Después
de estar pensando en esas cosas que me gustaría experimentar, sentí una gran
rabia. No solo me estaba humillando, sino que además ahora quería tener un
control total sobre mi durante toda la semana. Tampoco soy de las que necesita
sexo todos los días pero el hecho que no pudiera darme placer ni en mi
intimidad me ponía furiosa. De hecho aún estaba ligeramente excitada por el
tratamiento que había sufrido por la calibración del dichoso sensor, así que, con
la esperanza de calmarme fui a darme una buena ducha.
No conseguí mi propósito, ya que las ganas de tocarme eran persistían al salir de la ducha. Para no pensar en ello me preparé algo rápido para comer y me fui directamente a dormir. Me costó mucho dormir. Llegó el lunes y recordé que tenía que hacer diferentes gestiones y que me ordenó ir sin ropa interior, ¡vaya fastidio! Por la parte de abajo pensé que no sería ningún problema, me puse unos jeans y listo, pero la parte de arriba ya era más problemática. Hacía calor y normalmente usaba blusas o camisetas bastante fresquitas pero si lo hacía sin brasier me imaginaba que iría dando un espectáculo. Busqué y rebusqué entre mis prendas buscando alguna camiseta que sin ser muy ajustada aportara algo de sujeción. Finalmente la encontré, una de color beige que hacía tiempo que no me ponía. El tejido era relativamente grueso pero al ponérmela me di cuenta que no era suficiente para evitar que mis pezones se marcaran ostensiblemente. Tampoco evitaba que mis tetas se bambolearan al hacer algún movimiento un poco brusco. Se me hacía tarde así que sin pensármelo más salí con ella puesta.
Creo que fui ruborizada todo el trayecto. Me pareció que todos me observaban. Mis pechos estaban dando un espectáculo, saltaban arriba y abajo en cada uno de mis pasos y creo que debido al continuo roce con la tela mis pezones se irguieron más haciéndose más evidentes. El empleado del banco que me atendió no dejaba de mirarme con una sonrisita algo más que picarona. Solo quería acabar rápido y volver a casa. De hecho también me di cuenta que el uso de los jeans tampoco fue una decisión totalmente acertada. La rígida tela iba rozando mi entrepierna y al llegar de nuevo a casa estaba realmente dolorida. Un mensaje de WhatsApp llegó a mi móvil. Era de un número desconocido y decía lo siguiente: “Mal, mal. No vuelvas a salir de casa con pantalones. Solo tienes permitido faldas por encima de las rodillas”. Mi corazón dio un vuelco. Imaginaba quien era el remitente y eso solo podía significar que me habían visto así que tendría que ir con mucho cuidado. A parte de ese primer día intenté salir de casa lo mínimo posible pero al hacerlo, sin ropa interior y con falda me sentí realmente como si fuera desnuda por la calle. Notar el aire fresco en mis partes bajas era una novedad para mí y realmente hacía que me sintiera muy incómoda, como si todos supieran que iba con la concha al aire.
Mis desgracias no venían solas ya que no pude evitar aceptar la invitación de unos amigos de la universidad para ir a cenar en un restaurante el viernes por la noche. No paré de darle vueltas al asunto. Mis amigos y amigas me tenían por una chica recatada y no podía presentarme ante ellos de esa forma. Lo de no llevar braguitas podía resultar incómodo pero si controlaba los posibles descuidos no debería suponer ningún problema pero mis tetas, eso ya era un problema mayor. No podía evitar que notaran que iría sin sujetador.
