jueves, 9 de enero de 2025

64. Los problemas de Ana 1


Estaba muy, pero que muy contenta. Hacía solo unos meses que había finalizado el Grado de Dirección y Administración de empresas. Había empezado a enviar currículums y por fin obtuve una primera respuesta. Debía de presentarme, a las 10:00 AM a una entrevista preliminar de preselección. El día de la entrevista estaba nerviosa. La empresa era importante y el puesto que ofrecían podía suponer un gran comienzo en mi vida laboral. Así que me arreglé tan bien como pude, me puse mi mejor vestido y me dirigí a la dirección indicada.

Una vez allí me indicaron que esperara en una sala de espera donde en total llegamos a ser once mujeres, de diferentes edades. Nos llamaban una a una para acceder a un pequeño despacho donde una mujer de unos 45 años nos tomaba nuestros datos. Vi que algunas des mujeres salían con un semblante serio y se iban inmediatamente del edificio mientras otras, más sonrientes al salir volvían sentarse en la sala de espera. Fui la penúltima que llamaron. La mujer, que dijo llamarse Marlene, ojeó rápidamente el currículum que les había enviado y empezó a anotar mis datos. “Vamos a hacer de cuenta que no leí su curriculum, vamos a empezar de cero. ¿Está de acuerdo?” –dijo ella. “Claro, no hay problema” –le respondí. “¿Nombre?” –me preguntó. “Ana María Osses Echeverría” –respondí. “¿Edad?” –dijo. “23” –respondí. “¿Estado civil?” –siguió preguntando. “Soltera” –le respondí. Las preguntas siguieron, la señora Marlene me miraba fijamente a medida que le respondía, me ponía nerviosa. “¿Otros conocimientos aparte de su Graduado?” –me pregunta mirándome a los ojos. “Como he comentado en mi currículo, he realizado un curso sobre marketing digital” –respondí con seguridad. “Muy bien, ya lo veo” –dijo ella. Así siguieron unas cuantas preguntas más hasta que sentenció: “Queda usted inicialmente preseleccionada, vaya a la sala de espera y la avisaremos”. Me encontraba muy contenta, había pasado el primer filtro y mi moral iba en aumento.

Al entrar la última candidata, una mujer de unos 50 años, quedábamos solo 3 en la sala de espera, supuse lógicamente que éramos las preseleccionadas. Me di cuenta de que debíamos ser las más jóvenes de las candidatas ya que ninguna de las 3 superaríamos los 25 años. Una era rubia como yo, pero de pelo corto, mientras la otra era morena con una larga melena y un poco más alta que yo. No tardó mucho en salir la última entrevistada, con cara de pocos amigos y dirigiéndose directamente a la calle. La Sra. Marlene salió de su despacho y se dirigió a nosotras tres. “Les ruego me acompañen” –dijo ella. La seguimos hasta lo que parecía una sala de conferencias, con una gran pantalla en el centro. “Pónganse cómodas, aquí en la primera fila. Ahora les pasaremos un video corporativo para que conozcan un poco más el funcionamiento de nuestra empresa y de nuestros valores que nos convierte en unos líderes del sector farmacéutico” –dijo ella. La iluminación se fue atenuando y la Sra. Marlene nos dejó a solas viendo esa presentación. Realmente, no sé si es que la presentación fue muy larga o a la emoción de todo el día que cuando se encendieron las luces de la sala yo me encontraba bastante cansada y me sentía un poco rara. Miré el reloj y me di cuenta de que había pasado casi una hora y media desde que empezó la presentación cosa que bien justificaba mi cansancio y aturdimiento. La Sra. Marlene nos dijo: “Esperemos que la presentación haya sido de su agrado y que haya resuelto las dudas que puedan tener. Esta primera fase ya ha concluido y la han superado satisfactoriamente. Felicidades a las tres. Dentro de unos días les iremos contactando personalmente para establecer una segunda cita que ya será la definitiva”. Todas nos despedimos de la Sra. Marlene y salimos del edificio. Yo respiré profundamente el aire fresco, satisfecha de cómo me había ido y convencida que finalmente me acabarían por seleccionar.

