sábado, 25 de enero de 2025

72. Los problemas de Ana 4

 

Llegué a casa, y me fui directamente a la ducha. Las marcas de los latigazos seguían bien visibles y los labios de mi vagina seguían hinchados pero iban recuperando su color original. Al recordar lo que había sufrido tuve un estremecimiento, nunca más volvería a desobedecer porque no quería sufrir de nuevo aquella tortura. Los dos primeros días los pasé en casa sin hacer prácticamente nada porque hasta el jueves no tenía otra entrevista de trabajo.  El miércoles por la mañana, al levantarme fui a la ducha y vi la insolente cajita. Debía obedecer y ahora era el momento. Después de secarme completamente abrí la cajita y tomé el huevo vibrador. Era bastante grande así que lentamente fui metiéndolo en mi pobre vagina que quedó bastante llena. Recordé con amargura las palabras de aquel hombre recordándome que él tenía el control completo sobre el artilugio y que no podría quitármelo hasta el sábado. Fui a prepararme el desayuno cuando noté un cosquilleo en mis entrañas. ¡El muy maldito había activado el vibrador!  Así estuvo un buen rato, variando el grado de intensidad. Yo no pude probar bocado porque aquella cosa me estaba encendiendo e incluso me arrancó algún gemido involuntario. Afortunadamente, después de un cuarto de hora aquello paró dejándome continuar con mi rutina diaria.

A media mañana ya me había olvidado del aparato cuando volvió a activarse pero esta vez provocándome pequeñas descargas punzantes. Las de mayor intensidad me obligaban a doblarme completamente, cayendo de rodillas al suelo. Cuando llegó la noche y me disponía a ir a la cama había recibido durante toda la jornada una tanda de descargas y 5 de vibraciones, entre 10 y 15 minutos cada una. Una vez tumbada en la cama otra nueva vibración inundó lo más profundo de mi vagina. No sé si esta vez porque la intensidad era mayor o por lo acumulado durante el día o bien por mi largo tiempo de abstinencia que mi excitación empezaba a ser preocupante. Notaba la humedad de mi vagina que, al no llevar bragas, no podía controlar de ninguna forma. Solté algún gemido e instintivamente mi mano fue a encontrarse con mi clítoris que estaba pidiendo caricias. Con solo rozarlo me estremecí, necesitaba acabar pero rápidamente me vino a la mente la tortura que había sufrido por mi desobediencia anterior así que retiré la mano e intenté relajarme, cosa demasiado difícil en mi penosa situación. Finalmente la vibración cesó y no sin dificultad conseguí conciliar el sueño.

Al día siguiente me despertó otra vibración intensa en mi vagina. No poco enojada logré levantarme pero la intensidad esta vez era tal que caí al suelo hecha un ovillo con mis manos intentando proteger externamente en vano mi zona púbica. La excitación era brutal y finalmente al detenerse noté como la cara interna de mis muslos estaba completamente empapada de mis fluidos. Necesitaba un orgasmo urgentemente pero sabía que no estaba a mi alcance si no quería recibir otro castigo. Así que, casi a la carrera, fui al baño a darme una ducha lo más fría posible. Conseguí calmarme y también me animó el hecho de que al verme en el espejo, noté que las marcas de mi cuerpo seguían desapareciendo. Intenté olvidarme de lo mucho que necesitaba desahogarme haciendo limpieza general de mi departamento pero no pasó ni una hora cuando otra vez la dichosa vibración despertó mis sentidos. Después de este último episodio quedé totalmente fuera de mí. Parecía que mi corazón me iba a salir por la garganta, tenía los pezones tensos y mi vagina parecía que se iba a prender en llamas de un momento a otro. Corrí al baño y me apliqué en la entrepierna una toalla mojada en agua fría que consiguió aliviarme un poco. En una hora tenía que asistir a la entrevista pero en aquellas condiciones decidí no hacerlo. ¡Mierda! El puesto de secretaria de administración parecía ser interesante pero no me podía arriesgar a presentarme así. Con todo, me preparé para salir aunque fuera a la tienda de la esquina. Mi despensa estaba prácticamente vacía y no pensaba en absoluto morirme de hambre. Salí a la calle intentando cruzarme con el mínimo de gente posible. Tal y como me ordenaron llevaba una minifalda de mezclilla y sin nada debajo. Aunque había elegido la blusa más recatada posible, el movimiento de mis pechos mostraba claramente que no llevaba sujetador, hecho que también se veía corroborado por las marcas que mis pezones hacían sobre la tela. Me sentía totalmente vulnerable.

