viernes, 6 de diciembre de 2024

55. La pequeña puta 2

Toda mi cuidadosa atención para esconder mi perversión se había ido a la puta madre. Había sido descuidada e irresponsable. ¿Marlene habrá notado las revistas? ¿Ha estado revisando mis cosas privadas? ¿Qué tanto sabe de todo esto? Odiaba esta sensación de incerteza. Ella es una chica muy joven, adolescente, pero no es la niña inocente qué su madre cree que es, somos amigas y me ha confidenciado de que prefiere la compañía de otras chicas, tiene una amiga en el colegio y le encanta besarse con ella, sueña con tener relaciones sexuales con ella, pero que aún no se atreve. Es una muchacha en vías de convertirse en una hermosa mujer, pero si ha descubierto algo, ¿me lo dirá? ¿Me preguntará sobre esas cosas raras que tengo guardadas en mi cajón?

Se acabó mi tranquilidad, últimamente había tenido miedo de muchas cosas, pero como nadie sabía nada, finalmente se desvanecían porque eran infundadas, pero ahora Marlene sabe. ¿Qué sabe? No lo sé. Ayer cuando trajo de vuelta a Jessy no dijo nada, no parecía diferente. Vuelvo a tener mil dudas en mi cabeza. Si lo sabe, estoy jodida. Si no lo sabe, todo va a estar bien. Quizás no sea oportuno averiguarlo ahora, no tiene mucho sentido.

Volví el lunes al trabajo y fue un día desesperadamente largo, las horas parecían no pasar. Pasé la mayor parte del tiempo mirando la pantalla de mi PC. Durante la pausa del mediodía, llamé a la peluquería canina, Jessy necesitaba un recorte, especialmente ahora que se acercaban lo días calurosos. Nora, la dueña de la peluquería me dijo que tenía una sola hora libre, a las 19:30 y acepté. La poco interesante jornada transcurrió conmigo luchando a cada instante para no adormecerme, por lo menos el aire acondicionado de la oficina hacía menos desagradable la estadía. Pasado las cinco y media salí al fin de la sucursal bancaria y conduje a casa. Estacioné el auto en la entrada y busqué las llaves para entrar, estaba en eso cuando escuché que Marlene me llamaba por mi nombre: “¡Jessica! Espera un minuto” –me dijo. “¡Oh!, Marlene, dime. ¿Qué quieres?” –le pregunté. “Necesito que me hagas un favor!” –dijo ella. “Bueno, veamos de que se trata” –le dije. “¿Podrías chuparle la verga de tu perro mientras yo te miro?” –creí escuchar. “¿Qué?” –le pregunté. Me miró extrañadísima y expectante. “¡Oh! Te pregunté solo si me das permiso para hacer una barbacoa en tu jardín” –respondió. “¡Oh! ¿En mi jardín? ¿Cuándo?” –pregunté. “Este miércoles. ¡Por favor di que sí!” –dijo. “Bueno, está bien, pueden hacerlo, pero me dejan todo limpio, tal cual está ahora” –le dije. “Por supuesto que sí, las chicas y yo limpiaremos” –dijo contenta. Marlene se echó a mis brazos y me beso en la mejilla feliz. Gracias Jessica, eres la mejor” –me dijo. Por un momento pensé que me besó cerca de los labios, pero no dije nada.

 Luego cruzó la calle y lo comunicó a las chicas que esperaban en el jardín de su casa, todo lo que escuché fueron exclamaciones y gritos de alegría cuando Marlene les dijo que yo había accedido a que hicieran la barbacoa a orillas de mi piscina. Abrí la puerta y entré anonadada. ¡Que demonios me sucede! ¡Imaginé una pregunta que ella no me había hecho! ¡Oh, mi Dios! Esta maldita incertidumbre me está matando. Si Marlene sabe o no sabe me está molestando más de lo que pensaba. Me tomé un refrigerio, me cambié y tomé a Jessy a dar un rápido paseo, luego regresé y me dirigí a la ciudad para asistir a la hora tomada en la peluquería canina. Tardaron cerca de media hora en atender a mi perro, el pobre lucía muy lindo, pero yo sabía que luego vendría un poco de trabajo para mí, porque después de cada visita a la peluquería, a Jessy le queda una picazón en todo su cuerpo, así que tengo que cepillarlo a fondo para aliviarlo de esa comezón, me tomará una hora o más en dejarlo completamente cepillado. De vuelta a casa tomé su cepillo y me di a la tarea de aliviar su malestar, por el camino se había estado mordiendo y rascando todo el rato. Mientras cepillaba sus flancos, no podía dejar de mirar su peluda verga y sus brillantes testículos oscuros, pero al parecer él no estaba para listo para nada, parecía solo estar preocupado en aliviar la picazón en su pelaje. Como dije anteriormente, cepillarlo acuciosamente me tomó su tiempo, pero valió la pena. ¡Lucía un pelaje maravilloso y su aspecto era estupendo! Jessy es realmente uno de los perros más hermosos del mundo. Es grande y fuerte, solo un suicida podría intentar algo en mi contra cuando lo tengo a él cerca, me siento segura y protegida con él.

