Habíamos ido de vacaciones en familia, mi esposo no pudo ir por cosas de su trabajo. Una isla paradisíaca en medio del Caribe era nuestro destino, cabañas cercanas a la playa eran la postal de aquel bello paraíso. Nos entregaron las llaves, Carlos y Joaquín, mis hijos, llevaban las maletas. La cabaña era perfecta, teníamos de frente el mar en toda su inmensidad, tres habitaciones que podíamos compartir y estar cómodos en nuestra estadía. Decidimos que era un buen momento para ir a la playa, ya que la tarde invitaba a estar relajados en la arena o en el mar disfrutando sin las preocupaciones de la cuidad.
Mis hijos se pusieron un traje de baño y estaban listos, por mi parte, me puse un bikini que había comprado para la ocasión, no tan revelador pero si lo suficiente para que no me quedaran tantas marcas en el broceado. Los muchachos al verme quedaron con la boca abierta. “Mamá te ves hermosa” –dijo Joaquín. “No sabía que mi madre era tan sensual” –dijo Carlos. Escucharlos decir eso hizo que mi vagina por alguna razón se humedeció un poco, saber que mis hijos pensaban eso de mí me puso un tanto caliente. “¡No me digan esas cosas! ¡Van a hacer que me ruborice!” –les dije. Salimos a la playa y Joaquín se perdió entre la gente. Le dije a Carlos si podía ponerme bronceador, a lo que él aceptó. Sentir como sus manos se deslizaban por mi espalda era una sensación que hacía palpitar mi vagina. “Voy a desatar un poco el brasier para untarlo bien” –me dijo. “Si hijo, está bien” –le respondí. Era una delicia. Sus manos bajaron por mis muslos abarcando por completo mis piernas. “Ahora date vuelta mamá para untar bronceador por delante” –me dijo. Me sentía como una niña obediente y sin dudarlo me di vuelta, empezó a pasar sus manos con bronceador por mis brazos, por mi pecho e incluso por entre el brasier del bikini rozando mis tetas y mis pezones. Bajó por mi abdomen y entre la tanga, bajó por mis muslos y sentía como sus manos dedos pasaban por mi vagina. Intentaba no delatar mi calentura mordiendo mis labios, pero quizá pudo notar la humedad en mi sexo. “Ya mamá, estás lista. Disfruta del sol” –me dijo.
Me quedé en la tumbada en la reposera, caliente y con pensamientos morbosos. Me acuerdo de aquella tarde me puse a dormir la siesta, el cansancio del viaje y la calentura hicieron que mis ojos se cerraran. Cuando me desperté, me levanté para hacer mis necesidades, era irme a la cabaña o al natural pero no aguantaba las gana. Fui a ocultarme detrás de unas rocas, pero cuando me acercaba, para mi sorpresa descubrí a Carlos tumbado junto a las rocas hacia donde yo iba, oculto tras ellas. Inocentemente creí que descansaba, pero cuando me fijé bien, descubrí que se había bajado los pantalones y su verga estaba erecta mientras él la tomaba con su mano y se masturbaba, al parecer con gran deleite, acelerando y parando a los pocos segundos, continuando más despacio otro ratito y volviendo a acelerar.
Me causó mucha impresión y me agaché ocultándome rápidamente tras el tronco de una palmera que caía a la arena. No me vio, ya que mientras lo hacía mantenía sus ojos cerrados, Tal como lo hacía yo al masturbarme. “¡Tal vez imaginándome desnuda!” —pensé escandalizándome pero me calentaba verlo. Entonces, de inmediato, una intensa curiosidad se apoderó de mí y volví a asomarme, parapetada desde mi escondite.
Continué observando cómo se masturbaba enérgicamente. Rememoré los primeros encuentros sexuales con mi marido, cuando él, bajo la mesa me hacía palpar su verga y a masturbarlo. Ahora era distinto, o al menos me lo parecía, pues era mi hijo y aunque yo lo hiciera con mi marido, nunca llegué a ver su verga tan parada, pues, siempre lo hicimos a oscuras o en la tenue penumbra de una vela en la que nuestros cuerpos se dibujaban entre brumosas sombras. Ahora Carlos, desnudo por completo y plenamente desarrollado, mostraba su cuerpo sin vergüenza, ajeno a mi lujuriosa mirada y morbosos pensamientos. Se entregaba a su masturbación igualmente ajeno a ellas. Mis ojos se clavaban en su exquisita verga, admiraban su forma y su tamaño, sin poder apartar la vista de ellos.
Seguí mirando hasta el final, hasta que su joven cuerpo se tensó en el suelo como un arco sobre la arena y dio varios espasmos mientras por su mano resbalaba el líquido de su masturbación, al igual que lo hacía por las mías cuando era yo la que masturbaba a mi marido.
