Era lunes por la mañana, fui a dejar a mi hija como siempre a la guardería, a los pocos minutos llegó Viviana, la chica que trabaja con nosotros en los quehaceres de la casa, no alcanza a llegar a los treinta aun. Mi cabeza empezó a maquinar las perversas ideas de hacerla entregarse a ese macho peludo y candente que estaba en el patio. Me puse un vestido corto sin ropa interior debajo, se notaban mis pezones cubiertos por la tela, me sentía y veía sensual, quería indagar en los pensamientos morbosos de la muchacha y que mejor que estimulando su vista. Siempre me había visto como la señora de la casa, pero ese día quería que conociera a la puta que había despertado mi adicción a la verga de Káiser.
Me paseaba frente a ella moviéndome de forma distinta a la que ella estaba acostumbrada, me inclinaba para que el vestido se me subiera y pudiera ver parte de mi culo, me ponía caliente saber que me miraba con detenimiento, sus ojos parecían recorrerme por completo, es lo que pensaba sin riesgo de equivocarme. Incluso pasaba pegada a ella para que pudiera sentir el roce de mis pezones en su espalda, en uno de esos movimientos sentí como su mano tocó mi muslo de forma involuntaria, dándole el beneficio de la duda, sentí que mi piel ardió con el contacto de su mano. “Disculpe señora, no me di cuenta que estaba pasando por detrás mío” –me dijo sonrojada. La miré a los ojos y le dije: “No te preocupes, entiendo que fue sin querer”. Mi plan estaba resultando a la perfección. En uno de esos momentos de “descuido” de mi parte, levanté mi vestido cuando me incliné a tomar algo, me aseguré que me estuviera mirando para que pudiera ver mi culo y vulva en su esplendor. Giré mi cabeza hacia atrás y ella tenía clavada su vista en mis partes íntimas, le dije: “¡Ups, perdón! Este vestido que se sube y se pone travieso”. Viviana no podía esconder su mirada, sus ojos la delataban, le gustaba lo que había visto, por lo que decidí dar el paso inicial. “¿Te gusta lo que ves?” –le pregunté. “Señora, yo…”. La detuve y le dije: “Dime la verdad, ¿te gusta lo que ves?” –insistí. Se quedó en silencio, por lo que decidí estimular un poco más su vista, me bajé los sujetadores del vestido dejando mis senos al descubierto. “¡Ahora sí! ¿Te gusta lo que ves?” –le dije sin perder de vista sus ojos. “Señora, sí me gusta, pero ¿qué pretende?” –me contestó. “Sonreí y me acerqué a ella, le susurré al oído: “Todo lo que pretendas tú”.
Ya con su atención en mis manos, podía explorar más allá. Tomé su mano y la pasé por mi rostro, Viviana suspiró profundamente; al llegar a mis labios, deslicé sus dedos y abrí un poco mi boca para que sintiera la humedad de mi lengua. Su respiración se agitó y le dije: “Así de húmeda estoy”. Llevé su mano a mis muslos que estaban mojados por la excitación. Ya no dejó que la guiara y ella sola empezó a recorrer mis muslos hasta llegar a mi vagina, sintió la humedad en ella y probó mis fluidos, fue deliciosamente perverso verla como lamia sus dedos. Enseguida mi mente me llevó a pensar en la lengua de Káiser y en la forma riquísima que tiene de beber mis fluidos. Con la excitación por las nubes, besé con ternura sus labios y le quité la ropa. Su cuerpo estaba deseoso de sexo, se notaba como su vagina estaba mojada y sus pezones duros. Le dije que me quitara el vestido y que saliéramos al patio. Ella sabe que las murallas son altas por lo que no tuvo problemas en salir conmigo. Nos tendimos sobre el pasto y empezamos con nuestro juego morboso.
