Mi nombre es Jessica, tengo veintiséis años y tengo algunos gustos particulares, pero vamos por orden. Tengo un hermano de nombre Andrés y una hermana que se llama Marcela, ambos son mayores que yo. Nuestros padres pasaron a mejor vida cuando yo tenía solo ocho meses y medio, no recuerdo nada de ellos, para mí mis padres son mis abuelos. Mis abuelos tienen una granja mediana, hay seis caballos, tres docenas de gallinas, catorce vacas y también hay un criadero de perros, esto último es la afición de mi abuelo y él cría un perro por cada miembro de la familia.
Cuando mi hermano mayor se independizó y dejó la granja, mi abuelo le regaló un perro para que le hiciera compañía y para que siempre tuviese un amigo leal a su lado. Luego vino el turno de Marcela, también ella dejo la granja con su perro fiel y guardián. Finalmente yo me recibí en ingeniería comercial y con un contrato de trabajo de un prestigioso banco del país, dejé la granja con mi perro de compañía, un boyero de Appenzell, color negro con su característica mancha blanca en el pecho, pelaje corto, ojos vivaces, mi abuelo lo bautizó Jessy y me dijo que él siempre cuidaría de mí.
Comencé a trabajar en el banco y estaba muy contenta. Habitaba en un pequeño condominio con piscina incluida y bastante cerca de la ciudad. Los vecinos eran agradables y justo en la propiedad frente a la mía, vivía una madre soltera con su hija, Marlene, de 17 años. Nos hicimos amigas aun cuando yo era cerca de nueve años mayor. Se convirtió en una especie hermana menor. Sacaba a pasear a Jessy los días en que no lo podía hacer yo. Todo funcionaba perfecto, mi vida transcurría apaciblemente y bien. En algunos meses terminé de amoblar la casa. Mis abuelos me mandaron por correo una alfombrita muy fina y seguramente muy cara, decidí colocarla delante de mí sofá. Para Jessy fue amor a primera vista y desde el primer día la eligió para tumbarse encima y dormir a pata suelta. Por ahí empezó todo.
Un viernes por la tarde llegué a casa bastante cansada después de un día muy atareado. Jessy estaba de pie sobre la preciosa alfombra y tenía una erección enorme, me sorprendió lo grande que era su miembro. Brillaba, de un color rojo oscuro y tenía una bola como una naranja de un color más claro, blanquecino. Me quedé boquiabierta al ver su gigantesco pene que parecía pender de su peluda vaina. Nunca había visto una verga así de grande. La tomé para ver si así podía detener el goteo de sus fluidos sobre la alfombra.
Me encontraba exasperada por la bizarra situación y de algún modo no me di cuenta de que seguía sujetando el pene y la bola de Jessy. Desesperada por no poder detener ese goteo continuo, seguramente le apreté y retorcí un poco más enérgicamente su miembro que latía en mis manos y que ahora apuntaba a mi rostro, entonces se detonó toda una chocante situación. Jessy comenzó a eyacular, disparaba potentes chorros de líquido caliente, el primero entró de lleno en mi boca y corrió por mi barbilla, un poco tarde cerré mi boca, el segundo me impactó de lleno en la cara y cerré mis ojos, de reflejo tragué el semen que tenía en la boca; el tercero me dio en el escote mojando mi sujetador y el cuarto que me pareció ser el último, empapó mi blusa y mi falda, luego siguieron una serie interminable de chorritos más débiles. Mi imagen era misérrima, yo una futura banquera con proyección, arrodillada al lado de mi perro, mi mano cubierta de semen aferrando su pene y su bola, con la blusa parcialmente abierta; cara, pechos, sujetador, falda y blusa completamente empapados en semen de perro. Pero ahora no podía preocuparme de mi apariencia. Me había tragado el semen del perro que quizás pudiera tener alguna infección. Como una loca me desvestí por completo y corrí al baño, me arrodillé delante del inodoro intentando vomitar, pero no me salió nada, tenía en mi boca ese sabor extraño, pero de alguna manera no me disgustaba, pasé mi lengua por toda mi boca y sentí que ese sabor estaba en toda mi cara. Presurosamente me metí bajo la ducha y me lavé por casi una hora, enjaboné mi cuerpo entero donde había caído semen de perro, lo repetí varias veces, me gasté una botella entera de shampoo, otra de gel ducha y una barra de jabón tratando de sacarme de encima el semen de Jessy. Después de asearme, me puse ropa limpia y tiré toda la que me había sacado a la lavadora, pero no tenía paz por lo sucedido, pensaba en posibles consecuencias y en qué hacer ahora. ¿Cómo debería comportarme de ahora en adelante? En tanto el perro maricón estaba tumbado en su alfombra lamiéndose los testículos. Créanlo o no, cuando me acerqué a él me pareció que sonreía feliz con su descarada cara de perro maricón.
