Mi nombre es Silvia. Soy una mujer que lleva varios años casada. Mi marido, Ernesto, es un hombre que se preocupa por cubrir las necesidades de la casa pero las de la cama las ha olvidado. Así llegué a los cuarenta y tres. Mis hijos se habían independizado y mi esposo más preocupado del fútbol que en lugar de atenderme como una mujer merece, al parecer se olvidó del placer del sexo.
Por la pandemia había comenzado a trabajar solo desde mi casa y, cuando la pandemia terminó, mi jefe me bajó las horas de trabajo y solo trabajaba por las mañanas. Así me pasaba la tarde en tareas hogareñas, ordenando mis plantas en el jardín o simplemente me sentaba en la sala de estar en el sofá preguntándome cosas de mi vida.
Así una tarde me fui a visitar a mí amiga Carolina, ella había cumplido los cuarenta el año anterior. Estaba soltera y parecía muy feliz. Me dijo que el encuentro ameritaba una celebración y abrió una botella de champagne frío. Después de dos copas comencé a contarle todas mis penas.
Ella me escuchó atenta y sorpresivamente me pregunto: “¿Cuántas veces a la semana te masturbas?”. Me quedé aturdida, no sabía a razón de qué venía esa pregunta, me quedé muda contemplándola para entender si me había preguntado lo que había escuchado, volvió a preguntar: “Bueno ¿Cuántas veces?”. Un tanto ofendida le respondí: “¡Pero yo no hago eso!”. “Bueno. ¡Ahí está tu problema! ¡Estás frustrada sexualmente! Yo uso mi consolador para aliviar mis tensiones y también miro porno” –me dijo ella como si fuera lo más normal del mundo.
Realmente me quedé estupefacta, silente, sin palabras. En los cinco años que la conocía, jamás la había escuchado expresarse así, pensé para mí que tal vez el champagne también la estaba afectando. Se acercó más a mí y me rodeó con un brazo. “¡Oh, querida! Perdóname si te he choqueado, pero es solo que me preocupo por ti” –dijo ella. Entonces Carolina cambió de tema y las cosas se calmaron. Finalmente me dirigí a casa y me senté sola en mi sala a reflexionar, sus palabras seguían girando en mi mente: ¿Estaba realmente frustrada sexualmente? Es verdad que ni siquiera había tenido sexo en solitario desde que me casé. ¿Un consolador? ¡Guau! Por supuesto que sabía lo que eran, pero nunca consideré tener uno y menos usarlo. Tal vez debería intentarlo. Estaba muy confundida. ¿Era la frustración sexual que me tenía así? ¿O era el champagne que me estaba haciendo pensar?
Esa noche me duché y me puse un negligé casi trasparente sin nada debajo. No lo había usado en años y me sorprendió que todavía me quedara bien. Salí al salón y me senté en el sofá. Carlos estaba viendo televisión y ni siquiera me notó. ¡Maldición! Pensé, ¿qué estoy haciendo? Regresé a mi habitación y me cambié a mi camisón de “abuela” que me cubría todo, luego me metí a la cama. En mis pensamientos lascivos, me preguntaba si realmente podría volver a disfrutar el sexo en solitario; comencé a frotarme. Al principio me sentí un poco ridícula y no sentí nada, pero gradualmente comencé a tener esas sensaciones ya olvidadas hace tantos años. Mi respiración se hizo afanosa y suaves gemidos escaparon de mi boca entreabierta. No lo podía creer. Repentinamente sucedió. Un silente y suave orgasmo me golpeó sorpresivamente; no pude detenerme, seguí y luego un segundo bellísimo clímax me hizo estremecer. Me adormecí profundamente con mi mano entre mis piernas, ni siquiera sentí cuando mi esposo se vino a acostar.
Habiendo redescubierto el placer de satisfacerme en solitario, me entregué por completo al juego de la masturbación la semana entera. Comencé a sentirme mejor y con más ánimos. Tenía que contárselo a Carolina que me había ayudado el tocar mi conchita yo sola.