Entré en la tienda, dándome prisa compré todo lo necesario. Finalmente fui a pagar al dependiente. “¿Cuánto es?” –le pregunté. El dependiente me miró de arriba a abajo. Era un chico joven, de unos veintitantos a quien parece que le gustaba todo lo que veía. “Son $10.550” –me respondió mirándome con unos ojos llenos de lascivia. Cuando estaba abriendo mi bolso, noté dentro de mí un ligero cosquilleo preludio de una fuerte vibración a compases regulares. Creo que me convulsioné y mis ojos seguro que eran un poema. “¿Le pasa algo?” –me preguntó el dependiente. “Todo está bien, gracias por tu preocupación. ¿Tienen un baño?” –le dije con una sonrisa un tanto fingida. “Claro, al fondo a la derecha. Es el que usamos los empleados” –respondió amablemente, entregándome la llave. No acabé de escuchar lo que me decía, dejé en el suelo la bolsa con los alimentos y me fui directo al baño intentando no perder la compostura. Al menos allí podría esconderme hasta que pasara el tormento. Me senté en la tapa del inodoro, intentando ahogar mis gemidos. El joven dependiente seguro que intentaba sacar tajada de la situación porque me había seguido. Oí abrirse la puerta exterior de baño y de pronto sonó su voz a través de la puerta de mi cubículo, algo más alta que un susurro. “Si necesita que le ayude estoy a su servicio” –me dijo el dependiente. Estuve realmente tentada a abrir la puerta y apagar con el chico mi calentura pero conseguí sobreponerme. “No, no, muchas gracias. Ya se me ha pasado” –le dije con resignación. Efectivamente, la vibración había terminado y aproveché para recomponerme un poco y secarme los rastros de humedad. Oí al chico marcharse. Cuando me creí con fuerzas salí y sin decir nada para que no se diera cuenta de mi rubor, dejé el dinero y la llave en el mostrador,  recogí la bolsa y me fui a paso ligero de nuevo a casa.

El día fue pasando con dos nuevos episodios que me obligaron a volver a meterme en la ducha. Creo que estaba llegando al borde de la histeria cuando recibí una llamada. Era de la empresa de la entrevista que quería saber el porqué de mí no asistencia. “Es que he tenido fiebre estos días y no me sentía con fuerza para ir” –dije mintiendo descaradamente. “Bueno, pues deseo que se mejore. Si realmente le interesa el trabajo puede venir a otra entrevista el próximo martes, a la misma hora” –oí al otro lado del teléfono. “Muchas gracias. Se lo agradezco” –dije cortando la llamada. Realmente no sabía si podría ir. Era totalmente consciente que mi vida ya no me pertenecía y que por tanto no podía hacer ningún tipo de plan. El jueves pasó no sin un par de nuevos episodios de vibración con  intensidad media que me dejaban cada vez con todo el cuerpo palpitando y el corazón acelerado. Me fui a dormir. Realmente dudaba si mañana podría resistir toda la tensión acumulada o si finalmente sucumbiría al deseo irrefrenable que se había apoderado de mí.

