domingo, 11 de agosto de 2024

4. Época medieval


Era ya bastante tarde, y el sol amenazaba con ponerse de un momento a otro, pero yo tenía aun que cruzar la mitad del bosque para llegar a mi casa. No entendía como se me había hecho tan tarde, así que recogí las flores que andaba recolectando y el cántaro lleno de agua del manantial. “Llegaré tarde a cenar de nuevo” –comenté molesta por la reprimenda que iba a recibir apenas entrara en la vieja cabaña. Tomé el camino más corto para llegar a mi aldea, pero es el más frondoso del bosque y a veces, si no te conoces el camino, te puedes perder porque se difumina el sendero con la maleza. Caminé diez minutos, pero en una curva de mi vestido se enganchó a una rama y tropecé. Con un grito caí al suelo y se me bajó la camisa que enseñaba los hombros un poco, viéndose mi pecho. Rápidamente me coloqué la camisa y miré que no hubiese nadie, pero algo me sobresaltó. Un ruido entre los arbustos se escuchaba próximo a mí, y cada vez se acercaba más.

Me levanté corriendo, dando un tirón a la falda, la cual se rajó por un lado. El miedo se apoderaba de mí, recuerdo que traía unas frutas que había recolectado pero por el miedo las dejé tiradas y salí corriendo como alma que lleva el diablo, pero cuanto más corría, mas oía ruidos persiguiéndome. Las ramas me iban rasgando la ropa, tanto que me debía agarrar mi camisa, ya que se bajaba con la agitación de mi carrera y no quería que me vieran corriendo con los senos al aire. Los sonidos que llenaban el silencioso bosque eran parecidos al casco de los caballos. El miedo nublaba mi razón, por más que trataba de entender por qué estaba siendo perseguida no encontraba una respuesta. Escuchaba el galope y el resoplido del caballo ya a escasos metros, también podía escuchar la risa macabra del jinete, que balbuceaba mientras le daba fustazos al jamelgo. La poca luz de la luna que entraba por las ramas de los arboles me dejó ver cuando voltee a un personaje completamente vestido de negro, llevaba una máscara que ocultaba su rostro y tenía forma de pájaro, era escalofriante. La visión hizo que se me encogiese el estómago de miedo. No sabía quién era, no sabía porque me perseguía, pero si podía intuir que podía querer. Cuando pensé que ya no me perseguiría más, sentí unas cuerdas rodeando mis bazos y que presionaron hasta dejarme inmóvil. “¡Por favor déjeme!” –grité con fuerza con la esperanza de que alguien me oyera. En mi forcejeo tropecé con una rama que estaba en el piso, y caí duramente contra el suelo, abriéndose totalmente la camisa, dejando ver mis senos desnudos y la falda traicionera se me había subido tanto que dejaban al aire mis muslos.

El hombre aprovechó y se bajó del caballo con mucha agilidad. Intenté levantarme para seguir corriendo, pero estaba atada y reforzada al asiento del caballo. Mi corazón latía muy de prisa como queriendo salir de mi pecho, estaba exhausta y respiraba con agitación, todo por culpa del miedo y la sensación de vulnerabilidad. Intentaba luchar pero no podía, la cuerda estaba demasiado apretada, pero entre llanto y gritos intentaba hacerme notar pero en la soledad del bosque no había quien me escuchara. El hombre se lanzó lanzo hacia mí y me rodeó con sus fuertes manos enguantadas la cintura. Intente resistirme, pero me rasgó con el forcejeo lo que quedaba de camisa y me levantó la falda con una mano mientras que con la otra me acariciaba un seno, levantó un poco su máscara y lamió mi pezón. Intentaba resistirme inútilmente. Era fuerte, y cuanto más intentaba apartarme de él, más fuerte me tomaba y más sentía sus músculos fuertes. No podía creer que estuviese pasando esto, que iban a pensar cuando lo dijera en la aldea, si es que podría decirlo alguna vez. “¡Pare! ¡No por favor!” –grité retorciéndome, él me tomaba de las muñecas hacia arriba y no paraba de lamer mis senos, sujetando uno con una mano, mientras me acariciaba el pezón, y con la lengua se concentraba en el otro. De los gritos pasé poco a poco a confundirlos con gemidos. No me podía creer que ese desconocido, al que aún no le había visto el rostro me estuviese haciendo disfrutar. “Cállate, y disfruta. Sé qué te está gustando” –comentó él con voz fuerte y grave. “¡No! ¡Quíteme sus manos de encima! ¡Suélteme!” –dije volviendo a retorcerme, no podía dejar que el hombre pensara que me estaba poniendo muy excitada, tanto que junté las piernas para que no apreciara lo  húmeda que estaba dejando mi intimidad.

