martes, 1 de octubre de 2024

22. Azotes al culo de mi madre

 

Todo empezó aquella mañana de domingo en la que saliendo medio dormido de mi habitación, observé al pasar delante de la puerta abierta del dormitorio de mis padres, a mi madre en bragas y sujetador estirando la cama.

Me quedé anonadado contemplando el culo macizo y respingón de mi madre, apenas cubierto por una pequeña y fina braguita negra que se metía juguetona entre sus dos hermosas nalgas, mientras ella, situada de espaldas a la puerta, se afanaba, inclinada hacia delante para que la ropa quedara bien tendida, ajena a mi impúdica mirada. Si hacía un momento estaba yo más dormido que despierto, ahora al contemplar en pompa las redondas y erguidas nalgas de mi progenitora, me había despertado al instante, especialmente mi verga que entre las piernas se había convertido como por arte de magia en un gigante hambriento y lascivo.

Como mi madre me seguía dando la espalda y, por supuesto, su culo en bandeja, sin moverme y en silencio en mitad del pasillo, fijaba mi rijosa mirada, sin ni siquiera pestañear en tal sabroso bombón. Escuché a mis espaldas que abrían la puerta del baño. Era mi padre que salía de afeitarse y ducharse. No quería que me pillara mirando el culo a mi madre, así que, a mi pesar, reanudé presuroso mi camino hacia la cocina. Escuché los pasos de mi padre detenerse por un momento para ir sigilosamente donde mi madre, parecía como León acechando a su presa, hasta que oí una nalgada sonora, seguida de un breve y agudo gemido de mi madre. Él le dice: “¡Que ese culito no pase hambre!”. Le había dado un azote en el culo. Nunca lo había visto, ni tampoco pensaba que tenían ese tipo de juegos, en cierta forma lo envidiaba, hizo lo que siempre había deseado hacer, pero no me atrevía por ser mi madre y estar además mi padre en casa.

Los escuché forcejeando. El cabrón de mi padre la estaba manoseando y ella hacía como que no se dejaba. Le dijo juguetona: “¡Ay, déjame! Qué está el niño en casa. Además, vas a llegar tarde a visitar a tu mamá”. Se refería a mí, a su niño que ya se afeitaba desde hacía años. Para ella nunca crecí y para mí, desde que tuve uso de razón, ella se convirtió en objeto de todos mis lascivos deseos. La cantidad de pajas que me hice pensando en su cuerpo escultural. Escuché un portazo. Mi padre había cerrado la puerta del dormitorio, obvio que no para conversar. Escuché risas, suspiros y gemidos, finalmente como crujía la cama y a mi madre gimiendo y pidiendo que se la metiera con fuerza. ¡Se la estaba cogiendo! Nunca les había escuchado coger con tanta ansia y menos durante el día , sabiendo que yo estaba en casa y les iba a escuchar.

Otras veces les había escuchado por la noche y la sensación era más bien de asco y quizá algo de rabia porque pensaba que mi madre era mía, solo mía y que mi padre no tenía ningún derecho de meterle la verga. Sin embargo, esta vez me puse muy caliente y con la verga tiesa al escuchar cómo se la metía. Me hubiera encantado abrir la puerta y ver como disfrutaba del voluptuoso cuerpo de mi madre, pero no me atreví. Simplemente me quedé escuchando en silencio la cogida salvaje que le estaba dando. Casi media hora se la estuvo follando, entre suspiros, gemidos y cuando ya estuve seguro de que ya no seguirían, me escabullí a la cocina como si no hubiera escuchado nada, sentándome a desayunar.