Me levanté de la alfombra y viendo mi ropa llena de pelos, mes desvestí y tire todo a la lavadora, luego me metí a la ducha. Después me vestí con mi camiseta de dormir favorita y una minúscula tanga blanca que apenas cubría mi intimidad. La camiseta tenía un diseño de un tiburón y también una descolorida escrita, “Australia”, era un recuerdo que mi hermano me trajo de uno de sus viajes hace casi cuatro años. La tela era muy suavecita y la confección excelente, claro que ya estaba muy vieja, desgastada y casi trasparente en mis axilas. Me acosté y empecé a leer algo sobre el celo de los perros. Acababa de leer el capitulo sobre el apareamiento, el anudamiento y la copiosa cantidad de semen que son capaces de producir los perros, hasta seis veces más que un humano, mi mano se había deslizado a acariciar mi tanga albina y dibujaba con mi dedo la hendedura húmeda de mi vagina. En eso sentí el ruido de la uñas de Jessy acercándose por el pasillo, entró a mi dormitorio y se tumbó al lado en el choapino, baje la mirada hacia él: “¿Te sientes solo?” –le pregunté. Me miró. Me senté al borde de la cama y él se levantó y se frotó contra mis piernas desnudas. Ahora estaba de pie frente a mí, presionando su nariz contra mis rodillas. Por supuesto que sabía lo que eso significaba, quería que lo acariciaran. “¡Sabes que te quiero!” –le dije.

Dejé que mi mano recorriera su fino pelaje y noté que, a cada respiración, intentaba olisquear más y más entre mis muslos. Al principio quise empujarlo hacia atrás, pero luego me vino la sensación de ver hacia donde iba todo esto. “Cariño, esta es la segunda vez que te acercas al mismo lugar, te gusta, ¿verdad?” –le dije. Su nariz tocó la parte interior de mi entrepierna, se sintió fría y húmeda, me hizo estremecer un poco. Ya era excitante ver como su cabeza iba desapareciendo bajo mi holgada camiseta, sentí un enloquecedor cosquilleo en mi bajo vientre. Las orejas las tenía incandescentes, me sentía increíble.

De repente su nariz chocó con mis bragas, había alcanzado al punto más sensible de mi cuerpo. No me atrevía ni siquiera a respirar. Su lengua comenzó a lamer mis bragas. Sentí como si millones de agujas pincharan mi cuerpo por una fracción de segundo. Mientras él lamía mis calzoncitos, mi mano se había deslizado hasta alcanzar la funda de su verga. Me parecía estar en un sueño perfecto, gozando de su lengua y masturbando su verga, pero improvisamente se detuvo. “¡Eh! … ¿Qué sucede?” –le pregunté. Escuché un ladrido cortito mientras me miraba con sus ojitos interrogativamente. “¡Oh! Cariño, tienes razón, no se puede comer un dulce sin sacar el papel” –le dije. Levanté las nalgas y me quité las bragas, las hice un rollo y las tiré a un rincón, antes de que tocaran el suelo, Jessy había enterrado su hocico contra mi vagina y continuaba haciendo lo que había empezado. Me recuerdo de haber tenido sexo con una compañera de colegio, ella fue la primera que lamió mi vagina, pero esto era completamente diferente. La lengua de Jessy era larga y ancha, abarcaba toda mi concha. No era tan jugosa y húmeda como había imaginado, se sentía bastante seca y áspera. Sus lamidas eran cada vez más intensas. Clavé mis uñas en las sábanas, abrí mis piernas al máximo, mi espalda se arqueó y mis tetas quedaron más cerca de mi barbilla. Chupar la verga de Jessy era exquisito, pero esto era algo mucho más difícil de abordar. Me estaba volviendo loca, su lengua había penetrado mi concha. No podía respirar bien ni mantener mis ojos abiertos. Mi lengua se movía continuamente a humedecer mis labios. Mordí mi labio inferior. El mundo giraba vertiginosamente a mí alrededor. Caí de espalda, luego me levanté en mis codos. Luché por tomar aire intentando respirar con normalidad, pero no pude. Casi me desmayé cuando me golpearon diferentes y espasmódicas ondas orgásmicas, después mi mente se nubló.

