Mi nombre es Miguel, soy Chileno y resido en la ciudad
de Santiago. Tengo 42 años. No sabría cómo darle una definición a lo que me
pasa, tal vez para muchos pueda ser simplemente un fetiche. Hay un gusto un
tanto particular que tengo. Intentaré relatarles en parte
esta afición y las cosas que he hecho para llevarla a cabo un hobbie muy
particular.Yo soy particularmente excéntrico, raro. Hace unos meses
construí un cuarto similar a los de interrogatorios policiales, tiene hasta un
espejo falso, cámaras por todos lados y micrófonos. Económicamente estoy bien,
tengo mucho dinero y esto es en parte lo que me permite realizar mi hobbie. Nací
con dinero, ya que mi viejo era un empresario ganadero en el sur de Chile y
obviamente, no tenía necesidad de nada.
Me gusta tomar la posición de poder y ser quien
toma el control. Cuando estaba más joven en la hacienda de mi viejo ya lo hacía
con las empleadas, me gustaba someterlas y que hicieran todo lo que les dijera.
Necesitaba un lugar donde trabajar, nunca lo había hecho en mi vida, Si estudié
y fui a la universidad, pero nunca había hecho si quiera el intento de ganar mi
propio dinero. El campo de mi viejo luego de su muerte continuaba dando muchas
ganancias, pero necesitaba una fachada para llevar a alguna mujer a esa sala particular
que estaba alejada de la casa, sumida en medio de un frondoso bosque. Empecé a
trabajar en una empresa de publicidad por el contacto que tenemos con muchas
modelos; al mes de trabajar allí, decidí que era tiempo de iniciar mi
pasatiempo. Contraté a un par de “profesionales” para que secuestren a
compañeras de trabajo y también a alguna modelo. Luego mis horizontes se
expandieron, ya no eran las empleadas, también compañeras de escuela y algunas
maestras; lo hacía solo con la finalidad de que supieran el poder que he tenido
y que puedo tomar a quien quiero cuando así lo quiero. Incluso, dejaba que los
hombres anónimos que contrataba hicieran lo suyo con esas mujeres y me sentaba
a mirarlos con detenida paciencia a que terminaran lo que yo había empezado. Obviamente
con la cautela necesaria para no ser descubierto.
Una tarde de viernes, recuerdo que fue en el mes de mayo, el
otoño ya estaba diciendo adiós. Hacía frio y soplaba un viento que calaba hasta
los huesos. Poco a poco se fueron yendo mis compañeros de trabajo, yo había elaborado
un plan para conseguir a mi siguiente víctima. La escogida fue Camila, la Gerente
de marketing. Luego de la vigilancia de rigor, era el tiempo de llevar a cabo
ese macabro plan. Contraté unos tipos para que la llevaran al lugar donde estaría
esperándola. Ellos estaban conectados conmigo por una cámara que uno tenía
adosada a un pequeño botón de su chaqueta, podía ver y escuchar todo lo que sucedía.
Como siempre, ella salió ultima. Yo iba en camino a la hacienda donde estaba
todo preparado para su recibimiento. Uno de los hombres habló y dijo: “Ya va
saliendo la zorra del estacionamiento”. Tomé mi celular y les dije: “Muy bien, dejen
que avance un poco y ustedes ya saben el resto”. “¡Entendido jefe!” –respondieron
al unísono. “Cuando ya a tengan, la traen a la hacienda atada y con los ojos
vendados” –les dije. “Se hará como usted dice patrón, no se preocupe” –responde
uno de ellos. Corté la llamada y seguí el camino. Todo estaba saliendo a pedir
de boca, pronto estaría Camila encerrada en el “cuarto oscuro”.
Estaba entusiasmado, conduje por la ruta 5 hasta el
Km. 195, a la cuidad Curicó, el viaje duró aproximadamente dos horas o un poco más.
Me adentré en el campo por unos 10 kilómetros más para llegar a mi propiedad.
Bajé del auto y me dirijo al “cuarto oscuro”, como llevaba unas cuantas horas de
ventaja de los secuestradores, me conecté a la IP de la cámara para monitorear
lo que estaba pasando. Acomodado frente al portátil con una botella de whisky y
un vaso preparado para disfrutar cada detalle. A través del espejo falso, se
veía la habitación, solo con una mesa y una silla, ella no necesitaba más
comodidades. Iban por una calle poco transitada
por la comuna de Providencia, en eso ellos aceleran para interceptar el auto.