La primera que salió fue mi madre, ahora ya no en bragas y sujetador, sino con un ligero vestido que la cubría su cuerpo de pecado mortal, simplemente se veía hermosa y en mi pensamiento hacerla pecar contra el sexto mandamiento. Me dio un frugal beso en la frente, al tiempo que me decía: “¡Hola mi niño!”. Aunque su pensamiento estaba en otra parte, estaba en la cogida que la acababan de dar y se avergonzaba de que su niñito, su único hijo, la pudiera haber escuchado fornicando como una bestia en celo. No se atrevía a mirarme a la cara, así que, dándome la espalda, me preguntó si quería algo más. Entendí que se refería a desayunar, no a que le diera una brutal cogida como yo hubiera deseado. El solo hecho de estar con mis ojos pegados a su delicioso culo y como se ponía en pompa para hacer algunas cosas en la cocina, era una pervertida invitación a que se lo comiera a bocados. Lo miraba, lo veía desnudo sin vestido ni bragas que lo cubriera, ya que en cada movimiento se le subía un poco y me lo imaginaba rebotando encima de mi verga.

Enseguida apareció mi padre, ya vestido y acercándose haciendo como si no hubiera pasado nada, yo estaba sentado desayunando dando esas miradas lujuriosas al culo de mi madre, no sé si se habrá dado cuenta, pero supongo que no porque no dijo nada. Sin sentarse, tono apenas un sándwich y sin mediar palabra le propinó una fuerte y sonora nalgada al culo de mi madre que en aquel momento estaba de espaldas en la cocina lavando las tazas y platos del desayuno. Gimió sorprendida se giró hacia mi padre que sin aminorar el paso hacia la salida, la dijo:“¡Qué ese culito no pase hambre!”. Ya en la puerta de la calle, dijo en voz alta: “¡A ver que hacen los dos solos!”. Cerró la puerta y nos dejó solos. Los dos quedamos sorprendidos de su actitud normalmente fría. Me di cuenta al momento por la cara que puso mi madre, esa nalgada la había puesto cachonda. Era evidente que la noche anterior y en la mañana habían cogido de lo lindo y por eso estaban tan calientes. Por desgracia en la noche no los escuché nada porque estaba cansado, aunque me no me gustaba que se la cogiera, me gustaba escuchar lo puta que se volvía mi madre cuando se la cogía. Las pocas veces que tenía la oportunidad de oírlos me pajeaba imaginando que era yo el que disfrutaba de esa putita.


Sentado como estaba en la cocina, apurado para comer lo que quedaba de desayuno, le observé el culo como lo había hecho desde que desperté, para sus cuarenta y tres años estaba demasiado apetecible. Esa manera en que bamboleaba sus nalgas mientras lavaba los platos, era pura lujuria. Si observarla así me ponía la dura, imaginándomela follando desnuda me la ponía a punto de erupción. Levantándome de la mesa, me acerqué a ella y la propiné también una fuerte y sonora nalgada diciéndole: “¡Qué ese culito no pase hambre!”. Emitió un delirante gemido pero reaccionó casi al instante y me dice: “Tú también”. Me reí excitado por la situación, pero no pensaba que fuera a correr detrás de mí como cuando era pequeño con la zapatilla en la mano para darme en el culo. Claro, salió detrás de mí por el pasillo y como yo no lo esperaba, me dio un fuerte manotazo en el culo. Paré con mi antebrazo un segundo manotazo y girándome hacia ella, chocó conmigo al no poder detener la carrera que llevaba.

Fueron sus tetas las que chocaron lo primero con mi pecho, desequilibrándome y cayendo hacia atrás como en cámara lenta y ella cayó encima de mí. Fue algo gracioso porque los dos dimos un grito de terror, quedé con las tetas de mi madre en la cara, no solo se llenaron mis ojos de sus riquísimas tetas sino que las olí e incluso los saboree, saboree sus pezones porque en la caída rebosaron el escote del vestido que los ocultaba. Mis manos fueron espontáneas a sus nalgas, una directamente en cada nalga desnuda, al levantársele la falda. Por mi parte, en la caída, el pantalón que llevaba puesto se deslizó lo suficiente hacia abajo, que dejó mi verga erecta asomando por encima. Tumbada bocabajo sobre mí, no se percató inicialmente mi madre de lo caliente que me había puesto, sino que se preocupó de que me hubiera hecho daño al caerme. ¡”Ay, por dios! ¡Qué caída! ¿Te has hecho daño? ¿Te encuentras bien?” –me decía angustiada por mi estado, pero yo no podía responderla al estar mi boca ocupada saboreando sus pezones.

