Una mujer, que por la gargantilla de oro y el vestido azul largo de seda que llevaba no tenía pinta de puta, se sentó en un taburete que estaba al lado del suyo y le preguntó: “¿Tú no coges?”. A Sandro la voz le sonó familiar. “Yo no cojo con putas” – respondió él. “¿Qué haces en tan lejos de casa, Sandro?” –le preguntó la mujer. Levantó la cabeza y vio que era su tía Felisa. Cómo buen hombre, absorto por la situación, le respondió haciéndole otra pregunta: ‘¿Qué haces tú en un sitio como este, tía?”. “¡Soy la dueña del negocio!” –le responde mirándolo a los ojos.
Se le quedó mirando con cara de tonto y tartamudeando de incredulidad, preguntó: “¿La dueña?”. Le agarró el vaso con whisky, bebió lo que quedaba y le dijo: “¡Sí, la dueña! ¿Hay algo malo? Párate y vamos, te voy a llevar a casa. “No tengo prisa por volver a casa. ¿Trabajas aquí?” –le dice. La mujer no se enfadó, al contrario, se armó de paciencia y le dijo: “Ya te he dicho dos veces que soy la dueña. ¿No estarías pensando en follar conmigo?”. “Cada uno es guardián de sus pensamientos” –le responde él. Felisa lo miró con cara de enfadada y le preguntó: “¿Sería capaz de echarle un polvo a tu tía?”. La bebida se ve que lo había envalentonado, ya que le respondió: “¿Uno? Te echaría seis o siete”. La mujer se enfadó más con su sobrino y le dijo: “¡Te llevo a tu casa o le digo a tu madre que querías cogerme!”. Sandro se puso en modo soldado y le dijo: “Bueno, hazlo y yo le digo que tienes una casa de putas”. Felisa se carcajeó en forma burlesca y me dijo; “Ya lo sabe, lo que no sabe que tu padre y tú vienen aquí. ¿Quieres que se lo diga?”. “Obvio que no” –le respondió Sandro. “¡Entonces vamos!” –ordenó ella. Sandro para que no hubiese problemas en casa se fue con su tía. Felisa estaba rica. Tenía cuarenta y pocos años, era morena, más alta que Sandro, con un culazo, unas tetazas y era guapa.
Iban en su Audi Q5 color azul por una carretera. Felisa se desvió por la caletera y se metió a un terreno baldío y se paró entre dos pinos. Felisa se bajó y luego él también. Sandro le preguntó: “¿Esto es lo que parece?”. “No sé. Estoy hecha un atado de problemas. ¡Lo odio!” –dijo colocándose las manos en la cara. “¿A quién?” –preguntó él. “¡A tu tío!” –le respondió. “¿Qué te hizo?” –preguntó Sandro con curiosidad. “Me puso los cuernos y encima me dijo que lo hizo porque soy una puta. Y yo heredé una casa de putas, pero no soy una puta. Putas fueron mi bisabuela y mi abuela, pero mi madre, bueno, mi madre era algo puta, pero yo no lo soy, yo soy una mujer honrada” –le responde su tía casi al borde del llanto. Sandro se conmovió por el llanto de aquella mujer madura, pero sus intenciones eran más perversas. “¡Cuéntame! Estoy aquí para escucharte” –le dijo el muchacho a la sensual mujer. “¿Qué quieres que te cuente? ¿Quieres que te cuente que me he detenido aquí para meterle los cuernos a tu tío?” –le respondió al curioso muchacho, pero él siguió con sus preguntas: “¿Lo has hecho?”. “La idea era jodida, pero…” –dijo Felisa. “¿Ya no lo es?” –insistió Sandro. “Se me fue la rabia al dejar de sentir el ruido del motor” –le dijo la mujer. Sandro quería sacar provecho de la situación y terminar cogiendo con su tía, dijo lo que le vino a la boca: “Ya que estamos aquí, cuéntame lo de tu bisabuela y lo de tu abuela y de tu mamá”. “Es una historia muy larga” –le dijo la tía. Felisa le echó la mano a las llaves del contacto para arrancar el auto. Sandro le dijo: “Por un momento pensé que iba a perder la virginidad contigo”. Lo miró con cara de asombro y le preguntó: “¿A los diecinueve años aún eres virgen?”. “¡Sí!” –le responde su sobrino de forma escueta. “¡Me acabas de dejar de perpleja!” –le dijo ella. “Cuéntame la historia esa, así harías tiempo. Cuanto más tardes en volver a casa más pensará que lo estás engañando y más sufrirá. A lo mejor mientras lo cuentas acabas haciéndolo” –dijo Sandro con insistencia. Felisa le dijo de manera lenta y pausada: “Sí, seis o siete veces”. “¿Si te comiera la vagina sería meterle los cuernos?” –le dice Sandro. ¿Siendo virgen te has comido una vagina?” –preguntó la tía. “Un par de ellas y…” –alcanzó a decir Sandro cuando fue interrumpido por su tía. “¿Las hiciste acabar?” –le preguntó Felisa. “Sí, acabaron las dos” –respondió el muchacho.
