Elena
Vergara solo quería ayudar y creía que, en el fondo, las personas tenían la
capacidad de hacer el bien. Siempre había pensado que las malas situaciones en
la vida sucedían cuando la gente tenía miedo. Se ponían a la defensiva, arremetían,
lastimaban a la gente porque se sentían nerviosos e inseguros, y podrían
hacerse daño. Podrían volverse contra sí mismos y sufrir. Así que se convirtió
en terapeuta para ayudar a las personas con sus problemas. Fue a la universidad
para aprender a ayudar a las personas a relajarse y descubrió que, a través de
la hipnoterapia, podía ayudar a las personas a encontrar la calma, a que se
sientan seguras y a que controlen sus emociones. Ayudarlas a sentir amor y
compasión. Para que pudieran expresar el bien que tenían dentro.
Elena era buena en eso. Cliente tras cliente acudían a ella, deprimidos, con la vida completamente fuera de orden, sintiéndose no amados. Les enseñaba a encontrar las pequeñas alegrías, centrarse en la compasión y dar una vuelta de tuerca a sus vidas. Se sentía tan bien ayudando. Se entregaba a su trabajo porque se sentía muy bien haciendo que la gente se relajara, que ya no fueran un peligro ni para ellos mismos ni para los demás. Nunca se sentía mejor que cuando tomaba a un paciente que estaba dando vueltas sobre sí mismo, autodestruyéndose y lo ayudaba a calmarse. Cuanto más dramático era el cambio, mejor se sentía. La hacía sentir poderosa, incluso heroica. Solo pensar en ayudar a un cliente dejándolo caer profundamente en trance, donde podría flotar en la relajación y resolver sus problemas, casi la excitaba.
Por supuesto, era completamente profesional y aunque se preocupaba profundamente por sus clientes, mantenía un desapego clínico, respetando su privacidad y asegurándose de que estuvieran aislados de la satisfacción, incluso del placer, que obtenía de su trabajo. Si bien Elena era comparativamente baja y con un perfil muy bajo, en su cuerpo sobresalían sus caderas anchas, sus muslos suaves, un vientre relativamente delgado y enormes pechos. Pero Helena era una mujer modesta, a pesar de sus curvas, y hacía todo lo posible por no llamar la atención sobre su cuerpo. Sus senos se habrían convertido en el foco de atención de la mayoría de las personas, pero no quería que dominaran todas las conversaciones, por lo que tomó medidas para desviar la atención de ellos. Apenas podía encontrar sostenes deportivos que pudieran contenerlos, así que decidía usar blusas holgadas para tratar que no desviaran la atención de sus pacientes y que no la incomodaran a ella en su labor cotidiana. Hacía esto para mantener el enfoque en su trabajo, que era lo más importante. La terapia no se trataba de ella, sino de ayudar a sus clientes a encontrar la paz.
Néstor Vera llegó al consultorio de Elena, visiblemente desanimado. Su vida se sentía profundamente mal, había perdido toda su confianza y se sentía disconforme. Su ansiedad era paralizante y había perdido la capacidad de conectarse con la gente o sentir alegría. A menudo había contemplado el suicidio. Se sentía solo y roto. En su primera sesión, Elena le dijo que le induciría un ligero trance para ayudarlo a relajarse, para que pudiera contarle sus problemas con mayor libertad. Puso un metrónomo mecánico para que comenzara a funcionar y sacó un reloj de bolsillo de detrás de su escritorio. “¿Esto va a funcionar? Un reloj de bolsillo, ¿de verdad?” –dijo incrédulo Néstor. “Soy hipnotizadora, Néstor, y creo que ponerles en claro mi método a mis pacientes, sin ambigüedades, ayuda a controlar las expectativas. Quiero que mis pacientes entiendan cómo me manejo, para que puedan entrar en trance con seguridad. ¿Sabes lo que sucede cuando un hipnotizador te pide que escuches el tictac del metrónomo y te muestra su reloj de bolsillo brillante, que se balanceará de un lado a otro, no es así?” –le dice ella en forma siempre. “¿Seré hipnotizado?” –preguntó Néstor con algo de asombro. “Así es, Néstor. Irá cayendo en la hipnosis” –dice ella. Continuó, con su voz monótona y practicada de hipnotizadora. “Estás escuchando el sonido de mi voz, haciéndolo muy bien, sólo para mí. Puedes darte permiso para deslizarte en la hipnosis. Sigue mi voz y duerme para mí ahora” –dice Elena. Néstor, que había quedado satisfecho con esta explicación, dejó que sus hombros se hundieran un poco. Su mirada se suavizó mientras miraba el reloj de bolsillo y siguió la voz de Elena. Pronto todo su cuerpo se relajó y sus ojos se cerraron. Pero él todavía seguía muy deprimido, ella podía notarlo. Estaba relajado y en trance, pero profundamente triste. Ella le pidió que le contara sus problemas, con la esperanza de descubrir lo que realmente necesitaba en su vida. Se sentía antipático. Anhelaba la validación, sentirse apreciado por las mujeres. Quería ser un buen hombre, pero se sentía inútil. Tal vez ella podría ayudarlo. Si lograba que él se apreciara a sí mismo, él podría cambiar su vida y encontrar el éxito en el amor también. Mientras estaba en trance, ella le habló sobre la compasión y cómo podía dedicarse a los demás y aprender a tener compasión por sí mismo en ese tránsito.