Salí como de un letargo cerca de las once, miré hacia abajo y Jessy continuaba lamiendo mi vagina que se había casi insensibilizado y continuaba empapado de fluidos. ¡Dios! Me había estado lamiendo por casi una hora, no sé cuantos orgasmos tuve, pero fue genial. “Chico, eres un demonio. Deja que me levante” –le dije. Me levanté y fui al baño tastabillando con pasos inciertos, mis piernas parecían de goma, como aquella primera vez que chupé su deliciosa polla, era como el descubrimiento de algo nuevo. ¿Qué podría ser mejor que esto? Al día siguiente Marlene vino a casa. Quería hablarme de la barbacoa. “Así que harán la fiesta en torno a la piscina, ¿no?” –le dije. “Sí, queremos aprovechar que todavía queda algo de verano” –me respondió. “¿Y tus amigas se bañarán y jugarán a su alrededor?” –Le pregunté. “Sí, perdona si no te lo mencioné Jessica, pero estaba tan emocionada” –respondió cabizbaja. “No te preocupes para mí no es problema. ¿Y cuantas amigas van a venir?” –le dije. “Como diez o tal vez menos” –respondió. “¿Tienen todo lo que necesitan? ¿Bebidas, panecillos, etc.?” –le pregunté con curiosidad. “Sí, no nos falta nada. Estamos preparadas” –respondió con una sonrisa. “Está bien, pero recuerda, no quiero alcohol ni drogas” –le dije haciendo énfasis. “No te preocupes Jessica, no sucederá nada malo” –me dijo. “Tampoco quiero orgias sexuales” – le dije sonriendo. Somos solo amigas las que estaremos, lo juro, palabra de boy scout” –dijo haciendo la seña con los dedos. “Veo que has pensado a todo” –le dije. “Sí, creo que sí” –me dijo. Se me quedó mirando como si algo le rondara por su cabeza. “¿Qué te pasa?” –le pregunté. “Nada, solo quiero saber algo” –me dijo. “A ver, cuéntame” –le dije con extrañeza. “¿Tienes bikini?” –me preguntó. Me sentí aliviada, pensé que me preguntaría por Jessy y mi secreto. “¿Yo? ¿Por qué?” –le pregunté. “Pues, estás invitada a la fiesta” –me dijo sonriendo. “Pues no lo había pensado, le daré una vuelta al asunto y te haré saber, quizás me una a ustedes” –le respondí. “Bueno, pero me gustaría que estuvieras Jessica. Además, te debe quedar muy bien el bikini” –me dice.

Marlene se fue a su casa, yo pasé el resto del día viendo tele. Pensé que iba a ser una bonita fiesta, un grupo de adolescentes todos juntos corriendo alrededor de mi piscina, quizás drogadas y con sus propias hormonas excitándolos a mil y, en mi jardín. Podría ser divertido. Lo que me sucedió anoche con Jessy era algo especial, lo llamé a la cama, quería volver a vivir y a sentir todas esas sensaciones. Me desnudé y me senté al borde de la cama con las piernas separadas y me ofrecí a él. Llevaba todo el día pensando en ello, pero no quería que Marlene se diera cuenta y lo oculté muy bien para no demostrarlo frente a ella. Estaba cachonda y quería que volviera a lamer mi coño tal cual lo había hecho la noche anterior. Al parecer Jessy también estaba ansioso de hacerlo y comenzó a lamer mi clítoris magistralmente. Ya estaba sintiendo como ayer, pero esta vez estaba mejor preparada. Me tumbé en la cama y me concentré en respirar lo más uniformemente posible y disfrutar así realmente de cada momento de esa fabulosa lengua lamiendo mi vagina. Su lengua me penetró y sentí como si jugueteara con ella dentro de mi agujero vaginal. Volví a sentir ese efecto sensacional que hizo que me corriera inmediatamente. Los clímax empezaron a sucederse uno detrás de otro. Me dolían los dedos de tanto arañar mi edredón y mis piernas se tornaron insensibles. Estaba a punto de apartarme y como un rayo caído de cielo me golpeó un orgasmo gigantesco, logré contabilizar tres en una serie consecutivas seguidos por varios mini orgasmos, Jessy era el mejor amante del mundo sin lugar a duda. Mientras volvía en mí, no me había dado cuenta de que Jessy ya no me lamía. La cama se movió, miré hacia abajo. ¡Oh, Dios mío! Vi la enorme verga roja de Jessy apuntando directamente a mi vagina, daba saltitos tratando de embocar su miembro en mi conchita. ¡Oh, no, Jessy quería montarme! “¡No! ¡Jessy detente!” –le grité pero no me hizo caso.

