domingo, 27 de octubre de 2024

36. Ana, la madre de Antonella

Estar con Antonella era una llama constante de erotismo, lujuria y perversión. Siempre sabia como complacer a mis demonios e incitar en mi la perversión. A diario recibía mensajes de ella con fotos desnudas y videos masturbándose diciendo lo mucho que le gusta coger conmigo. Aunque ella me seguía visitando casi todas las tardes.

También yo era un espectador constante, observándola en las noches desde mi balcón. Ella no sabía que era un ritual para mí estar mirándola, viendo cómo se quitaba la ropa y esperar a que saliera de la ducha. me aproximé a la ventana dispuesto a espiarla de nuevo. Una noche, entre el calor de Santiago y la calentura que sentía por Antonella, estaba entre las sombras mirándola solo con el bóxer puesto.

La noche ya se había apoderado de la ciudad y una ampolleta al encenderse en la casa de Antonella me hizo despertar del letargo que me estaba entrando. Una luz se encendió No era la luz del cuarto de baño, era la luz de una habitación contigua, pude ver una mujer de aproximadamente 40 o 45 años. Una mujer de piel blanca, cabello tan negro como el de Antonella. Tenía puesto un vestido blanco, ligero con botones desde el cuello hasta su cintura, se notaba que tenía calor para andar así en su casa, de los seis botones que tenía el vestido, tres estaban desabotonados hasta el esternón.

Era la primera vez que la veía, pero por sus rasgos parecidos a los de Antonella, podría ser su madre. Era una mujer de 1.55 de altura, con un físico atractivo, resaltaban tanto sus tetas como su culo. Deambulaba por la habitación ordenando ropa y a los pocos minutos recibí la recompensa de mi tiempo de espera. El vestido cayó suavemente, deteniéndose en sus caderas. Aquella mujer quedó frente a mí con sus tetas desnudas. A pesar de la lejanía era una mujer exquisita a la vista de cualquier macho caliente. Tenía unas bragas de color blanco que tapaban su intimidad pero supongo que por el calor debían estar mojadas y pegadas a su vagina. Era lo que se puede definir como una sensual MILF de película porno. Esa mujer desconocida para mi hasta ese momento me estaba poniendo caliente, tan caliente que saqué mi verga por entre el bóxer y me empecé a masturbar.

Al parecer percibía que alguien la observaba camuflado por la oscuridad, ya que ella fijó su mirada hasta donde estaba, mi corazón se puso a mil al ver que había notado mi voyerista presencia, pero en vez de apagar la luz y haber desaparecido de mi vista, se apartó un poco de la ventana a una posición que podía verme y que se dejaba ver. Se inclinó hacia un velador y sacó un objeto Con forma fálica, claramente era un consolador. Se recostó en la cama y empezó a chuparlo para dejarlo empapado de saliva. Abrió las piernas y no paraba de frotarlo en su vulva, yo no podía con la calentura, verla me ponía caliente, deseoso de estar ahí y jugar perversamente con mi lengua en esa vagina que se exhibía sin pudor. Su cuerpo se arqueaba expresando su excitación. Yo estaba masturbándome imaginando qué era mi glande el que se paseaba con libertad en su cocha. Poco a poco se lo metía y marcaba un ritmo frenético, supongo que estaba gimiendo ya que ponía su otra mano en la boca, se estaba cogiendo de forma brutal.

Ella acabó primero, se retorcía de placer en la cama y yo aumenté el ritmo de mi mano para disfrutar junto con esa mujer el placer voyerista que me consumía. Después acabé yo pensando en que dejaba mi semen si vagina y pensando en lo deliciosa que era esa desconocida mujer, tanto como su hija. La mujer sabía que todavía estaba observándola, se levantó de la cama y se acercó a la ventana, me buscó con la vista y yo encendí la linterna de mi teléfono para que supiera donde estaba. Se dependió moviendo su mano y lanzando un beso, para desaparecer de mi vista por esa noche.