Una hora antes de la cita tomé la decisión. No me podía mostrar ante ellos de esa manera, así que me pondría ropa interior. Si elegía bien el atuendo no tendría que notarse excepto a distancias muy cortas, Me probaba prendas delante del espejo hasta que di con la combinación perfecta. Eso sí, me puse una faldita corta. A pesar de mis elucubraciones no debía tampoco obsesionarme, ya que tampoco me podían vigilar constantemente y de noche sería mucho más complicado. Salí a la calle intentando fijarme a ver si alguien me seguía. Esperé la llegada del autobús en una parada donde solo había una anciana. Subimos ambos y como había bastante gente me quedé de pie todo el trayecto. La anciana empezó estando a mi lado hasta que un amable pasajero le cedió su asiento. Bajé en la parada de mi destino y me encaminé rápidamente al restaurante. Allí pasé una agradable velada pudiendo, aunque fuera durante unas horas, olvidarme de la pesadilla que estaba viviendo. Mi retorno a casa la realicé en taxi y durante el trayecto no me crucé con ninguna alma. Eran ya las dos de la madrugada cuando me fui a dormir. Debía descansar ya que mañana a las ocho en punto tenía que volver a convertirme en esclava. Llegó el momento que no deseaba que llegara.
Salí de mi casa, con falda y sin ropa interior. Eran las 8 en punto cuando entraba en esas dichosas oficinas. Como no pudo ser de otra manera ahí me esperaba Marlene, con su cara sonriente y su mirada de superioridad que conseguía humillarme aún más. “Ya sabes lo que tienes que hacer” –me dijo. “Sí, lo tengo claro” –contesté con un hilo de voz. Me encaminé hacia la estancia que ya conocía y allí ante la atenta mirada de Marlene me desnudé. Vi como prestaba atención a que no llevara ropa interior puesta y no sé por qué me pareció que su sonrisa se convirtió en una expresión más maléfica. Una vez completamente desnuda me puse el collar y me encaminé con la mayor dignidad posible, vistas las circunstancias, al despacho del jefe. Abrí la puesta y ahí estaba, esperándome. “Buenos días Anita, ven aquí. Ya sabes cómo quiero que te presentes” –me dijo. Me acerqué lentamente y subí a la mesa de su despacho con las manos a la espalda me agaché y separando al máximo mis piernas. Sin mediar aviso alguno recibí una fuerte bofetada pero esta vez no en la cara sino en mi teta izquierda que del impacto llegó a golpear a la derecha. Se me escapó un grito tanto por la sorpresa como por el dolor del golpe. “¡Me desobedeciste! Ayer saliste a cenar y llevabas ropa interior” –me dijo. Mi cara debía ser un poema. Estaba desolada y creo que empecé a temblar. ¿Pero cómo me habían descubierto? “Por si tienes dudas de cómo lo sé y antes de que me contradigas mira esto” –dijo. Me mostró una carpeta con un par de fotos. En una se me veía la noche del viernes y en la segunda se veía una foto tomada desde debajo de mi falda donde se podían distinguir claramente mis braguitas negras entre mis piernas. Estaba perdida. Me habían descubierto con una desobediencia flagrante y mi futuro pendía de un hilo. “Yo, es que… lo siento…” –intenté justificarme. “¿Te preguntas quien te hizo esa foto?” –me preguntó. Yo estaba totalmente muda, así que no esperó mi respuesta. “¿Recuerdas esa viejecita del autobús? Pues es una de las personas que está a mi servicio, disfrazada, claro está. Mi personal al cargo lleva unas cámaras diminutas de alta resolución que realmente hacen milagros” –dijo sonriendo.
Como aún estaba en mi humillante posición sobre la mesa ahora recibí una cachetada en mi expuesta vulva. “¡Ahora baja!” –me ordenó. Así lo hice y me quedé de pie, delante de la mesa, con el corazón a punto de estallar. “Esta es una desobediencia grave, así que no voy a tener más remedio que hacer circular las fotografías y videos” –me dijo. Me puse a llorar y le dije: “¡No por favor! ¡Se lo suplico! ¡No me haga eso, no lo haré nunca más!”. Vi inflexibilidad en su rostro así que sollozando me arrodillé implorando compasión. “De verdad, se lo ruego. Nunca más le desobedeceré. Seré una esclava obediente. Se lo suplico” –le dije con lágrimas corriendo por mis mejillas. La expresión de su cara me pareció que cambiaba. “No sé. La falta es muy grave y no la puedo pasar por alto” –dijo el Director. “Señor, castígueme de otra forma pero no envíe las fotos, sería mi perdición” –le dije apelando a su humanidad. Hasta yo me sorprendí de las palabras que acababa de pronunciar. Lo pensaré un poco. Mientras yo decido qué hacer, siéntate en esa silla de la forma más provocativa que se te ocurra. Vi que tenía una posibilidad aun de salir bien de mi desafortunado tropiezo, así que me dirigí a la silla que me había señalado, una silla amplia con reposabrazos. Analicé unos segundos lo que esperaba de mí con lo de la posición provocativa. No pensaba fallar esta vez así que me senté con el trasero apoyado cerca del borde de la silla y apoyé las corvas de ambas piernas sobre los reposabrazos. Así quedaba con el sexo y el culo totalmente abiertos y expuestos.