Antes de llegar a un semáforo se le cruzan impidiendo su marcha. Se bajan los
dos con pasamontañas y portando pistolas. La apuntan y dicen: “No te muevas
puta, si lo haces no verás un nuevo día”. Camila asustada les suplica: “¡Por
favor no me hagan daño! Llévense el auto, pero no me hagan daño”. “No queremos
tu puto auto, te queremos a ti” –le dice uno. “A mí, pero, pero…” –alcanzó a
decir cuando uno de los secuestradores la cayó de una bofetada. Entre el llanto
y las suplicas, uno de los hombres la toma del cabello y abre la puerta
trasera, la empuja al auto y se sienta a su lado. Mientras venían de camino, él
aprovechó de jugar con ella en el asiento. Le pasaba el cañón del arma por el
rostro y le decía: “Lo que vas a vivir este fin de semana no se compara con esto”.
La cara de desesperación de Camila era por demás excitante.
El
hombre no dejó de apuntar su arma y también aprovechó de meter su mano bajo la
falda de Camila. “¡Mira sí que eres toda una puta! ¡Tienes la concha mojada!” –le
dijo. Ella no sabía que responder, se notaba el desconcierto en sus ojos. Al
punto de morder su labio, quizá por un instinto lascivo o por el miedo. Cuando
estaban por llegar a Curicó el hombre de atrás untó un paño con cloroformo, lo
puso en la nariz y boca de Camila, quien luego de resistirse por unos minutos
perdió la conciencia. Detuvieron la marcha y la ataviaron como lo había pedido.
Cuando llegaron la bajaron como pudieron del auto y la llevaron al lugar
designado. Del otro lado del espejo observaba y vi que ataron sus piernas a la
silla y sus manos a la espada, sin quitarle la venda de los ojos. En un acto de compasión salí del anonimato y le
quité la venda, para que cuando se despertara viera en el lugar en que se
encontraba.
Ya era pasada la medianoche cuando Camila, la Gerente
de marketing despertó. Había desconcierto en su mirada, quizá pensó que
soñó lo que pasó pero al sentir la presión de las cuerdas reaccionó. Encendí un
foco cenital que apuntaba directo a rostro. La intensidad e la luz le hizo
entrecerrar los ojos para intentar acostumbrarse al brillo enceguecedor. Gritó
con desesperación, nadie podía oírla, nadie sabía dónde se encontraba, nadie podía
ayudarla. Temblaba como un animal indefenso ante el cazador. En estos tiempos
tecnológicos, cada vez más hay jefes mucho más jóvenes que antes, ella no tenía
más de 23 años. Prendí el micrófono y mi voz distorsionada le preguntó: “¿Sabes
por qué estás aquí?”. Con voz temblorosa respondió: “No señor, no lo sé. ¡Por
favor déjeme ir!”. Reí con descaro y le dije: “¿Irte? No muchacha, nadie dijo
que te podías ir. Estás aquí porque así lo he querido y tu estancia aquí dependerá
como te portes”. “Con tal que no me haga daño haré lo que usted desea” –respondió
ella. Apagué la luz, quedando totalmente a oscuras, fui hasta donde estaba ella
sentada, la liberé de las amarras, le puse la venda en los ojos y salí. Ya podía
moverse pero lo hacía torpemente por el miedo y la oscuridad reinante. “Quiero que
duermas. Mañana empezaremos temprano”. “¿Dónde quiere que duerma?” –me preguntó.
“En el piso como la perra que eres” –le respondí.
Yo contaba con un sillón muy cómodo en el cual me quedé
dormido esperando el próximo día. Eran
las 9.15 de la mañana cuando desperté, ella todavía dormía, con su cuerpo,
vestía la ropa habitual con la que iba a trabajar, una falda por encima de la
rodilla de color negro, una blusa que se amoldaba bastante bien a su figura, se
había quitado los tacos. Estaba acurrucada en un rincón. Cuando escuchó mi voz distorsionada
el desconcierto la invadió, aun albergaba la esperanza de que era un mal sueño
pero la triste realidad para ella era darse cuenta que todo lo que había vivido
sí pasó. Por lo poco y nada que sabía de ella, creo que tuvo un solo novio en
toda su vida y que no era virgen, pero que no disfrutaba mucho del sexo ya que
el tipo no sabía complacerla, le pasé una bandeja con un pedazo de pan por
debajo de la puerta y me fui a la otra sala y le ordené: “¡Quítate la venda!