Al darse cuenta de lo que hacía, me dijo espantada: “¡Ay! Pero ¿qué haces?”. Intentó incorporarse, pero la tenía bien agarrada por las nalgas, aunque si apartó sus tetas de mi boca. Gritó otra vez horrorizada, no ya porque la tuviera bien sujeta por las nalgas desnudas, sino que su concha descansaba sobre mi erecta y dura verga. Con sus movimientos para levantarse, frotaba insistentemente su vulva sobre mi miembro, calentándome todavía más. “¡Ay, por dios! ¡Déjame! ¡Suéltame! ¡Suéltame, Peter, que soy tu madre!” –decía mientras intentaba controlarse, ya que se notaba en su rostro que estaba igual de caliente que yo. Solo quería que mi verga se hundiera en su húmeda concha. Si no es porque mantuvo su cordura por algunos instantes, se la hubiera metido hasta el fondo, aunque una buena ración de semen empapó su vagina, lancé un grito de placer, aunque tapado por el grito escandalizado de mi madre: “¿Qué haces?”. Con el placer del orgasmo aflojé mi agarré, facilitando que mi madre se levantara, dejándome maravillado y con la verga empapada de semen fuera del pantalón. Aun así, mirando hacia arriba la observé como su concha tenía los restos de mi tibio semen. “Pero, ¿qué has hecho?” –Me dijo mirándome desde arriba y cuando sintió que mi semen corría por sus muslos, exclamó: “¡Mira cómo me has puesto!”. Alejándose por el pasillo con pasos rápidos, se metió al baño, cerrando la puerta tras ella. Escuché pocos segundos después el agua de la ducha, se estaba limpiando mi semen que fluía hacia su vagina.

Ahora que en parte mi fantasía se satisfizo, recuperé la cordura y avergonzado por lo que había hecho me fui a mi cuarto, me cambié el pantalón cambiándome de pantalón que estaba con restos de semen. Cuando me puse un pantalón corto como única prenda, me fui al pasillo donde me había acabado a lo bestia y agachándome con toallas de papel secante en la mano para limpiar los rastros de mi morbosa conducta. Estaba limpiando cuando escuché que se abría la puerta del baño y obviamente venía mi madre. No me atreví a darme la vuelta por vergüenza y por miedo, pero mi madre en lugar de regañarme con escándalo, se limitó a darme un fuerte y sonoro azote en una de mis nalgas, diciendo: “¡Qué ese culito no pase hambre!”. Sorprendido me quedé congelado. En ningún momento había previsto esta reacción de mi madre y sin saber qué hacer, miré hacia atrás y la vi, cubierta solamente con una toalla de baño, meterse en su dormitorio. Cerró la puerta y entonces me pregunté para mí mismo: “¿Qué mierda pasó aquí?”. Sin pensarlo más me fui a la habitación de mis padre y abrí de golpe, viéndola completamente desnuda al lado de la cama. Estaba de espaldas a la puerta con la toalla que se acababa de quitar encima de la cama. Se giró sorprendida hacia mí, conteniendo la respiración. No se lo esperaba. Estaba caliente mirándole el culo y las tetas mientras caminaba hacia ella y mientras volaba hacia ella, mi verga entusiasmada creció y creció.