Pero como todo lo bueno se acaba, mi relación con mi perro terminó, y no fue por decisión mía o de él, sino por decisión de mi marido. Como les dije, yo me había vuelto una adicta a su verga, y llegó el punto en que al principio de manera aislada me encantaba hacerlo en las noches sin luna, ya que mi marido tenía el sueño pesado, yo me levantaba con la excusa de ver a mi pequeño hijo si mi esposo se despertaba, lo que en parte era cierto, pero al salir de la habitación de mi nena, me iba corriendo al patio, y mantenía una corta pero ardiente sesión con mi amante de cuatro patas, una noche al regresar a la cama mi esposo se despertó, y para sorpresa mía quiso cogerme, yo me encontraba sudada y toda pegajosa dentro de mi vulva ya que no había tenido tiempo de lavarme, pero él estaba tan excitado que accedí a su petición, que de paso fue de lo más divino, en tono de broma mientras me lo metía y sacaba me dijo que olía a perro y me dijo que se moría de ganas de lamer mi vagina, su intención era realmente que yo se lo mamase a él, pero por experiencias previas él sabía que para que hiciera eso él debía lamer mi vagina. Luego de un sabroso orgasmo, provocado por la boca de mi marido mientras me chupaba mi clítoris de manera desesperada. Me dijo que quería metérmela por el culo y francamente no tuve el valor de negarme. Por lo que luego poner su boca en mi agujero y llenarlo de saliva me la metió hasta el fondo de una sola embestida. Se movía de manera intensa, me gustaba como lo hacía, estaba gimiendo como loca, él hundió sus dedos dentro de mi conchita, cosa que mi amante de cuatro patas desde luego no puede hacer. Jadeaba, gemía, me retorcía de placer, aprovechó cada segundo para hacerme sentir más perra y puta de lo que soy, terminé aferrada a las sabanas, gritando como loca por el orgasmo que estaba teniendo; como mi ano palpitaba, él no tardó mucho en acabar, dejando mi culo con su exquisito semen. Al terminar, me di una buena ducha, me aseé debidamente, y dormí como una reina.
Esa noche no se dio cuenta de lo ocurrido, pero poco a poco ya yo no tenía control sobre mi necesidad de tener sexo con mi perro, por lo que mis visitas nocturnas se fueron acortando. Es decir, ya no me satisfacía hacerlo una vez al mes de noche, sino que comencé a hacerlo una vez por semana, y luego casi a diario. Incluso con Viviana y Káiser cogíamos a diario, pero mi hambre de tener la verga de mi perro dentro se hacían cada vez más incontrolables. Por otra parte, la duración durante el acto yo procuraba alargarlas por más tiempo, ya no me conformaba con una corta y ardiente sesión, sino que por lo contrario procuraba alargarla al máximo.
Hasta que como era de esperar mi marido se dio cuenta de mi problema, sencillamente me agarró con las manos en la masa, para serles más descriptiva, me agarró completamente desnuda en medio del patio y con mi perro terminando de follarme sabrosamente. Al verlo me sentí morir de vergüenza, su rostro reflejaba incredulidad de lo que sus ojos veían, cuando se retiró del patio, temí que fuera por su arma y lo matase, el pobre sencillamente no tenía la culpa de lo que pasaba. Apenas me pude zafar de su verga, entré a la casa, donde mi esposo me espera sentado, su arma la tenía sobre la mesa, pero luego que entré me dijo, no vamos a discutir el perro se va y tú ingresas a un Centro de Salud Mental, hasta que recuperes la cordura, debido a como me encontraba completamente desnuda, sudada, hedionda a perro y chorreando el semen entre mis piernas, no me atreví a decir ni una sola palabra. Por lo menos me permitió que al día siguiente llamase al veterinario y le pidiera que le buscase de manera urgente un nuevo hogar a mi perro. Por cosas de la vida, se acuerdan de la señora gorda del chihuahua, según me comentó la ayudante del Doctor, al parecer la señora dormía con el pobre perrito, pero una noche lo aplastó y no se dio cuenta hasta que lo encontró muerto bajo de ella. Ese mismo día le entregué con todo el dolor de mi alma, lo único que le dije que era demasiado cariñoso, y confianzudo. Ese mismo día, pero ya en la tarde me interné por unas cuantas semanas en el Centro de Salud Mental al que mi esposo me llevó, ahí estuve hasta que mi ansiedad desapareció, claro que tuve que tomar mucha medicación, participar de terapias de grupo, como individuales.