Come, para que después no digas que no se tratar a las invitadas”. Después que
comió el pedazo de pan, le ordené que se quitara la blusa y la falda y que se
pusiera los zapatos, ya que el largo del taco la hacía ver como una puta fina. “¡No,
por favor!” –gritó. “Hazlo o, ¿prefieres que lo hagan los dos tipos de anoche?”
–le pregunté. Se empezó a quitar la ropa mirando al espejo, se veía que no había
dormido bien, con el llanto se le había corrido el maquillaje de los ojos,
sumado a que el piso era de tierra, estaba sucia. “Tienes un cuerpo de zorra” –le
dije. Agachó la cabeza y quedó mirando al piso sin decir una palabra. “Quiero
que te sientes en la mesa, mirando al espejo y con las piernas abiertas” –le ordené.
“¡Por favor, señor no me pida eso!” –respondió. “¡No te atrevas a negarte,
puta!” –le grité. Se puso a llorar por el miedo que sentía. “Haz lo que te
digo, de lo contrario lo pasarás más mal de lo que ya lo estás pasando” –le dije.
Temblando obedeció mi orden, verla dispuesta a hacer lo que sea para no
resultar lastimada me ponía demasiado caliente. “Mueve tu tanga a un lado, muéstrame
esa concha que tienes” –le dije. “¡Tengo miedo!” –me dijo. “¡Me importa una mierda
lo que sientas! ¡Haz lo que te estoy ordenando de una puta vez!” –le dije
alzando la voz. “¡Señor, lo haré! Solo le pido que me dé un poco de tiempo” –dijo
Camila. “¿Tiempo para qué? ¿Tiempo para obedecer? Lo haces o lo haces, porque
yo te lo estoy ordenando” –le respondí. Hizo la tanga a un lado, se podía observar
que su vagina estaba mojada. “¿Por qué te mojas puta?” –le pregunté. “¡No lo
sé, señor!” –respondió ella. “Yo sí lo sé. Eres una puta que le gusta ser
tratada como basura” –le dije. Ya mi verga no aguantaba estar encerrada en el pantalón,
le ordené que se empezara a tocar y así masturbarme detrás del espejo. No sé si
por ser presa del miedo o porque realmente quiso hacerlo, se empezó a masturbar
mirándose al espejo.
No conforme con estimularse el clítoris se empezó a
meter los dedos de una manera vehemente. Eso exacerbaba mi calentura y me masturbaba
casi al ritmo que lo hacía Camila. Podía escucharla gemir y decir: “No sé
porque lo hago, pero quiero aprender a ser obediente”. Tal vez olvidó que podía
oírla pero estaba obedeciendo sin contrariar por primera vez desde que llegó. “Sigue
puta” –le decía mientras me masturbaba como viéndola haciendo lo mismo. “Quiero
que te quites el brasier y la tanga, que te acerques al espejo y pongas tus tetas
en él” –le dije. Obediente se desnudó por completo y empezó a caminar de forma
sensual hacía el espejo. “¡Eso, putita ven!” –le dije. Cuando llegó al espejó
pegó sus tetas a él. Sus pezones se veían duros por la excitación. “¿Así está
bien, señor?” –preguntó. “¡Así se ven perfectas! Ahora sigue tocándote” –le ordené.
Se masturbaba y movía sus tetas en el espejo. Yo estaba tan caliente que lo único
en que pensaba era ir y cogérmela como la puta que estaba siendo pero preferí
seguir jugando con ella. “¿Sabes por qué estás aquí?” –le pregunté. “Todavía no
lo sé, pero usted tiene razón, soy una puta que le gusta ser tratada como
basura” –respondió ella. Su respuesta me sorprendió pero a la vez encendió más mi
calentura, sacaba su lengua y la pasaba por el espejo incitándome más.