Lo miré enojada y luego me puse histérica, cogí el teléfono y comencé a llamar a mi médico, pero antes de discar el último número, colgué. ¿Qué le iba a decir? ¿Qué le iba a preguntar? “Doctor, he tragado el semen de mi perro”. “Doctor, ¿puedo enfermar si me he tragado una buena porción de semen de mi perro?”. Me parecía todo tan absurdo, absolutamente imposible de explicar lo sucedido. En eso me recordé de Luisa, una vieja amiga del colegio, ella tiene una clínica veterinaria y quizás podría aconsejarme, pero otra vez estaba el problema de cómo decírselo o explicárselo. ¿Qué fue un accidente? Pero, ¿me creería? Era muy difícil que algún ser humano en la tierra me creyera lo que había sucedido realmente. Muy probable que creyeran de que soy una pervertida y que tuve sexo con mi propio perro. Me sentí enferma, una jaqueca insoportable se apoderó de mí. Era casi medianoche, ya no podía hacer nada más. Bebí una taza de té mezclada con abundante ron y me fui a la cama, sin antes cerrar mi puerta con llave y pestillos.
Esa noche casi no dormí, estaba aterrorizada, tuve pesadillas y no resistí más en la cama. A las nueve me levanté y de alguna manera me fui a la cocina y me preparé una taza de café que luego repetí mientras pensaba que acción tomar. Estaba casi decidida a llamar a Luisa, pero ¿qué le digo? Durante dos horas elaboré una historia más o menos plausible para explicar el accidente, pero solo yo sabía que se había tratado de una cosa fortuita y sin intención, solo que era muy difícil de explicarlo en modo creíble a una tercera persona. Busqué el teléfono de Luisa y la llamé. Elegí las palabras para hablar con ella y le conté la bizarra historia, le pregunté si un ser humano podía ser infectado al tragar involuntariamente semen de un animal, más precisamente semen de perro. No sentí ninguna inflexión en su voz, pero la imaginé sonriendo, luego de un rato en que ponderó mi pregunta, respondió en forma seria: “Que yo sepa, no existe riesgo alguno si alguien ingiere fluidos corporales de un animal sano, esto incluye el semen”. Me sonó muy seria y profesional su respuesta, no escuché ninguna risa ni comentario superfluo, parecía que había creído mi historia. Después supe que no me creyó, de hecho pensó de qué estaba tratando de tener sexo con mi perro. Esta respuesta me dejó bastante tranquila y pude al fin relajar mis nervios, prometí visitarla para charlar de los tiempos del colegio. Así que no voy a enfermar, Jessy después de todo es un animal sano y con todos sus certificados al día. Ahora solo tenía que olvidar el “accidente”, quizás algún día lo contaré como un chascarro acaecido entre Jessy y yo.
Habían pasado un par de semanas y prácticamente había echado al olvido la extraña eventualidad ocurrida. Legué a casa para el descanso del fin de semana y otra vez encontré a Jessy sobre esa maldita alfombra con una erección similar a la vez anterior. Al principio pensé que me había vuelto loca y que mi mente me estaba haciendo una broma. Esta vez vestía una ropa un tanto diferente. Solo que repentinamente algo sucedió en mí. En el mismo momento cuando vi la verga gigantesca de Jessy, su bola y el goteo permanente en la punta de su pene, mi boca se hizo agua y me pareció volver a sentir ese extraño pero agradable sabor en mi lengua cuando Jessy eyaculó y lanzó su chorro en mí boca, entonces le dije: “¡Oh!, no Jessy, otra vez no. Fui al baño, tomé una toalla y atrapé los fluidos que salían de su pija, luego la tiré a la lavadora. Jessy me miró consternado, lo único que hizo fue tumbarse sobre la alfombra a lamer su verga con una triste mirada en sus ojitos marrones.
Esa noche tomé un par de cervezas sentada mirando la televisión, sin darme cuenta me dormí y tuve un sueño. Me encontraba en una playa solitaria, había un salvavidas muy guapo, alto, con enormes ojos azules y brillantes, un pequeño traje de baño donde se marcaba su miembro. Yo vestía un diminuto bikini y estaba tumbada en la arena tomando sol. Se acercó a mí y se acostó a mi lado, sin decirme nada me besó con lujuria, mis hormonas se revolucionaron y respondí el beso de la misma forma. Él de manera hábil empezó a recorrer mi cuerpo con sus manos sin separar su boca de la mía. Me quitó las prendas que tenía puestas, desnuda ante él separé las piernas y sus dedos buscaron mi sexo, me masturbó de manera simplemente exquisita, empecé a gemir descontrolada y acabé deliciosamente. Me hizo ponerme de rodillas y se bajó el traje de baño. Su verga salió y la metí en mi boca, se la chupé como posesa esperando sentir su tibio semen en la boca yo lo estaba disfrutando, pero había algo que me causó extrañeza. Cuando acabó, su semen tenía un sabor que ya conocía, era el sabor del semen de Jessy.