El viernes empezó como el día anterior, con mi vagina vibrando intensamente y yo revolcándome de desesperación en la cama, pero este episodio afortunadamente pasó. El resto del día fue bastante llevadero. Los episodios de vibración eran prolongados pero de baja intensidad. A pesar de ello todo tuve que luchar con todas mis fuerzas contra lo que mi cuerpo necesitaba. Estaba tan sensible que el roce de la ropa me daba escalofríos y por tanto opté  por estar desnuda todo el día, visitando la ducha varias veces para intentar detener el calor que generaba mi maltratada vagina. Al llegar la noche volví a notar unas descargas eléctricas como el primer día que me obligaron a tirarme al suelo hecha un ovillo pidiendo a gritos piedad aunque sabía que nadie escucharía mis súplicas. Esa noche tuve un sueño de lo más caliente. Era una especie de diosa que me pasaba el día cogiendo de todas las formas imaginables. Así que cuando desperté el sábado ya estaba empapada. Cuando llegó de una abrumadora sesión de vibración que me dejó al borde del orgasmo. Estaba tan mojada que empecé a tener que hacer esfuerzos para que el infernal aparatito se mantuviera en su sitio y no se saliera, ya que al no llevar bragas no había nada que lo pudiera detener excepto mis ya muy dilatados músculos.  Me duché y me vestí para ir de nuevo a ver a mis torturadores. Tenía la esperanza que hoy se pondría fin a mi tortura así que a la hora en punto llegué a la oficina. Allí ya me esperaba la señora Marlene que no me quitó ojo mientras me desnudaba. Durante el trayecto, el roce de la blusa había puesto mis pezones más duros aun, tanto que empezaban a dolerme. Al verme allí, desnuda con claros síntomas de excitación e intentando mantener juntas las piernas para que el objeto torturador no se cayera pareció divertirla ya que mostraba una sonrisa de oreja a oreja.

 “¡Estás bien caliente puta! ¡Ya puedes pasar!” –me dijo. Pues efectivamente tenía razón. Estaba a cien, deseando únicamente mi orgasmo negado. Necesitaba sexo y no me importaba con que o con quien. Al darme cuenta de lo que estaba pensando me ruboricé al tiempo que entraba en la estancia del Director. “Buenos días Anita, ¿cómo ha ido esta semana?” –me preguntó. Yo no le contesté. Me limité a seguir avanzando mirando al suelo y subir a su mesa como las otras veces. Al ponerme en cuclillas y separar las piernas sentí más vergüenza que nunca. Sin remedio se iba a dar cuenta de lo húmeda que estaba y eso me humillaba aún más. “Uy, ¿Qué tenemos aquí? Estás muy mojada. ¿Se puede saber cómo te atreves a presentarte ante mí de esta manera tan indecente?” –me dijo con molestia. Lo siento señor, es que el huevo vibrador me ha afectado mucho y…” –fue lo que alcancé a decir. “Quizá tengamos que hacer algo al respecto. Ponte esto” –dijo entregándome un antifaz negro que me coloqué al momento. Ahora ya no podía ver nada. Estaba allí, encima de la mesa, expuesta y secretando fluidos a la espera de ver lo que me deparaba. “¿Quieres que lo saque?” –me preguntó. “¡Sí, por favor, con cuidado!” –le respondí. Ya antes de decir sí,  ya había notado el contacto de sus dedos que pugnaban en la entrada de mi vagina. Me estremecí por completo cuando noté que el huevo salía de mi interior. Ahora sí que debía estar chorreando ya que noté como la humedad descendía por mis muslos.