Felisa tomó un cigarrillo mentolado, lo encendió y le dijo: “Olvídate de lamerme la vagina y de perder la virginidad conmigo. Te voy a contar la historia de mi casa de putas, pero lo haré para hacer tiempo y así hacer que tu tío sufra. Felisa comenzó a hacer tiempo, pero para follar a su sobrino. La historia se la contó más o menos de esta manera: “Mi bisabuela Vicenta era una mujer que no llegaba al metro cincuenta de estatura. Vestía de negro porque había enviudado y lo había hecho cuando mis abuelos todavía eran pequeños. La mujer trabajaba de sol a sol para darles lo necesario. En fin, los años pasaron y la mujer ya no se deslomaba tanto, pues mi abuelo Roberto y mi abuela Beatriz se hicieron mayores y ayudaban a la economía familiar trabajando en uno de los fundos de un hombre adinerado de esos años. Sandro abrió la ventanilla del auto, tomó un cigarrillo y le dijo: “Lo típico”. Felisa le dio fuego y siguió hablando. “Sí, una tarde de sábado Vicenta volvía de lavar la ropa en el río y encontró con su hija Beatriz de pie apoyada con las manos en la pared, con la falda levantada y con su hijo Roberto cogiéndola por la cintura y dándole al culo cómo si fuera un conejo. Puso la bañera con la ropa encima de la mesa y les dijo: ¿No os da vergüenza? Dejaron de coger. Beatriz se subió las bragas y le dijo a su madre: “Estamos practicando para ser puta y puto, mamá, pero la verdad es que tu hijo no creo que valga para puto, ya que esta es la décima vez que practicamos y aún no he acabado”. Roberto guardó la polla y le echó la culpa a su hermana. “Es muy lenta.” –le dijo. Vicenta vio una mina de oro en la idea de sus hijos y decidió enseñarles a follar. Les preguntó: “¿Seguro que quieren dedicarse a eso?”. Asintieron con la cabeza. “Vamos a mi cama, pero antes que uno le pase la tranca a la puerta” –dice mi bisabuela. Roberto fue a cerrar la puerta y después se unió a su madre y a su hermana. Ya en la cama, Vicenta, con dos dedos le abrió la vagina peluda a Beatriz, que estaba desnuda, puso un dedo sobre el clítoris, miró donde estaba Roberto, que también estaba desnudo, y le dijo: “Esta cosa tan pequeña es la que hace que una mujer acabe más fácil”. “¿Cómo se llama?” –le preguntó Roberto. “Puedes llamarle cómo quieras” –respondió Vicenta. “Yo creía que una mujer acababa al metérsela” –le dijo Roberto inocente. “También acaba así, pero no cómo coges tú con tu hermana, de ese modo no vas a conseguirlo nunca. Les voy a enseñar todo lo que debéis saber para ser una buena puta y un buen puto. A ver si salimos de pobres. Lección para los dos: “Lamerle la vagina hasta que la mujer que acabe” –le respondió Vicenta. Beatriz le dijo a su hermano: “Aprende, Roberto, aprende”. Roberto vio cómo su madre le lamía la vagina a su hermana de abajo a arriba, primero con la punta de la lengua y después con la lengua plana. Pasado un tiempo le dijo: “¡Ahora hazlo tú!”. Roberto lamió cómo había hecho su madre. Beatriz comenzó a gemir. Poco más tarde le decía Vicenta: “Hazte a un lado y mira cómo acaba tu hermana”. Roberto le dejó el sitio. Vicenta lamió el clítoris de abajo a arriba, hacia los lados, lo chupó y Beatriz tuvo un delicioso orgasmo…”. Sandro la interrumpió para preguntarle: “¿Quieres que te coma la vagina, Felisa?”. “No creo que lo sepas hacer” –le respondió ella. “Te apuesto lo quieras a que acabas” –le dijo él tono desafiante. “¿Se la has lamido a alguna mujer?” –le preguntó Felisa. Sandro le respondió sin ningún reparo: “A dos, a Francisca y a Lucia”. “¡Mientes! Esas tienen unos maridos que las traen con la rienda corta. “No miento. Francisca me enseñó después de partirle la leña y a Lucía fue porque se lo dijo Paca” –le respondió el muchacho. “Ahora sí que te creo. Esas son uña y mugre. Lo que no me cuadra es que no te cogieran” –le dijo Felisa. “Yo quería coger después de que acabaron, pero me dijeron las dos lo mismo, que…”. Felisa sabía lo que le iba a decir. “Que podían quedar preñadas, pero por el culo no quedaban” –le dice ella.
