Me llamo Fabiana, tengo 21 años, soy de Ecuador. Esto que le voy a contar sucedió hace 2 años y desde ahí soy una puta desenfrenada. ¡Sí! Como lo leen, una puta que se descontrola cuando quiere verga, no la típica santurrona que dice no romper un plato y se le han quebrado varios.
Todo empezó una noche de Halloween, mis amigas tenían planes de salir a la discoteque. Se me había olvidado contarles , soy una mujer casada, me case Joven y nada que hacer. No tenía pensado salir porque tenía planes con mi marido y además, es un “poquito” celoso. No me molesta que lo sea pero a veces se va a los extremos. La cosa es que al parecer al baboso se le olvidaron los planes y se fue a tomar con los compañeros de trabajo después de su jornada. Llegó ahogado en alcohol. Obvio me enojé mucho, pero él ponía cara de: “¡Perdón, perdón, yo sé que la cagué!”, pero por la borrachera no podía ni hablar. Para colmo se fue al cuarto y se tiró en la cama. No hay nada más frustrante, al menos para mí que me arruinen los planes. El desgraciado se quedó dormido y no despertaba por más que le gritaba. “¡Hijo de puta! Se duerme y a mí me deja con las ganas de salir. Bonito panorama, quedarme en casa aburrida” –pensé. Estaba en la sala de lo más aburrida buscando algo que ver y dije: “¡Mejor llamo a las muchachas para salir, en vez de quedarme aquí aburriéndome!”. Tomé el móvil y llamé a Jessica: “¿Todavía siguen los planes para ir a la disco?” –le pregunté. “¡Claro, ya pronto saldremos! ¿Quieres que te pasemos a buscar?” –respondió. “¡Claro que si! ¿Por qué crees que te estoy llamando? Quiero salir y olvidarme de esta maldita noche” –le respondí. ‘Bueno, prepárate, en media hora estaremos por tu casa” –dijo Jessica. Empecé a buscar un disfraz para colocarme pero me recordé que no había comprado nada.
Ya me estaba empezando a amargar, pero me acordé que tengo un trajecito de colegiala que a mi marido le encantaba que usara. Sabía que me vería bien puta, pero siempre me ha dado morbo salir con ese atuendo y esta es la noche. Me hice colitas y me maquillé, me puse el “uniforme” y esperé. Me miré al espejo, me gustó cómo me veía, me venía como una hermosa putita. Cuando llegaron mis amigas, quedaron con la boca abierta al verme, Lucía me dice: “¡Por Dios Fabiana! Te ves muy, pero muy puta”. Sonreí y le dije: “Gracias amiga, no solo me veo”. Salí con la blusa amarrada a la altura del borde de mis tetas, sin brasier y la minifalda que apenas tapaba mis nalgas con el delgado hijo blanco de una tanga y medias blancas hasta los muslos. Estaba vestida como toda una puta, pero a quien le importaba, era la noche de Halloween, esa noche en que todos salen de la inhibición y viven el momento.
Nos fuimos a una discoteca que era nombrada en la ciudad, más que nada por que siempre frecuentaban gente que andaban en pandillas ya que ellos son los que más gastan. Entramos y las miradas no faltaban sentía como todos los hombres morbosos me comían con la mirada, incluso unos hasta se lamian los labios delante de mi, viéndome de arriba a abajo. Jamás me había sentido tan acechada, era como una jauría de lobos hambrientos y yo era el pedazo de carne que iban a devorar. Estaba tan nerviosa pero a la vez me calentó ser observada de esa forma por tantos hombres.
Estábamos bebiendo y bailando con mis amigas, hasta que se nos acerca un pandillero de los que frecuentan la disco y me dijo agarrándome el culo: “¡Hola putita rica! Mis amigos y yo queríamos saber si querían tomar un trago con nosotros y quien sabe si nos divertimos”. Jessica no tardó en aceptar la invitación para beber alcohol gratis. Nos fuimos a su mesa, el tipo no paraba de agarrarme las nalgas, me tenía caliente por esa forma en que me tocaba. Había 7 hombres, se notaba que no andaban en buenos pasos, tatuados, con pinta de ser un tanto peligrosos, pero tenían plata, ya que nos ponían en la mesa tragos de los más caros. En cierta forma se sentían con el derecho de tocarnos y manosearnos como quisieran, ya que estaban “pagando” por hacerlo. Parecíamos las putas de esos hombres pero no importaba con tal de que gastaran más plata.