De pronto, noté como un dedo se metía en mi vagina, mientras otro daba círculos sobre mi exacerbado clítoris. “¡No, no puedo más!” –logré articular. “¿Estás bien Anita? ¿Necesitas algo?” –me preguntó en tono burlesco. “¡Si, necesito acabar, necesito un orgasmo, por favor!” –le dije con desesperación. “Uy, Anita, ya sabes que eso lo tienes prohibido” –me dijo. “¡Por favor, se lo suplico!” –le decía con lujuria. Mientras yo pedía compasión su dedo hábilmente había llegado a mi punto G. Mis piernas no tenían fuerza y estaba a punto de perder el equilibrio. “¡Por favor, no me torture más!” –le decía. “No es una tortura, ¿no ves lo bien que te lo estás pasando?” –me dijo él. Noté como iba a empezar el orgasmo cuando paró la estimulación en seco. Mis manos intentaron acabar el trabajo pero fueron rápidamente detenidas. “¡Ya sabes!” –dijo en tono de advertencia. “¡Por favor, se lo suplico cójame ya! ¡No lo resisto más!” –grité de rodillas. “¡Vamos cójame como desee, no me haga sufrir más!” –le suplicaba. “¿Así que quieres que te caja, Anita?” –me preguntó. “¡Si por favor cójame, soy toda suya!” –le respondí. Estaba totalmente descontrolada y no era consciente de lo que decía. De un empujón me tumbó de espaldas sobre la mesa y agarrándome por la cintura me arrastró para que mi culo quedara en el borde. Dobló mis piernas para que quedaran los pies también sobre el borde de la mesa. Así mi palpitante vagina quedaba a merced del que ya empezaba a considerar mi Amo y Señor. “¿Así que quieres ser mi perrita?” –preguntó con tono de sorpresa.  “¡Sí por favor! Seré su perrita, su perrita, lo que usted desee que sea” –le respondí suplicante. De pronto, sin aviso noté como me la metía de una sola envestida. Emití un grito pero no de dolor, ya que estaba totalmente lubricada y abierta, sino de puro placer. No creo que llegara ni a la tercera o cuarta envestida cuando toda la tensión acumulada desembocó en una oleada indescriptible de placer que inundó todo mi ser, dejándome temblando de pies a cabeza, pero tal era mi estado de excitación que no tardé mucho en volver a explotar en un segundo orgasmo indescriptible. Estaba agotada y seguía sin ver nada pero noté que me bajaba de la mesa y una vez los pies en el suelo, me inclinó hacia adelante hasta que mis pechos quedaron aplastados en la superficie de la mesa. Sentí de nuevo la fuerte penetración desde atrás y en poco tiempo acabé en un nuevo orgasmo que provocó que mis piernas  flaquearan y cayera de rodillas al suelo. No sé cómo pasó pero me encontré de pronto con una verga en la boca que empecé a chupar con devoción. Estaba húmedo y olía a mí, pero en ese momento no me importaba en absoluto. Seguí chupando hasta que un chorro de semen me inundó la boca haciendo que casi me atragantara.

Me quedé allí, de rodillas y con la cara cubierta de semen, humillada y siendo ahora consciente de lo que había hecho. “Quítate el antifaz” –me dijo. Pude ver al jefe, ahí delante de mí, ya perfectamente vestido pero con cara de satisfacción. Un poco detrás estaba la señora Marlene que seguro que no había perdido detalle. “Has acabado, no una sino tres veces y ya sabes que no lo tenías permitido” –me dijo seriamente. Un sudor frio descendió por mi espalda. “¡Pero señor, usted me cogió, me usó a su antojo!” –exclamé con un poco de desesperación. “A ver Anita, yo te cogí porque tú me lo has pedido, y esta vez he querido complacerte, pero eso, de ningún modo, no te exime de cumplir tus obligaciones” –me dijo él. “La sesión de hoy ha sido muy gratificante, tenemos fotos y videos en abundancia que podríamos hacer circular ahora mismo” –dijo la señora Marlene. “¡No, por favor, no! ¡Les suplico no lo hagan! ¡Haré lo que me digan!” –dije mostrando el máximo de sumisión de lo que era capaz. “Está bien, Marlene te la dejo. Esta vez tú te encargas de ella. Después vuelvo” –dijo mi Amo saliendo de la estancia.