De nuevo los recuerdos volvieron a mí, calientes recuerdos de calientes escenas de mi juventud amorosa junto a mi marido, cuando nos descubríamos mutuamente y nos entregábamos con inmenso pudor al placer y al sexo. Luego Carlos se levantó y fue a la orilla a lavarse tanto sus manos como sus partes. Estaba tan terriblemente caliente que aproveché el momento y hui, busqué un refugio para entregarme a mi placer de una forma que no imaginaba que pudiese hacerlo. Llegué a meter mis dedos en mi vagina, cosa que nunca hacía, pues siempre me hacía sentir fatal imaginarme el pecado que ello implicaba, de forma que me limitaba a acariciarme por fuera y como mucho deslizar un dedo levemente por mi clítoris, pero aquella tarde me vi fuera de mí, penetrándome con mis dedos como una desesperada, con uno, con dos y con hasta tres, mientras con la otra mano me frotaba el clítoris. No contenta con esto, alcancé a ver una banana en el piso. Su forma me recordó la de una verga erecta, presa de mi excitación lo tomé y lo introduje en mi húmeda concha.
Gocé como ya no recordaba al sentirlo dentro, por mi mente se cruzó una escena de la verga de mi hijo y me imaginé que éste me la metía. ¡Si, era terrible! Pero estaba tan sola en aquella isla, mi marido no estaba para apagar el fuego que ardía en mi vagina. Me sentí muy culpable por ello, pero seguí y seguí penetrándome hasta que un placer tan grande se apoderó de mí que me hizo caer de bruces contra el suelo mientras me retorcía en un éxtasis impropio, pero para mí era divino. Tras esto, noté que mi sexo me dolía y empecé a pensar que aquella loca idea iba a tener sus consecuencias, como así descubriría después. La banana me había irritado mi vagina con su roce. Me arrepentí de mi pecado, tan intensamente como me había entregado al goce, pero más tarde concluí que tal vez el dios del placer supo poner aquella tarde allí a mi hijo para que yo aliviara mi sufrimiento en aquella isla y me olvidara por unas horas de lo correcto, que también en lo incorrecto existe placer. Esto apaciguó mis pensamientos y me sobrepuse.
A partir de aquel día, seguí acechando a Carlos, quien casi todas las tardes volvía al mismo sitio para masturbarse. Mientras yo me unía a él espiándolo desde cerca. Me deleitaba contemplando su larga verga, cómo él la movía arriaba y abajo y finalmente, cómo esta escupía su semen al terminar. Todo un espectáculo para recrear la vista de una mujer caliente que necesitaba sexo y tenía el medio para saciarlo.
Una mañana pensando que estaba sola en la cabaña, me quedé acostada y me quité el camisón. Estaba desnuda en la cama, mis pensamientos morbosos me invadieron y me empecé a masturbar pensando en Carlos, jugaba con mis dedos en los pezones, los pellizcaba y gemía de placer, tal como lo hacía espiándolo en su lujurioso escondite. Estaba con los ojos cerrados disfrutando de mis dedos en mi vagina, gimiendo y retorciéndome de placer. “¡Ay Carlitos, métemela y hazme gritar!” –decía imaginando la perversa escena, estaba con las piernas abiertas, muy caliente y mojada. Le pedía casi a los gritos que me cogiera salvajemente, estaba deseosa por sentir su verga y perderme en la lujuria. Estaba tan perdida en el placer de la paja que me estaba haciendo que no me di cuenta que la puerta se abrió. Presa de mis pensamientos incestuosos mis ojos permanecian cerrados, entre los gemidos que salían de mi boca imaginaba que Carlos me la metía con fuerza, demostrando que era todo un macho.
Tan perdida en el placer estaba que no me di cuenta, que mis hijos estaban viéndome como una loca gimiendo y pidiendo ser cogida por uno de ellos, solo me di cuenta cuando sentí que alguien tocaba mis tetas y me apretaba los pezones, era Carlos. Joaquín estaba entre mis piernas mirando mi húmeda vagina. En ese momento el corazón me empezó a latir a mil por hora, no sabía que hacer, pero se sentía tan rico la forma en que Carlos me tocaba las tetas, tal como el primer día en la playa al ponerme bronceador. Estaba tan caliente que me fue imposible detener la situación, por lo que saqué mi mano de la vagina y dejé que Joaquín se deleita con placer en mi vagina. Sentir su lengua posarse en mi clítoris me estremeció y gemí con perversión, en tanto Carlos sacó su verga y la puso en mi boca. Empecé a chuparla y a disfrutarla, era tal como la había visto, me encantaba chupársela, aunque me sentía puta al hacerlo, ya que siempre me negué a hacérselo a mi marido.