No sé cómo tuve el valor de adoptar esa obscena postura pero la perspectiva de que decidiera finalmente enviar esas dichosas fotos era aún mucho peor. Él parecía estar meditando pero un momento en que nos cruzamos las miradas me pareció ver en sus ojos un atisbo de satisfacción. La señora. Marlene entró un momento para intercambiar algunas palabras al oído con el Director. Al marcharse y verme de aquella manera no pudo escapársele una risita. Yo mantuve mi incomoda y humillante posición durante mas o menos media hora hasta que el Director habló por fin. “Bonita posición, así deberás sentarte siempre que estés ante mi” –me dijo mirando con morbo. Otra pausa que ponía a prueba mis nervios. “Aunque no es lo habitual en mí, he decidido darte una nueva oportunidad” –dijo él. Lo había conseguido. Ahora podía respirar más tranquila. “Pero no olvidemos que la falta ha sido grave y que por tanto deberás ser castigada. ¿Estás de acuerdo?” –dijo el hombre mirándome a los ojos. “¡Sí señor, merezco un castigo!” –le dije resignada. “Bien. Además, dejaré que seas tú quien elija el castigo. Tu falta ha sido muy grave así que tendrás un castigo de 10 puntos. En el ordenador verás un catálogo de diferentes castigos pero no verás los puntos de redención que te aportarán hasta que no lo hayas elegido. Una vez hecha una elección no hay vuelta atrás. El ordenador te indicará cuantos puntos de redención supone ese castigo. Si no llegas a los puntos necesarios podrás elegir entre diferentes variedades u opciones adicionales dentro de ese castigo y así sucesivamente hasta que tengas los puntos de redención necesarios. Después ese castigo será aplicado con las condiciones y opciones elegidas. ¿Lo has entendido?” –dijo maliciosamente. Yo estaba sorprendida totalmente por el procedimiento pero contesté: “Si, lo he entendido”. “Bien pues, antes de empezar te diré un par de cosas. Evidentemente los castigos y sus opciones aportarán más puntos cuanto mayor sea el dolor o incomodidad que te provoquen. Hay algunos que pueden no aportar puntos siquiera. La otra cosa es que hay bastantes opciones. Tómatelo con calma y elige bien ya que no hay vuelta a atrás y obligatoriamente tienes que conseguir los 10 puntos de redención. Una vez empieces el ordenador te dará 15 minutos para hacer la elección así que tampoco puedes dormirte. ¿Estás preparada?” –me dijo. Yo no sé si se podía decir que estaba preparada para elegir mi propio castigo pero no tuve más remedio que contestar afirmativamente. “Pues adelante. El ordenador es todo tuyo. Recuerda, después de una elección no hay marcha atrás y tienes un máximo de 15 minutos para conseguir los diez puntos de redención” –sentenció.