Después de aquella vez la conocí en persona. Esta vez no fui en busca de ella como hice con su hija sino que fue ella la que me buscó. Habían pasado tres o cuatro días de aquel fugaz encuentro nocturno en mi balcón, yo preparaba la comida cuando me sobresaltó el timbre de mi departamento. No esperaba a nadie. Además, no conocía a ninguno de los vecinos, salvo a Antonella, a quien conocía muy bien. Pensé que sería una equivocación y me acerqué a la puerta dispuesto a decir a la persona que estaba afuera que de había equivocado de departamento. Al abrir la puerta, quedé sorprendido. Aquella mujer que noches antes se había exhibido para mí en mi puerta con una preciosa sonrisa dibujada en su cara. “Hola, soy Ana, tu vecina. Solo quería decirte que si necesitas algo solo tienes que pedirlo” –me dijo. Me quedé atónito, pasando y tratando de articular palabras. Al tenerla tan cerca me pude dar cuenta de su belleza, sus labios eran carnosos, su cuerpo esculpido a mano y unas tetas que te hacían perder la cabeza. Aún sin saber que decir, ella dio el paso que yo debí dar. Me miró a los ojos y con voz firme, me dijo: “¿No vas a invitarme a entrar? Normalmente cuando un vecino es nuevo invita a tomar una taza de café para conocer a las personas que conviven en su piso, pero aunque yo vivo en las casas de enfrente, esa es la costumbre de este edificio así que prepárame un café vecino”.

Me acerqué a la cocina a preparar el café y al volver la vi mirando uno de los cuadros que le había hecho a Antonella. No sabía dónde meterme, era su hija y yo un hombre que casi le doblaba la edad con mis treinta y cinco años, la tenía en medio del salón dibujadas desnuda. “¿No te da vergüenza hacer esto? Te acostaste con una chica que recién cumplió 18 años” –me recriminó. “Solo la dibujé, no pasó nada más entre nosotros” –le dije intentando convencerla, obviamente mintiendo. Dicen que las madres que defienden a sus hijos saben cuando alguien les miente y Ana sabía que yo le mentía. Pensé que me iba a dar una bofetada, pero en ese momento sonó la cafetera avisando de que el café estaba listo. Estaba algo contrariado, la reacción que ella tuviera tendría que aceptarla, ya que habría sido por defender a su hija. Preparé las tazas de café y las puse en una bandeja para ir a la sala. Al volver, la veo tirada en el piso desnuda y tocándose, tenía las piernas abiertas, me dijo: “Si eres tan hombre para cogerte a una adolescente, demuéstrame si lo eres para cogerte a una mujer como yo”. Dejé la bandeja, la miré con ojos de perversión y le respondí: “Puedo contigo y con ella a la vez si así lo quisiera”. “¡Cógeme entonces maldito voyerista!” –dijo Ana. Dejé la bandeja en la mesa y me quité la ropa, loco de excitación al escuchar el desafío que me impuso, me lancé como un hambriento animal para devorar a esa mujer madura.

Me lancé a su vagina que estaba húmeda y con mi lengua la empecé a recorrer con mis manos apretaba sus tetas, Ana gemía al sentir como mi mano se perdía buscando sus pezones para apretarlos. Luego mi mano bajo hasta su entrepierna y empecé A jugar con su clítoris mientras mi boca ahora le devoraba las tetas. Me moría de ganas de sentir su boca chupándomela, por lo que le dije que hiciéramos un 69. Ella sin siquiera protestar se sube encima de mí y entre los dos nos empezamos a devora, era tan perversa como Antonella a la hora de chuparla, me encantaba esa manera perversa en que engullía mi verga. Mientras yo seguía con mi lengua en su concha, poco a poco le empecé a meter los dedos en el culo, primero, luego otro y después un tercero. Tenía a mi merced su culo y su vagina. Éramos unos degenerados que se entregaron a la lujuria, no sé si gatillada por lo que pasó noches atrás o porque sabía que así como me la estaba cogiendo a ella me cogía a su hija.

No pasó mucho tiempo y se entregó por completo a un explosivo orgasmo que la hacía temblar y retorcerse pero no soltaba mi verga, se la seguía tragando completa, hasta la base, no se detuvo hasta que sintió mi verga palpitar y descargar el semen en su boca, que degustó de manera sucia y perversa.