En un acto reflejo mi madre se cubrió con sus manos las tetas, pero mi objetivo era otro. Era su culo y la palma de mi mano derecha azotó estrepitosamente una de sus nalgas. Estaba duro como una piedra maciza, que le impedía sentir algún tipo de dolor, así que casi al mismo tiempo que el primer azote la otra mano le propinó un segundo contra la otra nalga, produciendo un sonido semejante al redoble de un tambor. Cada azote produjo en mi madre un agudo gemido más de deseo y morbo que de dolor. Daba pequeños saltos como queriendo alejarse pero deseando quedarse para que la siguiera nalgueando. Después de un segundo azote, vino un tercero y un cuarto, haciendo que mi madre, sin dejar de gemir, reaccionara al quinto, intentando huir por la habitación, alrededor de la cama, pero mis manos la perseguían azotándola los cada vez más encarnados glúteos. Al fin descubrió sus tetas al ir a proteger con sus brazos sus maltratadas nalgas. Con sus antebrazos no detuvo mis azotes, aunque aminoró la potencia de los golpes, mientras sus tetas se bamboleaban de manera apetitosa ante mis ojos.

Consiguió al fin detener alguno de mis azotes a sus nalgas, pero mis manos ahora se fueron a sus tetas, manoseándolas y si no le azotaba las nalgas, le apretaba las tetas. Tanto azote y manoseo no solo me ponía a mil, sino también a mi madre, que se decidió a contraatacar. Agarrando con una mano mi pantalón tiró de él hacia abajo, descubriendo mi tiesa verga. “¡Si quieres guerra, la vas a tener!” –gritó en voz alta totalmente fuera de sí, mirando triunfal como mi miembro duro y caliente apuntaba al techo. Ajeno a que mi madre me estaba desnudando, yo cada vez más excitado, no dejaba de manosear y apretar sus tetas y el culo, mientras ella, tomó con sus dos manos mi pantalón y lo bajó hasta abajo, hasta los pies, haciéndome trastabillar. Perdí no solo el pantalón, dejándome completamente desnudo, sino que, además perdí por un momento el equilibrio, lo que aprovechó mi madre para empujarme hacia la cama, haciendo que cayera boca arriba sobre el colchón con ella encima. Sus tetas inundaron mis sentidos al cubrir mi rostro con ellas, pero aun así no desaproveché la ocasión de seguir azotándola incansable las nalgas.

Forcejeó para incorporarse, frotando insistentemente sus tetas por toda mi cara, mientras yo se las lamía ansioso. Por fin logró incorporarse, colocándose a horcajadas sobre mí y mi visión se aclaró, fijándome en sus redondas, erguidas y enormes tetas a pocos centímetros de mis ojos. Brillaban impúdicas y hermosas por sudor y mi saliva, incrementando mi morbo y deseo de comérmelas. Mis manos se fueron presurosas a sus grandes e hinchados pezones, ella estaba tan caliente como yo. Le tomé las tetas, una mano en cada teta y entonces ella abrió su boca y dio un erótico suspiro, empezó a balancearse adelante y atrás. “¡Oh, mi vida! ¡Qué delicioso!” –dijo mientras empezó a aumentar sus movimientos. Mi verga entraba y salía de la deliciosa concha de mi sensual madre. ¡Me la estaba cogiendo! No sé cómo podía estar sorprendido, pero lo estaba, estaba sorprendido de que un simple e inocente juego se convirtiera en una sesión de sexo salvaje, pero, ¿había sido en algún momento un simple e inocente juego? ¡No! ¡Evidentemente no!