Intente darme vuelta para ponerme fuera de su alcance, pero ya había tomado posesión de la cama con sus patas delanteras y yo estaba atrapada en medio. “¡Jessy! ¡Ouch! ¡Bájate perro de mierda!” –le decía, pero su instinto era más fuerte. Me entró un pánico indescriptible. Moví mi pelvis sintiendo como la verga de Jessy golpeaba los húmedos labios de mi vagina. ¡Oh, Dios! Mi perro quiere cogerme, no puede ser. No podía permitirlo, grité como una loca y logré meter mis rodillas contra su pecho, lo empujé con todas mis fuerzas y me lo quité de encima, agarré el primer almohadón que tenía cerca y se lo tiré, luego le grité: “Perro maricón no vuelvas a hacer eso. ¿Me entiendes?”. Enojada y todavía asustada lo eché para afuera. Esto era demasiado. Está bien chupársela y dejar que me lamiera, pero penetrarme jamás. No se lo permitiré. Quería dejar mi vagina para divertirme con algún hombre, como en mis tiempos de universidad lo hacía. Cerré la puerta para que el maldito no entrara y me dormí con un ojo abierto.

La mañana llegó, me arreglé para salir. Ahí estaba Jessy tirado en la alfombra de la sala, pero como mi enojo era más grande ni siquiera me despedí de él. Me fui con la rabia a flor de piel, menos qu solo trabajamos solo media jornada y me fui a casa. Después de un par de horas comenzaron a llegar las chicas para la barbacoa. Jessy, el bastardo aspirante a violador me evitaba, sabía que yo estaba enojada con él. No estaba enojada porque intentara follarme, estaba enojada porque me desobedeció. Marlene llegó como a las tres de la tarde. Tenía una mirada interrogante. “¿Pasó algo anoche? Mamá dijo que gritabas como una loca. Estábamos a punto de llamar a la policía” –me dijo con algo de preocupación y curiosidad mezclada. “¡Oh! Eso, fue Jessy” –le respondí buscando una respuesta rápida. “¿Qué le pasó!” –me preguntó. “Casi me mordió cuando fui a revisarle sus dientes” –le respondí de manera absurda. Marlene enarcó las cejas y me miró interrogativamente. “¿Y tuviste que hacerlo a esa hora de la noche?” –preguntó no creyendo lo que le había dicho. “Quería hacerlo antes, pero me olvidé” –le respondí con una sonrisa forzada. Sabía que no me había creído pero tampoco era lo suficientemente directa para indagar más allá. “Pero la próxima vez avisa a tus vecinos, nos tenías preocupadas” –me dijo. “Lo recordaré. Ahora, anda a divertirte” –le dije. Traté de sonreír, pero no lo conseguí. Obviamente no me creyó ni una sola palabra. Teníamos que prepararnos para la barbacoa. Las chicas ya rondaban por la piscina. Sacamos la parrilla de la bodega y la limpiamos. Luego pusimos a asar algunas hamburguesas y salchichas y metimos bebidas en la nevera. Todas las amigas de Marlene vinieron a darme las gracias por haber cedido el uso de mi jardín, me abrazaron y mimaron, también sentí una mano que apretó mis nalgas.

Me tumbé en una de las sillas que hay en la piscina y observé a la tropa adolescente que bailaban, comían y festejaban alrededor de la piscina. Marlene me presentó a su mejor amiga Jocelyn y entonces entendí porque le encanta practicar besos con ella. Tenía un angelical rostro de muñeca, cabellos rubios y ojos claros, su cuerpo era muy desarrollado para su edad, con senos bien formados y unas deliciosas curvas femeninas. Mientras la miraba escuché la voz de otra chica: “¡Oye, Marlene! ¿Dónde está ese perro grande que siempre sacas a pasear?” –le dijo. “Encerrado, anoche intento morder la mano de su ama” –le respondió ella. Marlene me miró con una enigmática sonrisa en su rostro. “Vamos, déjalo salir, apuesto que se portará bien –me dijo Marlene. “Bueno, pero al primer síntoma de problema lo volveré a encerrar por el resto del día” –le respondí.

Me levanté e hice salir a Jessy. Por supuesto que se comportó estupendamente, le empujaron al agua, le persiguieron por el jardín, le dieron de comer, lo rasquetearon y acariciaron por todos lados, pero exageraban en darle de comer hamburguesas y salchichas. “¡Oye! ¡Oye! Marlene deja de darle de comer, engordará demasiado” –le dije entre risas. Al cabo de un rato Jessy vino a tumbarse a la sombra de mi agotado. “Ahora has tenido suficiente, ¿verdad?” –le dije a Jessy. Prácticamente ni me miró, juntó sus manitas y apoyó su cabezota para quedarse dormido. Al caer la tarde ya estaba harta de tomar sol y ver esos jóvenes cuerpos empujándose unos a otros a la piscina. “Marlene. ¿Puedo dejarte sola? Tendrás que controlar tu a tus amigas” –le dije. “Sí, claro Jessica” –me dijo con una sonrisa. “Si necesitas algo me llamas” –dije. “Está bien, cualquier cosa te aviso” –dijo ella.