Tuve una sensación de hormigueo en mis pies, cuando abrí los ojos vi a Jessy que lamía mis muslos, se sentía bien, pero le rechacé. Me miró muy triste y me sentí culpable. Me incorporé y le llamé, me miró y se volvió hacia mí. De repente apretó su nariz entre mis muslos y olisqueó entre ellos. Me petrifiqué e intenté apartarlo, pero como ya dije, es muy grande, fuerte y pesado para mí, me costó al menos tres intentos para sacarlo de mi regazo. “¿Qué demonios te sucede?” –le dije con enojo. Por supuesto que no iba a responderme, pero estaba pensando a alta voz, eran dos semanas que me corroía la misma pregunta, “¿Qué le pasa a mi perro?”. Después del desastre de hace quince días cuando me salpicó de semen y hoy se repite la misma situación. Ahora su hocico buscaba mi entrepierna “¿Cuál es tu problema? Necesitas una perra, ¿no?” –le dije mientras acariciaba su cabeza. Los perros son inteligentes, entendió que estaba enfadada con él. Se dio vuelta y volvió a su lugar favorito, la alfombra, ni siquiera volvió a mirarme, estaba triste probablemente.
El lunes siguiente empezaron mis vacaciones. Me había propuesto averiguar exactamente cuál era el problema de Jessy. Primero lo llevé al parque para un largo paseo, jugué con él y su pelota de tenis preferida, se la lancé más de cincuenta veces con la esperanza de dejarlo agotado y no se comportara en modo inadecuado al regreso a casa. Una vez en casa le di de beber y comer, lo dejé dormir, yo me fui a la biblioteca a buscar material didáctico para aprender algo más sobre el comportamiento sexual de los perros. Aprendí por primera vez la palabra “Zoofilia”, descubrí que hay personas que se sienten atraídas sexualmente por sus animales. Me fascinó el tema y me llevé prestados a casa algunos libros para profundizar sobre el argumento. Había varios estudios sobre el comportamiento sexual de los perros cuando están en “celo”. Tardé casi tres días en leer todos los libros, comencé a sentir cada vez más un cosquilleo en mi propio sexo y ya no me horrorizaba contemplar en tener sexo con Jessy. Tengo que hacer notar que toda esta situación fue hace muchos años, el internet estaba en pañales y no había bancos de datos con información sobre esta temática. Para muchos, internet era solo una experiencia esotérica, no había ni videos ni relatos sobre esto. Para mí se convirtió en una adicción aprender más sobre esta parafilia y compré algunos libros. Hubiese querido compartir con alguien mis pensamientos y mi curiosidad, pero no había donde encontrar gente que se interesara sobre esta temática, pero la suerte mi favoreció.
Un día cuando estaba a punto de devolver algunos libros que había pedido prestados de la biblioteca, me encontré con un pedazo de papel que cayó de uno de ellos. Pensé en un principio que era solo un marca páginas, pero no era solo eso, había la dirección de un sex shop especializado en artículos, revistas y juguetes relacionados con la zoofilia y, por supuesto videos. Por alguna razón alguien había puesto eso allí, así que después de copiar todos los datos volví a colocar el papel en el mismo libro. En cuanto llegué a casa llamé a la tienda. Del otro lado respondió una voz masculina grave: “Love Zone Sex Shop. ¿En qué puedo ayudarle?”. Mi corazón latió con fuerza, no sabía qué reresponder. “¡Ehmmm! Conseguí este número por un amigo, me dijo que tenían algunos artículos especiales…, cosas, cosas como…”. Estaba muy nerviosa y no se me ocurría como tocar el argumento, pero la experiencia del vendedor me ayudó. “¿Se refiere a zoofilia y sexo con perros?” –preguntó. Aunque si nadie me podía ver, me sonrojé completamente. “¡Uhm!, sí, algo así. ¿Quisiera saber si tienen algún catálogo para enviarme?” –pregunté. “Sí, con mucho gusto. ¿Tiene una dirección donde recibirlo?” –respondió la voz. Por suerte tenía una casilla de correos, así que le di los datos y colgué con los latidos de mi corazón que casi se me salía de mi cuerpo. Desde ese día fui todos los días a la oficina de correos, estaba ansiosa. Finalmente, al cuarto día llego el catálogo. Me fui a casa a toda velocidad, no veía la hora de revisar el catálogo y ver las cosas que se ofrecían sobre mi nueva adicción.
