sábado, 11 de enero de 2025

65. Los problemas de Ana 2

 

Las imágenes espantosas se me iban agolpando en mi mente pero poco a poco pude volver a controlarme y poder analizar mi situación. Mañana era viernes por lo que no tenía mucho tiempo para decidir qué hacer. Sopesé la posibilidad de ir directamente a la policía y explicar lo sucedido, pero en el mejor de los casos que me creyeran, al iniciar sus investigaciones provocarían con toda seguridad la difusión de mis fotos y con ello mi ruina. Así que de momento descarté esa posibilidad. Reflexioné mucho y llegué a la conclusión, ya muy avanzado el viernes que de momento no tenía más opción que seguir el juego e intentar en algún momento conseguir una prueba determinante de lo que estaban haciendo conmigo para conseguir que la policía actuara inmediatamente y de forma contundente sin darles tiempo a difundir mis fotos. Tampoco veía muy clara la naturaleza de esa prueba pero me fui animando a mí misma, repitiéndome que ya tendría la oportunidad de conseguirla.

Después de comer un poco recordé la imposición que tenía para mañana, depilarme completamente la vulva. Aunque miraba de tener arreglados los pelos ahí abajo nunca se me había pasado por la cabeza una depilación integral. Así que un poco apesadumbrada me dirigí al baño a realizar la tarea. Una vez todo resto de vello fue eliminado me encontré más desnuda que nunca así que creo que sonrojé un poco al verme en el espejo. Desafortunadamente llegó la mañana del sábado. Había puesto dos despertadores para evitar que me durmiera pero no fueron necesarios. Dormí muy poco y muy inquieta. No podía quitarme de la cabeza lo que podría sucederme en esa ocasión. Así que me levanté y duché rápidamente y después de un ligero desayuno ya estaba en la calle vestida un poco más cómoda que la otra vez. Llegué a la puerta de la empresa dos minutos antes de las ocho. No quería empezar mal. Entré en la sala principal y rápidamente la Sra. Marlene salió a mi encuentro. “Sígueme” –dijo de forma severa. Me condujo a una de las numerosas habitaciones que estaban en el corredor que llevaba directamente al despacho del director. Con un gesto me indicó que pasara y siguiéndome cerró la puerta tras de sí. “Ahora desnúdate y deja todo lo que llevas dentro de ese armario” –me ordenó. La orden fue dada con tanta maldad que reaccioné, diciéndole elevando la voz: “¿Cómo puede ser que usted le ayude en esto?, ¡también es una mujer!”. La bofetada que me propinó en la mejilla izquierda me hizo ladear la cara y casi me hizo caer. “¡Cállate idiota! No eres más que una puta esclava y así te comportarás, ya aprenderás. ¡Quiero verte desnuda ya!” –dijo gritando. El tono resultaba francamente amenazador y aunque yo era más joven y estaba en buena forma no dudé ni por un momento de su fuerza. Además, sospechaba que cualquier altercado provocaría mi ruina automática. Lentamente me empecé a desnudar y guardé mi ropa en un armario. Cuando acabé de quitarme las braguitas era consciente que estaba totalmente ruborizada e intentaba cubrirme como podía. “Ahora ponte esto” –me dijo esa mujer dándome un collar de cuero. La humillación iba en aumento, ahora aparte de desnudarme, debía ponerme un collar en el cuello como una verdadera esclava. Lo cogí con desgano y me lo ajusté al cuello, dándole la espalda. “A partir de ahora siempre harás lo mismo. Al llegar te desnudarás y te pondrás el collar. Luego iras por esa puerta interior. Tu Amo te espera” –me dijo ella con desprecio. No dije nada y lentamente me dirigí hacia la puerta indicada. Una vez abierta, me di cuenta de que era una puerta lateral que conectaba con el despacho del director. Y allí estaba él, detrás de su mesa de despacho.