Entré a la casa y Jessy me siguió, como necesitaba cambiarme ropa cerré todo para no ser sorprendida. Jessy se tumbó frente a la cama. Entré en el baño, me cepillé el pelo, me quité el bikini y me puse algo más cómodo. Me dejé caer en la cama exhausta y me quedé mirando el techo, el sol me había consumido mis últimas energías. Mi brazo colgó fuera de la cama y palpé el suave pelaje de Jessy, me acerqué al borde de la cama, él estaba tumbado boca arriba con sus cuatro patas en el aire. Suavemente acaricie sus testículos. “Fui un poco mala contigo, ¿verdad? Lo siento. ¿Puedes perdonarme? Ni siquiera se movió, se limitó a disfrutar de mis caricias, mientras mis manos sobajeaban sus testículos, su peluda funda se movió y la puntita rosada de su pene asomó. “¡Jessy! Cariño” –le dije. Me recordé de lo de anoche. Lo empecé a masturbar con delicadeza, su verga se asomaba más y más. Me senté al borde de la cama y abrí mis piernas para él, enseguida se metió entre ellas para lamerme, me hizo acabar varias veces consecutivas y cuando él quiso liberar su fogosidad le detuve. ¿Podía culparle? ¿Quería culparle? La puerta de casa estaba cerrada, me vino la idea de hacerle una rápida mamada, que hubiese una horda de muchachitas en mi jardín me daba una atracción especial. Me acerqué sigilosamente a la puerta y puse la oreja en ella, al parecer continuaban a divertirse de lo lindo, volví y me arrodillé frente a Jessy, proseguí acariciando sus testículos y lo masturbé, su verga no tardó en aparecer. Cuando la mitad de su verga estuvo fuera, abrí la boca y comencé a chupársela a fondo. La sensación me hizo estremecer, me sentía genial al volver a chupar su maravillosa verga. Continué masajeándole los huevos y chupando su pija como una loca. Me encantaba su sabor y textura en mi boca. Estaba como una maníaca y me parecía perder el control de mi misma, pero se sentía fantástico. Jessy comenzó a gemir, sabía que estaba pronto a correrse, volví a meterme su polla lo más profundo en mi boca hasta que tocó mi garganta, estaba sintiendo la punta de su pene cosquillear mis amígdalas y Jessy lanzó su primer chorro caliente, luego varios más que llenaron mi boca, intenté tragar, pero era demasiado, algunas gotas bajaron por mi garganta y me hicieron toser. El semen del perro salió de mi boca, cubrió mis labios y el escroto de Jessy. Me levanté y rápidamente me fui al baño. Me apoyé en el lavabo tratando de recuperar mi respiración cuando llamaron a la puerta. “Jessica. ¿Tienes una curita? Jenny se cortó un dedo con el cuchillo” –dijo Marlene. Maldita sea ¿Qué se suponía que tenía que hacer? Mi cara estaba roja como un tomate y completamente cubierta de semen. Rápidamente me enjuagué mi rostro, me sequé con una toalla, cogí el cepillo de dientes y me lo metí a la boca. Abrí el botiquín y cogí una caja de tiritas. Abrí la puerta, supuestamente cepillándome los dientes, pero aún tenía ese sabor a esperma en los labios y la lengua. “¡Aquí tienes! ¿Está mal herida?” –le pregunté. “No, eso solo un corte superficial. Pero, ¿por qué te demoraste tanto?” –dijo ella. “¡Bah! Tuve que ponerme una camiseta primero. ¿Acaso pensabas que te abriría la puerta con las tetas al aire?” –le dije. Marlene me miró de arriba abajo y soltó una risita cómplice. “Por eso tienes la cara tan roja, ¿no?” –dijo. Maldita mocosa, parece detective. Intenté sonreír, pero no pude. Tomó la caja de curitas y se fue. Volví a cerrar la puerta. Me senté en la esquina de la cama y miré a Jessy que lamía su pene que seguía todo de afuera. “Eso estuvo demasiado cerca, cariño. Demasiado cerca” –le dije.