Me senté delante del monitor. En la primera página estaban los tipos de castigos a cuál más horrendo. Había azotes, el caballo de madera español, pinzas en los lugares más sensibles, electrodos en los genitales, anillado de pezones, cera caliente sobre el cuerpo, ser colgada por las tetas. ¡Qué horror! ¡Eso debía ser espantoso! Era imposible decidirse por ninguno de ellos. Vi otro más. Colocar la cabeza y muñecas en un cepo de madera y ser penetrada por todos los agujeros. ¡No, eso no, de ninguna manera! – pensé. No me daba cuenta que el tiempo pasaba y seguía sin decidirme. Vi que había un castigo que obligaba al uso de un sinfín de dildos anales y vaginales pero supuse que para llegar a los puntos necesarios sus dimensiones iban a ser con toda seguridad superiores a lo que yo podría soportar. Miré el reloj y vi que ya solo me quedaban 6 minutos y todavía no había elegido nada. Con nerviosismo y nada convencida decidí clicar la opción de recibir 20 azotes atada pues estaba convencida que podría resistir bien el dolor infligido. Al clicar la opción la pantalla del ordenador mostró un gran número 5. ¡Mierda! Solo tenía 5 de los 10 puntos necesarios. Ahora aparecían toda una serie de opciones adicionales con las que debía conseguir los puntos restantes. Quedaban 4 minutos y miré con desesperación por encima del hombro al director que parecía estarlo pasando muy bien. “Te comento que si se te acaba el tiempo será el ordenador el que elija el castigo por ti pero siempre será una combinación de un 50% más de puntos de los que necesitas. Así que yo, en tu lugar me daría prisa” –dijo, lo que disminuía mis opciones de elegir.
Volví a centrarme en la pantalla. Había la opción de incrementar el número de azotes pero intentaría evitarlo a toda costa, 20 ya eran muchos. Vi la opción de recibir los azotes con el cuerpo lleno de pinzas pero lo descarté rápidamente. Otra opción era estar amordazada, ¡vale! Lo cliqué y ante mi sorpresa apareció un gran 0 en la pantalla. Faltaban 2 minutos y aun me continuaban faltando 5 puntos. Ya no pensé mucho más y cliqué la opción de la mitad de los golpes por detrás y la mitad por delante. Apareció un gran 2 en la pantalla. Aun me quedaban 3 puntos. Vi la opción de llevar una máscara que dificultaba la respiración pero visto el éxito de la mordaza lo descarté. Vi la opción de ser colgada boca abajo, eso no me gustaba en absoluto pero el reloj llegaba inexorablemente al último minuto. Así que temblorosa cliqué esa opción. Un gran 3 apareció en la pantalla. Faltaban solo 27 segundos pero respiré con alivio, tenía los 10 puntos. El ordenador mientras recordaba la elección: Recibir 20 azotes, la mitad por detrás y la mitad por delante, colgada boca abajo con las piernas abiertas y amordazada. ¡Mierda! No me había fijado con lo de las piernas separadas pero ahora ya no tenía remedio. “Bien, veo que has hecho tu elección. Te dejaré un momento para que te calmes y procederemos al castigo” –me dijo sonriendo con maldad. Esa espera aun alargaba más mi agonía. Realmente cada vez estaba menos segura de poder resistir esa humillación y tormento. Por mi cabeza pasaron diversas conjeturas de lo que suponía cada una de mis elecciones. El hecho de recibir azotes por delante ¿no implicaría recibirlos en los pechos? Mi esperanza era que no que no se podía ser tan cruel y golpear en un lugar tan sensible que seguro que produciría un dolor atroz. Y ¿por qué dan tres puntos a estar colgada boca abajo? En eso estaba mi mente cuando el Director me llamó desde la puerta del sótano: “¡Ana, ven aquí!”. Bajé cabizbaja los escalones que llevaban a esa lúgubre y espantosa estancia. “¡Tiéndete en el suelo!” –me ordenó. Obedecí y vi que se acercaba la señora. Marlene que me colocó dos fuertes tobilleras. De cada una de ellas vi que sobresalía un aro robusto que seguro que sería capaz de aguantar mi peso. “Separa las piernas” –dijo ella. Así lo hice e inmediatamente procedió a insertar en los aros un par de ganchos que, separados algo más de un metro, colgaban del techo. De pronto noté que ambas piernas se levantaban. Miré a un lado y vi que el Director tenía un control remoto en la mano con el cual estaba controlando esa elevación. Mi cuerpo lentamente fue izado. Primero fue mi culo el que dejó de tocar el suelo y seguidamente mi espalda. Yo apoyaba las manos en el suelo para evitar que todo mi peso se concentrara en mi cuello pero eso fue un breve instante porque no tardé en estar completamente suspendida, con mi cabeza a unos 30 o 40 cm del suelo. Marlene se encargó entonces de atarme los dos antebrazos juntos a la espalda, de forma que me quedaban un poco por encima de la cintura. “Esto es para que te quede tu culo perfectamente libre para los latigazos” –dijo ella. Oírla decir eso fue suficiente para estremecerme.