El tiempo de la sesión casi había terminado. Antes del final, ella le recordó: “Néstor, de ahora en más, cuando tu hipnotista te muestre su reloj de bolsillo, caerás en hipnosis. Cuando tu hipnotista te muestre su reloj de bolsillo, caerás en hipnosis. Dilo por mí ahora. ¿Qué harás cuando tu hipnotista te muestre su reloj de bolsillo?” –preguntó Elena. A lo que Néstor bajo trance respondió: “Cuando mi hipnotista me muestre su reloj de bolsillo, caeré en la hipnosis”. “Muy bien Néstor. Lo estás haciendo muy bien” –le dice ella, llevándolo lentamente al punto de retorno. Elena lo despertó suavemente. “Ahora estás completamente despierto, sintiéndote mucho mejor, listo para enfrentar el mundo” –añade. Se sentó en el sofá y por primera vez en mucho tiempo, Néstor sonrió de forma genuina. “Me siento realmente mejor. Muchas gracias doctora” –dice él con una sonrisa. “¿A la misma hora, la próxima semana?” –preguntó la terapeuta. “Claro que sí, de eso no tenga dudas” –responde el hombre con una sonrisa. Se sintió espléndida. Lo había ayudado. Lo despidió y tan pronto como dejó el consultorio, Elena se permitió colmarse de felicidad y, por qué no, sentirse muy excitada. Tendría que esperar a llegar a su casa para prolongar la celebración.
Cuando Elena llegó a su casa, lo primero que hizo fue dejar su bolso sobre uno de los sillones, después de servirse un vaso con whisky y tirarse en el sofá para descansar. La sesión con Néstor resultó extenuante pero satisfactoria. Por su mente rondaban ciertos pensamientos que hace tiempo no la invadían, su entrepierna estaba húmeda y su respiración se agitaba. La excitación recorría sus venas y de apoderaba e cada espacio de su ser, no luchó en contra de esas sensaciones, sino que se entregó por completo a ese dulce placer que sentía cada vez que sus manos exploraban su cuerpo. Sin darse cuenta sus dedos se perdían entre la ropa interior y una melodía placentera se escuchaba en sus labios, esos melodiosos gemidos que la hacían estremecer y pasar su lengua en esos carnosos labios que estaban deseosos de ser besados.