A Sandro las palabras de su tía le dieron pie para preguntarle: “¿Coges varias veces con mi tío?”. “Sí” –le respondió ella. Sandro se las dio de entendido. “¿Y lo sabe lamer?” –le preguntó Sandro. Felisa le respondió: “Lamer un culo sabe cualquiera, hasta un perro sabe hacerlo”. Sandro siguió haciéndose el entendido en culos. “No creas, tiene su técnica” –le dice. Felisa lo entendió mal. “Tiene, tú vomitarías si me lo lames” –le dijo. “¿Vomitar? Va a vomitar tu vagina en mi boca si dejas que te coja el culo con la lengua y te coma la vagina” –le dijo el muchacho con osadía. “¡Tientas cómo el diablo!” –le dijo Felisa. “Soy un diablo comiendo vaginas. Echa el asiento ara atrás y reclínalo si quieres ver a un artista en acción” –le dijo el muchacho con aires de grandeza.
Felisa echó el asiento para atrás, lo reclinó, se quitó las bragas, levantó el vestido y se abrió de piernas. Sandro se arrodilló, metió la cabeza entre ellas, le abrió la vagina con dos dedos y lamió los labios antes de enterrarle la legua en él. Al sacarla envolvió su clítoris con la lengua y los labios, se lo chupó. Felisa le dijo: “¡Qué bien lo haces!”. Sandro al ratito dejó de chupar, volvió a lamer los labios, le levantó el culo con las dos manos. Felisa puso los pies sobre la puerta y el tablero. Le lamió y cogió el culo, luego mojó un dedo en sus fluidos y se lo metió dentro del culo al tiempo que volvía a envolver el clítoris con la lengua y los labios- Chupó hasta que Felisa acabó en su boca diciendo: “¡Qué delicioso orgasmo!”.
Al recuperarse del inmenso placer que había sentido, bajó el vestido, puso el asiento en su sitio, y le preguntó: “¿Quieres que siga con la historia o nos vamos?”. Sandro mirando para las bragas azules, que descasaban sobre la alfombra el coche, le respondió: “¡Sigue!”. “A ver. ¿Por dónde iba? Ah, sí. Al acabar de correrse Beatriz, le dijo su madre: Ahora tienes tú me tienes que hacer acabar, Beatriz. Una puta tiene que saber coger y comer vaginas.” Vicenta se quitó el vestido, el sujetador y sus grandes bragas blancas. Sus tetas eran del color de la leche y tenían grandes pezones. Sus piernas las tapaban una medias grises que se sujetaban con unas ligas negras y bajo las que se veían los pelos de las piernas. Su coño lo cubría una gran mata de vello negro. Roberto le preguntó: “¿Y yo qué hago?” –preguntó Roberto. “¡Cómeme las tetas!” –le encargó Vicenta. Roberto se abalanzó sobre sus tetas cómo un lobo, su madre le dijo: “¡Así no se comen unas tetas Se lamen, los pezones, se manosean con suavidad y se chupan, pero no se chupan cómo si quisieras sacar leche de ellas, se chupan con delicadeza”. Beatriz, mientras su hermano seguía las instrucciones que había recibido, le hizo a su madre todo lo que le había hecho a ella. Al rato Vicenta tuvo un delirante orgasmo y Roberto decía: “Una de dos, o se la meto a alguna de las dos o me hago una paja”. Cómo nadie le hizo caso sacó su verga y empezó a pajearse. Tan pronto cómo Vicenta se recuperaba, le dijo a Roberto: “Segunda lección: Cogerse a una mujer. ¡Ven y métemela!”. Roberto se la clavó a su madre de un empujón y acto seguido comenzó a darle como si la vida se le fuera en ello. Vicenta lo frenó en seco. “¡Para!” –le dijo. “¿Qué pasa?” –le preguntó asombrado. “Pasa que tal y cómo me cogías acabarías tú y yo no. Un puto no acaba hasta que la mujer que le paga no está totalmente satisfecha” –le dice ella. “¿Cómo lo hago?” –preguntó Roberto con curiosidad. “Te voy a coger yo a ti para que sepas cómo le gusta a una mujer” –le dijo Vicenta.