La invité a casa una tarde de miércoles para conversar, le conté como me había entregado por completo a la masturbación gracias a su consejo. Ella solo se rio y me dijo: “Ves que no era nada malo, al contrario, es algo para disfrutarlo”. “Tienes razón pero el pudor a veces es más grande” –le dije. “¡Ay Silvia! En los tiempos que vivimos, el pudor es solo una palabra” –dijo Carolina. “Puede que tengas razón, pero ten en cuenta que siempre he tenido la idea de que el sexo se disfruta en pareja. Cuando joven si me masturbaba y me gustaba hacerlo, pero después que me casé pensé que pasaría en la cama satisfecha y no frustrada” –le dije. “¿Sabes? Me gusta que vivas tu sexualidad, que disfrutes tocándote la vagina y ser la gestora de esos orgasmos” –dijo ella. Por alguna razón escuchar esas palabras hicieron que mi vagina palpitara y sentí como me mojaba. “¿De verdad te gusta?” –le pregunté con un poco de morbo. Se puso de pie y me respondió susurrando en mi oído: “¡Sí, querida! ¡Me gusta!”. No pude contener mi calentura y acerqué mi boca a la de ella, nos fundimos en exquisito beso que me hizo tener sensaciones que creí olvidadas. Mi amiga acarició mis tetas por encima de blusa, no tardó en desabrochar los botones y meter su mano entre mi brasier, los pezones se me pusieron duros al sentir el toque de sus invasores dedos. “¡No te detengas!” –le dije. Me quitó la blusa y el brasier, mis pezones estaban duros y mi vagina muy mojada, Carolina empezó a chupar y morder mis pezones, los mordía con suavidad, me tenía loca, yo solo gemía de manera caliente sintiendo como su lengua me hacía sentir placer.
Me quitó la falda y las bragas, notó lo mojada que estaba y sonrió. Me separó las piernas, su lengua presurosa se metió en mi vagina, era tan exquisita la forma en que su lengua me daba placer que cerraba los ojos y gemía pidiéndole más. Hace tiempo que no sentía ese delirante placer, mi cuerpo temblaba y mi respiración estaba agitada, un mar de sensaciones sacudía mi cuerpo y mis gemidos se hicieron más intensos. Le dije que se quitara la ropa, quería verla desnuda. Sin mucho que pensar se desnudó y siguió lamiéndome hasta que me regaló un intenso orgasmo.
“¡No sabes lo rico que me hiciste acabar!” –le dije. Me miró con lujuria mientras pasaba la lengua por sus labios y entendí que ahora era mi turno. Hice que recostara en el sofá, su vagina también rebosaba de humedad, presa de mi calentura deslicé lentamente mi lengua por su clítoris, ella gimió con suavidad y dijo: “¡Lo haces deliciosamente!”. Poco a poco los movimientos de mi lengua se hicieron más intensos, constantes, ella se agarraba las tetas y pellizcaba sus pezones gimiendo. Estábamos envueltas en un frenesí de lujuria y perversión que ambas disfrutábamos como dos adolescentes que descubrían el sexo, al menos así me sentía yo al estar devorándole la concha a mi pervertida amiga. Al igual que yo Carolina estaba obnubilada de placer, solo gemía con denotada lujuria, lo de manera intensa cuando sintió que dos de mis dedos la invadían y la penetraban. “¡Ah, qué rico! ¡Hazlo más rápido!” –pedía gimiendo y jadeando. Mis dedos chapoteaban entre fluidos y mi lengua lamía con perversión ese clítoris palpitante, totalmente entregada al placer dio un excitante alarido y cayó en un delirante orgasmo. Por algún momento pensé que estaba en un sueño erótico, pero al verla con esa cara de caliente me di cuenta que era totalmente real. Nos quedamos en la sala desnudas, la cara de placer que ambas teníamos dibujada era una obra de arte, adornada por la perversión.
Luego charlamos de todo tipo de cosas y de lo rico que lo habíamos pasado. Antes de irse me dejó un pedazo de papel donde estaba escrita la dirección de un sitio WEB y me dijo: “Me encanta fantasear con todo tipo de cosas traviesas, ahí encontrarás muchas”. Se despidió con un beso apasionado que otra vez hizo que me mojara, mirando mis ojos, me dijo: “Nos veremos pronto”. “Cuando tú quieras” –le respondí.
Más tarde, en la sala, ya vestida mas cómodamente me senté a ver la televisión, pero recordé el sitio web que me había señalado Carolina. Curiosa me fui por mi portátil, lo encendí y me conecté al sitio. ¡Guau! Había todo tipo de cosas: Parejas en todo tipo de posiciones, tríos, cuartetos, orgías; era una locura. Por supuesto que me puse en acción y me masturbé como una maniática, ya mi respiración casi no se escuchaba a causa del placer, acabé un par de veces delirando en lujuria, quería experimentar todas esas cosas que estaba viendo, pero con el verga flácida de mi esposo solo serían recuerdos fugaces de pajas alocadas y calientes. Mi marido debía regresar pronto a casa; Carolina me había enseñado a borrar el historial, eso hice y luego volví a ser la esposa casta y obediente que debía preparar la cena al marido. Estaba disfrutando a pleno mi nuevo yo y me encantaban mis tardes en solitario.