A la semana siguiente, Néstor regresó, todavía claramente deprimido, pero ansioso por comenzar su sesión. Rápidamente volvió a entrar en trance, ya condicionado a aceptar que su voz y su reloj de bolsillo lo dejarían inconsciente. Estaban haciendo grandes progresos. “¿Qué haces cuando tu hipnotista te muestra su reloj de bolsillo, Néstor?” –preguntó Elena. “Caigo en la hipnosis” –le respondió Néstor. “Bien, veo que entiendes la instrucción. Ahora síguelo con tus ojos y respira profundo y lento. ¡Muy bien! Hazlo con calma y déjate llevar por mi voz. Cuanto cuente hasta tres, entrarás en un profundo trance. ¡Uno, dos, tres!” –dijo ella. Al instante los ojos de Néstor se cerraron y cayó en ese trance que la voz de Elena le indicó. Le pidió que hablara sobre lo que más necesitaba, lo que más anhelaba en lo más profundo de su mente: “¡Tetas!” –dijo Néstor, con nostalgia. Le contó, bajo hipnosis, sobre su profunda fijación por los pechos grandes, su anhelo por mujeres tetonas y cariñosas, y cómo su matrimonio se había desmoronado en el último año. Cómo sentía que su madre lo consideraba un fracaso, y cómo anhelaba la atención de mujeres tetonas. Elena podía deducir, ya que él estaba bajo hipnosis, que no estaba hablando particularmente de ella, pero consideró la situación. Ella no debía hacerlo, sería muy poco profesional, pero debía ayudarlo a resolver sus problemas tal como lo había hecho antes con tantos pacientes. “¡Tetas!” –volvía a decir Néstor. Estaba completamente hipnotizado en este momento. Ella podría ayudarlo luego a hacerle olvidar. “Intentaré esto, tal vez podría ayudar. Tal vez esto es lo que necesita” –se dijo a sí misma. “Vamos a probar algo un poco inusual, Néstor. No recordarás esto cuando te despiertes. ¿Entiendes?” –le dijo a su paciente. Ella lo hizo seguir en trance, pero con los ojos cerrados, brevemente y se quitó su holgado suéter de punto trenzado. Llevaba una remera sin mangas sobre un sujetador deportivo. Hizo una pausa por un momento y también se quitó la remera. Cuando ella lo despertó de su sueño, sus ojos hipnotizados y aún en trance se abrieron de par en par, fijándose en su profundo escote, en su ajustado sostén deportivo. “¡Tus tetas!” –dijo Néstor. “Mira aquí, Néstor. No recordarás esto, pero mira aquí en mi escote. Mi escote te ayudará a sumergirte aún más en la hipnosis” –le dice Elena. Por primera vez, vio una gran sonrisa cruzar su rostro. Una sonrisa soñadora, una felicidad vívida. Los recuerdos aparecieron y con ellos sus esperanzas, ambiciones, sueños.
Ella lo estaba ayudando Se sentía tan bien, tan cálida y radiante. Lo indujo a que dirigiera sus ojos extasiados de un lado a otro entre sus pechos, a través de su escote una y otra vez, y lo ayudó a sentir calidez y compasión por sí mismo y por todos. De un lado a otro, Néstor miraba su seno izquierdo y derecho, mientras Elena lo ayudaba a alcanzar una profundidad en el trance y una sanación interna, reprocesando sus recuerdos, algo que normalmente le tomaría meses lograr. “¿Qué haces cuando tu terapeuta te muestra sus tetas, Néstor?” –le pregunta Elena. “Cuando mi terapeuta me muestra sus tetas, me sumerjo profundamente en la hipnosis”. Lo volvió a poner a dormir y antes de despertarlo al final del tiempo asignado, se puso la blusa y el suéter nuevamente. “Bueno Néstor. Es todo por esta semana” –le dijo Elena. “Muchas gracias por tu ayuda Elena” –le dijo él. Elena lo despidió y a los pocos minutos se fue del consultorio sonriendo, no recordaba sentirse tan bien y sus muchos orgasmos, fueron mejores de lo que podía recordar durante bastante tiempo.
