martes, 7 de enero de 2025

63. Por andar desnuda en casa

 

Esta es la historia de Kimberly, una chica de 25 años. Su sexualidad había despertado en su más tierna edad, cuando las hormonas empiezan a hacer estragos en los cuerpos femeninos y los embellecen.

Los años pasaban y su cuerpo cambiaba con el paso del tiempo, sus senos crecieron, sus caderas se ensancharon y la curiosidad ya no era parte de su juego, el placer se había transformado en parte de su cuerpo adolescente que avanzaba hacía la adultez y la había delirantemente atractiva a los ojos de quienes la miraban. Le gustaba pasearse desnuda en asa, a sus padres parecía les parecía no importar, mucho menos a su padre, que al verla su verga reaccionaba ante la belleza de aquella jovencita. El morbo y la calentura se hacía presente cada vez que Kimberly se paseaba desnuda luciendo sus juveniles atributos bajo la atenta mirada de su padre que la observaba como un lobo hambriento pero que contenía sus instintos para dejarlos salir con su esposa, la que siempre estaba dispuesta le abría las piernas para que saciara su ímpetu de macho en celo. No había noche en que sus padres no estuvieran cogiendo, ella conocía muy bien aquellos ruido que emanaban en la oscuridad y sabía lo que provocaba en ellos, por eso no perdía el tiempo y cuando los escuchaba se levantaba de su cama para oírlos desde la puerta de la habitación o verlos cuando la dejaban entreabierta, así ella también obtenía su cuota de placer masturbándose.

“¡Oh, que caliente me pone Kimberly! Me hace querer cogerte todo el día y dejarte con tus agujeros abiertos y llenos de semen!” –decía el caliente de su padre. “A mí me encanta que ese pasee por la casa desnuda, me moja verla y me gusta. Tengo que cambiarme ropa interior todo el día porque sé que me vas a coger como un salvaje por las noches para descargar tus ganas. ¡No pares de cogerme mi amor! ¡Dame duro, como se la meterías a ella!” –decía igual de caliente su madre. Al otro lado de la puerta, sumida en sus pensamientos calientes y morbosos, Kimberly está con sus piernas abiertas disfrutando con sus dedos y pensando: “Mis padres ya están cogiendo como locos. ¡Me encanta ponerlos calientes! ¡Me encantaría tocarme en frente de ellos y que vean lo caliente que soy! ¡Ah, qué rico me entran los dedos, aunque más rico me entraría la verga de papi!”.

Pasaban los días, los meses y los años hasta que su padre pensó que podían verla a través de la ventana los vecinos o algún otro pervertido, si bien para él no había problemas en que Kimberly siguiera estando en casa, no quería compartirla con ningún otro degenerado. Por lo que decidió poner remedio a lo que él pensaba. Kimberly ya era adulta que podía valerse por sí misma, seguía en la casa de sus padres alimentando el morbo y la calentura en ellos, ahora ya con la seguridad que le brinda la adultez se masturba con más descaro ofreciéndole a sus padres los sonido más sensuales de sus gemidos y ellos le corresponden con tremendas cogidas para que pueda deleitarse. Los tres son conscientes de lo que pasa y en cierta forma es un juego perverso entre ellos que no ha pasado más allá de eso.

Una de esas noches llena de lujuria entre ambos padres, el esposo dice: “Aunque me encanta cogerte por motivo de que la zorrita de nuestra hija se pasea desnuda por la casa, creo que deberíamos advertirle que hay mucho degenerado en la calle que podría estar observándola y no quiero pensar en que otro fantasee con ella que no sea yo. Se me pone más dura pensar en que ya es adulta y que podemos cogerla”. “Le diré que se ponga un camisón, para que no esté tan visible para los otros, sino solo para tus ojos. ¡Me calienta que pienses en que se pueda unir a nosotros y la cojamos! ¡Es toda una zorrita y yo sé que no se negaría a unirse a nosotros para coger!” –decía la mujer entre gemidos. Al otro lado de la puerta como siempre Kimberly estaba escuchándolos y masturbándose: “¡Ah, qué rico! ¡Qué ganas de abrir la puerta y que papi me meta la verga mientras lamo la vagina de mami! No tengo problemas en ponerme un camisón, mientras sea solo eso y no me digan que me ponga ropa interior” –decía ella en sus pensamientos y mordiendo sus labios.