Los días que siguieron a la fiesta se desencadeno la lujuria en mí. No podía quitarle las manos de encima a Jessy y estaba segura de que a él también le gustaba por igual. La situación se me estaba escapando de todo control. Cuando más joven estuve empeñada en alguna maratón de sexo, pero nunca había tenido tanto sexo como el que estaba teniendo ahora que había descubierto que me atraían sexualmente los perros. Era golosa de chupar la enorme pija de Jessy. A veces me venía de pensar que estaba abusando del pobre Jessy y no le daba todo lo que él quería. Tener un secreto es divertido porque te coloca en un plano diferente, estás por sobre todos, tú sabes y los demás no. Parece fantástico. Lo malo de los secretos es que cuanto más tiempo los guardas, más ganas tienes de compartirlos con alguien. Especialmente los secretos escabrosos, no importa de que cosa se trate, puedes ser una puta en busca de un poco de dinero extra o una chica-zoo con oscuros deseos.

Habían pasado varias semanas desde que empecé a ser una chica-zoo y disfrutaba realmente de las sensaciones que tanto la verga como la lengua de Jessy me daban casi a diario. Eran tanto el goce y el disfrute que las sensaciones me sobrepasaban y tomaban el control sobre mí. Quería compartir mis experiencias con otros amantes de los perros. Les recuerdo que todo esto sucede en tiempos donde la internet era apenas conocida, no existía Twitter, WhatsApp, ni menos Instagram. Así que coloqué un aviso en una de las revistas donde me había suscrito. Las respuestas fueron abrumadoras, por centenares, pero más del noventa por ciento eran hombres que me invitaban a gozar con sus pijas, solo unos pocos me ofrecían sus perros y hubo una media docena de respuestas en que eran chicas. Elegí a tres. Una era de la mujer de un criador de perros que en secreto disfrutaba de las pijas de los perros del marido. Otra era la de un granjero y su esposa que eran amantes de los perros y también de los caballos, lo hacían por más de quince años y vendían películas a privados.

La última era de una joven veterinaria llamada Carolina, habitaba en una ciudad del sur distante un centenar de kilómetros desde donde yo me hallaba. Había descubierto la zoofilia casi por caso, mientras curaba un Rottweiler lesionado en una de sus extremidades traseras, observó la gruesa vaina peluda del perro y la frágil puntita rosada que salía de ella. Carolina pensó que era una cosa graciosa, tocó con cuidado la verga de perro y poco a poco estaba toda extendida, empezó a acariciarla suavemente y sintió que sus piernas se debilitaban (yo conozco esa sensación). Al improviso y sin darse cuenta se encontró con su brazo lleno de semen. Al principio se horrorizó, pero de algún modo también se sintió excitada. Cuando sintió el calor del semen en su brazo, metió un dedo y lo olió, al sentir que el aroma no era desagradable lo probó. No podía creer lo que estaba leyendo, le había sucedido igual que a mí, luego buscó información por doquier y luego aprendió haciéndolo. A ella le encantaba chupársela a su perro Ralph más que a nada, solo desde hacía unos pocos meses había comenzado a dejarse montar. En las fotografías de Ralph, se veía un majestuoso Pastor Alemán de lomo oscuro y flancos brillantes. Su relato era tan detallado y muy bien escrito que casi me vuelve loca. Pero aún me asustaba la idea de dejarme montar por Jessy. Carolina me invitó a casa suya para mis vacaciones y no me pude rehusar.

Minerva era la esposa del criador de perros, vivía en un sector rural del área metropolitana, a su marido le interesaba solo la cruza de animales por lo que ganaba bastante bien, prácticamente no tenía sexo con ella. Fue un fin de semana, su marido había ido a dejar una pareja de pastores a otra ciudad. Ella en esos momentos se divertía con un chico que trabajaba para ellos, pero se quedaba con la culpabilidad de estar traicionando a su marido, porque a pesar de todo era un buen esposo. Ese domingo llegó una chica joven buscando un macho de pastor de color blanco, teníamos tres, pero estaban todos vendidos. La chica se puso muy triste y ofreció muchísimo dinero para conseguir uno de ellos, pero Minerva tuvo que rechazar la oferta. Cuando estaba a punto de marcharse, Minerva la invitó a tomar un café. Así que se quedaron en el jardín bajo unas higueras a tomar un delicioso café. Se sintieron en confianza y hablaron de todo. Minerva le contó de su matrimonio y de su marido que tenía muy poco interés por el sexo, entonces ella le dijo que la solución obvia la tenía bajo sus narices. Minerva le confesó que había tenido varias aventuras, pero que la hacían sentirse culpable, la chica se rio y le contó de sus experiencias con perros y en vez de escandalizarse la escuchó atentamente. Las dos mujeres se convirtieron en amigas y un día la introdujo al sexo con animales, inmediatamente quedo prendada y nunca más sintió la necesidad de un hombre.