La semana siguiente, Elena había venido preparada. En lugar de su suéter holgado habitual sobre sujetadores deportivos, vestía una falda ceñida al cuerpo y un blazer, abotonado en la parte delantera, mostrando mucho escote. Sus enormes pechos se juntaban, llamando la atención de Néstor, tan pronto como él entró en la oficina de Elena. Inmediatamente se quedó estupefacto cuando abrió la puerta. Ella le hizo un gesto para que se relajara en el sofá, pero él apenas logró sentarse antes de entrar completamente en trance, perdido, mirando fijamente su escote. Su cerebro sabía qué hacer cuando sus ojos miraban esos pechos, incluso si no podía recordar conscientemente por qué. Todo resultaba muy fácil, lo que es más importante, muy útil. Ella dibujó lentamente espirales imaginarias frente a sus senos con sus uñas cuidadas mientras se balanceaba suavemente. Elena se había pintado los labios de un profundo color vino tinto mate, se había puesto las gafas negras de montura gruesa y se había recogido el pelo con horquillas. “¿Qué haces cuando tu terapeuta te muestra sus tetas, Néstor?” –preguntó Elena. “¡Caer en hipnosis!” –respondió él. Apenas podía hablar; podía ver mucho más que un escote. Sus pechos eran tan grandes, abundantes, eran como grandes como montículos de piel blanca, cremosa que casi reventaban del profundo escote de su blusa satinada. “¡Eso es correcto! Déjate llevar por la voz y las tetas de tu terapeuta” –le susurra ella. Podía ver su cuerpo fláccido, su mandíbula floja y sus ojos dando vueltas y vueltas, siguiendo sus dedos mientras ella dirigía su mirada sin esfuerzo, girando en espiral de un lado a otro a través de su pecho fascinante. Elena se sentía tan caliente. Ella amaba esto, se sentía como una superheroína. Una vez que estuvo convencida que podía hacer que él olvidara por completo toda la sesión nuevamente, ¡salvo de que siempre tuviese presente el progreso que habían logrado! Preparó el siguiente paso.
Lentamente se desabrochó la chaqueta, un botón a la vez. Los ojos de Néstor casi se salen de su órbita; estaba completamente paralizado. Ella se quitó la chaqueta para descubrir su blusa blanca y transparente. Ese día no usaba sostén; cada pecho se balanceaba y se tambaleaba libremente, apenas restringidos mientras se mecían suavemente de un lado a otro, con sus grandes pezones rosados visibles a través de la fina tela. Néstor estaba literalmente babeando, completamente ido. Puso en marcha el metrónomo y le contó hacia atrás desde diez. Mientras contaba, desabrochaba cada botón de su blusa. Con el último botón, se abrió la camisa de repente. ¡Chasqueó los dedos! “Duerme para mí” –le dijo. Néstor cayó profundamente dormido. Con el recuerdo de sus fascinantes pezones todavía en su mente, Néstor estaba totalmente dormido pero atento a su voz. Ella le dijo que sintiera calidez, que sintiera cuidado y amor, que sintiera compasión por sí mismo y por los demás. Le hizo abrir los ojos, todavía en profundo trance y lo ayudó a reprocesar viejos recuerdos y reformularlos para que ya no fueran tan dolorosos, mientras balanceaba sus pechos desnudos y llenos ante sus ojos. Tetas enormes, contundentes, con pezones rosados y respingados, moviéndose de un lado a otro, de un lado a otro, alternaba entre flashbacks de su pasado mientras llenaba su mente con sus enormes y prominentes tetas que sobresalían de su pequeño y suave cuerpo redondo. Por cada recuerdo doloroso que examinaba, ella lo recompensaba permitiéndole mirar directamente un pezón mientras lo hundía más y más en las profundidades del trance. Las puntas de sus dedos dibujaron lentas espirales, más y más apretadas alrededor de sus pezones. “Cuando tu terapeuta te muestre una espiral alrededor de sus, caerás más profundamente en la hipnosis” –le dice Elena. Una presentación fallida en la escuela secundaria, hace décadas. Ella le dijo que ya había pasado demasiada agua debajo del puente. Estas cosas pasan. Podemos ser amables con nosotros mismos. Un encuentro innecesariamente incómodo en el supermercado con una mujer a la que él observaba. Las mujeres que lo engañan después de una primera cita. Todo estaba perdonado; estas cosas le pueden pasar a cualquiera. Un ataque de pánico en el trabajo; siendo reprendido por no ser confiable. Ya no era motivo de auto-odio, se merecía empatía y apoyo.