Le ordené que se recostara en la mesa y se
pusiera la venda. Obediente caminó a la mesa y se recostó, se puso la venda. “¡Listo
señor!” –dijo. Ella no paró de tocarse, fui hasta donde estaba con la calentura
a flor de piel. Abrí la puerta, entré y sin decir nada le clavé la verga en su
chorreante vagina. El alarido de placer que dio Camila fue alucinante. Me movía
como animal en celo mientras le daba verga a esa concha que rebosaba de
fluidos. “¡Oh, señor! ¡Ay que rico” –decía entre gemidos. Yo no podía decir
nada, corría el riesgo de que reconociera mi voz, pero se la seguía metiendo
con más fuerza. Ella se apretaba los pezones y tiraba de ellos de manera
perversa. La miraba y seguía ensartándole la verga completa. Camila dio grito
que estremeció por completo la sala: “¡Ah, mierda, qué rico!” –dijo. Por
primera vez en su corta vida sexual estaba siendo bien cogida, como la puta merecía.
Le respiraba cerca de la nariz y la boca, ella sacaba la lengua como esperando
a que la besara, pero aun no se había ganado ese privilegio. La seguí cogiendo
cambiando el ritmo, lento, rápido, otra vez lento, la calentura en ella se sentía
de forma deliciosa.
Ella
sabía qué no podía escapar, sabia con perfección que cualquier acción que no
contribuyera a mi placer, lo pagaría muy caro. “¡Señor, me coge tan rico! ¡Ya
no aguanto, voy a acabar!”. Sentía como su concha palpitaba y succionaba mi
verga. Sin poder contenerse su cuerpo comenzó a sacudirse al mismo tiempo que
sus gemidos se hicieron intensos. Su cuerpo era poseído por un delirante
orgasmo que la hacía gemir e incluso babear de placer. Yo seguí embelesado cogiéndomela
y ella solo gemía con locura, me pedía que no me detuviera, que siguiera. No sabía
a que se debía ese cambio de actitud, pero me gustaba que así fuera. Supongo que
el cambió se debió a que sabía que si quería irse pronto debía ser obediente o
simplemente era una puta mojigata. “¡Siga por favor señor!” –decía entre
gemidos. Puse sus piernas en mis hombros y seguí dándole duro, sus tetas se movían
armoniosas al ritmo de mis embestidas, sus intensos gemidos eran
ensordecedores, más bien parecían gritos desesperados mezclados con placer que
me enloquecían. Tuvo varios orgasmos más que parecían fuertes oleadas que
golpeaban su cuerpo. No me detuve hasta que acabé en su vagina de forma
profusa. Camila seguía con las piernas en el aire y abiertas, podía ver como mi semen se escapaba de su rica y
abierta concha, le metí los dedos e hice que los chupara, obediente lo hizo sin
poner objeción. Su cuerpo no
reaccionaba, le ayudé a cerrarlas y la senté en la silla, le di un tierno beso
en la frente y salí.
En la seguridad del otro lado del espejo, le dije: “Quiero
que descanses, porque en la tarde tendrás que hacer otras cosas más. Puedes
quitarte la venda”. Con movimientos torpes sacó la venda de sus ojos y apoyó la
cabeza en sus brazos para descansar. Iban a ser las cuatro de tarde y le hablé
hasta que se despertó, miró para todos lados buscándome, pero recordó que le
hablaba desde el espejo. “¡Quiero que juegues con tu culo!” –le ordené. “¡Mi
culo es virgen, señor!” –respondió ella. “¿No entendiste lo que te ordené?” –le
pregunté alzando la voz. “Sí, entendí perfectamente lo que me ordenó, solo
quería decírselo” –respondió. “¿Piensas que al decírmelo tendré compasión?” –le
instituí. “No sé, usted tiene el control” –respondió. “¡Entonces hazlo!”. “No
sé cómo hacerlo” –me respondió. Entonces, golpee el escritorio y me puse de
pie, me puse cerca del micrófono y le grité: “¡Eres una puta mentirosa!”. Me
puse una máscara que solo dejaba ver mis ojos y me fui hasta donde ella estaba.
Al verme entrar sus ojos se abrieron por completo, el temor se reflejaba en
ellos, no sabía que iba a suceder y eso le hizo tener mucho miedo. “¡Por favor,
señor! Le dije la verdad” –dice ella. Pongo mi dedo a la altura del índice para
que supiera que quería silencio. La tomé del cabello y la apoyé encima de la
mesa. Abrí sus piernas para tener una vista privilegiada de ese agujero que
sería abierto por primera vez. Acomodé mi verga en la entrada de su ano y se la
metí con fuerza. Grito que dio Camila fue impresionante, se notaba que le dolía
demasiado. Me empecé a mover despacio porque lo apretado de su culo no me permitía
hacerlo más rápido. “¡Me voy a cagar! ¡Por favor deténgase!” –suplicaba. Lejos
de oír sus suplicas seguí moviéndome despacio. Nada me detuvo, ya le había
conseguido meter la mitad de la verga.