Lo que en principio me costó demasiado ya que la vergüenza de que se enterasen de que me acostaba con mi perro no me dejaba hablar y por lo visto tampoco escuchar. Luego de varias sesiones me di cuenta de que no era la única persona con lo que denominan aberraciones sexuales. Solo que estaba encerrada en mi mundo y no los escuchaba, hasta que un día una linda jovencita de unos diecisiete o dieciocho años le narró al grupo que se encontraba ingresada porque le gustaba que su perro le lamiera la vagina, cuando la escuché me di cuenta que no era la única, luego un hombre habló de sus relaciones con las cabras, y otra mujer de cómo treinta años describió claramente la relación que mantenía con su perro, hasta que a este lo atropelló un auto. Hoy en día ocasionalmente, me comunicó con la señora gorda, por aquello de saber cómo se encuentra y por lo alegre de su manera de hablar entiendo que lo quiere mucho, él sabe cómo ganarse el corazón de cualquier persona, sobretodo sabiendo los gustos peculiares de ella y la forma en que Káiser la podría estar haciendo feliz. Mientras que yo aprendí con mis compañeros de terapia, que hay otras formas, menos arriesgadas, de pasar un buen rato. Solo para que tengan en cuenta que el placer se encuentra cuando menos te lo esperas.
Era sábado por la tarde, día que teníamos para ver a nuestra familia, deambulaba por el patio, intentando sonreír e intentando sacar de mi mente a Káiser, ya que él me hacía vivir cosas que no creí experimentar antes. Por desgracia mi esposo no me vino a ver y estaba triste, lloré demasiado, no porque no haya venido, sino porque no pude ver a mi pequeña. Supongo que él había decidido alejarse por ser cornudo y lo más humillante para él que no fue con otro hombre sino con un macho canino. Estaba desecha por dentro, en mi habitación maldecía el día en que dejé que me descubriera, no tenía otra solución que estar recostada sufriendo la incertidumbre de que si se quería divorciar perdería todo contacto con mi hija. Estaba tan acongojada por la angustia que ya casi no me salían lágrimas. Me puse a pensar en todas las cosas que escuché en la terapia y después de algunas semanas empecé a sentir que mi entrepierna se mojaba. ¿Por qué me habían vuelto esas sensaciones? ¿Por qué me sentía caliente después de haber escuchado a mis compañeros de encierro? Me empecé a masturbar pensando en mis momentos con Káiser, en ese bendito placer que su verga me hacía sentir y las veces que quedábamos pegados culo con culo. Jadeaba como perra en celo masturbándome. ¿Sería una válvula de escape? ¿De verdad estaba mal sicológicamente? ¡Mierda que contradicción! No hice más que concentrarme en mis pensamientos lujuriosos y dejar de lado esos pensamientos de mierda que me hacían mal. Estaba en el éxtasis, mi vagina empezó a escurrir y mi cuerpo a temblar, el orgasmo llegó haciéndome estremecer por completo, hacía tiempo que no sentía que mi libido crecía desproporcionadamente como esa tarde.