Al otro día después de salir de su trabajo, Kimberly se juntó con su madre y se fueron de compras, en el mall entraron a una tienda de lencería para comprar lo que su padre había pedido, pero no fue un camisón lo que compró, sino tres babydoll transparentes, que dejaban muy poco a la imaginación. Uno era rojo, el otro negro y el tercero un morado intenso. Al llegar a casa, Kimberly los modeló para su madre, ella no podía creer lo sensual que se veía, cada prenda resaltaba los atributos de Kimberly, su madre sintió como su vagina punzó y fue como si se hubiera orinado por la cantidad de fluidos que destilaron de su vagina. Con sensualidad y asombro exclamó: “¡Te ves hermosa!”. “¿Tú crees mami?” –le preguntó. “¡Sí, eres una jovencita sensual, me gusta cómo te quedan!” –le responde ella. Kimberly se giró y se inclinó dejando a la vista de su progenitora esas abundantes nalgas. “¿Te gusta como se ve mi culito mami?” –le preguntó. “Se ve hermoso hija, me gusta como cae la tela sobre tus nalgas” –le responde la húmeda mujer. La chica se dio vuelta y le regaló una candente sonrisa, la mujer ya no podía contener la humedad en su vagina y apretaba sus piernas con disimulo, pero ya había caído en las redes de la lujuria. Volvió a inclinarse pero esta vez deslizó sus manos por encima de la tela, dejando su culo descubierto, entonces su madre se puso de pie y le acarició las nalgas a su hija sin pudor. Sentía como sus manos hervían debido a la calentura que la invadía, Kimberly dio un morboso suspiro al sentir como las manos de su madre recorrían sus nalgas. Ya en medio del morbo Kimberly le pidió a su madre que le acariciara la vagina, separó las piernas y su madre sin pensarlo deslizó los dedos por la abertura de esa candente concha que se humedecía a su paso. Le bajó los tirantes del babydoll y también le acariciaba las tetas. “¡Ah, mamita, que rico!” –le decía Kimberly con lujuria. Ya en pleno descontrol, la giró hacía ella y mirándola a los ojos, le dijo: “No sabes cuantas noches nos hemos cogido con tu padre pensando en ti y en todas las cosas perversas que te haríamos”. “Lo sé, me pasa lo mismo con ustedes, por eso me gusta calentarlos y que se cojan pensando en mí” –le responde Kimberly. Sin más palabras se besaron y la chica empezó a desnudar a su madre, aunque su cuerpo no era como el de su hija, se notaba que se cuidaba y se mantenía bastante bien pese a sus años.

Ya desnudas y con calentura dominando sus cuerpos, se fueron a la habitación matrimonial, en la cama desataron todas aquellas sucias fantasías que tenían la una con la otra. Al sentir la lengua de su madre hurgar en su vagina Kimberly gemía enloquecida, nunca había estado con nadie y era su primera vez en el sexo, siempre habían sido sus dedos aquellos compañeros morbosos que la estremecían, pero ahora estaba poseída por el más intenso de los placeres, el incesto. “¡Uy, qué rico se siente!” –decía retorciéndose en la cama. Se encontraba al borde del orgasmo, su madre la estaba llevando a un mundo si bien conocido por ella, pero esta vez no eran sus dedos sino la lengua de su caliente madre la que estaba mostrándole ese lujurioso placer reservado para fantasías morbosas. Entregada en absoluto  a esas sensaciones Kimberly se dejó llevar por el placer y se encontró con un delicioso orgasmo que la dejó temblando. Su madre se tumbó a su lado y se empezó a masturbar, enloqueciendo a la joven, quien al escuchar los gemidos de su madre se volteó para hacerlo ella. La mujer abrió sus piernas y dejó que su hija la tocara con libertad. Luego la joven bajó lentamente hasta colocarse entre las piernas de su madre y empezar a lamer su vagina, era primera vez que lo hacía y lo disfrutaba, pero más lo hacía su madre, quien había fantaseado con ese candente momento.

