Mi vida no era para nada monótona, tenía libertades que otras vecinas no tenían, podía salir cuando y donde quisiera, no estaba dedicada cien por ciento a las actividades de ama de casa abnegada, ya que trabajaba y tenía cierta independencia. Llevaba siete años de feliz matrimonio y al decir feliz, me refiero a todo ámbito. Me considero una mujer sensual con atributos que resaltan a la vista, de esos que roban miradas en la calle y más de un piropo obsceno, lo que me hace sentir como si mis pasos encienden llamas en el piso.
Alberto es un vecino nuestro, de 18 años de edad. En ese entonces yo tenía 35. Se había hecho amigo de mi marido e iba seguido a nuestra casa. Yo sabía, por las miradas de reojo que me hacía, que le atraía. Una tarde, como tantas en la que iba a casa a charlar un rato, la conversación nos fue llevando hacia el tema de los noviazgos, el amor, el sexo. Cuando fuimos profundizando la charla reconoció, no sin ponerse colorado, que nunca había estado con una mujer. Que me dijera eso me excitó mucho, la verdad no sabría definir el porqué, pero no entendía como un joven tan guapo no había conseguido tener sexo con alguna de su escuela o alguna amiga que sintiera el mismo deseo que él. Alberto es un chico de, alrededor de un metro setenta, tez blanca, atractivo. Estábamos en la cocina los dos, parados mientras tomábamos un jugo. A medida que la conversación seguía él se ponía cada vez más nervioso y cuando le pregunté por qué, me dijo que yo le atraía, que le gustaría cogerme. Su respuesta no me sorprendió mucho, ya que se lo pasaba seguido en casa, era evidente y en más de alguna ocasión noté la erección de su verga que avergonzado trataba de ocultar. “¿Te animarías a cogerme ahora?” –le pregunté. Se quedó serio mirándome, no articulaba palabra. Entonces insistí buscando la respuesta que quería escuchar: “¿Me cogerías ahora?”. Su silencio era sepulcral, aunque en sus ojos se notaba el deseo. Me acerqué a él y le puse las manos en el pecho. Él me abrazó y comenzamos a besarnos. Sentía su excitación y la mía. Lo tuve que separar para que no me dejara marcas en el cuello. Entonces empecé a acariciarlo, llevando la mano hacia su entrepierna, sintiendo su excitación. “Al parecer si te animarías cariño” –le dije dándole una sonrisa morbosa. Abrí el cierre de su pantalón y puse mi mano dentro, sintiendo que su verga estaba dura e iba creciendo. “no puedo creer que ninguna amiguita te haya querido comer esto tan duro rico que tienes entre las piernas” –le dije. Él seguía en silencio pero a medida que mi mano acariciaba su verga por encima del bóxer se le escapaban pequeños jadeos que hacían más excitante el momento. Le quité el pantalón junto con el bóxer, su verga saltó como un resorte, dura, venosa y lista para ser saboreada. Él la agarró pero yo le retiré la mano y le dije: “No chiquito, no lo hagas, déjame mostrarte lo rico que es coger”. Me puse de rodillas observando su desafiante verga, la tomé con mi mano y la piel del prepucio se iba corriendo de a poco a medida que se le hinchaba por la calentura, dejando aparecer el glande de color morado. Me animé a acariciarlo, primero con dos dedos y cuando sentí la suavidad de la piel, lo hice con toda la mano.
Me excitó mucho sentirlo tan duro y tan caliente. Le acaricié todo el tronco y después tomé con suavidad los testículos, que los sentí llenos, pesados, no sé cómo describirlo. Quité la piel del glande y me quedé mirándolo, sintiendo la atracción, las ganas de comerlo, de tenerlo dentro de mi boca. Decidí hacerlo, pero antes lo acaricié con los dedos. ¡Qué suave era! ¡Qué caliente estaba! ¡Qué dura! Tomé la verga con la mano derecha y despacio lo moví para arriba, abajo, el costado. Lo dejé para arriba y le di un beso suave en los testículos. Escuché una especie de gemido de placer por parte de él, entonces le di otro beso en el mismo lugar. Luego le di un beso en un lado del tronco, en el otro lado, con el glande rocé mi nariz y le di un beso en la punta y otro en el frenillo. Saqué la lengua y despacio, se la pasé por la punta, luego pasé por el frenillo, lamí toda la punta. El color morado fue dando haciéndole presión.