Si antes Camila había llorado, ahora lo hace con
más desesperación, no se puede comparar lo que le estaba pasando, estaba siendo
violada de forma sádica y sin compasión. El culo ya se había adaptado a mi
verga, así que ahora la podía penetrar frenéticamente a pesar de su llanto y
suplicas recurrente. No la dejaría escapar, ella pedía que me detuviera, que había
aprendido la lección pero era inevitable para ella, ya me había empecinado a
destrozarle el culo. Otra vez le descargué todo mi semen bien adentro de su
culo, lo que hizo que por un momento Camila sintiera alivio. De su culo escurría una mezcla de sangre,
semen y mierda, lo que era deliciosamente perverso. Lejos del supuesto alivio
que había sentido, la tomé del pelo y le metí en la verga en la boca, no tenía
más opción que chupármela hasta dejarme satisfecho. Al sentir esa mezcla de
sabores se podía ver en su rostro el asco y la repulsión, pero aun así me la
chupó de una manera en que me hizo estremecer. Tomada del pelo, yo me movía y
le cogía la boca como el maldito pervertido y sicópata que soy. No pasó mucho
para que le llenara su sucia boca de semen, el que tragó por completo. Salí de
la sala y me fui al otro lado del espejo. “Espero que te haya quedado clara la lección.
Tienes que hacer lo que te ordenó o cada vez será peor” –le dije. Llamé por teléfono
a los hombres que había contratado y les dije: “Quiero que traigan algunos
fardos de paja para que la puta pueda estar más cómoda y las otras cosas que
voy a ocupar. Antes vamos a sacar a la puta para darle un baño”. “Sí, jefe, no
hay problema” –respondió quien contestó la llamada. Con pistola en mano les
abrí la puerta que sacaran a Camila. “¡Ven maldita puta! –le grita uno tomándola
del pelo y sacándola casi arrastrando. Ella gritó con desesperación al verlos y
se puso a suplicar por su vida, ellos no le harían daño a menos que yo quisiera
que lo hicieran. La llevamos a una distancia de unos cien metros, donde había
una manguera. La ataron de las muñecas en una vieja viga y procedí a abrir la
llave. El agua estaba fría, recuerden que estábamos casi entrando al invierno,
ella temblaba a causa del frio y del miedo. Además de estar colgada casi
apoyada con la punta de los dedos como apoyo. Cuando ya estuvo limpia y al
verla con su cuerpo mojado, le dije a uno de los hombres que me diera su
cuchillo, iba a improvisar algo. Medí al menos un metro de manguera, el que
corté e improvisé un látigo con ella, azotaba sus piernas y parte de su
espalda. Ella gritaba y lloraba. “¿Qué le hice para ser castigada de esta
manera?” –me decía envuelta en un llanto desesperado, seguí por varios minutos azotándola
hasta que su cuerpo evidenció las bellas marcas rojizas que buscaba. Una vez
satisfecho, les hice una seña para que la descolgaran, cayó al piso otra vez,
por lo que tuve que dar el agua nuevamente y limpiarla. Uno de los hombres la
llevó cargando y la dejó en la silla. Pasaron cinco minutos cuando llegaron con
los fardos de paja para improvisar una cama. Camila como pudo se tiró encima,
quedó acostada con el culo abierto, magullado y con marcas de los azotes en su
cuerpo.
Pasaron otros cinco minutos cuando volvieron los hombres
con las otras cosas que había pedido. Un banquillo de casi ochenta centímetros de
alto con separación para que cupieran sus tetas, cadenas y algunos aparejos
para mantenerle la boca abierta y unas bombas que se ocupan para ordeñar a las
vacas de la hacienda. Armaron lo que sería la culminación de mi perversión y se
fueron. Al caer la noche me fui a la casa patronal, comí y bebí, pedí que me
juntaran las sobras de lo que había quedado y se los llevé a Camila, le pasé la
bandeja por debajo de la puerta y en mi sala privada: “¡Come sucia cerda!