El hombre comprendió lo que me debía de estar pasando, porque subió la mano enguantada a su boca y se quitó el guante con los dientes. En ese momento pude ver la mitad de su rostro cubierto por una delgada barba. Una vez libre del cuero en su mano, la bajó sin soltarme las muñecas y llegó  hasta mis muslos, para luego subirla y rozar con sus dedos mi húmeda entrepierna. Abrió mi vagina con los dedos suavemente, sin dejar de lamer mi pezón, los labios y acarició de arriba a abajo, empapando sus dedos con mis fluidos, para luego jugar con mi palpitante clítoris. Me estremecí por completo, de mi boca no salían gritos pidiendo ser liberada, sino gemidos intensos a causa de las sensaciones que experimentaba. Mi cuerpo temblaba al sentir como sus dedos se movían con lujuria en mi entrepierna y como sus dientes mordían mis pezones. Me estaba volviendo loca de placer, tanto que empecé a desear sentir su virilidad dentro de mí, sentir lo que tanto presumía que iba a hacer. Lo empecé a necesitar con desesperación a medida que pasaban los segundos. No importaba perder mi dignidad y entregarme al desenfreno de los candentes deseos del desconocido que me tocaba como si le perteneciera. “¡Quiero sentirlo dentro! ¡Lo deseo!” –susurré con los ojos cerrados. “¿Qué deseas?” –me preguntó jadeante. “Eso” –le respondí con timidez. “¿Qué es eso? Dilo” –me dijo él. No me atrevía a revelarle mi deseo y mostrar lo que estaba provocando en mi cuerpo, pero él insistía: “¡Dilo! ¡Si lo haces, te daré lo que pides!” –dijo él completamente enloquecido al percibir mis ganas. Mis labios empezaron a delatarme, las palabras brotaron solas y le dije: “Necesito sentir su hombría dentro de mí. ¡Quiero que tome mi virginidad y me haga mujer!”. Un gemido salió de mi boca al terminar de hablar. Él sonrió, me tomó del cabello e hizo que mi cuerpo se inclinara. Acercó su palpitante y duro miembro a mi boca.

Nunca antes había estado en una situación así, no entendía porque mi cuerpo reaccionaba de esa forma, como podía ese misterioso hombre hacerme perder el control. “Tómala, pruébala y luego la sentirás” –me dijo. No sabía a qué se refería pero lo dejó bastante claro al tomar su miembro y meterlo en mi boca. Empezó a moverse como si estuviera haciendo suya mientras me ahogaba al sentir su miembro y babeaba como un animal. Él se rió y dijo: “Vas a aprender a hacerlo muy bien, serás mejor que cualquier meretriz de los bares del condado. Seguía moviéndose desenfrenado, ya sentía el delicioso sabor de su miembro en mi boca, cerraba los ojos y degustaba los fluidos que expulsaba. Era exquisito estar a su merced y disfrutar de esa perversión que me tenía en llamas. Empecé a saborear su miembro, cerré fuertemente los ojos y empecé a fantasear al sentir lo que tenía en la boca dentro. Seguí saboreándole su miembro. Puse una mano en la base  y me puso de rodillas, lo que me dio mayor comodidad, ya estaba entregada por completo al sabor de ese delicioso miembro y a tragarlo por completo, ya no ocultaba mi deseo, estaba perdida en ese placer nuevo que vivía. Él me tomó del pelo con fuerza y acompasaba mi ritmo con los movimientos de su cadera. Abría todo lo que podía la boca para tragarme por completo su virilidad. La saliva me resbalaba por el mentón, lo que lubricaba su placentera penetración a mi boca. Este me cogió del pelo con fuerza y acompasaba mi ritmo con movimientos con la cadera. A veces la sacaba y jugaba con mi lengua, lamiéndola como lamía los caramelos que vendían en la aldea. A veces también, subía la mirada para verle la cara. Él tenía los ojos cerrados con una expresión totalmente placentera, hasta que la sacó de golpe.