Después de darle algunos minutos de tregua, la hice que se pusiera en cuatro, acomodé la punta de mi glande en su culo y de una estocada, soltó un delicioso grito de placer. Su ano se sentía tan apretado como el de Antonella cuando se la metí por primera vez. “¡Ah, sí, dame con fuerza!” –decía siguiendo mis movimientos. Era una experta, pero se notaba al principio que no había ocupado su orificio. Agarrado de su pelo se la seguía metiendo, solo quería que se diera cuenta que era lo suficientemente hombre para dejarla con el culo abierto. “¡Eres un maldito! ¡Me gusta como me coges! ¡Me tienes loca!” –decía. Ya la tenia al borde del orgasmo, lo notaba por la forma en que su culo aprisionaba mi verga, como si quisiera exprimirla. Tenerla en cuatro fue mi sueño desde que la vi tocándose en su cama y ahora la tenía a toda mi disposición. Al fin soltó un agónico alarido, señal de que vendrían los gemidos más intensos que el orgasmo entrega. Escucharla gemir de esa forma tan intensa hizo que mis embestidas se volvieran más brutales, hasta que al fin eyaculé en su culo, perdiéndose mi semen en sus entrañas, hasta que con las palpitaciones de ese hermoso culo salió deslizándose por su concha.

Nos quedamos tirados por unos minutos en el suelo, ella se puso de pie y comenzó a vestirse para volver a su casa. Al despedirse lo hizo con un beso apasionado y salió. No pasó ni un minuto y sonó el timbre, era ella, me miró a los ojos y dijo: “No es necesario que sigas cogiendo a Antonella, ahora tienes una puta para usarla cuando quieras”. “Lo pensaré, pero no te aseguro nada” –le respondí. Sonrió y siguió su marcha.

Al día siguiente de haber estado Ana en mi casa, su hija no apareció y la verdad es que me extrañó, pero no quise pensar nada raro. Pasaron un par de días y se repitió la misma situación. Me paré en la puerta del edificio dispuesto a esperarla cuando regresase de estudiar, pero no apareció. La que sí apareció fue Ana, le pregunté por Antonella y ella me respondió: “ha estado enferma y se la ha pasado con fiebre”. “¿Por eso tú tampoco has venido?” –le pregunté. “Claro, pero tengo unas locas de coger” –respondió. Ahora, quien sentía fiebre era yo al ver a Ana y que solo se calmaría con mi verga llenándola de semen. “Si quieres puedes pasar a mi casa” –dijo. Verla avanzar con esas deliciosas piernas que daban pasos sensuales con esos tacones que usaba, su cuerpo adornado por un vestido ceñido que resaltaba su figura y la manera perversa en que sus caderas se contoneaban en cada paso aumentaban en mí la calentura. Subió unos pequeños escalones después de abrir la reja de la calle, yo estaba embobado viéndole el culo. Mi verga estaba tiesa y ni siquiera la había tocado, no me resistí y le agarré una nalga, cuando terminé de tocársela la azoté con fuerza. “¡Vaya hembra!” –pensé. Cuando me di cuenta ella se había girado, me observaba babeando con la imagen.

Abrió la puerta y me invitó a pasar. Apenas cerró me abalancé sobre ella. La tomé de la cintura y la di vuelta, me miró con ojos de lascivia. Dijo: “Aquí no, alguien podría vernos”. “Estamos en tu casa, ¿qué importa si nos ven?” –le pregunté. “Recuerda que Antonella está en casa” –respondió. “¡Aquí no, por favor!” –dijo. No me importó lo que me decía y le agarré el culo por encima de la falda. Ella se resistía, pero poco a poco empezó a ceder. Levanté su falda y empecé a acariciarle el culo. No sé si sería el sitio o el momento pero aquella mujer estaba gimiendo al sentir mis manos apretando sus nalgas. Al poco tiempo estaba agachada chupándome la verga, lo hacía de forma perversa, haciéndome gemir. Esa maldita posición de estar en cuclillas con el vestido en la cintura, los tirantes en los brazos y las tetas fuera del brasier me ponía muy caliente. 

 La puse de pie e hice que se apoyara sobre la baranda de la escalera, le moví la tanga a un lado y sin pensarlo se la metí con fuerza, sus tetas colgaban por encima de la baranda, estaba expuesta a ser vista por su hija, pero al parecer no le importaba mucho, ya que empezó a gemir como endemoniada. Le excitaba la idea de ser vista o escuchada y me decía: “¡Sigue, quiero que me cojas como la puta que soy!”. La tomé y la llevé al sofá sin sacarle la verga e hice que se pusiera en cuatro. Agarrado de sus turgentes caderas seguí embistiéndola hasta que su cuerpo se entregó a un intensos orgasmo, yo seguía dándole verga como loco, estaba a punto de acabar y le pregunté: “¿Dónde quieres mi semen?”. “¡Dónde tú quieras tesoro! ¡Recuerda que soy tu puta!” –dijo con la respiración entrecortada. No me lo pensé dos veces y eyaculé dentro de ella.  “¡Oh, mierda! ¡Esto es exquisito!” –dijo.

