miércoles, 16 de octubre de 2024

30. Eugenia, la señora de los perros

 

Hola soy Gabriel , les mi última relación amorosa, esta fue con Eugenia una mujer de 55 años, divorciada, bajita de 1,60, morena, pelo largo, cobrizo. A pesar de su edad tenía un delicioso culo y un par de tetas bien proporcionadas.

La veía casi a diario, pues todos los días sacaba a pasear sus su perros a la misma hora y el mismo itinerario el cual pasa por la acera de enfrente a mis ventanas. Al principio no me llamó la atención, pero cuando comenzó la pandemia y tener que estar encerrados empecé a fijarme en ella al principio con un poco de envidia, ella paseando sus perros y yo sin poder salir a tomar el aire. Un día medio aburrido desde la ventana la saludé y ella me contestó muy alegre, así comenzó una bonita amistad.

Todos los días nos saludamos y poco a poco nos íbamos conociendo. Es cuando ya me fijé más en sus atributos y dejé volar mi imaginación de cómo sería en la cama. Cuando ya se pudo salir a la calle, la esperé para conversar, se alegró mucho y me dio un par de besos en las mejillas y yo la correspondí con un abrazo que agradeció y puede notar la dureza de sus tetas. En los paseos cotidianos pude averiguar que era divorciada y que vivía sola, su única compañía eran sus perros, que eran como sus hijos.

La invité a salir y al principio era muy reacia, por la mala experiencia que había tenido en su relación con los hombres, incluso estaba dudando de su sexualidad lo que me sorprendió y eso aun me dio más motivo para intentar conquistarla, el argumento era sencillo y complicado de llevarlo a cabo, para comprobar su sexualidad la mejor manera era saber si le gustaban los hombres o la mujeres, o quizás ambos.

Los días transcurrían entre paseos y confidencias pero siempre que quería hablar sobre cómo se las arreglaba cuando tenía sus necesidades sexuales desviaba el tema y me tenía mosqueado, sabía que me ocultaba algo pero tuve la paciencia para esperar que algún día lo contara. Después de dar el paseo correspondiente al punto de la mañana tomábamos un café un lugar cercano a casa y con el tiempo hasta logré invitarla a comer. La relación era cada día más estrecha pero el tema sexual seguía siendo tabú aunque se notaba que cada día venía más arreglada, incluso comenzó a maquillarse. Eso me animó a seguir intentando seducirla pero cuando intentaba algo mas siempre ponía la excusa de sus perros que eran su refugio.

Los días iban pasando la relación se afianzada siempre con indirectas pero de ahí no pasaban. Con el correr de los días ocurrió un hecho que sería determinante en nuestra relación. Un familiar cercano al que había visitado el día anterior dio positivo en coronavirus, enseguida me avisó y le avisé a ella. Fuimos a hacernos el PCR, afortunadamente los dos salimos negativos pero si que teníamos que guardar el confinamiento de 10 días.

Le sugerí ya que debíamos estar aislados y estábamos solos cada uno en su casa si podríamos pasarlo juntos. Ahora solo quedaba decir en qué casa pasábamos el confinamiento y no puso ningún inconveniente que fuera en la mía, ya que le gustaba como cocinaba y se fiaba de mí. Al rato ya estaba con su maleta y sus perros en casa. El día transcurrió de una forma normal hasta que llegó la noche. Estábamos en la sala sentados en el sofá, sus perros se veían más cariñosos con ella, jugueteaban, lamían su cara, ella se veía un poco incómoda con la situación. “No te sientas incomoda, son como tus hijos” –le dije. Eugenia sonrió traviesa. Ya más relajados me contó su secreto. “Desde que me divorcié no he estado con ningún hombre. Mis perros son quienes me satisfacen sexualmente y todas la noches antes de acostarme jugamos ese jueguito perverso” –me dijo. Me impactó su secreto y eso explicaba muchas cosas pero he de reconocer que estuve ágil. “Nunca he visto algo así, pero me muerdo de curiosidad” –le dije.