La miré al rostro y lo tenía arrebatado, me miraba fijamente de una forma que nunca antes lo había hecho. No me miraba como una madre a su hijo, sino como una hembra en celo, ciega de deseo, ante el macho alfa que se la está cogiendo. Ardiendo de deseo, mis manos abandonaron sus tetas, regresando a sus nalgas y comencé nuevamente a azotarlas, mientras ella incrementaba el ritmo de sus incestuosos movimientos. Un movimiento atrojo mi mirada. En el espejo del armario se reflejaba el hermoso culo de mi madre, botando encima de mis testículos, mientras mi verga la penetraba una y otra vez. Era tan candente en sus movimientos, en la forma en que gemía, estaba extasiado teniendo encima de mí a esa mujer con la que había cruzado todos los límites de la moral. Sin dejar de nalguearla una y otra vez, le gritaba: “ comencé a gritarla a un volumen cada vez mayor: “¡Eso mueve ese culo gordo! ¡Puta culona!”. Cuanto más sucio le hablaba ella más aumentaba su ritmo, llenando a un delirante frenesí. Sentía que ambos estábamos poseídos por la lujuria y juntos alcanzamos casi a la vez el orgasmo, fundiéndonos en un grito delirante de placer.

Con mi verga dentro de su vagina, se tumbó bocabajo sobre mí, cubriendo otra vez mi rostro con sus exuberantes senos y así permanecimos, disfrutando de nuestro sabroso orgasmo, durante varios minutos. Nos besábamos con esa intensa ¡hasta que escuchamos a mi padre gritando desde la puerta de entrada a la vivienda: “¡Rossy mira quien ha venido a verte!”. Al escucharlo y mi madre saltó como impulsada por un potente resorte y yo con ella. A punto de infarto, corrimos como locos alrededor de toda la habitación sin saber qué hacer, a donde ir, donde esconderse, hasta que mi madre, abriendo las puertas del armario, me dijo en voz baja: “¡Rápido! ¡Metete dentro!”. Eso hice, me zambullí, sin pensármelo, entre una maraña de abrigos, chaquetas, pantalones, faldas, de todo, quedándome en silencio y asustado.

Todavía tiritaba de pura excitación y el latido de mi corazón me golpeaba en mis sienes, cuando escuché a un hombre decir en voz alta con un tono falsamente alegre: “¡Rossy! ¡Cuánto tiempo sin verte!”. De pronto, la voz se detuvo bruscamente la voz. ¡Había visto a mi madre completamente desnuda y recién follada! Se abrió levemente la puerta del armario y pude ver a mi madre cómo, completamente desnuda, se cubría como podía con un brazo las tetas y con la otra mano la entrepierna, mientras parecía que se encogía con la cara terroríficamente avergonzada. “Pero ¿qué tenemos aquí?” –dijo en hombre en voz baja y con un tono radicalmente diferente del anterior. “Si te quedas lo suficiente, te preparo un coctel especial de la casa” –dijo mi padre que venía más atrás, seguramente del salón donde tenía el alcohol. “Sí, prepáramela, pero antes voy al baño” –respondió en voz alta el tipo. “Tómate tu tiempo, que no digan que no cuido de los amigos. Volvió a decir mi padre desde el salón y el tipo le respondió en voz alta: “Descuida, que eso haré” –dijo el hombre mientras cerraba la puerta de la habitación sin hacer ruido. Entonces volvió a decirle a mi padre: “Eso haré. Tomarme mi tiempo”. Miró a mi madre morbosamente Y se acercó a ella como un despido chacal hambriento. Mi madre se quedó inmóvil que, se había quedado inmóvil, al ver como el tipo se acercaba y tropezó con la cama cayendo de espaldas. “¿Cuánto tiempo hace, Rossy? ¡Cuánto tiempo hace que no te cogía!” –le dice de forma retórica, no esperando respuesta. 