“Buenos días Anita, acércate y sube a la mesa de mi despacho. Ya sabes cómo” –dijo el Director. Me acerqué sin darme mucha prisa e igual que tuve que hacer hace dos días subí a la mesa de su despacho, agachándome y separando al máximo mis piernas. “¡Perfecto! Ya veo que has cumplido perfectamente mis instrucciones. Ahora puedo apreciar el más mínimo detalle de tu sexo. Además, sé que las mujeres al estar así, totalmente depiladas y con las piernas abiertas os sentís especialmente vulnerables” –dijo él con una sonrisa dibujada en los labios. No dije nada pero estaba en lo cierto. Ahora, con mi vulva totalmente depilada, aunque parezca extraño me sentía todavía más desnuda que la última vez. “Ahora, inclínate un poco hacia adelante” –me ordenó. Obedecí la orden y de esa manera mis tetas colgaban ligeramente hacia adelante, cosa que sus manos aprovecharon para sobarlos impunemente. De pronto, noté un tremendo dolor en mi pezón izquierdo que acompañé con un grito agudo. Al mirar hacia abajo vi con horror que me había colocado una pinza de la que colgaba una cadena. “¡Mierda! Ahora el otro” –pensé. Mi otro pezón siguió la misma suerte y otro grito escapó de mi garganta. Ahora tenía los dos pezones con pinzas entre los que colgaba una cadena que llegaba un poco más debajo de mi ombligo. “Esto es el castigo por hacer enfadar a Marlene. Espero que no vuelva a pasar” –me dijo. No sé cómo se había enterado tan rápidamente pero lo cierto es que sin pensarlo le respondí: “No volverá a pasar, Señor”. “Por tu bien eso espero. Las llevarás puestas hasta que decida. Ahora baja de la mesa y acompáñame. Tengo algo que enseñarte. Recuerda, las manos siempre a la espalda” –dijo él. Bajé de la mesa y le seguí, con las manos a la espalda, por tanto sin poder cubrir nada de mi desnudez. Entramos en otra sala contigua en la que había unas escaleras que bajaban a lo que parecía un sótano bastante camuflado. Una vez allí quedé totalmente petrificada. Había todo tipo de artilugios de tortura, potros, cadenas, arneses, y en la pared había un gran armario con toda clase de látigos y flogger. No me atreví a pensar en lo que podía haber en los cajones, pero seguro que no sería nada bueno. “Ya ves mi rincón secreto. Depende como te portes irás probando algunos de mis instrumentos y equipos” –me dijo con una sonrisa llena de malicia. “Me portaré muy bien señor” –le dije con voz temblorosa. “Muy bien, pues de momento toma el cubo y los trapos que hay en ese rincón y limpia el suelo de la estancia. Quiero que quede perfecto” –ordenó. “Señor, ¿quiere que lo haga de rodillas?” –pregunté incrédula. “Por supuesto y mantén las piernas separadas en todo momento” –dijo en tono serio.