Fue en un fin de semana, ordinario, sin nada que hacer, ya que mi marido estaba más preocupado de ver el partido por TV cuando llegó Virginia, la hermana mayor de mi esposo. Vino a pedirle de favor a mi marido que se hiciera cargo de su perro, ya que ella y su esposo se tenían que ir al extranjero por cosas de trabajo. Peter era un hermoso ejemplar de Pastor Alemán. Mi esposo ni siquiera lo consultó conmigo, dijo que si inmediatamente; así nos encontramos con un saco de alimento para perros, su cama, sus platos, sus juguetes y una lista interminables de cosas relacionadas con nuestro nuevo huésped. Virginia se acercó a mí, me tocó el brazo y me dijo algo que no entendí en ese preciso instante: “Silvia, querida, cuídamelo bien, él es muy amoroso y cariñoso. ¡Te encantará!”. Me encogí de hombros, ya nos habían metido un cacho y debíamos soportarlo por un tiempo largo; tratando de ocultar mi contrariedad respondí solo: “¡Oh, genial!”. “Ya te darás cuenta” –dijo Virginia. Por supuesto Carlos estaba feliz, había dejado contenta a su hermana mayor y tendría un perro hermoso que sacar a pasear. Estaba claro que quien debía cuidar de él era yo. Estuve molesta por un poco de tiempo, pero hice lo que se esperaba de mí. Lo alimenté y saqué a dar algunos paseos, porque mi marido se excusó de estar cansado.
Peter vivía en el patio, por ningún motivo lo dejaría entrar a casa y desordenar todo. Él no estaba contento con eso y siempre intentaba colarse dentro, pero yo necesitaba de vuelta mis tardes y continué a fascinarme con el porno día a día. Creo que me había convertido en una adicta. Ciertamente me resultaba gratificante frotar mi clítoris y acabar, pero no estaba del todo contenta con eso, después de descargar mi estrés, me sentía vacía. No sospechaba siquiera que pronto fuera a tener ayuda de quien menos me esperaba.
Todo comenzó una tarde de tormenta eléctrica. Estruendosos truenos hicieron vibrar todos los ventanales de la casa. Escuché los ladridos atemorizados de Peter. Fui a la puerta del patio y lo hice entrar para que se calmara y volví a mi computadora para terminar de tocarme. Llevaba una falda amplia y me había quitado las bragas. Quizás él sintió con su fino olfato la fragancia que emanaba mi conchita y mientras yo frotaba mi vagina con renovados esfuerzos, Peter metió su nariz entre mis piernas. Me asusté y lo aparté, pero él volvió a intentarlo de nuevo. Si bien no había pasado mucho tiempo en que lamieran mi vagina, ya que Carolina venía a mi casa y nos cogíamos muy rico en la cama matrimonial.
Tan pronto como su lengua raspó mi zona erógena, gemí, se sintió muy rico. Miré hacia abajo y vi la parte superior de su cabeza, luego cerré los ojos. Traté de imaginar que era un vecino que era recurrente en mi pajas y me di cuenta de que era más excitante darme cuenta de que era un perro. Al momento no sabía absolutamente nada de bestialidad, nunca había tenido una experiencia de este tipo. Todo lo que sabía es que esa lengua estaba haciéndome sentir maravillosamente. Levanté un poco las piernas, me recosté en la silla y me entregué a los placeres de su lengua, una abrumadora nueva experiencia. Supongo que Peter se cansó o se aburrió porque se detuvo. “¡Oh! ¡No pares!” –le grité en voz alta decepcionada. Él solo se me quedó mirando con la cabeza ladeada cómo preguntándose: “¿Por qué ésta loca me grita?”.