Sandro interrumpió de nuevo a su tía y le preguntó: “¿Me desvirgas?”. La mujer ya se cansó. “A ver, Sandro. ¿Tú eres tonto? Si te he traído al medio de la nada y he dejado que me comas la vagina y si te estoy hablando de las cosas calientes que ha vivido la familia para tener la casa de putas de la que soy dueña, y estoy sin bragas. ¿Para qué diablos será?” –le digo ella. “Para coger, para coger piñas de los pinos no va a ser” –añadió. Felisa tomó una manta que tenía en el asiento trasero, salió del coche y la tendió sobre la hierba. La noche estaba estrellada. La luna llena lucía en todo lo alto, cantaban los grillos, las cigarras. Sandro, que era un sentimental, le dijo: “Lo vamos a hacer bajo un manto de estrellas y con la música inigualable”. Felisa lo hizo callar. “Desnúdate, échate sobre la manta y déjate de tonterías sentimentales” –le dijo. “¡Qué poco romántica eres!” –le dijo Sandro. “¿Romántica? Estoy casada, tengo tres hijos, uno de ellos es un año mayor que tú y voy a coger contigo en medio de la nada. ¿Dónde mierda le ves tú el romanticismo a eso?” –le dice Felisa. “Visto así, tienes razón” –le respondió Sandro. Después de echarse el muchacho sobre la manta, se desnudó ella, luego se puso a su lado, le cogió la nuca con una mano y le metió la punta de la lengua en la boca. Con la otra mano le tomó la verga y lo masturbó, lo masturbó con la mano al revés, o sea se la agarraba con el pulgar hacia abajo, ese beso se fue transformando en uno apasionado, la mano apretándole la verga y masturbándolo, lo hizo acabar, dejándosela llena de semen. Al terminar de salir semen, le dijo Felisa: “Has acabado cómo un niño inexperto”. “Acabé cómo un cerdo” –le dijo él. “Para cerda yo” –dijo Felisa con una sonrisa traviesa. Felisa chupó el semen de sus dedos, luego lamió la de la palma de la mano. Con la lengua y los labios impregnados de semen le dio un beso con lengua y luego le dijo: “¡Eres un caramelito!”. “Y tú un bombón” –respondió Sandro. Lo besó en el cuello, luego en las tetillas. Después le tomó la verga por la base con su mano derecha y los testículos con la izquierda, corrió el forro y le pasó la lengua al glande, luego se la engulló completa, Sandro gimió como una nena y le hizo una mamada con la que Sandro gimió cómo una nena. Disfrutaba de la calidez de la boca de Felisa, la tomaba de la cabeza y le marcaba el ritmo, ella seguía frenética pegada a la verga de su sobrino. “¡Así, Felisa! ¡Sigue! ¡Me tienes vuelto loco!” –le decía gimiendo y respirando entrecortado. La sensación de eyacular estaba invadiéndolo, ella apretó la verga de su sobrino para detener el chorro, hasta que la liberó y Sandro gimiendo acabó y le llenó la boca de semen. Semen que Felisa se tragó sin desperdiciar ni una sola gota. Al acabar le dijo Sandro: “¡La chupas muy rico! ¿Me desvirgas ahora?”. “Tú tienes tanto de virgen cómo yo de santa. ¿A Francisca y a Lucía les diste por el culo o por la concha?” –le dijo ella. Sandro se confesó y contestó: “Fue por los lados”. “Lo sabía. Sería muy raro que una mujer no quiera seguir cogiendo después de acabar comiéndole la vagina. ¿A cuántas mujeres le contaste el cuento de tu virginidad para coger con ellas?” –le dice Felisa. “A unas cuantas. A las mujeres casadas les gusta coger con chicos vírgenes, igual que los hombres” –le responde Sandro.