Uno de los hombres le habló algo a Lucía al oído, ella sonrió y después de un par de minutos se fueron caminando hacia los baños, la zorra se fue con el tipo a otro lado, el de la barra les abrió una puerta y los dos entraron. Era evidente lo que iban a hacer, sentía algo de envidia ya que estaba caliente y la puta iba a coger. En eso salen dos tipos más y entran donde ellos estaban. Pasaron varios minutos para que regresaran pero la cara de haber disfrutado de Lucía no se borraba con nada. Me imaginaba lo duro que le deben haber dado y se me mojaba la concha. Luego fue el turno de Jessica y los otros cuatro que faltaban se fueron con ella, ya no podía más de la calentura, tanto que les agarraba las vergas a los otros por encima del pantalón amparada por la poca luz de la disco. Lo único que quería era que me cogieran, al ver la cara de Jessica cuando volvió, la satisfacción se le notaba. Se veía toda una puta y me daba envidia.
La noche siguió entre manoseos furtivos y tragos, éramos el centro de atención pero yo me preguntaba en qué momento me iban a coger. Estaba ansiosa, con ganas de coger pero para ellos era que no existiera. Nos pusimos a bailar y nos manoseaban como endemoniados, en eso llegaron los novios de mis amigas y las vieron en plena acción siendo toqueteadas y ellas dejándose tocar. Se armó una pelea en que los novios de mis amigas salieron perdiendo, se fueron golpeados hasta por debajo de la lengua. Jessica y Lucía se fueron con sus novios, yo me quedé con los hombres, como estaba borracha y para que decir caliente, a ver si se apiadaban de mí y me daban verga. Les dije que las llamaría cuando llegara a casa para que se quedaran tranquilas.
Estaba en la mesa con los hombres, pero lejos de intentar cogerme se dedicaban solo a manosearme. El alcohol, incluso líneas de coca corrían por montones, hasta yo me envalentoné y me di algunos “toques”. Me quedé con ellos unos minutos más, no querían que me fuera, quería que me quedara bailando con ellos y meterme mano, uno de ellos fue más allá, metió su mano por delante y sintió mi tanga mojada, otro me tomó del delgado hilo y empezó a jugar con mi culo, me calentaban pero no daban indicio de querer cogerme. Les dije que me iba, se ofrecieron para llevarme a mi casa, les dije que no se preocupaban que pediría un Uber pero ellos insistieron.
Salimos por la puerta de atrás a su “auto”. No hicimos más que salir de la disco y ellos se abalanzaron sobre mí. Me empezaron a tocar y a manosear fuerte y agresivamente, por un momento les pedía que se detuvieran pero era como hablarles a una pared, pero en sus intenciones se notaba que me habían dejado para el final, el delicioso postre que se iban a comer entre todos. Uno de ellos me tomó de mis colitas y me tiró al piso, me puso de rodillas, estaba expectante a lo que iba a pasar. Los siete sacaron sus vergas, eran enormes, venosas; al verlas se me hizo agua la boca. Uno sacó un arma y me dijo: “Mira corazón, te portas bien y sales viva de esta”. No hacían falta las amenazas, claro que haría que lo que pudieran, porque me estaba empezando a calentar otra vez. Fue como si un fuego subiera por mi cuerpo e hiciera que mi conchita se mojara.
Me puse a chupar una por una esas vergas, me las comía con lujuria y perversión. Me agarraban de mis colitas y cogían por la boca como endemoniados, me ahogaban, casi no podía respirar, la saliva me escurría y mojaba mi cuello, mis tetas. Sus vergas estaban duras como piedras. Me abordaban, me escupían, para ellos era solo una puta y ellos eran lobos hambrientos. Estaba tan caliente que no me di cuenta cuando empezaron a orinarme encima, como si marcaran territorio. Uno de esos pervertidos dijo al resto: “Hicimos bien en dejar a esta puta para el final, se nota que es más zorra que las otras dos”. Estaba mojada completamente, entre mi saliva, la orina y mis fluidos me sentía una putita sucia. Otro me tomó de más colitas y dijo dándome una bofetada: “¡Ahora vamos a ver cuánto aguanta ese culo!”. Me puse de pie y me apoyé en una baranda que había. Los miré y les dije como toda una puta: “¡Vengan y coman muchachos, el postre está servido!”. Desabroché mi blusita y dejé mis tetas al aire. Uno de ellos sin advertencia me metió esa deliciosa verga en mi conchita. Otro hizo que me diera vuelta y me inclinara para que se la chupara y otros dos me hicieron pajearlos. Otro me metía sus dedos en el culo, me sentía tan usada, tan cosificada y tan caliente, que no daba más de placer. Cuando me sacó la verga de la boca me preguntaba: “¿Qué eres?”. Sin dudarlo respondí: “¡Una puta! ¡Un juguete para machos como ustedes!”. Después uno de ellos se acostó encima de un cartón que había entre la basura y me hizo montarlo a horcajadas, su verga se ensartó en mi vagina y me empecé a mover disfrutando.