Decidí que esta era una experiencia sexual y que en la red debería haber algo al respecto, así que busqué “Chica con perro”, “mujer con perro”, “verga de perro”. Muy pronto me llené con páginas que trataban el tema y fue una sorpresa que no sé cómo catalogarla. Al principio me pareció repulsivo, pero viendo a muchachitas y mujeres adultas gozando en modo demencial con sus enormes vergas, me hizo recapacitar. Me sorprendió descubrir que las mujeres lamidas por un perro eran solo una pequeña parte. Había mujeres que realmente tenía relaciones sexuales con los animales. Algunas chicas incluso se la chupaban a los perros, hasta hacerlos acabar en sus bocas. La mayor parte de las vergas de perro parecían enormes. No aguanté las ganas de masturbarme y gemir como zorra.
Realmente no me veía haciendo todas esas cosas raras, me parecía desagradable la idea de tener sexo con un perro, pero me intrigaba y no solo; mi vagina también se humedeció. Me prometí no dejarme coger por Peter, pero al rato me pregunté si él ¿podría hacerlo? Y ¿Cómo lo haría? Recordé lo bien que se sentía su lengua. Entré a la sala y me senté en el sofá, lo llamé: “¡Peter! ¡Ven chico! ¡Ven y lame mi vagina!”. Me levanté la falda, abrí mis piernas y él ya sabía lo que yo quería. No sabía en ese momento porqué él sabía lo que hacer con mi vagina sin que yo le enseñara nada. Él se agazapó un poco y comenzó a lamerme, lo sentí incluso mejor que antes. Probablemente ver esos videos me puso más caliente. Comencé a gemir con el placer que me daba Peter. Repentinamente se detuvo y me saltó encima, movía sus flancos como si quisiera coger. Lo empujé y grité: “¡No, Peter! ¡No!”. Volvió a intentarlo. Me di cuenta de que intentaba montarme. Estaba en estado de shock, más aún cuando de su peluda funda había aparecido la punta rojiza de su verga.
Mi mente comenzó a reproducir los videos que había visto. Algunas mujeres habían sido cogidas por el perro en posición misionero, justo en la posición que estaba yo con Peter listo para cogerme. Entré en pánico, se estaba haciendo tarde y mi marido estaría de regreso a casa en menos de media hora. Empujé a Peter hacia abajo y me levanté de un salto. Escuché muy claro el gruñido contrariado y frustrado del perro. Rápidamente borré el historial de navegación de la computadora, pero anoté la dirección del sitio zoofílico. Me coloqué las bragas y me fui a la cocina a preparar la cena. Estaba temblando, pensando en lo que casi había sucedido. En lo cerca que había estado de rendirme a mis crudos y lascivos deseos.
A la mañana siguiente en el trabajo, todos mis pensamientos estaban relacionados con Peter. Mí jefe dijo que me encontraba algo distraída. ¡Si tan solo lo supiera! De vuelta a casa decidí abordar esto como una experiencia de aprendizaje, y tenía que saber y aprender mucho más. Volví a entrar al sitio de bestialidad y encontré un video llamado “Cómo entrenar un perro”. Lo vi fascinada cuando explicaba la mecánica del sexo con un perro y todo lo relacionado a algo llamado “Nudo”. Al parecer con eso el perro mantenía a su perra atada a su verga para poder impregnarla de semen. Mientras miraba el video, me pareció que Peter parecía haber sido entrenado y sabía cómo hacerlo. El video explicaba que se necesitaría un tiempo para entrenar a un animal. Entonces me vino como un relámpago a la cabeza. Virginia, la hermana de mi esposo había dicho que Peter era “amoroso y cariñoso”. ¡Oh, Dios! ¡Entonces lo que ella quiso decir! ¡Oh, no! ¡Virginia es la perra de Peter! ¡Él sabe que hacer porque fue ya entrenado! Mi mente era una maraña de pensamientos que me contrariaban un poco.