Después de cogerla y que mi verga salió de su riquísima concha, le di una fuerte nalgada y le dije: “¡Ana, eres toda una puta! Ya veo de dónde Antonella aprendió a serlo”. Ella sonrió y me dio un delicioso beso. Nos empezamos a arreglar la ropa y vi como si alguien nos estuviese observando. Era Antonella que al escuchar a su madre gemir salió de su cuarto y se encontró con el caliente espectáculo, sonrió, me lanzó un beso y volvió a su habitación. El hecho de saber que Antonella me hubiese visto cogiendo con su madre me ponía súper caliente y esperaba que no afectase a mi relación con ella.

Al día siguiente como si nada hubiese pasado Antonella llegó a mi departamento justo después de salir de clases. En ningún momento me habló ni me insinuó nada de lo que me vio hacer con su madre, al contrario, estaba muy amorosa. Me preguntó: ¿Le gustaría hacer un trío don Patricio?”. Mi respuesta automática fue sí. Pusimos una película porno con escenas de tríos. En una de las escenas, mientras le comía su vagina, entre gemidos me propuso hacer uno el día siguiente. “¡Está bien!” –le dije. En ese momento mi sangre hirvió y se la metí, me la estaba cogiendo como un animal pensando en todas las cosas que podría hacer mañana con ella y con quién trajera. Visualizar la imagen en mi mente era algo perversamente exquisito, al punto que acabé en su conchita, que desbordaba mi semen.

Se quedó por unos minutos más y me dijo que se iría para poner todo en marcha. Aquella noche dormí soñando con la imagen del trio que tendría lugar en horas.

La hora en que llegaría Antonella se acercaba, estaba impaciente, me sentía como niño queriendo abrir los regalos en la noche de Navidad. Sonó el timbre y al abrir la puerta, mis ojos se abrieron a más no poder, frente a la entrada de mi departamento estaba Ana y Antonella. Las hice pasar, obviamente la tensión sexual se sentía en el aire. “Me alegra ver que te sorprendiste, le dije a Antonella que no te dijera que quería hacer un trío con ella y contigo” –dijo Ana. “A mi me encantó la idea, después de lo que vi en la sala de mi casa, también lo pensé” –dijo Antonella. Yo estaba pasmado, obnubilado, mis pensamientos se fueron y quedé en blanco.

En medio de mis pensamientos quien tomó la iniciativa fue Antonella, quien dándome un lujurioso espectáculo besó a su madre en los labios, yo me quedé observando al ver a mis dos amantes ponerse perversas, Ana respondió el beso metiendo su lengua en la boca de su hija, la que Antonella chupó deliciosamente. Luego las manos de Ana se fueron a las tetas de su hija y empezó a acariciarlas por encima de la ropa. “¿Le gusta don Patricio?” –me preguntó Antonella. Seguí observando en silencio. Luego las dos se empezaron a quitar la ropa, quedando en ropa interior. Verlas a las dos era la visión más caliente que he tenido en años, quizá por el vínculo que comparten, pero mi verga estaba disfrutando. No pude resistirme y la saqué de mi pantalón, las dos se fueron gateando hasta donde yo estaba y empezaron a chupármela tan deliciosamente que ahora quién se retorcía de placer era yo. Esas perversas lenguas recorrían el tronco de mi verga de manera candente, Ana se la metió en la boca mientras Antonella se encargaba de mis testículos, lamiéndolos y chupándolos. Les dije que se quitaran la ropa interior y obedientes quedaron desnudas ante mis ojos, eran exquisitas, preciosas y lo mejor, es que eran calientes y estaban dispuesta a hacer lo que mi mente sucia les dispondría.