Llegaron los fríos meses de invierno y yo estaba enferma. Me había resfriado y creía que moriría. Tenía fiebre, todo mi cuerpo me dolía, mis músculos no me respondían y sudaba sin cesar. Tenía un horrible dolor de garganta y mi nariz completamente cerrada. Me sentía como si un tanque hubiera pasado sobre mi humanidad. Marlene había prometido de cuidar de Jessy mientras yo estuviera enferma, así que arrastré lo poco que quedaba de mí intentando no pensar en lo sucia, desvalida y mísera que pudiera sentirme. Tomé un libro y me tumbé en la cama, llevaba solo mi remera favorita, esa con el tiburón desteñido. Mientras me acomodaba en mi cama, vi que la botella del agua estaba prácticamente vacía, me di fuerzas de no sé donde y volví a la cocina, estaba abriendo la puerta de la nevera cuando sentí la puerta principal de casa, era Marlene que traía a Jessy: “¡Atrás, Jessy!” –la oí gritar. “¡Jessica traje a Jessy! Volveré esta tarde para volverlo a sacar. Ahora tengo que irme. Bye” –dijo. Escuché el portazo cuando salió. Me asomé y vi a Jessy tumbado sobre su manta a lamerse su coso, parecía muy agitado, no parecía haber ido de paseo, más bien parecía como si hubiese corrido una maratón. Desganada y sin mucha lucidez me boté sobre la cama y traté de leer un libro, pero no logré nada y me quedé dormida.

Dormí como un tronco, no sentí nada y me desperté tarde la mañana siguiente. Por lo menos se me había despejado la nariz y podía respirar normalmente, pero el dolor de cabeza era persistente y seguía acosándome. Abrí el cajón de la mesilla de noche para buscar la última pastilla que me quedaba para el dolor de cabeza. Intenté abrir el frasco de pastillas, pero mis atrofiados y blandengues dedos no aferraron bien el tubo y este resbaló de mis manos rodando bajo la cama. “¡Maldita sea!” –grité. Maltrecha como me sentía, tuve que levantarme y buscar el frasco debajo de mi cama, para mayor complicación mi cama es baja y lograba ver el frasco, pero no lo alcanzaba, en algún modo debía reptar una decena de centímetros, el maldito frasco había rodado bastante lejos. Para llegar hasta él debía desplazarme todavía un poco bajo la cama, abrí mis rodillas y levanté mi culo. Mi arrugada remera se deslizó por mi espalda dejando al aire mis nalgas blancas e impúdicas y se atascó en mis axilas, había alcanzado el maldito frasco, ahora tenía solo que liberarme y salir de debajo de la cama. Sentí un poco de frío. De repente, algo helado y húmedo presionó contra mi vagina expuesta. Miré hacia atrás y lo único que pude ver fueron las patas peludas de Jessy: ¡Oye, déjame en paz! ¡No es el momento para estas cosas!” –le dije. Como si hubiese hablado chino mandarín, no me entendió nada, no se dio por aludido, nada le detuvo, continuó a lamer mis gruesos labios mayores y a adentrarse en mi conchita, varios escalofríos recorrieron mi cuerpo. “¡Vete! ¡Vete! ¡Perro de mierda!” –le decía furiosa. Seguía lamiéndome profundamente y me tenía casi inmovilizada con las sensaciones que su lengua daba a mi vagina, se me cayó el rostro al suelo y comencé a jadear y a babear; me lamía con más fuerza que nunca y me electrizaba con su lengua, me contuve para no gritar. Antes siempre que él me lamía yo me recostaba de espalda, esta era la primera vez que él lo hacía desde atrás. Lo peor es que estaba atrapada por mi camiseta enganchada en algún listón del marco. Lo bueno fue que mi dolor de cabeza se había ido como por encanto. Ya no luchaba ni me resistía, sus lametones me estaban llevando cerca de mi orgasmo. Ese era el momento que más me gustaba de las caricias de Jessy, como si supiera que estaba casi en la cúspide, esa fina línea antes de explotar y deshacerme en mil bellas sensaciones. “¡Oh Jessy! ¿Por qué lo haces tan rico?” –le decía envuelta en placer. Enseguida acabé, mis pies se encorvaron y mis deditos enloquecieron abriéndose y cerrándose, mis glúteos tiritaban, mis manos se acalambraron bajo la cama y Jessy seguía lamiendo apasionadamente mi vagina.