Después de dejar mis pertenencias, me fui a la cama a estudiar el catálogo. Había algunos anuncios para amantes de perros, de caballos y muchos, muchos juguetes sexuales. Consoladores de varias formas, de perros de varios tamaños, de caballos de las más variadas dimensiones, incluso se promovía un consolador con pene de delfín. Había accesorios adicionales, tales como calcetas para perros, en modo de que no te arañen cuando te montan y un enorme estante donde acomodarse para tener relaciones con un caballo. Realmente me sorprendió mucho el catálogo en general y comencé a marcar los artículos que me interesaba ordenar, también me subscribí a un par de revistas mensuales. La zoofilia y el amor por los perros me había impregnado totalmente y no había marcha atrás, a decir verdad, nunca pensé en retroceder. Comenzaron a llegarme los libros, las revistas con fotografías, algunos videos y con una de las revistas venía una adicional sobre la adicción al semen. Todo el material que revisaba una y otra vez me excitaban sobremanera y mis ojos se iban cada vez más seguido a la enorme verga de Jessy.
Los videos de chicas chupándole la verga a sus mascotas eran los que más me excitaba, cuando me masturbaba la fantasía más frecuente era esa en la que yo le chupaba la verga a Jessy y él me regalaba ese sabroso gustillo de su esperma cálido y que a mí me gustaba tanto. Recordé la vez única en la que Jessy me había rociado con su semen sobre mí y en mí boca, en mis sueños eso se repetía siempre. Ya no me escandalizaba esta situación, es más, la estaba anhelando para volver a repetirla y disfrutarla. Me harté de soñar, pero no estaba preparada para entrar de lleno en ese bizarro mundo de la zoofilia y del amor perruno, así que encargué un dildo al sex shop con forma de pene de perro. Ya había ordenado tantas cosas que sabía el nombre del vendedor que siempre me atendía con mucha gentileza. Mike me hizo unas recomendaciones y compré dos dildos uno más grande que el otro, equivalentes a dos diferentes razas, mi Jessy estaba más cerca del dildo de tamaño grande. Cuando quiso saber mi nombre, le mentí y dije llamarme Lissette, que es el nombre de una compañera de trabajo que no me es tan simpática. Se demoraron casi una semana entera en llegar, jugué un rato con uno y luego con el más grande. No las chupé ni intente metérmelas en mi coño, solo las toqué y masajeé, pensado en la verga de Jessy, le di unas tímidas lamidas al dildo más grande. Un poco temerosa y reticente las guardé, me parecían demasiado perversas.
Estaba intranquila, nada me daba paz, me sentía infeliz. Algo no iba bien conmigo. Pasaba todo el tiempo a soñar cosas que después me avergonzaban. La única forma de dejar de pensar era ocuparme en algo. Tomé la aspiradora y aspiré todas las alfombras y todos los rincones, luego fregué los pisos del pasillo y la cocina, lavé las ventanas, lavé las cortinas, lavé la ropa de cama, también lavé y planché toda mi ropa. En algunos días tuve todo limpio, planché unas blusas y faldas de trabajo, cuando fui a guardarlas al armario, en el pasillo vi unas gotas de agua, pero no podía ser agua, curiosa seguí el rastro de las gotas que conducían directamente a la sala de estar. Allí estaba Jessy sobre su alfombra, frente al sofá y su erección era mastodóntica, parecía más grande y larga que otras veces. A pesar de todo lo que había leído, nada me había aclarado el porqué de estas erecciones esporádicas. Inmediatamente me vino a la cabeza el día en que me bañó en su esperma. También pensé a los consoladores con forma de pene de perro que conservo escondidos en mi mesita de noche. Giraron por mi mente todas las imágenes de las revistas con chicas chupando vergas similares. Me parecía que había visto y leído todo. Ahora estaba frente al objeto real, el verdadero y parecía enorme. Me quedé hipnotizada e inmóvil. Saqué fuerzas de no sé dónde y di unos pasitos hacia él, Jessy me miró. Di dos pasitos más y él no reaccionó. Unos pasitos más y estaba casi a su lado. No movió ni un solo músculo cuando me puse a su lado y lo toqué con mi rodilla. Me llamó la atención cuando vi que su escroto se movía con cada respiración, la larga verga subía y bajaba un poquito a la vez. Me pareció escuchar un canto celestial y un coro de ángeles que me llamaban hacia sus testículos, puede sonar estúpido, pero ese salmo resonaba en mis oídos. “¡Ahora vamos, tócame!”. Estaba vestida solo con un jeans recortados y una polera holgada, sin bragas y sin sostén. Me arrodillé y me arrastré un poco bajo su vientre, estaba todo siendo controlado por alguien más, como si no tuviese control de mí misma.