Pasaron dos días, era jueves y por fin recibí la llamada. Me citaban para esa misma tarde para hacer la segunda entrevista, esta vez con el director de la empresa. La cosa marchaba bien. No sabía si también habían convocado a las otras chicas, pero yo estaba repleta de sensaciones y con ganas de demostrarles que el puesto debía ser mío. Llegué a la cita con unos minutos de adelanto, vestida de nuevo con mis mejores galas. Me recibió la Sra. Marlene, que me condujo por un largo pasillo hasta una gran puerta. “Ahora le recibirá el señor director” –dijo ella. Le agradecí como señal de buena crianza. Llamó a la puerta con los nudillos y oí una voz: “¡Pase!”. “Señor director, aquí ha llegado la candidata, Ana Osses” –dijo la señora Marlene. “Adelante, que pase” –dijo el hombre. Con esto la señora abrió la puerta indicando que pasara y quedándose fuera, la volvió a cerrar detrás de mí. “Adelante señorita Osses, pase y tome asiento” –me dijo el director. La oficina era grande, decorado al estilo clásico pero un poco lúgubre ya que carecía de ventanas y por tanto toda la luz era de fuente artificial. Me acerqué a la gran mesa de reuniones donde estaba el director, sentado en una gran butaca. Me sorprendí considerablemente al no ver lo que uno espera en un director de una gran empresa, un hombre mayor, gordo y con gafas, sino que en esa butaca había un hombre joven al que yo calculaba poco más de 30 años, bien vestido, con porte atlético y hasta diría que bastante guapo.

Siguiendo la invitación que me hacía con la mano me senté en una silla que había delante de su mesa. “Buenos días, en primer lugar, agradecerle la oportunidad que me están dando de poder formar parte de su empresa” –le dije tomando asiento. “De nada, srta. Osses. El gusto es nuestro de encontrar gente tan preparada que desee formar parte de nuestro equipo. Ahora déjeme contarle exactamente el perfil de persona que estamos buscando” –dijo. Hizo una pausa y vi que con su mirada me estaba recorriendo de arriba abajo cosa que me hizo sentir un poco incómoda. “Nuestra empresa funciona muy bien y ya tenemos todo el personal necesario para que siga así durante mucho tiempo. Lo que necesito y espero haberlo encontrado en usted es otra cosa muy diferente” –dijo mirándome fijamente. Realizó otra pausa simulando remover alguno de los papeles que tenía sobre la mesa. “Lo que estoy buscando es una chica que sea totalmente obediente, o sea que haga todo lo que yo le ordeno sin titubear, o si quiere llamarla así que sea mi esclava pero que se ofrezca a mí de forma voluntaria ya que obligarla por la fuerza no supondría ningún tipo de placer por mi parte” –dijo sin inmutarse. Quedé totalmente en shock con lo que acababa de oír. Llena de furia exclamé: “¡No sé qué tipo de pervertido es usted, pero yo soy una chica decente, creo que inteligente y con estudios superiores que busca un buen trabajo!”. Añadí, levantándome de la silla: “¡Me voy por donde he venido!”. “Realmente me gusta usted. Es muy lógico pensar que una chica guapa e inteligente como usted no se entregaría completamente a alguien como yo sin ningún tipo de… digamos, incentivo. Le aconsejo que antes de salir por esa puerta de una ojeada a esto” –sentenció con toda tranquilidad entregándome una carpeta.