¡Mañana será la culminación de todo lo que has vivido!”. Me fui a la casa a
descansar y dormir, cosa que me fue casi imposible al visualizar lo que haría
con Camila el resto del día. Estaba tan caliente que tuve que masturbarme pero
me era insuficiente para calmar mi calentura. Casi al amanecer pude conciliar
el sueño. Dormí hasta casi las dos de la tarde, al despertar me di una ducha y
me vestí de traje. Vestón y pantalón negro, camisa blanca y corbata negra, zapatos
impecablemente lustrados. De mi closet saqué una máscara del Doctor de la peste
y un sombrero de cuero, pedí a uno de los peones que ensillara un caballo, no quería
ocupar el auto. Cuando el jamelgo estuvo listo, me dirigí hacía el cuarto
oscuro. Al llegar observo a Camila sentada con las rodillas en alto, sus brazos
apoyados en ella y la cabeza agacha. “Bien putita, la hora ha llegado” –le dije.
Abrí la puerta y al verme con la máscara y el sombrero, el terror se apoderó de
ella. Hice la seña para que guardara silencio y le extendí la mano para
colocarla de pie. Se tomó de mi mano y la acomodé en banquillo que tenía
grilletes para sus tobillos, sus tetas colgaban por el espacio que estaba
diseñado para ellas, pasé las cadenas por sobre sus hombros y con las manos en
la espalda cerré un candado para que no pudiera moverse, apoyé su barbilla en
un soporte para sostener la cabeza y luego puse unos aparejos en su boca quedando
ésta abierta. Conecté las ventosas para ordeñar y las puse en sus tetas, ella gimió
e intentó decir algo pero su mandíbula no podía moverse.
Se veía tan sensual con todos sus agujeros expuestos a
mi disposición, me fui a la sala y traje un bolso con algunos “juguetes” que
usaría para mi satisfacción. Era tiempo de disfrutar a Camila y sus deliciosos
agujeros. Lo primero que hice fue ponerle un Hitachi magic wand, también conocido
como “varita mágica”. Al sentir la intensa vibración en la entrepierna, Camila
empezó a gemir con descontrol, observaba su reacción y disfrutaba de esos
gemidos endemoniados, casi al instante la puta tuvo un orgasmo que la hacía
sacudirse, pero no todo terminaría ahí. Solo por unos segundos la dejé en paz y
volví con un consolador, el que ensarté en su culo y volví a encender en su máxima
intensidad la “varita mágica”. Sus tetas, concha y culo estaban siendo estimulados
a la misma vez, no entendía lo que me intentaba decir pero sí podía intuir que
lo estaba disfrutando, les puedo asegurar que era excitante escucharla gemir y
resoplar, además de balbuceo incompresible de palabras que no se podían
articular, le daba ese toque perverso a la escena, Su concha chorreaba y sus
fluidos se escurrían por sus muslos y piernas. Su cuerpo se sacudía y mi verga
ansiaba ser liberaba de la presión. Un orgasmo tras otro la invadían dejándola casi sin respiración,
lo que estaba experimentando ella no sé hasta qué punto podía disfrutarlo pero
sus gemidos mostraban que estaba tan caliente como yo. Dejé el consolador y el vibrador de lado, un suspiro de satisfacción
se le escapó. Me paré frente a ella y pude ver cómo le escurría saliva, la muy
puta tuvo orgasmos hasta babear, lo que retribuí con aplausos por tan candente
escena. Puse un banquillo un poco más pequeño y me saqué la verga para metérsela
en la boca, calzó perfecto y le empecé a coger la boca con vehemencia. Incluso
se la dejaba adentro completa y le tapaba la nariz para que no pudiera
respirar, eso la hacía ahogarse y toser, lo que provocaba que más saliva
escurriera de su boca. Seguí por varios minutos cogiéndome su deliciosa boca
que eyaculé dentro de ella. Esa mezcla de semen y baba era alucinante. “¿Ahora qué
sigue?” –me pregunté pensando en cogérmela por el culo o la concha, me sentía
como un niño dentro de una juguetería que no sabe que escoger para comprar,
solo sabia que la opción que escogiera sería igual de placentera.