¡Basta de llorar! –me dije a mi misma. Salí de la habitación a caminar por el patio un rato y despejar mis ideas, cuando la mujer que les conté antes que tenía sexo con su perro se me acercó y me dijo: “Sé por lo que estás aquí. Extrañas a tu perro tanto como yo al mío”. Me sorprendió pero asentí. “Puedo ver la tristeza en tus ojos, pero yo te voy a contar un secreto” –me dijo. Ansiosa por escuchar lo que tenía que decir caminamos por el extenso patio. “¡Vamos cuéntame el secreto!” –le dije. “Tranquila mujer, no seas ansiosa. Espera un poco” –respondió. Si su respuesta fue para darme tranquilidad, estaba haciendo un pésimo trabajo. Ya cuando no había nadie a nuestro alrededor, me dijo: “Como puedes ver aquí no hay ningún animal por razones obvias, pero hemos descubierto una manera para calmar nuestros fuegos y no me refiero a masturbarse compulsivamente”. Ya mi curiosidad había crecido insospechadamente, deseaba saber ese misterioso secreto. Caminamos por el jardín sin llamar la atención, entre las muchas cosas que habían en el patio llegamos a una puerta, había una escalera hacía un sótano. Mi corazón estaba agitado por la expectación que tenía. Miramos a todos lados por si alguien estaba pendiente de nuestro movimientos, al percatarnos que no había nadie que mirara bajamos la escalera, había otra puerta. Estaba oscuro y maloliente. “Sé que huele a rayos, pero lo que hay dentro te puede sorprender gratamente” –dijo la mujer. A estas alturas estaba totalmente entregada a la curiosidad, por lo que le dije: “Bueno, entonces sorpréndeme de una vez”. Sonrió y encendió las luces. Lo que había ante mis ojos me dejó con la boca abierta, incluso dejó la sensación de mariposas en mi estómago. “¿Qué es todo esto?” –le pregunté con asombro. “Las cosas que ves eran ocupadas por los siquiatras al principio del hospital, ya que nuestros temas antes eran visto como locura y de alguna forma debían sacarla de nuestra mente” –me respondió.
No podía salir del asombro, ya que los enceres que ahí habían eran dignos de una película medieval. Habian cepos, camillas con correas de cuero, cadenas que colgaban del techo, grilletes y variados artefactos con los cuales los inquisidores torturaban a los herejes y blasfemos. Por alguna extraña razón me sentí demasiado atraída a lo que mis ojos veían y estar mirándolos hacia humedecer mi entrepierna. No sabia si era normal lo que estaba sintiendo, estaba teniendo las mismas contradicciones que antes cuando empezó mi juego perverso con káiser pero a la vez esa sensación exquisita de excitación que ya era conocida por mí. Estaba con la mirada perdida, en eso mi acompañante me toma por detrás y pone sus manos en mis tetas ejerciendo una fuerte presión, me hizo saltar del susto, pero al escuchar su voz decirme que era tiempo que aprendiera a ser una perrita obediente me calentó demasiado. Asentí y ella metió su mano por debajo de mi pantalón palpando mi vagina, instintivamente abrí mis piernas y tuvo más libertad para recorrerme, incluso para meter su mano entre mi ropa interior y sentir la humedad que mi sexo caliente emanaba. “¡Ya estás mojada!” –me dijo. Otra vez asentí en silencio. Sus dedos estimulaban mi clítoris, yo solo gemía de placer disfrutando la perversión con la que me tocaba. Me quitó la ropa con toda prisa dejándome desnuda a su vista. Me miró y sonrió de manera perversa, me dijo: “¡Eres una perra sucia!”. “¡Sí, la más perra y la más sucia!” –le respondí. Entonces, ella golpeó mis tetas en reiteradas ocasiones, provocando que gemidos de dolor y placer se escaparan de mis labios, podía ver como sus manos se marcaban perversamente en mis senos lo que me ponía más caliente de lo que ya estaba.
Me tomó del pelo y me llevó hasta un cepo, en donde aprisionó mi cuello y mis manos. Era la primera vez que me encontraba bajo este tipo de implemento, pero sin duda era algo excitante pero que a la vez me daba un poco de temor por mi inexperiencia. Ella se encargó de tranquilizar mis nervios y hacer que me entregara por completo a sus deseos morbosos. Sentí como separó mis nalgas y deslizó su dedo por la humedad de mi vagina, lamió mis fluidos impregnados y dijo: “¡La perrita ya está en celo!”. Mis nalgas abiertas y mi vagina palpitante la invitaban a la lujuria, se puso de rodillas y hundió su boca en mi sexo deslizando su lengua de manera morbosa. Estaba gimiendo poseída por el placer, a la vez mi mente se trasladaba a esos juegos que káiser tenia conmigo cuando estábamos solos en casa y lamia mi vagina. “¡No pares, sigue así!” –le decía entre gemidos, ella lo hacía de manera tan exquisita que mi cuerpo temblaba y mi vagina se estremecía por aquella lengua intrusa que se paseaba con total libertad por mi vagina e incluso por mi culo. Sentía como a la vez me nalgueaba con fuerza, haciendo arder mi culo de dolor, me encantaba estar así, sometida a cada cosa hacía para saciar su perversión y aumentar la mía. Me tenía al borde del orgasmo, mi cuerpo ya podría resistir por mucho tiempo, mis gemidos se hacían cada vez más intensos, el sudor corría por mi frente y mi boca se secaba ante la magnificencia de la lujuria que me tenía prisionera. “¡Oh, por Dios! ¡Voy a acabar!” –grité con el alma, ella no se detuvo hasta que el orgasmo golpeó mi cuerpo con interminables olas de placer que me recorrían por completo.