Lentamente empecé mi tarea. Estaba tan roja de vergüenza que notaba el calor en mis mejillas. En esa posición no solo mostraba impúdicamente mi culo y mi vagina, sino que mis tetas colgaban libremente y se iban bamboleando con cada uno de mis movimientos con la cadena que colgaba de mis pezones arrastrándose por el suelo. Así estuve creo que durante un par de horas en las que no dejó de observarme ni un momento. De pronto noté un cachetazo en el culo. “Bonito video. De momento ya está bien, ahora levántate” –me ordenó. Así lo hice. Miré mis maltrechas rodillas enrojecidas por el constante contacto con el suelo. “Ahora levanta los brazos y mantenlos así” –me dijo mirándome a los ojos. Con los brazos levantados esperé a que volviera con una pequeña cajita en la mano. “Te voy a colocar un pequeño sensor debajo de una axila. Tranquila, no duele. Lleva un adhesivo muy potente para que no se caiga” –añadió al ver mi cara de espanto. Con sumo cuidado me colocó el dispositivo. Realmente era muy pequeño, de menos de un centímetro cuadrado aproximadamente. Noté como presionaba para que quedara adherido. “Pues bien ya está. Ahora puedo monitorizar tus signos vitales estés donde estés” –dijo él. Al decir esto parecía estar toqueteando alguna aplicación en el teléfono móvil. “Evidentemente, tienes prohibido intentar quitártelo y si tienes la mala idea de hacerlo, éste me avisará inmediatamente” –dijo señalando su móvil. Yo seguía en silencio pero me intrigaba mucho la utilidad de ese sensor. Leyendo mi mirada interrogante dijo: “El sensor me informará en tiempo real de tu temperatura corporal, pulso cardíaco, sudoración y tensión arterial. Esta información me será muy útil. Ah, y como veo que te estás portando muy bien te quitaré las pinzas de los pezones” –dijo el Director. Sabía que eso me iba a doler. Primero quitó la pinza de mi pezón derecho y el dolor punzante me obligó a emitir un grito. No tardé mucho en notar el mismo dolor en el izquierdo y mis manos involuntariamente se fueron a intentar mitigar el dolor en esas partes tan sensibles. Eso fue un error porque una tremenda bofetada casi me tira al suelo. “Te dije que siempre debes mantener las manos atrás, si no te digo lo contrario, debes obedecer lo que te ordené antes, de lo contrario tendrás mayores problemas que un simple dolor en los pezones. ¿Está claro?” –dijo. “Sí señor, lo siento. No lo he podido evitar. Usted perdone” –le dije. “Bien, espero que no se te olvide. Ahora súbete allí que tengo que realizar una comprobación” –ordenó. Yo me quede petrificada, me estaba señalando una silla de ginecólogo. Creo que notó mi resistencia pero su mirada no daba ningún tipo de opción así que lentamente obedecí. Subí a la silla y una vez acomodada coloqué mis tobillos en los estribos de forma que mis piernas quedaron muy separadas y mi vagina, obviamente, vergonzosamente expuesta. “A ver, ¿cómo vamos de sensibilidad?” –dijo él.

Mientras mantenía el móvil en su mano izquierda noté que con la derecha empezaba a acariciarme con suavidad mi vulva. Empezó recorriendo mis labios mayores y acariciándome lentamente. No me gustaba nada esa intromisión pero he de reconocer que lo hacía bien. Lentamente accedió a mis labios menores que en esa posición ofrecía completamente abiertos. Esto le proporcionó un fácil acceso a mi parte más íntima. Ahora notaba como sus dedos recorrían todo el canal que le ofrecía. “10%” –susurró. Ahora subió hasta la parte superior donde asomaba mi clítoris. Noté como lo acariciaba hábilmente por encima, dándole pequeños toquecitos a la punta que seguro que ya asomaba en ese momento. Yo intentaba resistirme pero todo ese toqueteo notaba que me estaba comenzando a excitar. “20%” –dijo. Siguió acariciando mi clítoris ahora con dos dedos, tirando a veces de el para qué sobresaliera aún más. Creo que involuntariamente de mi garganta salió un gemido. “30% Muy bien, vamos avanzando” –dijo mientras miraba su teléfono. Siguió acariciándome toda la vulva de forma cada vez más intensa. Yo ya empezaba a notar que una humedad incontrolable se iba apoderando de mi vagina. “40% Parece que esto se está poniendo divertido” –dijo sonriendo. Yo seguía resistiéndome. No era posible que me estuviera excitando de aquella forma siendo objeto de toqueteos en contra de mi voluntad. Se me escapó un gemido involuntario y él solo sonrió al oírlo. “50% Veo que lo estás disfrutando” –dijo. Ahora noté que un dedo se iba abriendo paso en la entrada de mi vagina. Cuando el dedo conquistó su objetivo, mis fluidos ya descendían sin control por mi culo. “60% Cada vez te vas calentando más” –me decía. Ahora noté que entraba un segundo dedo y que me estaba penetrando y ejercía cierta presión en la parte delantera de mi vagina. “Oh no, ¡ahí está mi punto G! ¡Ah, qué rico!” –dije mordiendo mi labio.  “70%” –dijo. Ya no podía aguantar mucho más, mi cuerpo empezaba a convulsionarse como preludio de un majestuoso orgasmo cuando de pronto noté como salía de mi interior. “75% de excitación. No está nada mal. A partir del 75-80% normalmente las mujeres tenéis un orgasmo al mínimo estímulo. Ya tengo bien calibrado el sensor” –dijo con malicia en su voz. Un sofoco a la vez de excitación y de ira me invadió completamente. Me había llevado voluntariamente hasta el borde del clímax simplemente para calibrar el dichoso aparatito. Yo necesitaba. Otra vez pareció leer mis pensamientos. “Ahora levántate y no se te ocurra hacer nada para desahogarte. De hecho, te he puesto este sensor para detectar cuando estás excitada y, por supuesto, si llegas al clímax” –dijo mirando mis ojos que estaban cargados de excitación.