Con una voz llena de pavor suplicó; “¡Por favor, no!”. El tipo no la dejó continuar, replicando lentamente: “Espera, ¿no lo escuchaste? Tu marido espera a que acabe. Es un excelente anfitrión. Siempre lo ha sido”. Agarrando las muñecas de mi madre, le apartó los brazos, descubriendo sus tetas y vagina. “¡Mierda Rossy, qué buena estás! Pero, ¿qué te pasó en las tetas que las tienes tan rojas? Parece que lo has pasado bastante bien, ¿no, putita?” –le dice con un tono lujurioso. Forcejeó mi madre para soltarse del agarre del tipo y cuando lo consiguió, el tipo la hizo darse la vuelta y le vio las nalgas que las tenía más rojas que sus tetas. “¡Ya veo, tu marido te cogió como la puta que eres! Por delante y por detrás. “Déjame, por favor” –suplicaba ella, pero el sujeto continuó diciendo: “Se nota que te dio bien duro y yo no voy a ser menos”. Se soltó el cinturón y empezó a bajarse el pantalón. Mi madre, viendo lo que estaba haciendo, temió lo que podía venir después, se movió intentando huir, pero el tipo, sujetándola primero por las caderas y luego, viendo que podía escapar, la tomó del pelo, provocando que emitiera un ligero grito de dolor. “¡Por favor, no lo hagas!” –suplicó agarrando la muñeca de la mano que la tenia tomada del pelo.

El hombre sonrió y le dijo: “Pórtate bien y acabamos pronto, así el cornudo de tu marido no nos vea y quiera unirse y te terminemos rompiendo el culo”. La tomó de las caderas e hizo que levantara el culo y apoyara las manos en la cama. Sin dejar de agarrarla el cabello por detrás, le separó las piernas con las suyas y colocándose entre ellas, acabó de bajarse el pantalón y el calzoncillo hasta los tobillos. Desde el armario podía ver alarmado que iba a darle por el culo. Dudé qué hacer, si atacar al hombre por detrás para evitar que la cogiera, pero entonces me descubriría ante, no solo el tipo, sino también mi padre. ¿Cómo justificaría que estaba desnudo dentro del armario de su dormitorio? Evidentemente se daría cuenta de que le había puesto los cuernos con mi madre. ¡Sería un auténtico escándalo! El falso amigote lo pregonaría a los cuatro vientos! ¡Todos lo sabrían! Seríamos marcados los tres. ¡Incesto sería la horrible palabra que iría de boca en boca! ¡No podía hacer nada! Tendría que dejar que se la metiera por el culo. ¡Sería el precio que tendría que pagar por habérmela cogido!

Mientras me sumía en mis dudas y en mis pensamientos, el hombre se inclinó hacia delante y, abrazando a mi madre por las tetas, se la ensartó en el culo. Una embestida rápida tras otra con la melodía de resoplidos, colisión de testículos s y crujir de cama. ¡Solo fueron tres minutos y se acabó! Un gruñido ahogado detuvo las rápidas embestidas resopló como un animal y en un par de segundos se estaba arreglando la ropa. “¡Un placer!” –fue lo único que dijo el sujeto como despedida, saliendo del dormitorio. A pesar de que se había salido el hombre no me atreví a salir del armario por si volvía él o apareciera en escena mi padre.

Mi madre se levantó de la cama y abrió el armario, me dijo que no saliera hasta que ella me avisara, se notaban lágrimas en los ojos. Sacó una bata y se cubrió. Estiró la ropa de la cama e hizo como si no hubiera pasado nada. Pocos minutos después, escuchamos a mi padre gritar: “¡Rossy ya nos vamos!”. Fue un alivio que para ella que la tortura haya terminado en tan corto tiempo. “Se han ido. ¡Ve a darte una ducha y no salgas tus habitación!” –me dijo. “¿Quién era?” –le pregunté. “Uno de los amigotes de tu padre” –respondió. No hubo más preguntas sobre la situación. Obedecí e hice lo que dijo. Con el tiempo supe que mi padre tenia la costumbre de “prestar” a mi madre para que sus amigos se la cogieran.

Ya ha pasado el tiempo y la relación con mi madre va de maravilla, siempre tenemos un momento en que disfruto azotándole el culo y cogiéndola, lo único malo es que debo compartirla con mi padre y sus amigos. La diferencia de esa vez es que cuando estoy en el armario yo disfruto de ver cómo se la cogen y ella fantasea con que soy yo quien se la está metiendo.



Pasiones Prohibidas ®

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