lunes, 2 de diciembre de 2024

53. La fiesta de cumpleaños


 

Adriana es una buena amiga mía. Estudiamos juntas todo el colegio. Luego nos distanciamos, pues se fue a estudiar a Argentina. Cuando volvió retomamos la amistad y ya estando ambas casadas, seguimos manteniendo contacto e invitándonos a algunas de las reuniones que organizábamos.

A pesar de sus estudios en Argentina, nunca pudo conseguir un buen empleo. Se casó con un ingeniero (como mi esposo) pero él tampoco tuvo mucha suerte y ambos tenían empleos medios, y siempre, las veces que nos reuníamos, se quejaban de lo económico. Yo dejé de trabajar permanentemente a los pocos años de casarme y apoyaba como consultora proyectos que me resultaban interesantes. Con esos trabajos como consultora, que podían durar en total 3 o 4 meses al año, ganaba bastante más que ella en todo el año. Mi esposo ni que decir, le iba súper bien en su empleo.

Cuando el esposo de Adriana cumplió 35 años, organizaron una fiesta en un club en el barrio donde vivían. Un sitio algo peligroso, pero era un almuerzo y decidimos ir con mi esposo. Fuimos en taxi pues mi esposo se sentía inseguro de dejar el auto en la calle o en un estacionamiento de esa zona. Yo vestía jeans ajustados, una polera igual ceñida que realzaban mis tetas y botas, me dejé el cabello suelto. Mi esposo fue como el típico rockero de mediana edad, jeans negros, botas y una polera de su grupo favorito. Desde que llegamos la pasamos bien. Mateo, como la mayoría de los hombres el y Mateo crecieron con ser parte de una banda de rock, por el sexo y las drogas pero terminaron convirtiéndose en hombres de familia. La fiesta era temática. Todo decorado con posters de grupos de rock y la música casi solo rock. Todos los hombres estaban felices. Las mujeres no lo estábamos tanto, pero ellos estaban en su onda de rockear y beber. Mi esposo que suele ser moderado al tomar, ya estaba ebrio en pocas horas, como casi todos. Mateo, estaba muy mareado, pero no llegaba a estar ebrio. Bailé varias canciones con Mateo. Me decía. Desde la primera canción que bailamos, que estaba muy linda, muy sexy, que era muy bella. Conforme pasaban las horas y él se mareaba más, me decía ya cosas más subidas que tono hasta terminar diciéndome que me deseaba, que era una mujer muy sexy y provocadora y que me deseaba mucho. Yo trababa de ponerle freno y distancia. Era esposo de mi amiga y no era un tipo que me gustara mucho. No era feo, pero tampoco del tipo de hombre que me pone loca. Bailamos una balada rock y me pegó a su cuerpo. Sentí en ese momento el tamaño de su miembro. Mis reticencias se fueron y me llené de deseo. Él se dio cuenta. Fue directo y me preguntó: “¿Lo quieres?”.  No le respondí nada. Terminó la canción y volví al grupo donde bebía mi esposo.

Unas dos o tres canciones después, Mateo me volvió a sacar a bailar. Estaba ya loco de deseo y al volver a tenerlo cerca me sentí también con ganas de hacer una travesura allí mismo. Me sentía tan caliente al tenerlo cerca, no sabía si Adriana se daba cuenta, pero al verla ella estaba animada bailando en medio de los otros hombres, tenía una botella de cerveza en la mano y se movía al ritmo de la música, por lo que supuse que ni se enteraba de las intenciones que Mateo y yo teníamos. Por otro lado estaba mi esposo bebiendo y riéndose quién sabe de qué bobada pero se notaba entretenido y borracho. Mateo me propuso encontrarnos en el baño. Me daba vergüenza y miedo, pero eso acrecentaba mi morbo y mi deseo. Con tanta gente en la reunión sería algo riesgoso, pero sabía que sería algo muy excitante, acepté sin poner objeción, solo pensaba en que alguien se fuera a dar cuenta. Tengo cierta reputación que mantener, lo que resultaría en un suicidio social y laboral, pero al menos me atrevería a pasar un momento agradable y para reforzar esos lazos de amistad que nos unen. Pasaron los minutos, pero seguía dudando un poco. A los pocos minutos Mateo desafía mi cordura y con una seña me indica que saldría del salón. Suspiré profundamente y salí después de un par de minutos.

Caminé por un lugar un tanto estrecho que conducía a los baños, era un pasadizo largo a mitad del camino estaba él, nos metimos al baño de hombres, los cubículos eran individuales y por suerte no había nadie, entramos a uno y puso el pestillo. Sabíamos que no teníamos mucho tiempo y mientras nos besábamos con lujuria, yo le desabrochaba el pantalón y él me manoseaba por encima del jeans, estaba con las piernas abiertas sintiendo esas indecorosas caricias a mi vagina por encima de la ropa. Él bajó mi jeans y metió su mano entre mi tanga, sintió lo húmeda que estaba. “¡Vaya sí que te has puesto caliente!” –me dijo. No podía mentirle, era cierto, solo me dediqué a masturbarlo lento mientras su verga se hacía más y más dura en mi mano. Solo quería que me cogiera y así saciar ese maldito deseo que él había encendido.