Quedé totalmente suspendida y totalmente expuesta. Mi cabellera llegaba hasta el suelo y mis tetas colgaban de forma invertida lo que me provocaba una extraña e incómoda sensación. Volvió a acercarse esa malvada mujer y bruscamente me colocó una mordaza de esas compuestas por una bola y dos correas. Me obligó a abrir la boca y me la apretó fuertemente. Ahora ya no podía emitir nada más que gruñidos. “Ahora empezará tu castigo” –dijo el Director. Ya estaba sudando. Nunca había podido imaginar que me encontraría en esta situación y lo que era todavía peor, en el fondo la había elegido yo. El Director se colocó delante de mí. Llevaba un látigo en la mano y debido a la lastimosa posición en la que yo me encontraba, su cara quedaba un poco por encima de mi vulva que obviamente le ofrecía impúdicamente abierta. “Ahora empezará el castigo tal y como has elegido. El látigo que usaré, por suerte tuya, no deja marcas permanentes pero utilizado por un brazo experto puede producir un dolor considerable. Ya me lo contarás luego porque ahora, obviamente no puedes” –dijo el hombre. Finalmente salió de mi campo de visión y solo pude oír “Empezaré con los 10 latigazos por detrás”. Mi corazón parecía que iba a salirse de mi pecho cuando el primer golpe cruzó mis glúteos de lado a lado provocándome un dolor como nunca había sentido en mi vida, al tiempo que un quejido ahogado brotaba de mi garganta. Era el primer golpe y ya jadeaba. Ahora estaba segura de no poder resistir los 20 latigazos pero no había manera de impedirlo. “Quizá si hubiera elegido otra cosa” –pensaba El segundo latigazo fue de lleno en mi glúteo derecho que noté como se hundía con el impacto. Me convulsioné e intenté gritar todo lo que me permitía la mordaza. El tercer, cuarto y quinto latigazos siguieron haciendo mella en mi ya dolorido culo. Yo no podía más. Mi cuerpo sudaba a cántaros y el dolor que sentía me atenazaba por completo. Si no hubiera tenido la mordaza puesta estaría implorando piedad a gritos. El sexto latigazo impactó en el interior de mi muslo derecho. No pensé que se podía sentir aún más dolor pero me había equivocado. El impacto me provocó un dolor indescriptible y mi cuerpo agitó incontroladamente de un lado a otro. Los siguientes tres golpes castigaron brutalmente mis muslos, llevándome a unos niveles de sufrimiento que no pensé que podría llegar a soportar. Mis sentidos estaban totalmente aletargados pero pude llegarle a oír decir: “Ahora, por el golpe final especial” –dijo con una sonrisa maquiavélica. Como no le podía ver, no podía ni siquiera intuir donde iría este último golpe. Cuando de pronto, mis ojos parecieron saltar de mis órbitas y mi torso se levantó hacia delante como un resorte hasta superar la horizontalidad, mientras al mismo tiempo un chillido inhumano brotaba de mi garganta y mi sexo parecía reventar de forma salvaje. El impacto lo había recibido en mi vulva, que colgada de esa forma ofrecía totalmente abierta como una flor, pero no solo eso. Al recibir el golpe por detrás, el látigo se había enroscado hacia adelante golpeando brutalmente mi clítoris que parecía haber explotado en mil pedazos. Después de aquel golpe, mientras mi cuerpo se convulsionaba bestialmente, mis sentidos se fueron nublando hasta que probablemente perdí el conocimiento. Cuando recuperé el sentido lo primero que noté fue el dolor agudo en mi conchita y en mi culo. Noté que me habían quitado la mordaza y el director estaba sentado ante mí, mirándome fijamente “¡Ay, Anita! Tú elección está siendo muy divertida para mí pero no sé si lo está siendo para ti” –dijo. Ya sabía el porqué de la puntuación. Al estar colgada en posición invertida, mi sexo se ofrecía como un blanco extremadamente fácil al flagelador y así había podido comprobarlo. Al notar que tenía la boca libre me atreví a decir: “¡Por favor señor! ¡Mi Amo, no puedo resistir más este castigo! ¡Seré buena y obediente, se lo aseguro pero tenga piedad de mí!”. “Ana, no vuelvas a hablar si no te lo digo yo. Aún no ha acabado tu redención así que ahora mismo seguiremos” –seguiremos dijo con una sonrisa burlona.
