su pene. Un líquido blancuzco salía de su miembro. Era semen, pero ella no tenía ni idea de que era eso. Lola intentó dormirse, pero no durmió bien. A eso de las cinco de la mañana estaba despierta. Pepa preparó el desayuno. Ella no se atrevió a preguntar qué era lo que había pasado la noche anterior. Se suponía que estaría profundamente dormida y que no se habría enterado de nada.
Tras acabar de desayunar, se despidieron. Era el primer día de Lola en casa de Manuel. Esta le deseó suerte y Lola se fue para la casa de Manuel. Tocó el timbre y tardaron un poco en abrirla. Manuel en persona abrió la puerta un buen rato después. Lola se echó la chaqueta por encima porque era temprano y hacía mucho frío, justo cuando esté abría la puerta. “Buenos días, pasa, pasa” –le dijo Manuel. Lola entró más rápido de lo habitual y se tropezó con una madera que tapaba la puerta por debajo, para que no entrara tanto frío. Cayó sobre el pecho de Manuel, y este la retiro hacía atrás. Su mano tocaba su pecho izquierdo. Lola se ruborizó. Olvidado este incidente, Manuel le dijo a lola por donde debía empezar ese primer día. Debía recoger la ropa sucia que su mujer había dejado en su habitación y lavarla. Luego le indicaría más cosas para hacer. Después de recoger la ropa y lavarla, Manuel le indicó que podía fregar el suelo de la cocina, y que más tarde debería preparar la comida. Lola se dispuso a fregar el suelo. Tomó un estropajo y un cubo con agua y cloro. Se agachó en el suelo y empezó con la limpieza. Su culo se movía mientras limpiaba y Manuel se quedó mirándolo. Sentado en su sillón que daba a la cocina, contemplaba como Lola se movía y entonces metió su mano bajo su pantalón y empezó a tocarse. Al poco su verga estaba dura y empezó a masturbarse lento, despacio. En esto estaba, cuando su mujer bajó por la escalera. El soltó su verga y se puso a disimular indicándole a Lola que se había dejado un rincón sin limpiar. –“Cariño, ¿qué te apetece comer hoy?” –le preguntó su mujer. “Pues dejemos que Lola nos sorprenda” –respondió Manuel. Lola preparó pastas, espagueti con salsa boloñesa. Después de comer, Manuel le dijo a Lola que podía descansar, no era necesario que hiciese nada más hasta la hora de la cena. Ella se retiró a su cuarto. Se quitó la cofia y el delantal y se dispuso a tumbarse en la cama. Se durmió rápidamente. Se despertó sobre las ocho porqué la llamó Josefina. Tendría que preparar la cena. En un principio no sabía que cocinar. En la nevera tenían de todo y se decidió por una merluza frita acompañada por arroz. Josefina se despidió, volvería a eso de las nueve, ya que iba jugar su partida de bridge de todos los lunes.
Lola y Manuel se quedaron solos en la casa. Manuel insistió en ayudarle con la cena. “Es Ud. Muy amable” –le dijo ella. “No es nada Lola” –dijo Manuel con amabilidad. Un rato más tarde Manuel empezó a preguntarle cosas, como era su vida en el pueblo, como se llevaba con su madre y su tía, que si tenía novio, todas esas cosas. Lola hablaba poco y casi contestaba con monosílabos. “Eres muy guapa, deberías tener novio” –le dijo el patrón. “Ahora no tengo tiempo de pensar en eso. Además, los hombres solo piensan en una cosa” –le respondió ella. “Imagino. Por cierto, ¿tú eres virgen?” –dijo Manuel. Ella se ruborizó hasta las cejas. Se le cayó el cuchillo al suelo. Se agachó a cogerlo y Manuel con ella. Estaba sudando de los nervios. Manuel le apartó el pelo y apoyó su mano en su cara. Lola no sabía qué hacer. Entonces él la besó. Ella retrocedió enseguida. “No seas tímida, mujer” –le dice Manuel. “No puede…” –no pudo seguir hablando. “Eres mi criada y puedo hacer lo que me dé la gana” –dijo Manuel cambiando el tono de voz. Volvió a besarla sujetando su cabeza para que no se separara. Ella forcejeó y se separó de él. Se acercó y le quitó el delantal. “En esta casa se hace lo que yo digo” –dijo con brusquedad y en voz alta. Le abrió la blusa y le acarició el pecho por encima del sujetador. Acabó quitándole la blusa y el sujetador. Lola se tapaba los pechos por vergüenza. Él se volvió más brusco y empezó a empujarla. Entonces la giró y le subió la falda. Le bajó las bragas de un tirón y se le metió de un golpe. “¡No, no, por favor!” –suplicaba ella. Su himen se desgarró y ella suplicaba que Manuel se detuviera, pero sus suplicas no eran escuchadas, era como si el amable hombre se hubiera transformado en una bestia descontrolada. “Ahora sabrás lo que es bueno, puta” –le dice Manuel. Empezó a entrar y salir, a ella le dolía mucho. La sangre se escurría por sus piernas y caía al suelo, mientras oía como los gemidos