Él cada vez gemía más, entonces volví a meter todo el glande en mi boca corriéndole la piel con la lengua. No dejaba de masturbarlo y cuando sentí el gusto del líquido pre seminal me separé y vi un hilo que unía la punta de su verga con mi boca. La volví a tragar, con desesperación mientras lo masturbaba más fuerte, hasta que empezó a eyacular. Me llenó la boca de ese semen caliente y espeso, que fue bajó por la comisura de mis labios mientras seguía lamiendo y succionando. Mientras él me acariciaba la cabeza sentí que iba perdiendo dureza, así que me separé y me levanté para darle un beso en la boca para que sintiera el gusto de su propio semen. Él me abrazó y me tomó fuerte de los muslos mientras me levantaba un poco. “¡Sí, quiero cogerte ahora Tamara!” –me dijo. Le respondí que estaba en mis días y que eso sería imposible. Me insistió, yo me moría de ganas, pero a la vez no quería dejar un desastre digno CSI. Me insistió, me dijo que lo volvían loco mis tetas, mi culo y mis labios. “Después de la manera en que me la chupaste, ahora me gustan más” –me dijo. Los dos estábamos calientes y no quería dejar esa oportunidad de ser la afortunada en desvirgar a ese impetuoso joven.
Nos volvimos a besar con lujuria, esta vez sus manos recorrían mi cuerpo, era como su brasas ardientes quemaran mi piel por encima de la ropa, estaba tan caliente que la ropa ya era un estorbo, por lo que le dije que metiera las manos debajo de mi blusa y agarrara mis tetas, tenía los pezones duros, no sabía si mi vagina estaba empapada por mis fluidos de mujer caliente o por estar en mis días pero sentía que mi braga estaba pegada a mi vagina. “¡Ay Dios que tortura!” –le decía entre gemidos. En ese momento mi cordura se fue a la mierda y le dije: “¡Cógeme, hazme acabar rico con tu verga!”. “¡Quiero tu culo!” –me dijo. “No se lo he entregado ni a mi marido” –le contesté, pero me insistió diciendo: “¡Te prometo que lo haré despacio!”. Entregarle mi culo era el precio que debía pagar si quería disfrutar de su primera cogida, por lo que accedí sin contemplaciones. Estábamos hechos un par de fieras, nos besamos con mas lujuria y nos fuimos a mi habitación, la misma que comparo con mi esposo, para ese momento la lujuria reinaba en mis acciones, no sentía ni un remordimiento en ser infiel mucho menos coger en la misma cama con otro hombre. Por lo que me quité la ropa para que pudiera disfrutar de la vista de mi cuerpo y la calentura que me tenía poseída.
No terminé de cerrar la puerta con llave que ya estábamos besándonos como locos. Sus manos me recorrían con total libertad, incluso sus dedos rozaban mi clítoris, estallé en lujuriosos gemidos que me estremecían por completo, Sentía que la calentura hacía estragos en mi cuerpo, me tenía gimiendo como una vulgar puta, estaba totalmente entregada a esos rápidos movimientos de sus dedos que estimulaban mi clítoris. “¡Oh, mierda! ¡Qué rico me tocas cariño!” –le dije entre gemidos. Mis piernas temblaban, estaba al borde le orgasmo, no me podía sostener, estaba casi colgada del cuello de Alberto. En un arranque de calentura pasé mis uñas por su fuerte espalda, era lo más excitante y perverso que hasta ese momento había vivido. “¡Ay Dios mío! ¡Sigue, no pares!” –le decía mientras él seguía con sus dedos pegados en mi clítoris. De pronto, sentí como si mi cuerpo se desvaneciera y empecé a gemir más intensamente, con las piernas temblando y con un orgasmo tan intenso que me dejó casi sin fuerzas.