Ya me imaginaba que no conseguiría nada pero quería intentarlo. Ya no me veía capaz de aguantar mucho más y aunque él había asegurado lo contrario sufría también por los destrozos que el látigo estaría haciendo sobre mi cuerpo. “Ahora vamos por los 10 por delante, ¡prepárate!” –dijo sentenciando mi cuerpo al castigo brutal. ¡Como si pudiera estar preparada para aguantar más dolor! Mi cuerpo se tensó a la espera de recibir el nuevo golpe. El látigo siseó en el aire y me impactó de lleno en mi barriga, cerca del ombligo. Yo grité y grité como una loca pidiendo que parase y seguía implorando cuando recibí el segundo golpe muy cerca del primero. “¡Piedad! ¡Se lo suplico!” –gritaba pero él ni siquiera hacia eco de mis palabras. No me di cuenta que Marlene se había vuelto a acercar a mí y me volvió a colocar la mordaza, sin ningún tipo de miramientos. Una vez amordazada de nuevo recibí el tercer y cuarto golpes cerca de los primeros. El quinto me causó más, aunque ya era muy difícil poderlo evaluar en mi desesperada situación, ya que impactó en la zona del monte de Venus. “Bien, bien. Ahora vamos a tratar esas tetas tan hermosas” –me dijo. Mis ojos parecía que volvían a salirse de mis órbitas y las lágrimas empezaron a escurrirse por mi frente. Se lo que duele cualquier golpe ahí por lo que no podía llegar a pensar el efecto de un latigazo. Estaba mentalmente bloqueada y noté que se me escapaba un chorro de orina que mojaba mi vientre y mis muslos. “Vaya, parece que estás un poquito nerviosa ¿no?” –dijo con una sonrisa.
Después de decir eso, el látigo silbó por sexta vez impactando de lleno en mi teta derecha que dio un salto al recibir el contacto con el látigo. El dolor fue indescriptible. Quería desesperadamente soltarme los brazos para poder mitigar el dolor que sentía, pero mi esfuerzo fue en vano. De hecho recibí un nuevo golpe horrendo en mi teta izquierda que reaccionó de la misma manera. Ya estaba de nuevo al borde del desmayo cuando recibí el octavo golpe que impactó de lleno en uno de mis pezones. Aunque la mordaza lo impedía parcialmente, mi grito debió de oírse en toda la estancia. El noveno latigazo consiguió impactar en las dos tetas a la vez que se agitaron salvajemente. Como si fueran a desprenderse de mi cuerpo. Yo no sabía cómo podía haber resistido pero aún conservaba el conocimiento cuando escuché la voz de mi torturador: “Bueno, ahora llega al golpe final especial”. Al oír eso me debatí, agitando mi cuerpo y noté como me orinaba de nuevo. Al recibir el último latigazo, mi vagina pareció de nuevo reventar en mil pedazos. El látigo había penetrado mis abiertos labios menores y había llegado hasta la entrada de mi vagina. Además, al enroscarse había impactado de lleno en el perineo y en el ano produciéndome un dolor bestial. Mi cuerpo se arqueó involuntariamente intentando encontrar inútilmente algún alivio. Este solo llevó a perder de nuevo el conocimiento. Volví a la vida, tumbada en un colchón en el suelo. Tenía todo el cuerpo dolorido y notaba escozor en alguna zona concreta. Vi que Marlene me estaba tratando las heridas con un ungüento. “Bienvenida. Esto que te estoy aplicando hará que te recuperes pronto y que no queden marcas. Así que estate quieta” –dijo ella. Ahora