Tan perdidas en el placer estaban que no se dieron cuenta que había alguien observando con detenimiento la escena, era el esposo que estaba caliente viendo como madre e hija se daban placer, él se masturbaba silente disfrutando del caliente panorama, hasta que ya no se pudo resistir y se unió a esa exquisita escena que pasaba ante sus ojos. Con sigilo se acercó a la cama, Kimberly no lo notó hasta que sintió unas manos apoderarse de sus nalgas, lejos de inquietarse, levantó sus nalgas. Al ver la reacción de su hija, el hombre dejó que su lengua se deslizara por esa rica vagina, Kimberly gimió al sentir como la punta de la lengua se metía en su vagina. “¡Qué delicia!” –dijo ella. La perversión estaba tan presente en los tres que Kimberly no tardó en pedir que su padre se la cogiera y que la hiciera gritar como lo hace su madre todas noches. Su padre no lo dudó, dejó muy mojada la conchita de su hija con saliva, acomodó la verga en l entrada de esa deliciosa y juvenil vagina, empujó lentamente notando que no le entraba completa, se dio cuenta que era la primera vez en que su pequeña mujercita tenía una verga dentro, lo que aumentó en él la excitación. La chica siguió hurgueteando la vagina de su madre, hasta hacerla acabar en un delicioso orgasmo, el cuerpo de la mujer mayor se retorcía a causa del placer y la lujuria, era delirante, excitante y perverso a la vez; esa mezcla de sensaciones que la hicieron perderse en el placer.

Ahora, ya con más calma, empezó a metérsela lentamente, sentía como el frágil himen de su hija se hundía para permitirle entrar más hasta que se desgarró por completo. Kimberly dio un grito mezclado de dolor y placer. “¡Ah, mierda! ¡Qué rico! ¡Papi dame tu verga!” –le decía. Cuando ya sintió que estaba toda dentro, el hombre empezó a moverse un poco más rápido, lo que aumentaba el placer en su  hija quien intentaba seguir el ritmo de esos lujuriosos movimientos. Esa deliciosa sensación de una vagina que ha sido recién abierta y que se expande en cada embestida para el hombre era alucinante, por lo que aceleró sus movimientos al punto de hacer que las tetas de Kimberly se arrastren por la cama y hacerla gritar de placer; es lo que ella quería y lo estaba recibiendo. La sensación de eyacular era inminente, él sentía como su verga se hinchaba, alcanzó a sacarla antes de acabar entre las nalgas y la vagina de su hija, cosa que su esposa aprovechó y lamió hasta la última gota de semen que fluyó de esa verga. Después hizo que Kimberly se la chupara para dejarla sin ningún rastro, cosa que ella hizo a la perfección, ya que sus dedos la habían hecho una experta para hacerlo de la mejor forma posible.

Después de coger como enfermos esa noche, la chica durmió con ellos. Los días pasaban y al ver que Kimberly se ponía los babydoll a diario su padre se sentía más tranquilo, no solo porque así podía alejar las miradas de algún vecino voyerista, sino porque también podía tenerla a diario en la cama y sacar provecho de que fuera una puta adicta a la verga. La joven seguía con sus “costumbres” y estaba “cómoda” por casa incitando a sus padres a la perversión y terminaban a diario cogiendo como poseídos, para ella se había vuelto más que un juego, era en su habitación lo que disfrutaba hacer con el fin de obtener placer. Le gustaba hacer poses frente al espejo, usaba el babydoll para mirarse, le encantaba como se veía.  Le gustaba imaginar que era una gran actriz, probándose trajes, quitándose todo, cambiándose sombreros y cualquier cosa que tuviera al alcance de sus manos. En muchísimas ocasiones, cuando la excitación la invadía jugaba a esconder y destapar sus atributos, era algo fantástico y de vez en cuando también se miraba al espejo de una manera muy sensual, le gustaba jugar con su cuerpo y sentir placer al tocarse con la punta de sus dedos, era como si su piel se quemara al punto de abrir sus labios vaginales y jugar perversamente a penetrarse, siendo el orgasmo el premio máximo que podía conseguir. Le gustaba observar su clítoris que se ponía un poco más grande cuando comenzaba a mojársele la vagina y sobre todo cuando lo acariciaba, a veces lentamente o a veces muy rápidamente, hasta que alcanzaba lo que ella deseaba, retorcerse de placer, algunas veces sentía como si las piernas se le doblaban, otras veces su cuerpo temblaba, todo por esas endemoniadas sensaciones de placer.