Quería chuparle la verga, pero era imposible por el poco espacio y tampoco estaba dispuesta a arrodillarme en el sucio piso de ese baño. Ese día estrenaba una diminuta y fina tanga que me había comprado mi esposo. A medida que lo masturbaba su verga se iba poniendo más tiesa en mis manos. Me dio vuelta. Me inclinó sobre el inodoro, sentí como acariciaba mis nalgas y las apretaba, incluso les pasaba la lengua, era imposible no gemir, ya que su lengua se acercaba peligrosamente a mi concha. “¡Qué puta tanga tienes! Debe ser muy cara. “Me la compró mi esposo” –le respondí. “¿El cornudo?” –preguntó sabiendo bien a quien se refería. “¡Si, el cornudo!” –respondí cada vez más caliente. “¿Esto haces siempre? ¿Coges con lo que él te compra?” –preguntó metiendo sus dedos en mi vagina. “¡Ah, sí, me calienta hacerlo con lo que él me compra!” –le respondí intentando contener el gemido. “Bueno, te la voy a meter con la tanga puesta que compró el cornudo de tu marido” –me dijo. Con sus piernas separó las mías. Con sus manos movió la tanga a un lado y me empujó más sobre el inodoro, quedé muy inclinada hacia adelante, con la cara pegada en la pared.

Me siguió mirando por un instante y me dijo, “¡Qué rica putita eres! Con esa tanga cara te voy a coger. Te voy a mandar con mi semen donde el cornudo fino de tu esposo”. Me calentó más escucharlo decir eso. Sentí que envidiaba a mi esposo y sentí que cogerme era una forma de tener lo que él no tenía, quizá era la forma de “vengarse” de ese éxito que mi marido tenía en el trabajo. Sólo quería ser cogida en ese momento. Sentirme un instrumento o un juguete, me hacía sentir más sucia y, por cierto, más caliente. Con sus dedos puso saliva en mi vagina y en una sola estocada me la metió toda. Sentí como avanzaba cada centímetro de su verga se apoderaba de mi concha empapada. Era deliciosa la forma en que me cogía, yo gemía como loca sintiendo la fuerza de sus embestidas, estaba tan perdida con esa deliciosa verga entrando y saliendo que le decía: “¡Sigue, cógeme! ¡Hazlo de mima forma que se la metes a Adriana!”. Me jalaba del cabello y tiraba mi cabeza hacia atrás y me decía al oído: “¡Tú eres más puta que ella! Tienes una concha de puta que me vuelve loco”. Esas sucias palabras que salían de su boca me calentaban al punto de ser arrastrada a ese punto de no retorno en el placer. Ya poco me importaba si alguien entraba al baño y me escuchaba pedirle que me cogiera, ya estaba tan caliente que nada más me importaba.

Estaba en ese perverso orgasmo cuando de pronto, golpearon la puerta del baño. Mateo con toda calma y sin detenerse respondió: ¡“Estoy cogiéndome mi regalo de cumpleaños! ¡Dejen de molestar y vayan a mear a otro lado!”. Esa respuesta que dio, como si no le importara nada, su verga entrando y saliendo, las palabras sucias que me decía al oído mientras me la daba con fuerza, me hacia sentir que estaba en un sueño erótico perfecto. Me tenía tan caliente que no demoré en tener otro orgasmo que me hizo quedar sin aire. Se notaba que él lo disfrutaba mucho, me decía: “¡Así me gustan las perras, muy calientes!”. “¡Si cariño, soy una perra caliente!” –le decía gimiendo. Siguió moviéndose muy rápidamente, cada vez más acelerado y repitiendo: “¡Qué putita más rica eres”. Mi respiración se agitaba y su verga no me daba descanso, seguía taladrándome la concha. Al fin su verga explotó y me llenó con ese tibio semen, sentir esas deliciosas descargas me dejó en éxtasis, la perversa forma en que su verga latía para dejarlo salir todo fue alucinante.

Me subió la tanga y la restregó en mi conchita para limpiarla. ¡Eres un morboso!” –le dije. Él sonrió y respondió: ¡Te dije que te iba a mandar con la tanga llena de semen donde el cornudo!”. Escucharlo decir eso hizo que me importara una mierda arrodillarme en el sucio piso del baño y se la empecé a chupar hasta que se puso dura otra vez. Estaba poseída por esa deliciosa verga, se la chupaba como endemoniada, él bufaba como bestia y me decía: “¡Sigue putita! ¡Qué rico la chupas!”. Claro que seguí quería sentir su semen en la boca, embriagarme con él, quería el sabor de su verga en la boca. No pasó mucho para que sucediera, su verga empezó a escupir semen en mi boca, se sentía tan tibio, tan espeso, que no dudé en tragarlo e incluso dejar que algunos chorros cayeran en mi polera y me manchar con él.

Cuando estuvimos listos, se puso a escuchar que pasaba afuera. No había nadie. Abrió la puerta y miró a ambos lados. Sin moros en la costa. Salí raudamente. Él se quedó y salió unos minutos después, me hice la tonta y me acerqué a marido que con lo ebrio que estaba ni siquiera notó que me había ido por un buen rato. Me sentí toda una puta y lo disfruté como si hubiera sido la primera vez.



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