La verga de Sandro se notaba que estaba haciendo el servicio militar, ya que no dejaba de estar en posición “¡firmes!”. Aquella verga, ni corta ni larga, ni gorda ni tan delgada, era el sueño de toda mujer. Felisa la cogió y la puso en la entrada del culo para coger a su sobrino. Sandro la tomó por la cintura y le dijo: “Ponme antes ese culo en la boca”. “Ahora resulta que eres más pervertido que yo” –le dice Felisa. “Lo harás o no” –le dice Sandro. “¡Sí, mi amor, lo haré!” –le dijo ella. Felisa le puso el culo en la boca y Sandro le lamió y le cogió el ano con la lengua. Poco después le decía: “Vas a hacer que mi vagina vomite otra vez”. “Tócate y acaba en mi boca” –le dijo el muchacho. Felisa estaba tan caliente que le sacó el culo de la cara y tomó su verga, la puso en su vagina y cogérsela hasta el orgasmo. Los alaridos de ella moviéndose encima podía escucharse si es que hubiera alguien en donde estaban, por suerte no había nadie en kilómetros a la redonda. Las hermosas tetas de la mujer que eran bañadas por la luz de la luna bailaban esa danza frenética de placer. La cara de puta que tenía era un deleite para los ojos de su sobrino. El placer era tan delicioso y perverso que cuando el orgasmo la atrapó, se empezó a retorcer, se agarraba las tetas y apretaba sus pezones. “¡Ah, que rico coges maldito!” –le dice.
Después de esto se derrumbó sobre él y lo comió a besos mientras acababa. Al acabar sacó la verga de la concha, se la frotó por el culo y se la metió hasta el fondo, ensartándosela en la concha una vez más, poco después Sandro acabó. Felisa sintiendo el semen en su caliente concha, metió dos dedos y se masturbó, le dijo: “¡Qué rico coges hijo de puta!” “Sí así lo dices es porque tú sabes coger, zorra” –le dijo Sandro. Sin parar de coger le dio una bofetada. “¡A mí no me llama nadie zorra!” –le dice ella. Sandro sonrió y le dijo: No te ofendas, si sabes que eres una zorra”. Le dio dos bofetadas, de un lado al otro. “Y menos se ríe de mí” –le dice Felisa. Sandro la amenazó: “¡A qué te pongo el culo ardiendo!”. Felisa le puso las manos en la garganta y apretando, le dijo: “¡Atrévete!”. Sandro se atrevió, sacó su verga y se la ensartó en el culo. Luego la empezó a nalguear mientras le daba verga a ese culo apetitoso de su tía. Entre más le apretaba la garganta, Sandro se la metía con más fuerza y la nalgueaba, el culo de Felisa ardia y ella gemía cediendo a la presión que ejercía en el cuello de su sobrino. Felisa le quitó las manos de la garganta al acabar de llenarle el culo de semen. “¡Te saliste con la tuya, desgraciado! ¡Me tienes el culo hirviendo!” –le dice ella. “La idea era que acabaras tú, pero no pude aguantar” –dice el muchacho. Ella besó tiernamente los labios de su sobrino y le dijo: “¡Casi lo consigues!”. La verga de Sandro seguía dura dentro de su culo. Felisa continuó moviéndose, cogiéndose el culo y masturbándose hasta que sintió de nuevo la verga de su sobrino latiendo y llenándole el culo de semen, en ese momento acabó ella. Felisa quiso hablar, pero el tremendo placer que estaba sintiendo no se lo permitió. Quiso mirar para su sobrino, pero sus ojos en blanco no le permitieron ver nada.
Al volver la calma dejaron de coger. Felisa ya le había metido los cuernos a su marido por haberle llamado puta. Los dos se quedaron tendidos en la manta mirando el cielo, Felisa le dice a su sobrino: “Tenias razón, es una noche hermosa. La luna y las estrellas fueron testigos de lo que hicimos”. Sandro había cumplido su fantasía de coger con su tía y lo disfrutó. Ella le dijo: “Soy zorra, puta y todo lo que puedas imaginar, pero lo puedo ser solamente contigo”. Sandro le dijo: “Eso lo sé, solo conmigo lo serás”. Se vistieron cuando los primeros claros de luz se empezaron a asomar, se subieron al auto y Felisa con el culo abierto y lleno de semen condujo para llevar a su sobrino a casa. Cuando llegaron, Sandro le dijo: “A ver si en la noche voy a la casa de putas para coger con la mejor puta del lugar.
Pasiones Prohibidas ®
Un buen relato Caballero como siempre exquisito
ResponderBorrarWaoo sin palabras...
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