Yo ya estaba de pie y con una mirada de desprecio tomé la carpeta que me ofrecía. La abrí y mi corazón dio un vuelco. Eran fotografías mías, completamente desnuda en posturas obscenas y hasta en una salía otra chica, también desnuda, que me estaba lamiendo mi vagina. Quedé totalmente petrificada. Esas fotos, aunque lo pareciera, no podían ser mías. Yo no había estado nunca en aquella situación. Solo había una opción, estarían trucadas. “Sé que está pensando que las fotos tienen que estar trucadas, pero ya le puedo asegurar que no. Son totalmente auténticas y evidentemente si por un caso accidental circularan la pondrían en un total compromiso ante familiares y amigos y no digamos también para conseguir un empleo que se precie” –me dijo. Yo no salía de mi aturdimiento, pero seguía convencida que no podía ser yo. “No pueden ser mías en absoluto porque yo nunca he posado así” –le dije con desprecio. ¿Recuerda la sesión de la presentación del video de la empresa después de la primera entrevista?” –me preguntó. “Pues sí, claro que la recuerdo” –le respondí. “¿No notó nada que, digamos fuese extraño?” –volvió a preguntar. “Pues, la verdad es que no. Solo que cuando miré el reloj vi que había pasado más tiempo del que yo creía” –le contesté. “¡Cierto! De hecho, usted, la mayor parte del tiempo de la sesión no fue consciente del tiempo” –dijo él. Mi corazón empezaba a bombear de nuevo con fuerza y creo que estaba empezando a sudar. “La presentación fue verdaderamente muy corta, pero en segundo plano había una emisión que las iba hipnotizando poco a poco. Después de unos quince minutos todas ustedes estaban en un profundo trance. ¿Ya conoce a Marlene verdad? Pues la Dra. Marlene es psiquiatra y colaboradora mía y ha sido quien lo ha diseñado todo. ¿Adivina lo que sucedió después?” –dijo el mirándome seriamente. Ya no sabía qué hacer. Seguía aturdida y el mazazo de pensar que efectivamente algo podía haber ocurrido en ese tiempo me corroía. Como no articulé palabra él siguió explicando. “Quedaron completamente hipnotizadas y con la estimable ayuda de la Dra. Marlene conseguimos una sesión fotográfica más que convincente para tenerlas a todas bajo nuestro control. ¿Ve como yo nunca miento?” –dijo. En ese momento me di cuenta realmente de lo comprometida que era mi situación. Esas fotos podían destrozarme completamente la vida y arruinar mi futuro. No podía permitir de ningún modo que eso sucediera. “Si ahora quiere irse, por supuesto no se lo impediré de ninguna forma, pero piense que ya no hay marcha atrás. Las fotografías serán enviadas y publicadas de inmediato. Si por el contrario desea ser la chica obediente que busco” –dijo sentenciando mi futuro. “Pues, sí, de acuerdo” –logré decir con voz temblorosa dejando la carpeta encima de la mesa. “¿En qué está de acuerdo? ¿En irse? Entonces la acompañaré a la salida” –dijo él sin ninguna emoción. “¡No, no! Seré la chica obediente que busca” –le dije asumiendo lo que pudiera pasar.