“¿La sigues queriendo? –me preguntó mirándome con una sonrisa sombría y oculta por su máscara, mi cuerpo temblaba, ya sabía lo que él era capaz de hacer con tal de conseguir lo que quiere, pero a la vez quería sentir como su miembro tomaría mi virginidad y me haría una mujer. A pesar de mi excitación, pensé que podía evitar ser mancillada por ese hombre aún. Al llegar a casa, si lo conseguía lo más probable que me tendría que masturbar hasta que se me cansase la muñeca por lo caliente que sentía mi vagina y por la manera que estaba humedeciéndome. Si hay algo que me gusta hacer es masturbarme por las noches y darme placer hasta el cansancio, solo es que nunca había estado con alguien. No podía dejar que ese desconocido me hiciese lo que quisiera, aunque mi cuerpo lo pedía a gritos pero mi cordura me hacía frenar un poco. Así que con una sonrisa me levanté, le eché para atrás, como incitándole a tumbarse, pero cuando el, muy confiado me soltó, me di la vuelta y salí corriendo. El oscuro caballero dio un rugido de rabia que hizo que en mi carrera se me pusiera la piel de gallina. Empecé a correr desesperadamente, pero pronto oí como este corría detrás de mí. Mis pies se magullaban en la huida, por lo que pronto me dio alcance, agarrándome con fuerza, en mí desesperación luché con lo poco de fuerzas que me quedaba, hasta que el hombre ya terminó de rasgar por completo mi falda y dejarme desnuda. Pude por un momento soltarme y salir huyendo, sentí las ramas golpeando todo mi cuerpo, no me importaba estar desnuda corriendo pero por alguna razón los golpes de las ramas me causaban cierto placer que se hacía intenso entre más huía. De pronto, sentí que algo golpeó mi espalda y caí de boca al piso en un lecho de pasto al lado del río.