Toqué su verga, se movía autónomamente, me estaba volviendo loca. Jessy permanecía sin hacer nada, no intentó irse, parecía disfrutarlo, estoy casi segura de que le encantaba. El líquido cálido comenzó a escurrir por mis dedos, mi mano y luego mi brazo. Quería echar un vistazo más de cerca a esa enorme verga, apreté su enorme miembro contra mi escote y mis tetas tocaron su rugoso escroto. Estaba mirando su verga a centímetros de mí y vi como ese líquido acuoso continuaba a caer, esta vez sobre mi polera y de amplio escote. Tiré de su verga hacia arriba y las gotas mojaron mi piel. Saqué la lengua para probar el conocido sabor de su semen. Las primeras gotas que bañaron mi lengua casi me provocaron un mini orgasmo. La adrenalina se había disparado por mis venas, mi corazón latía a mil y no pude resistir más. Ya nada me importaba, lo único que deseaba era llevarme esa brillante verga roja a mis labios y chuparla. Nada me escandalizaba, nada me atemorizaba y nada me disgustaba, ni tampoco me molestaba estar infringiendo la ley, todo lo que quería y deseaba era chuparle la verga a este hermoso perro. Abrí la boca y teniendo cuidado de no hacerle daño con mis dientes, levanté mi cabeza y la verga de Jessy se deslizó dentro y comencé a chupársela con ganas. Mi lengua jugaba alrededor de su puntiaguda verga, saboreé sus fluidos que escurrían por mi garganta. Me los tragué ansiosa y se la chupé con mayores energías. Me perdí en ese placer paradisiaco, la lujuria controlaba por completo mis acciones. Tragué su miembro tan profundo como pude en mi boca, aprendí a controlar los conatos de arcadas. Jessy jadeaba y aullaba como cachorro, se lo estaba pasando en grande, gozaba. Seguramente acabaría en cualquier momento. Saqué un poco su verga de mi boca, pero continué a masajearlo, acariciando su nudo. Entonces explotó pero en forma violenta. Su semen salió en gruesos chorros, parecía como el día aquel, pero no se detuvo, fueron más chorros, tuve que tragar mientras él seguía chorreando en mi boca. Lo más increíble es que yo también acabé sin tocarme, solo apretando y restregando mis muslos mientras le chupaba la verga y me tragaba su semen. Le lamí acuciosamente la verga hasta dejársela completamente limpia e intenté levantarme, pero no pude. Mi cuerpo no me respondía. Estaba agotada por completo y de un solo orgasmo que me hizo desfallecer.
Jessy me dejó sola y se fue a su alfombra, al cabo de unos minutos me senté con las piernas plegadas, pero todavía no podía pararme, mis piernas parecían de goma, entonces me arrastre como pude hacia el baño para enjuagarme la cara. En el momento en que vi mi cara totalmente cubierta de semen en el espejo, me di cuenta de que era una pequeña puta de perro, una zoofílica, una que quiere tener relaciones sexuales con su mascota. Sabía que esta mamada no era lo único ni lo último que quería hacer con Jessy. Cuando me desperté a la mañana siguiente me sentía en modo excepcional. Tuve una serie de locos sueños sexuales muy calientes. Me fui a la cocina y me preparé un café, mi mundo había cambiado en modo maravilloso. Comprendí que lo de anoche no fue una casualidad, sino algo que deseaba hacer desde hace mucho tiempo. Me sentía completamente feliz, me llegaba a reír sola, sentía maripositas en mi vientre, hasta que sonó el teléfono. Era mi abuela: “¡Hola cariño! ¿Cómo estás?” –preguntó. No sabía que responderle, me sorprendió su llamada. No podía contarle nada de lo sucedido. Me sentí atrapada, como una niña siendo sorprendida haciendo algo malo. “¡Sí! ¡Yo, bueno! Estoy bien” –respondí. Hubo un momento de silencio al otro lado de la línea, entonces mi abuela me pregunto: “¿Te sucede algo, querida?”. Maldita sea, ¿por qué estoy tartamudeando? “No, estoy bebiendo café y me acabo de quemar la lengua” –le dije. “¡Oh!, pobrecita. Te llamaba para invitarte a venir para el mes que viene, el catorce tu abuelo será nombrado oficialmente como Presidente de la Asociación de Criadores. Le gustaría mucho tenerte aquí con nosotros” –dijo ella. “¡Oh, abuela! No te puedo prometer nada, pero intentaré estar allí” –dije. “Bueno, eso es lo que quería preguntarte. Cariño, suenas extraña. ¿Estás segura que no te sucede nada?” –insistió. “Estoy bien, abuela no te preocupes” –le respondí. “Bueno, entonces espero verte pronto. Adiós, querida” –dijo con ternura. “Sí, gracias. Adiós abuela” –dije y cortó la llamada.