de su jefe se iban volviendo más graves. La penetraba con furia, con ansia, como si no hubiera un mañana. Lola se agarraba a la mesa de la cocina. Solo deseaba que acabara cuanto antes. Ya no le importaba haber pedido la virginidad, aún tenía su moralidad, eso no podía robárselo. Un rato más empujando y acabó. Sintió como su semen la inundaba, solo que no sabía que era aquello. No gimió de placer como su tía. Gritó de dolor cuando se rompió su himen y se quedó quieta, de espaldas, cuando él se salió de ella. “Date la vuelta y vístete” –le dijo. Estaba con los pantalones abajo y los calzoncillos, su verga aún estaba medio erecto. Con unas gotas de semen en la punta, como el hombre que había estado con su tía. “Limpia el suelo antes de que venga mi mujer. Llamaré para que nos traigan comida preparada. Ya no te va a dar tiempo a hacer la merluza para la cena” –le dijo. Se subió los pantalones y la dejó sola en la cocina. Lola se arregló la ropa y se puso a limpiar el suelo de la sangre de su virginidad. Cenaron el matrimonio, y Lola lo hizo en la cocina, le dieron permiso para retirarse antes de tiempo. Lola no levantó la cabeza del plato en toda la cena. Cuando se metió en la cama, lloró en silencio, con una rabia contenida, pero sin poder hacer nada. Si decía algo ¿quién iba a creerla? Aunque se lo dijese a su tía y la creyese, la despedirían, y ella necesitaba el trabajo. Con estos pensamientos se durmió, sin saber que al día siguiente sería peor todavía.
Al día siguiente se levantó temprano, como era su costumbre y desayunó. Manuel y Josefina no se habían levantado aun y aprovechó para recoger limpiar la cocina y su habitación. Limpió baño, estaba dentro de su cuarto, no tenía más que ducha y ese día le había apetecido darse un baño. En el piso de arriba había un lavabo enorme con ducha y baño, tomó su toalla y unas sales de baño que le habían dejado en su cuarto y subió al baño. Se desnudó y se metió en la bañera después de haber echado las sales y se relajó. Estaba boca arriba y sus pechos asomaban del agua. En ese momento Manuel estaba en el umbral de la puerta. Lola no podía verle. Se quitó el pantalón y el calzoncillo y se quedó en camisa. La barriga asomaba por debajo de la camisa. Entró en el baño y cuando llegó a la bañera, cogió la cabeza de Lola y acercó la boca hasta su verga. La pilló desprevenida y no pudo evitar que se la metiera en la boca. “Chupa, zorra” –le dijo. Lola no podía resistirse porque le sujetaba la cabeza con fuerza. La dieron arcadas pero él la obligó a chupársela. “Si me muerdes te rompo los dientes y te echo a la calle a patadas” –le dijo como enloquecido. Lola no podía más, cerró los ojos y siguió chupándosela, hasta que eyaculó en su boca. Después de acabar, se metió en la bañera con la camisa puesta. Lola le miró asustada. “¿Sabes una cosa? Mi mujer y yo no cogemos. No cumple con el deber sagrado del matrimonio y tú vas a ser mi puta. Una puta joven y guapa. Vas a hacer lo que te diga o te vas de mi casa. ¿Entendido?” –le dijo con severidad. Lola solo pudo asentir y entonces Manuel le chupó las tetas. Sus tetas tan preciosas de una chica de 22 años. La camisa mojada rozaba el cuerpo de ella. Entonces se agachó y le metió un dedo en la vagina y la masturbó. No sabía lo que era el sexo hasta ahora, salvo por lo que había visto hacerlo a los animales del campo, pero ahora estaba aprendiendo a la fuerza. Cuando la verga de Manuel volvió a ponerse, se la metió. Ahora le dolió menos porque ya no era virgen. Él subía y bajaba con fuerza sobre su cuerpo. Estuvo un rato con esos demenciales, pero no acababa. “Vamos, vamos, acaba de una vez sucia puta” –le decía Manuel. Su mujer debía estar a punto de volver y de ahí su prisa en terminar pronto. “Vamos puta, apriétame más” –le decía indicando lo que debía hacer con los músculos de su vagina, pero Lola no tenía ni idea de eso. Se agarró a su hombro con una mano y con la otra a la bañera y la empujó con más ansia. “¡Ah, mierda! ¡Acaba de una vez!” –le decía. Lola solo permaneció en silencio con las piernas abiertas con la esperanza de que todo su martirio acabara. Al fin Manuel acabó profusamente en la vagina de la chica. Salió de la bañera como si nada, como si no la hubiera violado. “Ahora puedes terminar tu baño y después preparas el almuerzo” –le dijo y salió del baño. Lola se quedó recostada en la bañera, no tenía fuerzas para nada. Lo que ella no sospechaba era que su pesadilla acababa de empezar.
Muy interesante este relato pobre Lola a veces así pasa como siempre excelente Caballero
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