“¿Dónde creías que ibas sucia perra?” –rugió el hombre, dándome la vuelta, pero extrañamente a pesar de la dureza de sus palabras y de sus manos, me movió con bastante cuidado, para darme la vuelta y ponerme boca arriba. “¡No, déjeme! ¡Por favor!” –gritaba desesperada mientras él me tomaba de las muñecas y con una mano las agarró las dos y las puso encima de mi cabeza, mientras que con la otra mano, me abrió las piernas, sentí como su miembro se deslizaba por los hinchados y húmedos labios de mi vagina. Sentía su peso encima de mí y entre mis piernas. Noté como la punta de su miembro metía entre mis piernas, mi cuerpo tembló y un jadeo de desesperación salió de mis labios, de un golpe me lo metió hasta el fondo. Di un grito al notar como mi himen se desgarraba dolorosamente. Sentí mi vagina abriéndose y amoldándose a ese miembro que me había quitado lo más preciado que tenía. Dolor intenso en mi entrepierna no era comparado con el placer, era más grande de lo que pensaba y cuando más se movía más placentero se volvía. Ese hombre desconocido sabía perfectamente cómo hacerme gritar de placer. Buscando alivio lo abracé con mis piernas y lo presionaba para que me penetrara hasta el fondo. Mientras se movía, metiendo y sacando su miembro me empezó a morder los pezones de nuevo. Al principio con algo más de suavidad pero a medida que iban aumentando las embestidas haciendo que nuestros cuerpos chocaran con fuerza. Sentía mi piel empapada por el sudor y por el deseo que me hacía delirar. Sentía sus dientes clavarse en mis pezones con fuerza, pero me gustaba como lo hacía y me hacía gemir como poseída por el demonio, solo que estos gemidos eran de placer y él era mi demonio de la lujuria. Cuando estaba a punto de llegar al orgasmo, me la sacó. Lo miré cubierta de sudor sin entender el por qué. Me dio la vuelta, poniéndome como a una perra  y me clavó su virilidad con fuerza. En esa posición lo sentía grueso y me penetraba con demasiada fuerza. Mis senos colgaban y se balanceaban de atrás hacia adelante al mismo ritmo de sus embestidas. Me tenía sujeta por la cintura fuertemente y embestía como si no existiera un mañana y jadeaba como un animal en brama. “Te voy a llenar de mis fluidos” –me dijo. “¡No!” –atiné a decir, sintiendo mi propia humedad corriendo entre mis muslos. “Sí, te voy a clavar con toda mi fuerza y te voy a llenar tanto de mis fluidos que tu interior no podrá albergar tanto” –dijo jadeando. A estas altura yo estaba perdida en mis gemidos y disfrutando de como ese hombre desconocido me poseía. Se tomó con fuerza de mi cintura y empezó a moverse con fuerza, se inclinó encima de mi espalda gimiendo en mi oído. En ese momento noté como su semen caliente me llenaba. Como una explosión de fuego y placer noté como yo también alcanzaba el clímax con un gemido largo, intenso y cayendo sobre mi pecho. Él al notarlo me acariciaba el pelo y decía: “¡Eres una buena puta!”.

Notaba que su semen bajaba por mis muslos, cumpliéndose la promesa de que mi cuerpo no podría albergarlo todo. A los segundos se acabó todo. Él respiraba entre jadeos encima de mí y yo apoyada en el suelo intentaba volver a encontrar la calma. Su miembro salio de mi interior, él se levantó y lo guardó entre sus pantalones. Lanzó una bolsa con monedas sobre mí y dijo: “Si te vuelves a perder en el anochecer, nos volveremos a ver”. Dicho esto se dio la vuelta y se fue por donde habíamos venido corriendo. La noche había llegado y la luna estaba en lo alto. Mi cuerpo sudoroso brillaba con su luz. Después que salí del éxtasis y me di cuenta que estaba completamente desnuda y de cómo me iría a mi casa y cruzaría la aldea. Oí el sonido de cascos al fondo y el caballero pasó por mi lado. El hombre se bajó y me lanzó  tirándome encima las ropas rasgadas. Sin decirme nada desapareció en la espesura del frondoso bosque. Me quedé ahí, con el cuerpo aun temblando de placer y en un fugaz recuerdo de lo pasado esa noche, mi mano inconscientemente bajó por mi vientre y se perdió entre mis húmedas piernas. Gemía y resoplaba de placer, la mezcla de mis fluidos con la sangre de mi virginidad me encendía como una antorcha en la oscuridad. Cuando pude llegar al máximo placer sentí como si un río se desbordaba desde mi interior, mis calientes fluidos salieron como un torrente y yo quedé exhausta jadeando de placer.

Como pude me levanté del piso y me puse mis ropas destruidas, caminé en medio de la oscuridad del bosque en dirección a mi casa. Cuando llegué al borde de la aldea no había nadie en la plaza principal, ya que todos dormían desde temprano. Entré en silencio en mi casa, mis padres dormían, con el poco de fuerza que me quedaba me tendí en el piso, en ese colchón de paja, me arropé con las pieles que había y dormí hasta que el sol entró por la ventana. El día había comenzado hace horas y yo estaba pensando en cómo me hice mujer, me toqué pensando en ese hombre y en lo que dijo antes de irse. Esperaba en algún momento reencontrarme con él en la oscuridad del bosque.

 

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

3 comentarios:

  1. Que exquisito relato lo.tiene todo estos son unos de los mejores relatos Caballero

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  2. Que relato tan genial. Esa adrenalina de ser tratada. Es maravillosa

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