Quedé nerviosa. ¿Qué pasaría si ella se enterara? ¿Qué pasaría con mi familia? ¿Con mis amigos? ¿Con mis colegas? ¿Con la gente de la calle? ¡Dios santo! Si alguien alguna vez se enterara de que se la había chupado a mi perro y también que me tragué su semen y por si fuera poco me gustó tanto que me acabé como una puta. No puedo negar que me divertí y me gustó hacerlo. Tenía sentimientos encontrados, me gustaba, pero al mismo tiempo me revolvía el estómago. ¿Fue censurable? ¿Hice mal? ¿Soy una pervertida? Me senté en la estúpida silla de la cocina y miré el suelo acongojada pensando y pensando. Había leído bastante sobre el tema, pero no sabía todo al respecto de este. Había cosas que me agobiaban.
No le chupé la verga a Jessy contra su voluntad, no me gusta la violencia. Tampoco él me obligó a hacerle sexo oral, ni menos lo imagine forzándome a hacerlo. En ese preciso momento Jessy entro a la cocina, se acercó a su plato y se puso a comer su alimento, luego bebió bastante agua. Lo observaba por el rabillo del ojo. No, no me sentí criminal. Bueno, los humanos están hechos para tener sexo con otros seres de su misma especie, somos compatibles con otros seres humanos, pero eso no significa que los humanos no puedan tener contacto sexual con animales, se viene haciendo desde cuando estábamos en las cavernas. Prácticamente siempre lo hemos hecho. ¿No es verdad? Jessy había terminado de comer y beber, se dio vuelta y se acercó a mis piernas. Lo miré ensimismada y comencé a acariciarle. Buscaba lógica en lo que sentía pero no podía encontrar una respuesta. Cada vez me recorría una extraña sensación por todo mi cuerpo cuando pensaba al pene de Jessy y, me gustaba. Su pene tiene similitudes con el pene de un hombre, bueno la punta es diferente y el hombre no tiene una bola, el hombre tampoco tiene el hueso que tiene Jessy en su pene, pero ambos sirven para penetrar a una hembra y así garantizar su procreación. Puede que no tenga nada de científico lo que pienso, pero a mí me divierte y lo disfruto.
No tenía argumentos válidos para mi comportamiento. Estaba haciendo algo que no todos hacen. Por otro lado, me ha gustado tanto que no puede haber nada de malo en ello. De repente sentí que mi mano se calentaba como si la hubiera metido al agua caliente. Miré y vi que tenía la verga de Jessy en mi mano. Sin querer y sin darme cuenta mi mano se había deslizado y lo acariciaba, tenía su pene cálido a contacto de mí piel. Imprevistamente una serie de escalofríos recorrieron mi cuerpo y traté de bloquear esas imágenes que se agolpaban en mi mente. Me vi tumbada de espalda bajo el vientre de Jessy, chupaba su espléndida y deliciosa verga, su pene chorreaba su precioso líquido en mi cara, se sentía genial. Quise obviarlo, pero no pude. Me encantaban las sensaciones que este poderoso pedazo de carne rojiza y caliente me había enseñado a amar. Me puse de rodillas para masajear al proveedor de mi infinito placer, lo masturbé más y más rápido acercándolo a mi rostro. Jessy jadeaba y aullaba suavemente. Unos segundos después eyaculó en mi cara, se sentía tan bien, casi como esa primera vez. ¡Qué delicioso chupar y beber ese semen caliente, le dije: “¡Buen chico!”. Dirigiendo sus chorros a mis pechos, mis pezones y de nuevo a mi rostro. Me lamí todos mis dedos embadurnados en esperma canino. Ya frente al espejo me di cuenta de que me veía absolutamente satisfecha y feliz. “¡Maldita sea! ¿Qué más da lo que digan de esto?” –me dije. Entonces me giré hacia Jessy que lamía feliz sus testículos. “Tú tampoco vas a decir nada, ¿entendido?” –le dije. Él me miraba con su cabeza ladeada, entonces agregué: “Y si quieres comentarlo con alguien, primero tienes que preguntarme, ¿de acuerdo?” .Lo creas o no, Jessy dio un ladrido cortito mirándome con sus vivaces ojos como diciéndome: “¡Entendido!”.