Me paseaba a su alrededor con las manos atrás observándola con detalle, ver esas nalgas tan ricas y duras me puso tan caliente que decidí nalguearla hasta decir basta. Cien en una y cien otra era la cifra perfecta. Mi mano se veía tan claramente marcada en su piel que me ponía más ansioso por querer cogérmela, Camila solo se limitaba a gemir y resoplar, y como buena puta, seguir babeando por la calentura. El agujero escogido ahora sería su culo, ya estaba abierto después de la incursión del consolador, sería más fácil cogérmelo que el día anterior. Solo bastó una embestida para que se metiera completa mi verga, me tomé de sus caderas y se la empecé a meter con furia, la tiraba del pelo ya embestía con brutalidad. Los gemidos no se hicieron esperar, empezó a gemir con delirio, parece que ahora sí le gustaba pero a mí me enloquecía.
Era tan caliente ver como mi verga se perdía en el interior de sucio orto. Con la misma intensidad que se la metía Camila gemía, con la misma perversión que le daba verga, ella balbuceaba. Su culo ya no experimentaba dolor, estaba tan abierto que era perversamente delicioso sentir con la facilidad que se deslizaba mi verga hasta que era engullida por ese agujero hambriento. Fueron varios minutos de intenso placer, era imposible contener mis ganas de eyacular, así que dejé que mi verga explotara dejándolo lleno de semen. Sin perder tiempo, se la metí en su vagina que chorreaba, la suavidad con la que lo verga se metía era un deleite. Cada gemido que salía de su boca me calentaba y me hacia embestirla con más fuerza. Estaba aferrado a sus caderas, dándole verga de la forma más perversa. Disfrutaba de sus balbuceos y de esa concha exquisita que se mojaba mucho más.
Por la voracidad de mis movimientos, mi verga palpitaba y empezó a disparar chorros de semen, quedando exhausto y casi sin fuerzas. Dejé por algunos minutos a Camila con los aparejos puestos y le tomé fotos, viéndose sensual así, cogida por todos sus agujeros. Pasado los minutos les mandé un mensaje a los hombres que la habían traído, ellos la sacaron del utensilio usado para mí lujuria. Era tan placentero ver que casi no se podía poner en pie.
La dejaron acostada sobre la cama de paja y se fueron hasta que los pudiera necesitar. Al otro lado del espejo, sentado y con el micrófono encendido, le pregunté: “¿Ahora sabes por qué estás aquí?”. La respuesta tardó en llegar, aunque entendía que había cansancio y que apenas su mandíbula se podía mover, quería saber su respuesta. Volví a preguntarle por segunda vez y ella respondió: “La verdad, no sabría responderle pero si podría afirmar que usted ha sacado un lado que estaba dormido en mí”. “¿A qué te refieres?” –le pregunté. “No lo sé, pero algo cambió en mí” –respondió. “Quiero que te vistas, pero que dejes tu ropa interior sobre la mesa” –le dije. Camila de forma obediente se vistió y dejó su tanga y brasier sobre la mesa. “Ahora vas a ser llevada a otro lugar y serás dejada ahí para que puedas volver a tu casa. Demás está decir que no debes decirle a nadie lo que pasó aquí, ya que tengo videos y fotos de cómo disfrutaste tu estadía aquí” –le dije. “No tengo pensado decirle a nadie, ya que no es algo que se pueda contar” –respondió Camila.
Llamé a los hombres la sacaron los ojos vendados, les dije que esperaran un minuto, me paré frente a ella y le di un beso en la frente. La llevaron al auto y se marcharon. Después de dos horas, me mandaron un mensaje, me escribieron que la habían dejado en un sector de la comuna de San Bernardo denominado La Vara. Esa noche pude dormir ya más tranquilo sabiendo que mi afición particular fue satisfactoria. Me levanté de madrugada y emprendí mi viaje a Santiago e ir a trabajar. Como era de esperarse Camila no fue a trabajar. En medio del día aburrido, me pregunté qué estaría haciendo. La llamé a su celular para ver si cumpliría su promesa de contarle a nadie lo que había pasado. “¿Cómo estás Claudia? Se te extraña en la oficina” –le dije. “Mañana estaré por allá Miguel. Mi fin de semana estuvo algo intenso, salí con unas amigas y nos perdimos de fiesta en fiesta y hoy no valía ni un peso, por eso me quedé en casa” –respondió ella. “Bueno, a veces pasa. Lo bueno es que estás bien, espero verte mañana. ¡Te cuidas!” –le dije despidiéndome. Había cumplido su promesa, no tenía de que preocuparme. Ahora, planeaba como hacerla volver al “cuarto oscuro" para seguir usando sus agujeros como la primera vez.
Pasiones Prohibidas ®