El tiempo se desvaneció bajo el peso de sus enormes e
hipnotizantes tetas, que ya no estaban limitadas ni siquiera por la delgada
camisa de vestir blanca. Se balanceaban adelante y atrás, dando vueltas y
vueltas, las manos de ella amasando tanto sus tetas como la mente de Néstor,
cada movimiento y balanceo lo sumían en un trance más profundo, babeando y con
una erección dura como una roca. No podía recordar haber estado tan excitada,
tan mojada, nunca antes. La carrera de Néstor colapsando, una pelea con amigos
de la universidad. Años de abuso verbal por parte de su antiguo jefe, su esposa
dejándolo. Los acontecimientos fluían a través de su mente y ella, con su
método tan inusual, los volvía más soportables, menos importantes. Estaba
alucinando vívidamente, y en su mente estaba besando y chupando apasionadamente
su pezón izquierdo mientras, al igual que un cachorro iniciando su celo, se aferró
a la pierna de su sensual terapeuta y empezó a moverse como si se la estuviera
cogiendo locamente sobre su muslo.
Ella lo hizo eyacular en sus pantalones, por lo que
pareció una eternidad, mientras ella no podía evitar sentir un nuevo y profundo
orgasmo. Cuando Nelson dejó de tener espasmos, lo dejó descansar unos minutos,
fláccido e inconsciente en el sofá y luego lo envió a su casa para que se
limpiara, olvidándose de toda la tarde a excepción de su nuevo carácter calmo y
autocompasivo. Nelson se fue aturdido, pero con instrucciones claras de que
volviera a casa sano y salvo. Elena no recordaba haberse sentido nunca tan sexy
o tan poderosa. Ella había ayudado mucho. Rápidamente cerró la puerta y las
persianas. Reflexionó mientras se tomaba unos minutos para darse placer a sí
misma, como si lo necesitara aún después del sexo salvaje que había experimentado,
pensando y estando cada vez más convencida de que tal vez Nelson no era el
único al que se podía ayudar de esta manera. Elena cerró su consultorio, luego
de haberse masturbado por cuarenta y cinco minutos, con las pocas fuerzas que
le quedaban de su sesión “especial” con Nelson, y se dirigió a su domicilio. Al
pasar frente a la vidriera del café, el vidrio oscurecido le impidió ver que en
una mesa pegada al mismo se encontraba Nelson, plácidamente tomando un café con
un croissant. Sin embargo, Nelson sí la pudo ver. Se podría decir que estaba
esperando que ella pasase por allí. Al hacerlo no pudo reprimir una sonrisa.
Por su mente pasaron recuerdos, y no precisamente los que intentaba inculcarle
Elena en sus sesiones. Recordó el día que, en una reunión de amigos, había
hipnotizado a todas sus amigas, aun las que se resistían y creían que era
imposible.
Desde chico había descubierto ese don de magnetizar a la gente y lograr hacer que cayeran en trance hipnótico en cuestión de minutos. Era un caso inusual ya que la bibliografía aseguraba que nadie podía ser hipnotizado contra su voluntad. Recordó también que, habiendo sacado del trance a Liliana, una de sus amigas que caía en estado hipnótico con mucha facilidad, le preguntó por un nombre que ella había pronunciado un par de veces entre sueños. “¿Elena dije? ¡Ah claro! Elena es mi terapeuta. En algunas sesiones hemos probado con hipnosis y me resultó muy relajante. Recuerdo que utilizó un metrónomo y un reloj de bolsillo. Será por eso que la nombré. Seguramente a ella te costaría mucho hipnotizarla ya que conoce bien las técnicas!” –le dijo Liliana. En ese momento Nelson sonrió en silencio. Su amiga no sabía que las personas que más rápido pueden ser hipnotizadas son aquellas que creen fervientemente en la hipnosis, ya que no existe ninguna traba subconsciente que pueda impedir llegar al trance fácilmente. “No solo la voy a hipnotizar a esa Elena sino que me la voy a coger, algo que con ustedes no hago sólo porque son mis amigas” –dice Nelson sonriendo con picardía. Todas rieron e hicieron una apuesta: “Si logras cumplir con tu palabra y lo puedes demostrar de alguna manera, nos comprometemos a satisfacerte con el placer más lujurioso que se te ocurra. Esto sería todos los viernes durante un año, nos podrás tener cada semana para hacernos lo que quieras”. Para Nelson fue un simpático desafío, una apuesta no imposible, así que aceptó. La miro subiendo a su auto, él siguió disfrutando su café y con el celular en la mano mandando un mensaje a sus amigas con el video que mostraba la prueba irrefutable que se había cogido a Elena minutos antes. Ahora tendría a disposición a sus amigas para satisfacer sus demonios cada viernes, ya que si algo caracterizaba a sus tres amigas era que cumplían su palabra.