Cuando recuperé el autocontrol me sentí mucho mejor. Me importaba un bledo lo que los demás pudiesen pensar de mí. Las posibilidades de que alguien se entere de mi nueva pasión son casi nulas, pasó el día y me fui a acostar convencida de que estaba dispuesta a disfrutar mi sexualidad como a mí se me pegue la gana y nadie debía reprocharme algo. La mañana llegó y aún estaba atribulada con esos pensamientos y contradicciones. Estuve pensando en lo sucedido, pero lo que me había pasado ayer en la cocina me tenía un tanto confundida. ¿Cómo fue que tomé la verga de Jessy sin siquiera darme cuenta? ¿En modo inconsciente? Está bien que todo esto es nuevo para mí, que un perro tenga este efecto estimulador en mí es algo especial. Además, son tantas las perversiones sexuales que existen, que esta me parece atractiva e inofensiva.
Aunque no era lo único que me alteraba. El hecho de perder el control de mi misma cuando tenía la pija de Jessy en mi mano era aún más riesgoso, sobre todo pensando al catorce, día en que mi abuelo será presentado como el nuevo Presidente de la Asociación de Criadores. Una reunión en la que todos se presentan con sus mejores perros. Me vi en el jardín del club lleno de gente, banderas, globos, música, con los perros en una tarima y sus vergas encendidas, conmigo arrodillada a chupar de una en una todos sus penes. Era una visión aterradora, pero terriblemente cachonda, me sentí eufórica y excitada, como si hubiese ingerido una droga, un alcaloide que me hacía excitar de solo pensar en ella, mi coño excitado latía con el pulso acelerado de mi corazón. Tengo que controlarme, tengo que autocontrolarme. No tenía ni la más mínima idea de cómo lograr mi cometido. Debo aprender a no calentarme con la verga de cualquier perro que pase cerca de mi boca. Me llevé a Jessy al parque, el aire fresco nos haría bien a los dos y me ayudaría a despejar mis locas ideas. Había muchos niños jugando futbol, algunas personas mayores conversaban entre ellas y otras leían sus periódicos, parecía un ambiente amigable y comunitario. Si debo alabar a Jessy por algo, es que es un perro bastante obediente, pero hay veces en que es terco, le tiré muchas veces su pelota y él corría a buscarla para traérmela. Algunos chicos nos miraban entretenidos viendo a Jessy correr como loco a la busca de su pelota. Dos chicas, de unos 17 años se acercaron a nosotros: “Es un perro grande. ¿Cómo se llama?” –preguntaron. “Jessy” –respondí. “¿Jessy? ¡Wow! ¿Podemos acariciarlo?” –preguntó una. “Sí, no teman, es inofensivo” –les dije. Las dos chicas comenzaron a jugar con él y yo lo observaba atentamente para ver cómo se comportaba. En realidad, era el perro perfecto, no hubo ningún signo de querer olfatearlas ni saltarles encima, solo jugar con la pelota y recibir el cariño de ellas. Me puse contenta y muy satisfecha con él. Me hizo pensar que solo yo le atraía sexualmente. Me quedé sentada en un banco del parque donde estaba jugando Jessy, pensaba en premiarlo con una lata de su alimento favorito ya que se había comportado ejemplarmente. En eso apareció una mujer de unos treinta años con un Doberman macho, me pareció muy oscuro el pelaje y su aspecto era intimidante. Ni ella ni el perro se fijaron en mí, pero yo les observe a ambos, algo en el comportamiento del perro me había llamado la atención. Ella se detuvo a hablar animadamente con otra mujer, deben ser amigas, pensé. De modo repentino el Doberman saltó sobre su ama e intentó follar su pierna, la escena me pareció cómica, casi me reí a carcajadas. La mujer gritó a su perro para que se detuviera, en eso me fijé que la mitad de la verga del Doberman estaba afuera, la miré para ver si surtía algún efecto sobre mí, pero no sentí nada. No me puse cachonda ni pensé en correr a chupársela. Me sentí extraña, contenta, porqué comprendí que la única verga que me atraía y me calentaba, era la de mi Jessy. Alegre salté del banco y grité: “¡Genial!”. Quizás grité muy fuerte porque todos se voltearon a mirarme. Llamé a Jessy y nos fuimos a casa.