Me acerqué y la besé, al principio Eugenia un poco sorprendida no supo reaccionar, pero enseguida su lengua siguió a la mía y mis manos bajaron directamente a su vagina. Subí la falda que tenía puesta y entre su calzón metí mi mano y ya se estaba humedeciendo. Comencé notar como sus pezones ponían duros, así que endureciendo así que los ataqué por encima de la ropa, mientras verga iba creciendo por momentos. Un pequeño gemido salió de sus labios mientras lamía su cuello y mis dedos recorrían sus labios vaginales, le baje sus bragas mojadas y ataqué frenético esa vulva acostumbrada a recibir lengüetazos de manera asidua. Seguí hasta que mis dedos encontraron su clítoris. Debo decir que estaba caliente masturbándola y mi mano libre se encargaba de manosear sus exquisitas tetas. Ya sediento por sus fluidos puse mi boca en esa rica vagina. Sus gemidos se hacían más fuertes mientras que ella me tomó la cabeza y la hundió en su concha sin dejarme respirar. "¡Sigue, sigue más fuerte! ¡Qué rico se siente!” –decía entre gemidos. Seguí meneando mi lengua con perversión y le metía los dedos en su vagina y los gemidos se hacían cada vez más intensos, todo su cuerpo empezó a sacudirse como si hubiera recibido una descarga eléctrica. “¡Voy a acabar, no pares!” –decía con lujuria. Era excitante escucharla gemir y ver cómo se retorcía. Otra vez hundió mi cabeza en su vagina y pude saborear todos sus fluidos que eran muy abundantes. Su orgasmo fue sublime. Le di a probar sus fluidos al volver a su boca todo el saborcillo de sus jugos se fundieron en unos besos bien intensos.

Sin darle descanso la desnudé. Su cuerpo me resultaba espectacular, sus tetas estaban perfectas, la ley de gravedad no le había afectado. Areolas rosas y pezones erguidos que pedían a gritos ser lamidos. Su vagina estaba chorreante y lista para ser cogida. “Ahora me toca ver lo perra que eres” –le dije. Ella sonrió y dijo: “¡Observa y disfruta!”. No hizo más que abrir las piernas y sus dos perros se acercaron a saborear esa vagina que escurría. Ella empezó a gemir al sentir como la lengua de uno de sus machos se apoderó de ella, se agarraba las tetas mientras el otro se concentró en lamer sus pezones que parecían explotar. Entre sus gemidos y los jadeos de esos dos animales calientes satisfaciendo a Eugenia mi verga otra vez estaba dura, pero esta vez me empecé a masturbar viéndola.

El espectáculo continuaba. Eugenia agarró al perro que lamía sus tetas y dejó su verga al alcance de su mano, lo empezó a masturbar y su verga asomaba en su funda. Lo que mis ojos vieron después sobrepasó mi lujuria y ver cómo se acomodó para chupársela me hizo saber que era toda una experta. El otro perro no despegaba su hocico de esa perversa concha mientras ella se retorcía. Después de un rato se puso en cuatro y el perro que había devorado su vagina se acomodó para montarla, empezó con sus movimientos intentando meter la punta de su verga hasta que entró. Ella empezó a gemir y a jadear mientras seguía chupándosela al otro perro. “Sí que eres una buena perra” –le decía sin parar de masturbarme. Pasaron unos minutos de brutales embestidas cuando quedó pegada al perro que descanso su pecho en esas deliciosas nalgas. El otro perro empezó a soltar chorros de semen, los que ella bebía y tragaba como si se tratara el mejor de los licores. Cuando ya dejó de darle esa cochina mamada me pregunta entre gemidos: “¿Te gusta que sea así de perra?”. “Me encanta que seas toda una perra” –le respondí. Ahora era mi turno para que me la chupara. Su boca se encontró con mi verga en plena erección. Primero su lengua lamiendo el tronco y a continuación se tragó todo mi glande y sus manos acariciando los huevos, eran tal la intensidad que tuve sujetarla pues casi me hacía daño. “Tranquila mujer tenemos toda la noche y diez días por delante” –le dije. “Perdona pero ha pasado mucho tiempo que no estaba con un hombre y quiero aprovechar cada minuto” –dijo ella. Al fin el perro se descargó en su concha, Eugenia al sentir los chorros tibios de semen gimió teniendo otro intenso orgasmo, la verga salió de su mojada vagina inundando de semen el piso de la sala.