Así me quedé a solas con la señora Marlene que me mostraba una fusta amenazadoramente. “Bien zorra. Para empezar colócate esto” –dijo dándome un dildo de considerable tamaño. Tomé el aparato y estando como estaba de rodillas separé las piernas y me lo metí en la vagina. No fue muy difícil ya que aún estaba muy mojada. “¡Hasta el fondo!” –me ordenó. Cumplí la orden hasta que la punta del aparato tocaba ya mi cérvix. “Ahora acércate gateando sucia puta” –me dijo. Avancé hasta ella. Al ir de esa forma mis tetas colgaban libremente y se bamboleaban ostentosamente. Noté que el aparato comenzó a vibrar en mi interior y entonces me di cuenta que ella tenía un mando en la mano que me imaginé que debía ser su control. “Ahora quítame los zapatos y lámeme los pies” –dijo en tono de orden. Debía obedecer, ya que estaba totalmente en sus manos. Ahora lo que ella deseaba era humillarme aún más y lo estaba logrando. Lamí sus pies durante un buen rato, mientras el consolador seguía haciendo su trabajo volviendo a elevar mi grado de excitación. De pronto la señora Marlene se apartó un poco de mí y vi cómo se quitaba los pantalones mostrando su culo desnudo en el que solo se veía el hilo del tanga. Finalmente se dio la vuelta y se sentó cómodamente en una butaca. Efectivamente llevaba un tanga de color negro, que dicho sea de paso se le veía muy bien a pesar de su edad. “¡Acércate perrita!” –me ordenó. Volví a acercarme a ella y mi instinto me estaba preparando para una nueva humillación. “Ahora quítame el tanga con los dientes” –me dijo con sensualidad. La tarea no era nada fácil. Empecé bajándole los cordelitos por los lados pero llegué a un punto muerto donde no podía avanzar más en la tarea encomendada. Era necesario actuar sobre la tela triangular así que acerque mi boca a su pubis, notando un ostensible olor a concha húmeda. No sin esfuerzo logré finalmente quitarle la tanga, dejando al descubierto su brillante vagina, totalmente depilada. Seguro que estaba muy caliente como yo en estos momentos por el continuo trabajo del consolador. “¿Te gusta lo que ves?” –me preguntó. No sabía que decir. “¡No te gusta entonces!” –exclamó con un tono airado. “Sí, claro que me gusta” –acerté a decir rápidamente. “Bien, mejor para ti. Como te gusta tanto ahora vas a comértela toda hasta que yo te diga que pares” –me dijo ordenando. En el fondo esperaba que la cosa llegara a este extremo pero igualmente esa orden me impactó. Yo nunca había chupado la vagina de otra mujer, al menos de forma consciente y realmente no pensaba que alguna vez llegaría a hacerlo.

Sin más me lancé a chupar ese coño que se me ofrecía al mismo tiempo que noté que el ritmo de mi consolador aumentaba. Chupé todos los recovecos del sexo de Marlene hasta que me centré en su clítoris donde insistí durante un buen rato. Mi entrepierna ya estaba ardiendo y faltaba poco para que llegara al clímax así que mis lametones iban acompañados de  mis propios gemidos. De pronto un chorro de líquido me inundó la cara al tiempo que la mujer gritaba de placer. Solo unos segundos después, cuando aún no había ni podido apartar mi cara de su entrepierna, llegó mi turno, un orgasmo brutal me nubló los sentidos haciéndome caer de bruces al suelo. “Muy bien zorrita, lo has hecho muy bien, así que creo que podremos perdonar por esta vez tu calentura” –dijo ella intentando hablar con su respiración agitada. Se levantó de la silla y mientras se recolocaba la minúscula ropa interior me dijo: “¡Sígueme!”. La seguí gateando con mis bamboleantes tetas.