Estaba rodeada de seis vergas las que chupaba y masturba. Uno de los hombres se puso detrás y sin compasión me dio verga por el culo, haciéndome gritar de dolor ya que era mi primera vez por ahí. Después dos me metieron la verga a la boca y se las chupaba a los dos y tenía tres para pajear mientras esperaban su turno para que se las chupe. Mi culo y mi concha eran cogidos salvajemente a tal punto que a ratos sentía perder el conocimiento. Se turnaban para cogerme, era como si hicieran la fila para subirse a un juego de algún parque de diversiones. Cuando ya estaban listos para acabar, me pusieron de rodillas y me tiraban el semen en la cara y prácticamente en todo mi cuerpo uno por uno. Cada uno descargaba enormes cantidades, era como si me bañaran en el espesor de sus fluidos. Quedé empapada, me sentí tan puta, me di cuenta la clase de puta sumisa que soy.
Pensé que habían terminado pero siguió algo más que me hizo ser la más puta de todas. Me subieron al auto y uno de ellos me ordenó que chupara la palanca de velocidades como si fuera una verga. Quedé impresionada con lo que me estaba pidiendo pero igual me causó cierto morbo hacerlo. Empecé a chupar esa dura palanca imaginando que era una apetitosa verga, por lo gruesa de la empuñadura apenas cabía en mi boca, pero disfrutaba ver a esos hombres que se masturbaban a mi alrededor. Luego uno me habló y dijo: “Ahora móntate en la palanca y cógetela”. Por un momento dudé pero otro me recordó que me había comido siete vergas a la vez por mis agujeros. Me subí y me deslicé lentamente. La sentir como me entraba en la concha era alucinante, la forma que se expandía para recibirla me había gemir con locura, la razón había desaparecido y ahora mandaba en mi cuerpo el deseo, la perversión y todos esos sentimientos pecaminosos que nos envuelven a la hora de coger. Ya cuando estuvo toda dentro me empecé mover lentamente, quería que mi vagina se amoldara. Poco a poco aumentaba mis movimientos y, gemía de la forma más enferma y caliente que lo he hecho. “¡Mírenme chicos! ¿Les gusta esta putita?” –les decía y preguntaba mientras se pajeaban. Aunque no me decían nada, sabía que lo disfrutaban. Me apretaba las tetas y jalaba los pezones, me sentía en eso y esos machos que me miraban despertaban más mi calentura. No me di cuenta de cuántos orgasmos había tenido, solo sabía que ya no podía más. Me bajaron del auto y me pusieron de rodillas para dejarme otra vez bañada de semen.
Había perdido la noción del tiempo y les pedí que me llevaran a mi casa, dos se encargaron de hacerlo pero antes de dejar que me bajara se las tuve que chupar y tragarme ese espeso semen que escupía sus verga. Al fin me dejaron tirada en la puerta de mi casa. Estaba empapada en semen, mi maquillaje era un desastre, mi pelo ya sin coletas y despeinado, mi tanga enrollada en mi tobillo izquierdo. Busqué las llaves en mi bolso, entré sin hacer ruido y me fui al baño, tenía la concha y el culo abiertos, era una delicia sentir como palpitaban. Me quité la ropa y entró mi esposo al baño, vio mi ropita llena de semen y a mi con claras señales de haber cogido. “¿Qué es esto?” –me preguntó. “¿Como no te vas a recordar amor? Cogimos cuatro veces y te comportaste como un animal. Me la metiste como nunca antes” –le respondí. Se metió a duchar a ver si lo hacíamos una “quinta vez”, pero le dije que estaba exhausta, aunque mi instinto de puta me hizo regalarle una mamada perversa pensando en esas siete vergas que habían abusado de mis agujeros.
Nos fuimos a dormir como “un lindo matrimonio”. Él nunca sospechó que pasó esa noche de Halloween: Que su dulce y puta esposa fue abusada en un callejón por siete desconocidos y que hicieron con ella cuanto se les antojó. Ahora, trato de salir más seguido a la disco e ir vestida como una puta para ver si alguno se atreve a tomarme a la fuerza, aunque no requieren mucho esfuerzo.
Pasiones Prohibidas ®
Que delicioso relato me encantó Caballero sumamente bueno porque logró ser una puta para todos
ResponderBorrarDe esos me encantan leerlo
ResponderBorrarComo siempre... Excelente relato...
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