Estaba recuperándome de mi orgasmo cuando me di cuenta de que mí Jessy había dejado de lamerme. Una especie de alarma salto en mi mente, algo no va bien. De repente, sentí su peso sobre mi espalda y comenzó a golpearme con su enorme pene alrededor de mis muslos. Me recordé del día que intentó montarme, me asusté. Esa vez escapé por un pelo, pero ahora estoy aquí atrapada prácticamente a merced de él. ¡Oh, Dios mío! Por favor no, no ahora. Sentí como sus patas se cerraron entorno a mi cintura. Volví a mirar entremedio de mis piernas y esa gigantesca verga seguía babeando semen y acercándose cada vez más a mi concha, se veía más grande que de costumbre. ¡No, Jessy! ¡No, quítate!” –le decía casi suplicando. Intenté moverme, pero estaba completamente atrapada, solo había cinco o seis centímetros libres para moverme, volví a mirar hacia atrás y vi a Jessy dando saltitos tratando de centrar desesperadamente mi coño, de nuevo hizo un movimiento hacia adelante, pero le erró por poco, volvió a intentarlo y una y otra vez fallaba, pero la persistencia tendría su recompensa y yo no quería dársela, entonces abrí un poco mis piernas para tener un punto de apoyo mejor y levantar la parte superior de mi cuerpo. Ese fue el gran error que Jessy esperaba, al abrir mis piernas, mi ingle bajó justo los dos centímetros que él necesitaba para centrar el blanco y me metió de una sola vez su gran verga. “¡Ouch! ¡Maldito hijo de una gran perra!” –le dije por el intenso dolor que sentí.

Lo sacó por un segundo y lo volvió a meter, parecía más grueso y sentí su nudo presionando mis labios mayores que se abrieron cómplices de la penetración. Como al tercer embiste su bola se introdujo en mi estrecha vagina que estaba bastante mojado después de sus lamidas. “¡Ah, Jessy! ¿Por qué?” –le dije con un grito contenido. No quería llamar la atención de nadie, así que ni siquiera grité mientras me metía y me sacaba su pija, hasta que se atascó en mí. Poco a poco me fui calmando y me di cuenta que la enorme pija de Jessy se sentía fantástica en mi vagina, comencé a disfrutar de sus dimensiones descomunales que estiraban todo mi coño y masajeaban mi punto G, y muy pronto me encontré diciéndole: “¡Buen chico! ¡Buen chico! ¡Fóllame con tu verga grande!”. Jadeé ansiosa y empujé mi culito contra su verga. Sin previo aviso acabé como una loca, era como si en mi cabeza alguien hubiese encendido mi cerebro en el modo “Orgasmo”, con golpes enérgicos y electrizantes mi cuerpo venía golpeado una y otra vez por una seguidilla de orgasmos. Me hizo acabar cinco veces seguidas, ¡Absolutamente increíble!

Entonces sentí los arañazos en mis caderas y que se detenía, luego un rio de su semen caliente se versó en mis entrañas y volví a correrme. Su esperma llenaba mi vientre, mi matriz, bañaba mi útero, luego sentí que algo de eso comenzaba a escurrir por mis muslos fuera de mi vagina. Después de unos quince minutos de esta exquisita experiencia, su pene salió expelido de mi concha y él vino a lamerme, lamió su propio semen. Él se había apareado conmigo y en su cabeza yo era su perra, mientras me lamía me volví a correr, nunca me había sentido tan poseída y amada, solo atiné a decir: “¡Detente, por favor! Ya no puedo más”. Los ojos se me cerraron hundiéndome en una completa oscuridad. Recuperé mi conciencia en la madrugada del día siguiente. Seguía atrapada bajo la cama, pero esta vez conseguí zafarme y salir de la trampa. Jessy estaba dormido sobre su alfombra al costado de mi cama. Primero me metí en la ducha para lavarme el esperma y la saliva de Jessy. Después de ducharme volví al dormitorio. Jessy se había despertado y me miraba con cierta suspicacia, parecía un poco asustado, como si supiera de haber cruzado una línea prohibida. Me acerqué y le día unas palmaditas en la cabeza, luego lo agarré de sus mofletes y le di un beso. “¡Eres un bribón! ¡Un maldito hijo de perra!” –le dije.

Por supuesto que decirle a él que era un hijo de perra no era un insulto. Me senté al borde de la cama y me sentí muy bien, renovada, con mayores energías. Creo que definitivamente me había transformado en una perra, en una pequeña puta de mi perro. Créanme, no estoy arrepentida. Quiero volver a hacerlo a la brevedad. Me encanta ser una puta para Jessy, dispuesta a hacer de todo para complacerlo y a cambio también yo recibir placer. Ahora tengo que averiguar que es lo que sabe Marlene de todo esto y porque me devuelve a Jessy tan agitado y con su verga afuera.



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