Cuando me liberó del cepo, caí estrepitosamente al piso, retorciéndome de placer, ella reía como endemoniada. Me dijo: “Aun no hemos terminado perra”. Por todo lo que tenía a su disposición para flagelarme había un extenso menú para alimentar su perversión, Se desnudó, se tiró al piso y me dijo: “Es tu turno. Ahora lame como la perra que eres”. Me excitaba que me dijera así, había sido la perra de káiser, ahora era su perra y obedecía sus órdenes sin cuestionarla. Me tiré en el piso y comencé a lamer esa deliciosa vagina, lo hacía como poseída disfrutando de sus fluidos, sus gemidos eran exquisitos. Ver como se apretaba las tetas mientras mi lengua la recorría era un deleite. “¡Sí que eres una buena perra!” –me dice con sus gemidos aflorando de esa perversa boca. Con la lujuria haciendo estragos en mi cabeza y en mi cuerpo, la empecé a penetrar con mis dedos. “¡Oh, sucia perra, eres perversa!” –me decía. Se retorcía al ritmo frenético de la penetración de mis dedos, mientras mi lengua no le daba tregua a su clítoris. Cuando ella estaba al borde del orgasmo, tomó mi cabeza y la hundió en su entrepierna, para que siguiera con mi tarea. No podía respirar pero mi lengua seguía moviéndose frenética hasta que al fin el orgasmo la azotó y la hizo delirar; sus tibios fluidos salieron expulsados de su conchita caliente, dejándome empapada con ellos. Me sentía tan puta, tan perra que estaba en éxtasis. Cuando al fin se repuso, me hizo ponerme pie. Esperé en silencio para que se levantara. Después de hacerlo, me tomó del cabello y me llevó al lugar donde estaban las cadenas en el techo, me hizo levantar los brazos y cerró los grilletes en mis muñecas, caminó a mi alrededor, se veía sensual y perversa. Tomó unas varillas que estaban sobre una vieja mesa y me dijo: “Ahora voy a ver que tanto resistes perra”. Mi corazón se aceleró y mi respiración se agitó, entendía sin que me lo dijera lo que vendría y solo quería disfrutarlo.
Se paró detrás de mí y blandió las varillas, las que golpearon mi culo. Un dolor intenso me recorrió por completo y un agónico grito salió de mis labios, ella pareció disfrutarlo ya que casi al instante me dio otro que golpeó mis dos nalgas. No entiendo porque razón, pero me gustaba que me azotara, me gustaba que me llamaba perra. Poco a poco el dolor de los azotes se transformaba en placer y le pedía que me golpeara con más fuerza. Obviamente ella lo hizo, pero esta vez en mis muslos. “¡Oh, exquisito!” –le decía gimiendo. Sentía como algo tibio corría como un hilo por mis nalgas y por mis muslos, ella me mostró que sangre empezó a salir de las marcas que habían quedado, ya que mi piel se había lacerado, me preguntó si se detenía, le dije que no, que siguiera castigando mi cuerpo. A esas alturas, káiser se había convertido en un recuerdo, ya no estaba presente en mis pensamientos, solo estaba en mi mente el que ella estuviera satisfecha con la perra que se había conseguido para su lujuria y perversión. Se puso frente a mí y me besó, su lengua impúdica se metía en mi boca, mientras yo la chupaba como si de una verga se tratara. Me sentía la más perversa y sucia, no entendía como ella sin siquiera saber su puto nombre había despertado este lado oculto en mi personalidad, ser una puta sumisa.