Ya mi morbo estaba en su punto máximo, no me importó que minutos antes se la haya cogido uno de sus perros. Le dije que hiciéramos un 69. Se subió encima de mi y me regaló su culo y su vagina para mi deleite. Empecé a jugar con mi lengua en su clítoris y en su culito, su orificio me provocaba sensaciones perversas. Me dediqué a mojárselo con saliva y a abrirlo con la punta de mi índice. Eugenia gemía y se engullía mi verga hasta el fondo de su garganta. Me encontraba a punto de acabar cuando de nuevo comenzó a sacudir su cuerpo preludio de un nuevo orgasmo que no tardó a venir. Con esas sacudidas aceleró sus mamadas y fue inevitable que mi semen cayera en su cara y dentro de su boca, tragándolo y disfrutándolo como loca.

Nos fuimos a la cama para seguir con la lujuria, con una mano me masturbaba y yo apretaba sus pezones mientras nuestras bocas se fundían en besos apasionados, hasta que me dice: “¡Quiero que me la metas! ¡Quiero ser tu perra!”. No había necesidad de lubricarla, ya estaba húmeda y lista. Hago que se me suba encima, para que sea ella la que se la vaya clavando. Poco a poco mi verga entra y comienza a cabalgar primer despacio hasta que entra completa, mientras me como sus pezones hasta su vagina acopla perfecta a mi verga y empieza a moverse cada vez más rápido. Escucharla gemir exacerbaba mis sentidos y me hacía morder sus pezones y retorcerlos. Eugenia estaba en éxtasis, gemía y temblaba con perversión. “¡Así, dame. Cógete a esta sucia perra!” –decía. Apoyaba sus manos en mi pecho para apoyarse y continuar con sus candentes movimientos. “Dame tu semen, lo quiero dentro de mí concha. ¡Estoy a punto de explotar!” –decía mientras seguía moviéndose descontrolada.

Ya había perdido la cuenta de cuántos orgasmos había tenido, lo que me hacía pensar en lo que sería el resto de tiempo que pasaríamos juntos y en lo intensos que serían. Le dije que se pusiera en cuatro, ella obedeció y abrió sus nalgas. “¡Dame verga por el culo!” –me dijo. Con los mismos fluidos de su vagina mojé su ano y se la metí lentamente. Dio un alarido de dolor mientras mi verga se metía asaltando su orificio y dijo: “¡Oh. Dios mío, esto es sensacional!”. Seguí metiéndosela lentamente pero dijo: “Métela de una vez y párteme el culo”. Me moví hacia atrás sacándola un poco pero de una certera estocada de la clavé hasta la base. “¡Ay Dios, qué placer!” –dijo. Aferrado fuertemente a sus caderas me empecé a mover rápido, sentía como nuestros cuerpos chocaban y mis testículos golpeaban su vulva. La manera en que su ano apretaba mi verga era una sensación celestial, candente y perversa a la vez. Luego de varios minutos taladrando su culo acabé deliciosamente llenando sus entrañas de semen. Ella dejó caer sus caderas y quedó tendida en la cama y entre gemidos me dijo: “Mis perros me han regalado intensos orgasmos, pero tú eres divino. Hace tiempo que mi cuerpo no experimentaba lo que estoy viviendo”. Me tiré a su lado y le dije: “Eres toda una perrita traviesa. Lo bueno que tenemos mucho tiempo para seguir disfrutado”.

Nos quedamos en la cama abrazados y besándonos, no queríamos dormir sino sentir y seguir disfrutando del placer. Los días siguientes fueron intensos, vivíamos orgías constantes con sus perros y yo. No había necesidad de ropa, solo importaba la necesidad de saciar nuestra perversión y dejar que el placer se adueñara de nosotros.



Pasiones Prohibidas ®


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