Todo había resultado demasiado fácil. Nelson se había presentado como un paciente atribulado con problemas del pasado, con la autoestima muy baja y se dejó guiar por la doctora hasta que ella decidió recurrir a la hipnosis. En cuanto el metrónomo y el reloj comenzaron a marcar el inicio de la inducción hipnótica él solo se limitó a repetir con su don magnetizador en su voz, cada una de las frases que pronunciaba la doctora, quien, creyendo que lo iba hipnotizando, al escuchar la voz de Nelson era ella la que poco a poco iba cayendo en trance hipnótico. Cuando la tuvo completamente en su poder, sólo necesitó dormirla y comenzar a inyectarle sugestiones sobre la necesidad de recurrir a su cuerpo, especialmente a esos hermosos y grandes senos, haciéndole creer a la hipnotizada doctora que con eso lo estaba ayudando en su problema, que era ella quien estaba hipnotizando al paciente y no al revés. También la sugestionó en que eso la iría excitando cada vez más, al punto de no poder contenerse y terminar cogiendo como una poseída con él. No faltaron también las sugestiones post-hipnóticas que hacían que luego de cada sesión, Elena necesitara excitarse más aún y tuviese que recurrir a la masturbación para satisfacerse, reforzando con cada orgasmo todas y cada una de las sugestiones que había recibido. Por último, y como castigo por haber violado el código ético entre paciente y terapeuta, Nelson le había inculcado una sugestión para que haga lo mismo con todos sus pacientes, creyendo que era una forma de ayudarlos. Si tiene suerte, puede que nunca reciba una denuncia, pero, ¿quién sabe? Podía haber resuelto todo en una sola sesión, pero Nelson encontró perverso prolongar la tarea por 3 sesiones, mientras sus amigas creían que estaba fracasando en el intento. Ahora estaban recibiendo el video con el final del desafío que, como siempre, había ganado ampliamente. “¿El final?” –pensó para sí. “Creo que Helena merece una sesión más. No puedo dejar de verla sin haber explorado ese hermoso culito” –se dijo a sí mismo.
Ya en la comodidad de su casa, Nelson tomó su celular y le escribió a Elena: “Sé que debo agendar una cita con tiempo, pero me siento atribulado. ¿Puedes recibirme mañana? En verdad necesito hablar contigo, me encuentro en un abismo”. En su afán de ayudar, Elena responde: “Está bien Nelson. Hiciste bien en buscarme, no tengo problemas en atenderte en la mañana, pero debe ser más temprano de lo habitual para no causar problemas de agenda”. “No tengo problemas con llegar temprano, tú dime el horario y ahí estaré puntual” –respondió Nelson. “A las ocho y media estaría bien, porque el primer paciente estará cerca de las diez en la consulta y me da el tiempo preciso de un hora entre sesión” –escribe Elena. Ya con el horario listo y la disposición de ambos para verse Nelson se acostó y durmió como un bebé. La noche de Elena fue algo intensa, ya que se daba vueltas de un lado a otro buscando una explicación: “¿La terapia no estaba funcionando?” –se preguntaba. De pronto, esa sensación de inseguridad desapareció y le surgió una sensación de excitación que la consumía por dentro, le era imposible mantenerse con e pequeño camisón de seda que la cubría, se lo quitó y su cuerpo se liberó, se empezó a masturbar como loca pensando en las cosas que había hecho con Nelson en su consultorio y se perdía en los gemidos delirantes de sus labios, aunque en algunos momentos pensaba en porque no podía sacarse esas escenas de su mente, pero le encantaba revivirlas en la intimidad de su casa, después de una de intensa masturbación y varios orgasmos se dejó caer en un sueño profundo para descansar.