Creo que ya estaba sudando a mares y el corazón parecía que se me saldría por la boca. Su mirada era de completa satisfacción y sus ojos centelleaban. Me alargó un pliego con papeles y un bolígrafo. “Bien, pues firme este documento. No hace falta que se entretenga en leerlo, es una pura formalidad que sella nuestro trato y me ofrece una seguridad legal absoluta” –dice él de manera seria. Con las manos temblando acerqué los papeles. Tenían mucho texto y como no ceo que estuviera en situación de negociar nada, los firmé. “¡Excelente!” –dijo guardando los documentos en el cajón de su escritorio. “¿Qué le parece que empecemos ya con la nueva situación? Para empezar ahora te llamaré simplemente Ana” –dijo él en tono serio. “Como usted quiera” –le dije. “A mí me llamarás siempre Señor y harás todo lo que yo te diga, cumplirás cualquier orden que te dé, voluntariamente, por supuesto y sin rechistar. Cualquier acción no autorizada por tu parte o bien cualquier omisión, incumplimiento o tardanza en ejecutar una orden supondrá un castigo que puede llegar a ser el de la publicación de las fotografías” –dice advirtiéndome. “¡No eso no, por favor! Me arruinaría la vida” –le imploré. “Ya lo sé. Por eso, a partir de ahora tendrás que someterte completamente a mi voluntad y hacer todo lo que te ordene sin siquiera titubear. ¿Entendido?” –me dijo. Sí, Señor” –dije en voz baja y mirando al suelo. Parado frente a mí a una distancia de tres metros, me mira y dice: “Pues vamos a empezar a ver como se te da esto de obedecer. Desnúdate”. Esa orden me impactó como un puñetazo en el estómago. Hasta el momento había valorado el daño que me podrían hacer esas fotos, pero no había llegado a evaluar lo que ese depravado deseaba exactamente de mí a cambio de no divulgarlas. Ahora ya lo iba teniendo más claro, deseaba una total sumisión y que probablemente yo me convirtiera en si juguete sexual. “Te estás tardando” –dijo. No dije nada. Yo seguía de pie así que dejé el bolso en la silla y empecé por quitarme los zapatos de tacón que tanto me gustaban y seguí con la chaqueta. Desabroché los dos botones del lateral de mi falda para que esta cayera al suelo. Me quité lentamente las medias dejando descubiertas mis largas piernas. Por último, me despojé de la blusa blanca, quedando en ropa interior y toda ruborizada ante ese hombre. No me atrevía mirarle. “¿Quién te ha dicho que pares? Desnuda que yo sepa quiere decir sin ropa, sin nada de ropa” –dijo un tanto furioso. La forma en la que había dicho el nada, no daba lugar a ninguna duda. Yo estaba temblando como una hoja así que me costó desabrochar el cierre del sujetador. Una vez desabrochado me lo quité cuidadosamente a la vez que con un brazo cubría mis generosos senos. Después con la mano que me quedaba libre me bajé como pude las braguitas ocultando el pubis lo más rápidamente que pude. “Bien, pero recuerda que te has desnudado por voluntad propia. Simplemente porque yo te lo he pedido y tú así lo has querido. Ahora pon las manos a la espalda para que pueda verte bien” –ordenó.

Seguía temblando. No solo había tenido que desnudarme, sino que ahora tenía que mostrárselo todo. Obedecí la orden quedando completamente expuesta ante él. “Bien. No me equivoqué en mi elección. Tienes las medidas perfectas. Date la vuelta” –me volvió a ordenar. Estaba totalmente humillada pero como no podía ser de otra manera me di la vuelta para mostrarle la parte trasera de mi anatomía. “Ese culo también está muy bien. Vuelve a darte la vuelta” –me dijo. Yo estaba implorando en mis adentros que finalizara ya esa odiosa inspección y pudiera salir de ahí. “Ahora sube a la mesa de mi despacho. Ves con cuidado. Ayúdate con la silla” –dijo él mirándome fijamente con los brazos cruzados. Esa nueva orden me impactó de nuevo como si un nudo estuviera comprimiéndome por dentro. Hasta el momento, me había mantenido a una distancia de varios metros de él, pero ahora, si subiera a la mesa estaría tan solo a unos pocos centímetros y además en una posición más elevada. Tuve un titubeo inconsciente que rápidamente cortó con una mirada penetrante. Recordé las fotos y subí a la silla para después subir a la mesa intentando mantener las piernas lo más juntas posibles y sujetando mis pechos. Me situé con los pies en el borde más lejano de donde él estaba sentado, lo que sería poco menos de un metro. “Las manos a la espalda, no te he dicho que cambien de sitio. Tienes que aprender que cuando te digo que hagas algo tienes que seguir haciéndolo hasta que yo te diga lo contrario. ¿Entendido?” –dijo el hombre. “Sí, Señor” –le respondí. “Ahora avanza un paso y con los pies de puntillas agáchate con las piernas separadas” –ordenó sin dejar de mirarme. Ya se me estaban cayendo las lágrimas. En esa posición indecente le estaría mostrando mi sexo completamente abierto a escasos centímetros de sus ojos, pero obedecí. “Así, más abierta, con las rodillas apuntando a los lados de la mesa” –dijo él. Aunque yo intentaba no cruzar la vista con la suya me pareció que tenía una sonrisa de satisfacción de satisfacción en sus labios. “Muy bien, hasta el momento eres una buena chica” –dijo él.