Mi placer era enorme, lo disfrutaba. Además, mi acompañante era una fiera y me tenía sometida a esos juegos perversos que estaba experimentando por primera vez. Cuando pensé que azotaría otra vez, se puso detrás de mí y metió uno de sus dedos en mi culo, me encantó sentir como mi ano cedió sin problemas, sabía que ella lo usaría y que yo lo disfrutaría. Poco a poco mi culo se dilataba, ella metía sus dedos, haciéndome probar el tamaño de cada uno; yo gemía y me retorcía de placer. “¡Oh, es delicioso!” –le decía gimiendo y meneando mis caderas. Sin darme cuenta mi culo estaba invadido por su puño cerrado, el cual lo movía deliciosamente, en ese momento yo estaba presa del placer, saber que mi culo estaba abierto en su totalidad era tan placentero que no solo le pedía que siguiera, también le pedí que sacudiera mi clítoris con violencia. “¡Oh, mierda, qué placer!” –le decía sin parar de gemir ni de moverme. “¿Te gusta perra?” –me preguntó. “¡Me enloquece! ¡Es perverso, sucio, me encanta!” –le respondí. No sé cuánto tiempo pasó pero sabía que mi cuerpo ya no resistía y estaba pronta a tener un placentero orgasmo. Mis gemidos se hicieron incontrolables y mi vagina palpitaba de manera bestial, al cabo de unos segundos mis fluidos corrían por mis piernas mojando el piso y haciéndome temblar. Podía escuchar la risa macabra de la chica y eso me calentaba más todavía. “Se nota que eres una perrita sucia” –me decía. Cuando sacó su puño de mi ano el sonido del descorche de una botella se escuchó en mi ano, me palpitaba, era tan exquisita esa sensación de sentir el culo tan abierto, que tuve otro orgasmo.
Me liberó de las cadenas y cai al piso, ella ordenó que lamiera mis fluidos del piso, lo que hice gustosa para complacerla. “Jadea perra” –me decía mientras me nalgueaba. Obediente empecé a jadear mientras limpiaba mis fluidos del sucio piso de ese sotano que ahora olia a sexo. Ella se vistió y sentí que sus pasos se alejaban, las luces se apagaron y me dijo: “Te vas a quedar aquí hasta que a mi se me ocurra venir a buscarte”. La puerta se cerró y quedé a oscuras. Tuve el tiempo suficiente para jugar conmigo y darme placer de la manera más perversa, pensando que era una perra deseosa de sexo. Cuando la puerta se abrió y la luz se encendió, yo estaba tumbada en el piso revolcada entre mis fluidos y con mi cabeza envuelta en una total lujuria. Al ver que era ella me fui donde ella caminando a gatas, incluso movía mi culo abierto como una buena perra que recibe a su dueña. Me ordenó que me vistiera y salimos, era hora de comer. Estábamos en el comedor cuando uno de los asistentes se acercó a mí y me dijo que tenía una llamada telefónica. Al contestar era la señora a quien le había regalado a káiser, me llamaba para contarme lo bien que se portaba el perro con ella y lo mucho que la hacía gozar. Me calentó escucharla y le dije que bueno que se portara como un buen perro.
Al caer la noche estaba en mi habitación, pensaba en lo delicioso que había sido ese día y que ojalá la chica que se había adueñado de esta perra sucia volviera a jugar conmigo. Me masturbé hasta el cansancio, mis ojos se cerraron y dormí plácidamente como en días no lo había hecho. No sé si mi adicción a la zoofilia se había ido pero si tenía claro que ahora la perra era yo y creo que de haber tenido cola la tendría siempre levantaba para que me cogieran e hicieran cuanto se les antojara conmigo. Ahora entiendo que las cosas pasan cuando menos te lo esperas.
Pasiones Prohibidas ®
Que delirante relato Caballero esta exquisito como siempre
ResponderBorrarEstá rico a la imaginación excelente giro, y por supuesto se abre un abanico de continuidad. Me exita y humedecen está lectura 🤗
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