La mañana llegó y Elena enfiló a su consultorio, lo mismo
hizo Nelson preparando la historia. Esta vez al entrar al consultorio Nelson
quedó parado frente a la puerta, sus ojos no daban crédito a lo que veía, la
sensual terapeuta estaba completamente desnuda apoyada de frente a su
escritorio, la cara de Nelson era como la de un niño emocionado al abrir su
regalo soñado. “Te estaba esperando” –le dice Elena. “Hoy no vamos a jugar a la
hipnosis, conozco perfectamente tu juego. ¿Crees qué no me daría cuenta?” –le dice
ella. Nelson sonrió y le dijo: “Nunca pensé que lo descubrirías, veo que eres
más inteligente de lo que pensé”. “Dejemos la charla de lado y ven a tomar lo
que quieres o ¿solo lo haces con el timbre seductor de tu voz para conseguirlo?”
–le pregunta a Nelson. Se acercó sigilosamente, ella no se movió esperó a que
él estuviera cerca. La tomó de la cintura y atrajo ese delicioso cuerpo al suyo
y ella rodeó el cuello de Nelson con sus brazos, se fundieron en un estrepitoso
beso que no tuvo nada de romántico, sino que fue como un vendaval de deseo, sus
lenguas se movían de forma estrepitosa en sus bocas. Ambos estaban jadeantes de
deseo al igual que dos adolescentes que harían el amor por primera vez, pero esta
vez habría un toque más perverso.
Elena, se puso en cuclillas frente a ese paciente lujurioso y desabrochó el pantalón. La verga erecta de Nelson salió agarrada de la mano de Elena y se la metió a la boca para chupársela con perversión y también con un tanto de delicadeza. La boca de la morbosa terapeuta se tragaba esa verga por completo y después la dejaba salir llena de saliva, la que era lamida por su perversa lengua, al principio lentamente pero de a poco Elena aumentaba su ritmo despiadado. Nelson no salía de su asombro pero disfrutaba de como su terapeuta estaba dispuesta a dejarse coger ahora sin esos juegos de por medio. Después de tener a Nelson al borde el éxtasis, Elena le dice: “¡Quiero que me cojas! ¡Hazlo por donde quieras! Solo quiero ver de que eres capaz sin tus estúpidos juegos”. Él la puso de pie y la acomodo en el escritorio con las tetas apoyadas en él, le separó las piernas y sin el más mínimo esbozo de misericordia se la metió de una sola estocada por el culo. Un doloroso grito salió de los labios de Elena, Nelson la embestía con fuerza y le decía: “Ahora, ¿te parece que juego?”. Elena jadeaba y no salían palabras de su boca, el placer era quien gobernaba sus sentidos y la hacía sentir como si estuviera en una espiral ascendente de lujuria, era como una montaña rusa de morbo que la llevaba directo al infierno candente de los pervertidos. En cada embestida los gemidos de Elena se hacían más intensos, haciéndola perder el control; sentía que las piernas le temblaban, el sudor era testigo mudo de sus delirantes gemidos y acariciaba su piel con intensidad.
Nelson estaba enceguecido cogiéndole el culo a su
terapeuta, con la lujuria recorriéndole la sangre. Cada segundo los acercaba a
ese instante en que caerían en el trance del placer y cederían su voluntad al
sensual encanto de la lujuria. “¡Métemela con más fuerza!” le decía Elena
mientras gemía y se estremecía, sentía como el agujero le palpitaba al ser
cogida por esa tortuosa y placentera violencia de Nelson. Ya sin poder contenerse
Elena anuncia que el orgasmo, a lo que Nelson le responde que él también lo
está, era cosa de segundos para que ambos se perdieran en el placer y así fue.
La verga de Nelson estalló en el culo de Elena y esta se retorció de placer
gimiendo y jadeando. Ahora si fue intenso para ambos, ya que en igualdad de condiciones
se dejaron llevar solo por el armónico movimiento de sus cuerpos. Ya que
estuvieron satisfechos, Elena aun apoyada en el escritorio, le dice: “Arréglate
la ropa, tengo un paciente de verdad que atender en algunos minutos. Por demás
está decir que es la última vez que nos vemos”. Nelson se acomodó su ropa y salió
en silencio, Elena se limpió y se acomodó la ropa, retocó su maquillaje y se
perfumó, espero al paciente en calma pero aun sentía el semen de Nelson saliendo
de su culo.
Pasiones Prohibidas ®
Waooooo que buen relato cada línea llena de lujuria y pasión como siempre exquisito Caballero
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