Habían pasado unos meses, Kimberly estaba en el trabajo y una de sus compañeras le pidió de favor si podía cuidar a Zeus, un pastor alemán de un par de años, por su parte ella no vio problemas en hacer, pero de todas maneras debía conversarlo con sus padres, ya que como no era su casa no podía aceptar con tanta facilidad. Pasado unos días, conversó con su compañera y le dijo que sus padres no tenían objeción en cuidarlo siempre y cuando no fuera por muchos días. Ella le respondió que no, solo serían tres días, ya que se iría a pasar el fin de semana en la casa de los padres de su novio y no había mucho espacio en la casa para llevar a Zeus, no quería que estuviera solo. “Siendo así, no veo mayor problema” –le respondió Kimberly. “¡Gracias amiga, eres un amor! También si quieres, puedes ir a quedarte a mi casa, así no tienes inconvenientes con tus papás” –le dijo su compañera. Al llegar a casa, les contó a sus padres el ofrecimiento que le había hecho su amiga, cosa que su papá aceptó a regañadientes, pero su mamá supo convencerlo muy bien junto con su hija para conseguir el sí definitivo. Llegó el viernes en la tarde y su compañera le indicó la rutina que seguía Zeus: Los horarios de comida, los horarios en los que podía sacarlo a pasear y el horario en que ya debía estar encerrado en el patio para dormir.   

Ya con los horarios definidos, se acercaba la hora del paseo, pero antes, Kimberly no desaprovechó la oportunidad de “inaugurar” la cama de su compañera, masturbándose salvajemente imaginando las cosas que sucias que tal vez ella hacía con su novio cuando se quedaba ahí. Fueron cosas de minutos para ser azotada por el orgasmo, el hecho de estar en otra cama que no fuera la de ella o la de sus padres fantaseando y masturbándose, la llevaron al éxtasis del placer. Ya lista para sacar a pasear a Zeus, lo fue a buscar al patio, ahí estaba sentado esperando y con la punta de su verga asomando. No le tomó mayor importancia y le puso la correa para salir, se notaba que estaba ansioso y buscaba olfatearle la entrepierna, pero ella se reía y le decía que no era correcto, que debía ser un caballero. Salieron a recorrer el barrio y llegaron a un parque pequeño en que ambos se quedaron echados sobre el pasto. Pasaron unos minutos y Kimberly mira a Zeus, quien ya tenía asomada otra vez la punta de su verga, la miró con cierta curiosidad pero no pasó de ahí. Se fueron a la casa, la chica se dio una ducha y se puso el babydoll, obviamente los juegos frente al espejo no podían faltar, pero esta vez había un espectador en la habitación que la miraba con detenimiento. Esta vez le puso más atención a la entrepierna de Zeus mientras se tocaba frente al espejo. “¿Te gusta lo que ves?” –le preguntó. El perro con la lengua afuera parecía asentir a la pregunta. “Mira, ¿has visto antes una conchita mojada como esta?” –le preguntó al perro, quien mostraba su verga como asintiendo. Eran tantas las ocasiones en que sucedía en esa tarde, que le picó la curiosidad y trató de observarlo a sabiendas de lo que podía ocurrir con su verga, aun así quiso hacerlo y sin ningún miedo se acercó y la tocó, a Zeus pareció gustarle pues le salió un poco más y empezó a agrandarse en su mano. “Fido, no ladres ni chilles, no te haré nada malo, tú solo déjate llevar” –le dijo. Así que comenzó a meneárselo haciéndole una paja, como cada vez se le ponía más y más grande, tenía más y más curiosidad, así que cuando dejaba de tocárselo se le hacía más pequeño y cuanto más lo acariciaba o lo meneaba, se le hacía más grande, estuvo jugueteando con su verga unos cinco minutos, hasta que empezó a frotarlo a mucha velocidad, mientras observaba los chorritos que le salían, se le hizo totalmente grande, vio una bola enorme que le salió en la base y seguía acariciándolo, hasta que no pudo más el pobrecito y lanzó como tres o cuatro chorros de líquido parecido al semen, cuando lo tocó, ese líquido estaba caliente  y por su curiosidad, lo probó y le gustó, estaba un poco ácido pero estaba bueno, ya se le estaba ocurriendo que en otra ocasión haría lo mismo pero pondría un vaso para no manchar el suelo y beberlo.