Al llegar a otro rincón de la estancia me dio la orden de levantarme y colocarme con las piernas abiertas sobre una especie de pie de sombrilla que estaba anclado al suelo. “Ahora quítate el consolador que necesito tu agujero para otra cosa” –me dijo con perversión. Le hice caso mientras vi que ajustaba una barra de acero que acababa en punta dentro del pie de sobrilla. Ahora liberó un mecanismo de retención que le permitió subir la barra hasta introducirse profundamente en mi vagina. Finalmente volvió a apretar el retenedor para evitar que la barra volviera a descender. “Perfecto, ahora te pondré unas esposas” –me dijo con tono lujurioso. Así fue, me colocó unas esposas en las muñecas por la espalda y así quedé, vilmente empalada y a su completa disposición. Vi cómo se acercaba con una jeringa y noté el pinchazo de una inyección en mi brazo derecho “¿Qué me pone?” –le pregunté preocupada. “Solo es un combinado de hormonas y afrodisíacos como el de la última vez, para mantenerte siempre, digamos a tono. Ahora te quedarás aquí quietecita. Por otra parte no creo que puedas moverte mucho” –me respondió con una sonrisa. Diciendo esto me dejó, allí sola. En estos momentos entendí como había llegado a este grado de excitación incontrolable.

La mujer tenía razón. No tenía prácticamente ninguna movilidad. Empalada como estaba no podía ni avanzar ni retroceder, solo rotar sobre mi misma. Intenté ponerme de puntillas para poder elevar la cadera y liberar mi vagina del objeto que me tenía, pero fue del todo imposible, estaba demasiado dentro de mí para que pudiera liberarme. Viendo la imposibilidad de quitarme aquello dejé de luchar y me quedé allí esperando a ver qué sucedía. Creo que pasada más o menos una hora apareció de nuevo mi Amo. “Pobre Anita, veo que Marlene te ha dejado en una posición un poco incómoda, ¿verdad?” –me dijo. “Sí Señor, empiezo a estar muy dolorida” –le contesté. “Bueno pues, ahora te liberaré, te tomas una ducha como siempre y ya puedes irte. Recuerda de ponerte el huevo antes de irte. A partir de ahora lo llevarás siempre y recuerda que sigues sin poder acabar sin mi permiso sino ya sabes lo que sucederá. El dosier de fotos y videos que tenemos es francamente muy jugoso. Por cierto, debes asistir a la entrevista que tienes el martes” –me dijo. Mientras decía esto me liberó y yo me preparé para irme lo más rápidamente que pude de esa espantosa estancia. Ahora ya sabía que me controlaban casi permanentemente y eso hacía cada vez más difícil que pudiera escapar de sus garras.

Antes de salir la señora Marlene me dijo: “Putita, ha sido demasiado genial que me hicieras acabar con tu sucia lengua. Quiero que me visites los jueves en la noche en mi casa para que me des placer”. “Lo haré y espero estar a la altura de sus requerimientos” –le respondí. Anotó en un pedazo de papel su dirección y me dijo: Más vale que seas puntual, conmigo te ahorras el tema de vestirte, te pones solo un abrigo y ya”. Quería que fuera completamente desnuda, pero debía ser obediente. “Será como usted diga señora Marlene. Me pareció un tanto descabellado andar desnuda en la calle, pero también excitante, ya que nunca se me hubiese ocurrido hacer algo así.