Yo me levanté pero como que con las manos a la espalda no me podía tocar, intenté apretar mis piernas pero no conseguí nada en absoluto. “Te aviso que a partir de ahora no podrás acabar sin mi permiso, con el sensor podré saber perfectamente si me desobedeces durante la semana. No hace falta que te recuerde lo que pasaría si me desobedeces” –me advirtió. ¡Horror! Ahora mi vida sexual estaba totalmente en manos de ese maníaco que me tendría permanentemente controlada, no solo mientras estuviera con él sino todos los días, absolutamente todos. “Sí, señor. Lo sé perfectamente. No le desobedeceré” –le respondí. “Bien, pues hoy ya hemos terminado. Ahora te duchas a conciencia y ya podrás irte. Por cierto el baño y la ducha está en esa puerta de enfrente” –dijo. Miré y vi la puerta que indicaba. Una puerta de cristal con las paredes a derecha e izquierda también de cristal, por lo que se veía perfectamente el interior, equipado con un inodoro y una ducha. Podía haberlo previsto, tendría que ducharme sin ninguna intimidad aunque ya, a estas alturas ya no sé si se podía estar más humillada. Me encaminé al baño y me dirigí directamente a la ducha. También tenía ganas de orinar pero bajo ningún concepto lo haría así, con público, así que decidí aguantarme un poco más. Me duché, realmente a conciencia porque varias veces, detrás del cristal, me insistió que así debía hacerlo. La ducha ayudó a bajar un poco mi excitación y una vez seca salí de aquel baño. “Ahora ya puedes irte. Otra cosa…” –dijo deteniéndose por un momento. Empecé a sudar por lo que podría venir a continuación. “A partir de mañana y durante toda la semana no puedes llevar en ningún momento ropa interior. Como siempre vendrás el sábado a la 08:00 hrs. en punto” –me dijo en tono de orden. “Sí, señor. Como usted lo desee” –le dije.

Rápidamente me encaminé hasta la puerta por donde había entrado. Al salir me encontré a la Sra. Marlene que me miraba con una sonrisa de satisfacción “Recuerda las instrucciones de tu Amo” –me dijo. “Lo tengo claro, no olvidaré ninguna de las indicaciones que me dio” –le respondí.

Yo recogí mis ropas del armario y me las puse a toda prisa. Cuando salía a la calle aún estaba acabando de abrochar el último botón de mi blusa. Me fui a casa, al llegar me tiré sobre la cama y me puse a pensar en lo que había vivido, aun no podía entender porque me había calentado la forma en que me tocaba, aunque me sentía sucia, también me sentía deseosa de continuar experimentando lo que ese pervertido ser tenía reservado para mí.

  

Pasiones Prohibidas ®

1 comentario:

  1. Uyyyy que rico relato me encantó cada línea cada detalle como siempre exquisito Caballero

    ResponderBorrar