Miré a Peter que estaba observando hacia el interior a través del vidrio de la puerta. Comencé a temblar, había visto los videos de esas mujeres montadas por perros, pero un perro real y entero estaba aquí en mi patio. Pensé que sería agradable dejarlo lamerme, así que me levanté y le dejé entrar. Volví al sofá y me levanté la falda ofreciéndole mi sexo y él aceptó, me lamió haciéndome gemir. Al cabo de un rato de nuevo me saltó encima y esta vez no lo detuve. “¡Sí, chico, la quiero! ¡Dámela ya!” –le decía caliente y gimiendo. Sentí su verga empujando sobre mi vientre, luego mojó mis muslos con sus fluidos. Me agaché y lo guié. Su verga entró en mi vagina y de seguro él se dio cuenta de que estaba dentro de mí, porque inmediatamente comenzó a moverse rápidamente; empujó toda su verga dentro de mi conchita y comenzó a cogerme vigorosamente. “¡Guau! ¡Qué delicia!” –dije. Peter me estaba cogiendo salvajemente y yo gritaba de placer. Habían pasado más de tres semanas desde la última vez que mi marido me mal cogió, así que insté a Peter a que me metiera más fuerte su maravillosa pija. Él gruñía, no entendía el por qué. Su verga entraba y salía de mi vagina causándome deliciosos espasmos que me hacían gritar. Entonces entendí, él no lograba atarme a su nudo y esto lo hacía gruñir, así que lo empujé y me puse en cuatro. Animosamente me montó, en esa posición que él conocía muy bien, ya no necesitaba ayuda y al tercer intento me enterró su verga profundamente comenzando a cogerme intensamente. A cada embestida su verga parecía hacerse más y más grande. Era sin duda, mucho más larga y gruesa que mi esposo, porque no decir más rica al momento de cogerme. Entonces sentí su nudo, empujé mi trasero hacia atrás y grité, era del tamaño de una pelota de tenis, di un alarido mientras ensanchaba mi vagina y me cogía. Luego se detuvo, su enorme verga comenzó a vibrar dentro de mí y adiviné que ahora era su perra. Comenzó a llenarme con su semen canino caliente; casi me morí de placer al sentir como se vaciaba en mi interior.
Me tuvo anudada a su verga cerca de diez minutos, luego se retiró, su verga voló fuera de mi abusada vagina y su semen se derramó sobre la alfombra, pero no me importó. Lamió mi vagina y también la alfombra, yo estaba en estado de plenitud, ya no me sorprendía haberle dado mi vagina a un perro, lo había disfrutado muchísimo. Me puse de pie sobre piernas tambaleantes y vacilante me fui al baño. Me senté en el inodoro y usé la ducha teléfono para enjuagarme. Regresé a la sala y encontré una poza de semen en la alfombra, me arrodillé a limpiar y Peter inmediatamente saltó sobre mi espalda intentando montarme otra vez. Me sorprendió cuando sentí que su verga estaba dura de nuevo. ¿Cómo pudo ponerse duro tan rápido? Me olvidé de la limpieza y lo dejé que se saliera con la suya, esta vez fue mejor que la primera y perdí la cuenta de mis orgasmos.
Cuando terminamos, antes de continuar con la limpieza saqué a Peter al patio. Luego me senté en el sofá a reflexionar sobre lo sucedido. Saqué las siguientes conclusiones: Uno, la hermana de mi marido era una perra, ella lo había entrenado. Dos, yo era una perra. Tres, no había vuelta atrás. Me había realmente cautivada la verga gruesa, larga y caliente de Peter, pero debía tener cuidado, mi marido no podía saberlo, ni siquiera sospecharlo, mi futuro placer dependía del más absoluto secreto. Decidí hacer un plan. Lo haríamos solo cuando tuviera ganas, debía cubrir la alfombra con una toalla o algo impermeable. Por supuesto, no siempre seguí mi plan. Me di cuenta de que Peter se recuperaba muy rápido. También que una sola vez no me bastaba ni a él ni a mí. También mi apetito sexual incrementó y lo quería todos los días.
Ya han pasado cuatro meses desde mi primera vez. Ya no molesto a mi marido por sexo. Peter se encarga de mis necesidades carnales. Normalmente me entrego a él dos veces, pero no es raro de que lo hagamos tres o cuatro veces en un día. Mi marido no sospecha nada, tampoco le importa si no tenemos sexo y si una vez pensé que era asqueroso chupar la verga de un perro, ahora aprendí a disfrutarlo. No creo que a Peter le guste mucho, pero acostarme debajo de él a chupar su verga encantadora mientras me masturbo con mi consolador es una permanente y nueva adicción. ¿Y mi frustración sexual? Ya no es más que un recuerdo.
Le escribí a Virginia y le puse en el mensaje: “Ahora entiendo, este tiempo con Peter ha sido de lo mejor, el más excitante y placentero de todos”. Su respuesta no se hizo esperar: “Sabía que lo disfrutarías tanto como yo lo hago”. “Claro que sí, ahora mientras estás lejos tiene una nueva perra con quién se entretiene” –le contesté. Ya era tiempo de atender a mi nuevo macho, quien al verme en cuatro sobre la alfombra sabía perfectamente lo que debía hacer para que ambos quedáramos satisfechos
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