Joaquín me tenía tan caliente con su lengua y sus dedos en mi vagina, que me hacía temblar de placer, la sensación del orgasmo estaba a las puertas y me dejé llevar obteniendo un placer tan morboso que no pude resistirme en gemir y retorcerme en la cama. Ellos tomaron el control de la situación y me indicó Joaquín que me pusiera en cuatro, por una morbosa razón obedecí, ahora fue el turno de Carlos de comerse mi vagina, pero su lengua se desliza a mi ano, sentirla hizo que mi cuerpo se tensara y empecé a gemir, en eso Joaquín acalló sus gemidos con su verga en mi boca. Había un espejo al costado de la cama y miraba hacia él, tenía plena vista de la escena más candente que jamás halla vivido, estaba disfrutando de dos hombres en la plenitud de sus vidas y eran mis hijos.
De pronto, sentí la verga de Carlos entrando en mi conchita, la sensación era alucinante, se tomó con fuerzas de mis caderas y me la empezó a meter rápido, el sonido de nuestros cuerpos chocando me enloquecía, también la verga de Joaquín me cogía la boca de manera salvaje, sentía que sus testículos chocaban en mi mentón, estaba poseída por placer, nunca pensé vivir algo así y menos con ellos. Sentía un fuego lleno de lujuria quemar mis entrañas al estar disfrutando las vergas de mis hijos. Luego de estar Carlos cogiendo mi vagina y Joaquín mi boca, Joaquín me dijo que me subiera encima de él. Se recostó, su verga se veía imponente y deliciosa Otra vez obediente a los deseos de mi hijo me subí encima y su verga entró sin problemas en mi concha. Me moví lento para disfrutar cada centímetro, él se tomó de mis muslos, yo estaba tan caliente que jugaba con mis tetas y lo miraba con perversión. “¿Así te gusta que se mueva mami?” –le dije. Él sonrió y agarró mis tetas. Las apretó con fuerza haciendo que grito de dolor mezclado con placer saliera de mis labios. Aumenté el ritmo de mis movimientos, otra vez sentía que el orgasmo me golpearía de manera brutal, luego de un par de minutos el orgasmo llegó y me estremecí, caí sobre su pecho sin dejar que su verga se escapara de mi vagina.
Noté como otra vez la lengua de Carlos se apoderó de mí ano y lo empezó a lamer, me gustaba como jugaba en mi agujero y me hacía gemir. Se detuvo y sentí la presión de su glande entre mis nalgas. Me la iba a meter por el culo, mi mente se resistía pero mi cuerpo estaba deseoso por sentir que me abriera el culo sin miramientos. Costó pero poco a poco se hundió por completo, un dolor placentero me golpeó y dije: “¡Mierda que exquisito!”. Era la primera vez que tenía dos vergas a la vez y lo estaba disfrutando. Ya no cabía tanto placer en mi cuerpo, gemía y gritaba pidiéndole que me cogieran, quien me escuchara si es que hubiera alguien pensaría que soy una puta, aunque en ese momento si lo estaba siendo. Mi cuerpo sudaba, se retorcía y temblaba. Entre los dos me estaban dando la cogida de mi vida, sin importar nada quería que ellos me usaran para su deleite morboso, estaba dispuesta a entregarles el placer que sus viriles cuerpos requerían al punto de olvidar por completo que eran mis hijos quienes me estaban cogiendo. Me sorprendía a mi misma lo pervertida que podía llegar a ser solo faltaba alguien que me quitara la máscara de señora buena y descubriera en verdad la puta que se escondía tras ella.
En ese éxtasis pecaminoso, sentí como sus vergas se descargaron en mis orificios, regalándome así un delicioso orgasmo. Me sentía plena con mi concha y mi culo rebosando de semen y palpitando con perversión. Luego de cogerme les chupé la verga a ambos con ese morbo que me consumía, probé las gotas de semen que habían quedado en ellas y me sentí como la más sucia de todas las putas al disfrutarlo. Luego ellos salieron de la habitación, mis machos habían sido saciados. Ese día fui a la playa con otra mentalidad, me sentía sensual y caliente. Dispuesta a seguir satisfaciendo a esos jóvenes y candentes hombres mientras durara nuestra estancia, cosa que hacía a diario, ya no dormíamos en las tres habitaciones, compartíamos mi cama, todas las tardes antes de cenar, por las noches y en la mañana estaba recibiendo una doble ración de verga que me hacía ir al infierno del placer.
Las vacaciones terminaron y en nuestra casa las cosas no fueron diferentes, esperaba todos los días a mis hijos lista para que me usaran a su antojo y hasta el cansancio. Lo que se convirtió en nuestro más pecaminoso secreto.
Pasiones Prohibidas ®
Wao como siempre exquisito relato Caballero
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