El martes me arreglé para ir a la entrevista, al llegar a la recepción había una hermosa chica y le dije que tenia una entrevista de trabajo. Al preguntar mi nombre y yo responderle me quedó mirando con algo de asombro, me sentí incomoda con su mirada, pero me dijo: “Pase al piso 15, ahí la esperan”. Me fui hasta el ascensor, al bajarme había solo un par de escritorios, una mujer salió a mi encuentro y me dijo: “Es un gusto conocerla. Haremos esto rápido”. Me indico que tome asiento y me dijo: “Estoy enterada de muchas cosas suyas, aunque no lo crea, pero a pesar de eso quiero ofrecerle el puesto de secretaria, pero quiero que trabaje para mí”. Sentí palpitar mi corazón con fuerza, no podía creer que tan enterada estaba esa mujer de mis cosas. “Sé que en debajo de lo que tiene puesto anda sin bragas ni brasier, sé que es la puta del Director de la empresa que me la recomendó y sé que tiene prohibidos los orgasmos” –me dijo. No sabía que responder, ella tenía información que nadie tendría, por lo que buscando en mi mente le respondí: “Todo lo que usted dice es cierto”. “Muy bien, quiero que se quite la ropa” –me dijo. “¿Es enserio lo que me pide?” –le pregunté, ella me miró sería y contestó: “¿Cree que estoy jugando? No tengo tiempo para jueguitos, hará lo que le indiqué o simplemente la entrevista queda hasta aquí”. Con más dudas que certezas me empecé a quitar la poca ropa que llevaba, ella me miró y se mordía el labio en señal de que le gustaba lo que veía, tampoco puedo negar que la mujer no me era indiferente, vestía como una ejecutiva, se veía sensual y candente. Abrió las piernas y me indicó su vagina, tampoco tenía bragas puestas, su vagina estaba tan húmeda como la mía. Me acerqué gateando a su entrepierna y se la empecé a lamer con lujuria, me sentía tan caliente haciéndolo que acariciaba mi concha con perversión, la mujer gemía sintiendo el recorrido de mi lengua en su clítoris, sus gemidos eran delirantes y me calentaba. “¡Eso, sigue así! ¡Se nota que has aprendido bien tu papel de puta!” –me decía. Pasaron solo algunos minutos y la sensual mujer estaba teniendo un delicioso orgasmo. “Ahora es tu turno” –me dijo. No sabía si dejarme llevar, como tenía prohibidos los orgasmos. “Tranquilízate, fuiste entrenada para ser mi puta. Ese folder con tus fotos y videos no serán molestia para ti, porque ahora me perteneces” –dijo. El comentario por alguna razón me calentó mucho más, no sabía que había visto esa mujer en mí para querer que fuera su puta, tampoco entendía lo duro del “entrenamiento”, pero sentí alivio. Me entregué por completo a esa lengua exquisita que me recorría y a los dedos pervertidos que me penetraban, comencé a gemir tan fuerte que podía escucharse en el piso. Cuando estaba a punto de acabar, apretaba mis piernas e intentaba contenerme, no porque se me obligara a hacerlo, sino porque quería que ese delicioso placer no tuviera fin.

Fueron varios minutos de lucha interna, hasta que exploté en un perverso orgasmo, mi cuerpo se estremecía y temblaba, mis fluidos salían profusamente de mi conchita y sentí como ese puto huevo vibrador salió expulsado a causa del voraz orgasmo. “Señora, ha sido maravilloso” –le dije sin parar de gemir. “Siempre que te comportes como la puta que eres obtendrás placer, si no lo haces, ya sabes dónde te enviaré para que seas castigada” –me advirtió. Cuando terminamos, hablamos sobre los términos del contrato que debía seguir y lo que se me pagaría por ser la secretaria de esa mujer, estuve de acuerdo y firmé. Me entregué a ella por completo y lo disfruté por primera vez. Hizo una llamada y dio: “Ya es tiempo que destruyan ese folder con los archivos de Ana, no quiero que la acosen ni que hagan nada a mis espaldas, ahora la puta es mía” –dijo y cortó la llamada. Sin duda era quien tenia el control de todo, se le notaba en su forma de hablar. “Aquí solo atendemos a gente importante, para eso, estarás desnuda, pero nadie se atreverá a ponerte las manos encima, ya que cada Dominante respeta la propiedad del otro. Tú solo estás para mi placer y obviamente para hacer labores administrativas cuando se te requiera” –me dijo. Yo estuve totalmente de acuerdo con lo que me decía, al fin mis problemas habían terminado.

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

1 comentario:

  1. Wao me encantó estaba delicioso y sublime excitante y delicioso como siempre Caballero exquisito relato

    ResponderBorrar