Con la calentura máximo después de tan delicioso orgasmo me use en cuatro sobre la cama y le dije: “¡Ahora es tiempo que me cojas Alberto!”. Me apoyé sobre el colchón y levanté las caderas ofreciéndole mi culo. Tomé su verga con la mano derecha apoyé la punta en el ano y me movía lentamente para que entrara. Me enloqueció el cosquilleo que me daba. Primero empujé yo y luego él lo hizo mientras meneaba las caderas. Él comenzó a bombear y le pedí que primero entrara toda. La tuve que volver a acomodar y nuevamente presionamos los dos juntos. Yo estaba muy caliente al sentir su rica verga que se abría espacio. Poco a poco sentí que entraba. Me daba un poco de dolor pero no dejé de presionar, sintiendo también el placer que me daba. Cuando iba por la mitad comenzó a bombear y ahí fui yo la que empezó a gemir de placer. En cada bombeo entraba más y le empecé a pedir que la metiera toda. Yo estaba en la misma posición que me había puesto y él me sostenía por la cintura. Como pude di vuelta la cabeza para darle un beso en la boca.
El bombeo era cada vez más fuerte y más grande era el placer que sentía yo. Parecía que me iba desmayar. No podía dejar de gemir y de gritar mientras trataba de aferrarme de alguna almohada porque mis gritos se debieron escuchar en todos lados, la verdad me importaba una mierda, solo quería que no se detuviera, sentía que su verga iba a reventar dentro de mi culo y yo con él. Cada vez iba más rápido, haciendo indescriptible el placer que sentía. Hasta que por sus gritos me di cuenta que acabó, podía sentir su verga descargándose en mi ano, eso me hizo acabar a mí. Nos quedamos un momento unidos y después nos separamos, despacio. La sensación de placer era increíble, mi culo estaba abierto, lleno de semen, en mis ojos había perversión, lujuria y deseo por este muchacho que me había llevado al cielo y al infierno en un viaje sin escalas. Nos besamos otra vez y para mi sorpresa su verga no había perdido vigor, por lo que me acomodé al lado de su muslo y se la empecé a chupar, quería sentirla otra vez en mi culo. La calentura era tal que me subí a horcadas sobre él, obvio no protestó. La tomé y la acomodé en la entrada de mi ano, esta vez entró con facilidad. Me empecé a menear lentamente, su cara de placer era un deleite para mis ojos. Mis tetas se balanceaban acompasadas por mis movimientos. Las tomé y apreté mis pezones. “¡Ay Dios! ¡Qué place!” –le decía entre gemidos. Alberto estaba aferrado a mis muslos y los apretaba, era todo un deleite coger con él, incluso llegué a dudar de que fuera su primera vez, pero se notaba su inexperiencia, pero no importaba, mientras estuviera conmigo aprendería muchas cosas perversas, no soy una santa, tampoco una puta pero a la hora coger puedo ser las más puta de todas y mi marido lo sabe.
Mientras me movía sentía como su verga se hinchaba más y más. “¡Ay, Dios! ¿Me vas a llenar otra vez el culo semen?” –le pregunté entre gemidos. Alberto solo sonrió y otra vez su verga empezó a soltar su viscoso semen en mi culo. Por demás está decir que también yo tuve un perverso orgasmo, fue tan intenso que caí sobre su pecho. “¡Tamara, en verdad me sorprendiste, jamás pensé que serías así de caliente” –me dijo. “Tú me pusiste así Alberto” –le dije. Nos besamos con la misma intensidad del principio.
Después de estar un rato largo besándonos me fui al baño a limpiarme, cambiar mi tampón y ponerme otras bragas, después fue él quien entró a lavarse. Bajamos a la sala y me dijo que se quería quedar conmigo pero le dije que no, mi marido estaba por llegar y debía arreglar la habitación y a ventilarla porque olía a sexo. Le prometí que lo haríamos todas las veces que quisiera. “Aquí sabes que tienes a la putita esposa de tu amigo para que te quite las ganas. Obviamente, estaba todos los días después de que llegaba de la universidad en mi cama y cogíamos como locos, obviamente aun lo seguimos haciendo total, este culo fue el primero que esa verga probó y por más que se otros culos se la coman a mi fue la primera a quien se lo dejó abierto y rebosante de semen.
Waooo que rico y exitante relato... Me sentí muy bien leyendo e imaginando que pudo haberme pasado a mí.
ResponderBorrarDesee ser yo quien le quitará las ganas a Alberto ese chico está bien para desenfrenar los instintos de su vecina.
ResponderBorrarGracias mi señor por escribir tan buenos relatos.
Ufff exquisito relato Caballero como siempre lleno de lujuria y perversión
ResponderBorrar