Más tarde en casa, me recosté en el sofá a leer un libro. El hecho de que pudiera resistirme a otros perros me rendía feliz. “¿Qué más podría sucederme ahora?” –me pregunté. Había encontrado un nuevo tipo de sexualidad que disfrutaba como ninguna otra antes. Había recuperado el autocontrol y me importaba un bledo lo que los demás pudieran pensar de mí. ¿Qué había que hacer? Solo disfrutar la vida tal y como viene. Me quedaban solo algunos pocos días de vacaciones y aún no había disfrutado mucho de ellas. Me había pasado varios días atormentándome con un saco de estupideces. Decidí salir a pasar una noche agradable y eso significaba dejar a Jessy solo por un tiempo. Tenía una solución, Marlene, la hija de mi vecina podría cuidar de Jessy mientras yo estoy afuera. Como presupuestado de antemano, Marlene vino para quedarse con Jessy y yo salí a divertirme. Debo decir que me divertí realmente, estuve en un club con música fantástica. Bailé hasta quedarme sin piernas. Conocí a unas personas que me invitaron a seguir la fiesta en un almacén de la zona industrial. Nunca había estado en ese sector de la ciudad. Al principio me pareció un poco extraño, pero luego me relajé y me divertí mucho. Llegué a casa a eso de las cinco de la madrugada, estaba borracha y cansada. De cualquier modo me tiré sobre la cama a dormir. En el salón, Jessy dormía sobre su alfombra preferida. Eran más o menos las diez de la mañana cuando me desperté con un dolor de cabeza terrible y la boca como cartón, tenía un leve malestar al estómago también. Todo signo de haber bebido mucho. Me levanté a tientas y me fui al baño a enjuagar mi rostro. Sonó el timbre del teléfono, pero no hice en tiempo a contestar. Fui a la cocina en busca de un analgésico que me quitara este mal de cabeza, me tomé dos aspirinas con jugo de naranja. Luego en la sala de estar me dejé caer desfallecida sobre el sofá y Jessy vino a llorar suavemente a mi lado. Quería salir afuera, pero yo aún no lograba abrir bien mis ojos y a cada movimiento mi cabeza amplificaba mis temblores que se esparcían en oleadas por todo mi cuerpo. Tomé el teléfono y volví a llamar a Marlene: “¿Jessica?” –dijo ella. “Marlene, por favor, ¿podrías venir y sacar a Jessy por un rato?” –le pregunté. “¡Oh! ¡Te siento rara! ¿Estás bien?” –dijo con preocupación. “Bueno, me siento un poco indispuesta” –le respondí. “Borracha querrás decir” –dijo riendo. “Sí, me duele un poco la cabeza” –le dije. “Está bien, dame un par de segundos y estaré ahí” –dijo con un tono amigable. “Ok, gracias. Eres un amor” –le dije y corté la llamada.
Marlene vino enseguida y entró, yo le había dado una llave en el caso tuviera que asistir a Jessy si yo no pudiera. “¡Vaya! Pareces zombie” –me dijo. “Si, estoy destruida. ¡Nunca bebas! ¡Nunca! ¿Entiendes?” –le dije casi con un hilo de voz. “¡Oh! Eres una pobre chica, date una ducha y toma alguna pastilla” –dijo poniendo las manos en su cintura. Odiaba cuando una adolescente intentaba darme consejos, señalé el vaso de jugo y la caja de aspirinas sobre la mesita de centro. “Una cosa a la vez, nenita. Una cosa a la vez” –le dije. Ella sonrió, tomó la correa de Jessy y salió con él hacia el parque. Calculé que estarían fuera por una o dos horas, tiempo suficiente para ponerme en pie otra vez. Como a la media hora el dolor de cabeza se había atenuado lo suficiente como para irme bajo la ducha. El agua tibia y fresca me ayudó a reaccionar y mis ojos volvieron a la normalidad, mi cuerpo volvió a ser como antes. Me envolví en mi bata kimono negra y volví a la cocina a prepararme un pequeño desayuno. Con una bandeja de panecillos y una buena taza de café, me fui al sofá del salón. Solo entonces me di cuenta de haber dejado unas revistas de zoofilia en la mesita de centro, había fotografías bastante explicitas de chicas haciendo de todo con sus mascotas, de seguro que Marlene las vio. Me puse nerviosa. Ella tuvo toda la tarde de ayer para revisar cada rincón de mi casa, no sé si habrá curioseado entre mis cosas. Agarré las revistas y las llevé al cajón donde siempre las guardo y que conservo cerrado con llave, estupefacta descubrí que lo había dejado abierto. En él escondía mis juguetes sexuales, mis revistas y algunos libros sobre la zoofilia, además de algunos videos, me pareció que habían sido revisados, entonces ella sabe. Marlene ha descubierto mi secreto.
Pasiones Prohibidas ®
Que buen relato Caballero exquisito como siempre
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