En medio de mis pensamientos quien tomó la iniciativa fue Antonella, quien dándome un lujurioso espectáculo besó a su madre en los labios, yo me quedé observando al ver a mis dos amantes ponerse perversas, Ana respondió el beso metiendo su lengua en la boca de su hija, la que Antonella chupó deliciosamente. Luego las manos de Ana se fueron a las tetas de su hija y empezó a acariciarlas por encima de la ropa. “¿Le gusta don Patricio?” –me preguntó Antonella. Seguí observando en silencio. Luego las dos se empezaron a quitar la ropa, quedando en ropa interior. Verlas a las dos era la visión más caliente que he tenido en años, quizá por el vínculo que comparten, pero mi verga estaba disfrutando. No pude resistirme y la saqué de mi pantalón, las dos se fueron gateando hasta donde yo estaba y empezaron a chupármela tan deliciosamente que ahora quién se retorcía de placer era yo. Esas perversas lenguas recorrían el tronco de mi verga de manera candente, Ana se la metió en la boca mientras Antonella se encargaba de mis testículos, lamiéndolos y chupándolos. Les dije que se quitaran la ropa interior y obedientes quedaron desnudas ante mis ojos, eran exquisitas, preciosas y lo mejor, es que eran calientes y estaban dispuesta a hacer lo que mi mente sucia les dispondría.

Las llevé a mi habitación y les dije que se pusieran en cuatro sobre la cama, al instante lo hicieron, ahora estaba tratando de decidir a cual de las dos se la metería, ya que las dos estaban moviéndose invitándome a cogerlas. La primera fue Antonella, se una sola estocada de la clave en su rica concha, ella gimió y empezó a seguir el ritmo de mis embestidas, Ana recibió la visita de mis dedos, mientras me cogía a su hija, la penetraba con mis dedos, escucharlas gemir era un perverso deleite para mis oídos, sentía como la humedad de la vagina de Ana de impregnaba en mis dedos y los ponía cerca de la boca de Antonella para que los lamiera, ella lo hacía sin poner resistencia. Luego fue el turno de Ana y me la empecé a coger y a Antonella a meterle los dedos, estaban tan calientes que se besaban como poseídas.

Antonella, se acercó a su madre y se acomodó entre ellos con las piernas abiertas. Ana sin dudarlo un segundo le empezó a lamer la vagina, no existía el pudor, solo había perversión en el ambiente, al sentir la lengua de su madre Antonella gemía y se agarraba las tetas, mis ojos disfrutaban de esa deliciosa escena. Mientras me seguía cogiendo Ana, ella metió sus dedos en la juvenil concha de su hija. “¡Oh, qué rico mami?” –decía Antonella gimiendo y apretando sus pezones. La chica ya estaba siendo azotada por un delicioso orgasmo sintiendo los dedos y la lengua de su pervertida madre. Yo no me detuve hasta que Ana también cayó presa del orgasmo. Las dos estaba tenidas en la cama, una de espaldas y la otra boca abajo intentando controlar sus respiraciones agitadas. Conscientes de que no habíamos terminado, yo me puse en medio de las dos, Antonella se subió a mi verga con las pocas fuerzas que le quedaban y Ana me puso su vagina en la cama, las dos estaban de frente, se besaban, acariciaban sus tetas y disfrutaban como dos putitas de tan morboso momento. Ya casi sin poder contenerme les dije que pronto iba a acabar, las dos se pusieron de rodillas y yo de pie frente a ellas. Me empecé a masturbar y cuando mi semen salió lo recibieron perversamente en sus caras y tetas. Verlas con el rostro cubierto de semen fue una deliciosa escena de complicidad entre ambas que me llenó de satisfacción.


Nos acostamos, una a cada lado mío y le dije a Ana. “Ya tengo la decisión”. Ella sonrió maliciosamente como sabiendo mi respuesta. Le dije: “Las quiero a las dos”. Las dos sonrieron felices, como si se hubieran puesto de acuerdo para convencerme y aunque no lo hubieran hecho esa era la decisión que ya había tomado con antelación. Seguimos cogiendo como locos por esa tarde y por toda la noche, Antonella no fue al colegio y Ana tampoco a su trabajo. Ya que disfrutamos gran parte de la mañana en una caliente orgía los tres.

Llegó fin de mes y hablé con mi arrendador, le dije que me mudaría a otro sitio. Obviamente, me cambié a la casa de mis amantes y no hay momento del día en que no estemos disfrutando del sexo pervertido e incestuoso. Ana y Antonella se volvieron mis putitas y yo en el hombre que las satisface ya sea de a una la vez o a ambas al mismo tiempo.



Pasiones Prohibidas ®

1 comentario:

  1. Un exquisito relato que llama a la lujuria y pasión de ser una una perra en celo

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