aplicaba el ungüento, en mis doloridas tetas manoseaba sin piedad. Pensé que no sería capaz de golpearme aquí pero ya vi lo equivocada que estaba. Mis tetas se veían cruzadas por franjas de color amoratado al igual que otras partes de mi cuerpo. Cuando acabó con mis tetas siguió aplicando ungüento en todo mi cuerpo hasta que llegó a mi vagina, que fue untada y masajeada sin miramientos. Miré mis labios, completamente rojos e hinchados. Los labios menores muy hinchados también, sobresalían de forma indecente y se habían tornado de un color amoratado. El ardor y la incomodidad quedaron a un lado cuando Marlene acabó su tratamiento. Vi al Director acercarse, me miró sin compasión y dijo: “Creo que has tenido el castigo que merecías. Espero que no vuelva a ocurrir nada parecido ya que si no, no te aseguro que haya algún castigo suficiente para redimirte”. “No señor, no pasará más. Se lo aseguro” –le contesté. “Bien, eso espero. Te quedarás aquí todo el fin de semana para recuperarte. Mañana por la noche podrás volver a tu casa” –dio el Director.
Pasé el sábado y el domingo encerrada en una jaula bastante grande de la que solo me dejaban salir tres veces al día para hacer mis necesidades y seguir con el tratamiento de mis heridas. También me pusieron una inyección cada día, supongo que de algún antibiótico o antiinflamatorio. En muchos momentos pensé qué al estar allí, encerrada entre barrotes y totalmente desnuda que más parecía un animal de zoológico que un ser humano pero en el fondo estaba satisfecha ya que lo importante lo había conseguido, aguantar el castigo y evitar la publicación de las fotos. Aunque eso sí, a partir de ahora tendría que ir con mucho más dedicación al obedecer sus órdenes. Llegó la noche del domingo me volvió a visitar el Director. “Ya es hora de irte” –dijo abriendo la puerta de mi jaula. “Tus heridas van bien y en un par o tres de días serán solo un recuerdo de tu desobediencia” –me dijo mirándome a los ojos. “Ya le he dicho que no volverá a pasar” –musité. “Bien, ya sabes solo tienes que obedecer. Ahora te iras hasta el próximo sábado y recuerda, nada de ropa interior y prohibidos los pantalones y las faldas largas. ¿Entendido? –dijo con mirada lujuriosa. ¡Sí señor, entendido!” –respondí presurosa. “Además, el miércoles por la mañana te pondrás esto y no te lo puedes quitar bajo ningún concepto. Está conectado a mi móvil, yo tendré el control sobre él estés donde estés– dijo entregándome una cajita. Miré la cajita con inquietud y al abrirla me di cuenta con horror que era un huevo vibrador, de considerables dimensiones. “Ya puedes irte y recuerda que si te lo quitas lo sabré” –me dijo. “Sí señor, pierda cuidado, no lo haré” –le respondí.
Me encaminé rápidamente a la salida del despacho para acceder a la otra estancia. No me sorprendió ver allí a Marlene que no me quitó ojo mientras me vestía y me despidió con un breve: “Hasta el sábado”. Salí a la calle, por fin liberada. El aire fresco de la tarde-noche me reconfortó y me encaminé a buen ritmo hasta mi casa.
Pasiones Prohibidas ®
Mmmmmmmm exquisito demasiado bueno ver la manera en la que fue castigada una orden debe ser cumplida al pie de la letra como siempre exquisito relato Caballero
ResponderBorrar