Ahora debía tener mi vulva a escasos 30 o 40 centímetros de sus ojos, así que supuse que disponía de una visión de lo más detallada, pero no solo se tomó su tiempo en mirarme, sino que además su dedo índice fue recorriendo suavemente mis labios externos. Estos estaban completamente separados y no le costó nada encontrar los interiores que en esta postura sobresalían. Siguió su paseo morboso de arriba abajo varias veces del clítoris a la entrada de mi vagina, mientras yo aguantaba la respiración. Finalmente noté como su dedo penetraba ligeramente mi vagina. Yo cerré los ojos. “Nada de eso. ¡Mírame!” –dijo con voz suave pero autoritaria. Con los ojos llenos de lágrimas le miré, mientras él seguía con su dedo dentro de mí. “Ahora que ya entiendes lo que quiero. Dime, ¿qué es lo que serás a partir de ahora? Espero una respuesta clara y satisfactoria” –dijo con ese tono autoritario. Totalmente humillada como estaba titubeé un poco, pero notando dentro aun su dedo acerté a contestarle: “Señor, yo, a partir de ahora, seré su esclava para hacer únicamente todo lo que usted me pida”. “¡Perfecto! Ana, se nota que eres inteligente. Es exactamente lo que quería oír de tus labios” –dijo él con satisfacción. Quitó el dedo de mi vagina, me agarró un puñado del pelo púbico que tenía. Yo lo llevaba arregladito, pero no me lo había afeitado nunca por completo. a puedes vestirte e irte a tu casa. Te espero a partir de ahora todos los sábados por la mañana a las 8 de la mañana en punto y por supuesto sin nada de este pelo” –dijo. “Sí Señor” –le contesté con cierto alivio. Al fin había terminado mi calvario por lo menos ese día.

Me levanté y bajé apresuradamente de la mesa para comenzar a vestirme. Recogí el bolso y cuando me dirigía a la puerta le oí de nuevo. “Recuerda, a las 8 de la mañana en punto en punto. Ah, y te comento que esta sesión la he grabado con mi equipo especial de video de alta definición para añadir al material que te he enseñado antes”. Cuando salí del edificio lloraba a lágrima viva. No solo por la tremenda humillación que había sufrido sino porque había ido con la seguridad de obtener un buen puesto de trabajo que abriera camino en mi futuro y ahora me veía convertida en una simple esclava, a la merced de un hombre cuyos reales propósitos distaba aun de conocer.

Cuando llegué a mi casa, lo primero que hice fue quitarme la ropa y meterme a la ducha. Me sentía sucia y abusada, no quería si quiera mirarme al espejo, simplemente quería pensar que había vivido una pesadilla y que estaba a punto de despertar, pero la realidad era evidente, lo había vivido. Me metí a la cama para intentar dormir pero no podía, los recuerdos de esas horas que pasé a merced de ese degenerado me marcaron demasiado. Solo me queda asumir que ahora no tenía escapatoria. 

 

Pasiones Prohibidas ®

2 comentarios:

  1. Que rico relato me encantó Caballero espero con ansias lo que le sucederá como siempre Caballero exquisito

    ResponderBorrar
  2. Buen escrito caballero. El sutil espacio tiempo crea la incertidumbre que traspasa los sentidos.

    ResponderBorrar