Llegó el siguiente día y lo comenzó de la mejor forma posible, se masturbó como loca pero esta vez en la sala, ahora tenía otra cosa con la que fantasear: La verga de la mascota de su compañera de trabajo. Salió al patio y le dio de comer al perro, quien al verla pareció encantado. Saltaba a su alrededor, buscaba olerle la conchita, pero ella se reía de las intenciones del animal, aunque le gustaba ese tipo de juegos que tenían. “Has sido un perrito muy bueno, come y te doy a dar un premio que yo sé te gustará” –le dijo Kimberly.  Cuando el perrito terminó de comer, ella se sentó en el pasto del patio, él fue de inmediato donde estaba y comenzó a lamer su cara, ella reía y dejaba que la lengua de Zeus se paseara por todo su rostro. “Ya es tiempo de tu regalo cariño” le dice. Se acomoda y empieza a acariciarlo hasta llegar a su verga, el perro como sabiendo lo que pasaría se quedó quieto mientras la mano de Kimberly lo pajeaba lentamente, poco a poco la verga se empezava a asomar y se hacía grande. “¡Tienes una rica verga perrito!” –le decía mientras aumentaba el ritmo. A Zeus le gustaba, porque se empezaba a mover como si se cogiera la mano de Kimberly. Los chorros de semen no se hicieron esperar y la chica lamió todo lo que había caído en sus manos, al perro parecía encantarle, ya que no se despegaba de ella en ningún momento.

Andar con el babydoll ya se había vuelto una molestia, no importaba si algún curioso la observaba, prefería estar desnuda. Ese sábado jugó con la verga de Zeus hasta el cansancio, por lo que se quitó la delgada tela de ropa que la cubría y se sentó en una reposera al lado de la piscina para tomar sol y refrescarse metiéndose al agua, quería estar perfectamente bronceada, sin ninguna marca de bikini, ya que no le gustaba. Estaba con las piernas abiertas y jugando con su conchita, varios orgasmos se hicieron presentes, dejándola exhausta de placer, cerró los ojos y se quedó dormida. De pronto, se despertó con una sensación placentera en sus tetas, Zeus le estaba lamiendo los pezones, los tenía bien duros, esa sensación de placer en sus tetas le resultó un tanto desconocida, pero sentir como esa lengua invasora se paseaba con libertad hizo que se calentara al extremo. Entonces se le ocurrió que podía hacer otra cosa mejor. “¡Ay Zeus, que rico placer me estás dando en las tetas! ¡Me has puesto muy caliente! ¿Te gustaría probar algo nuevo?” –le dijo. El perro parecía que entendía y se sentó a ver cuál era la opción, así que se sentó bien abierta de piernas frente a él y le animó a que metiera su lengua en donde su piel era más sensible, su vagina, Zeus supo realizar bien su trabajo. “¡Wow, qué cosa más rica! ¡Sigue así, no te detengas! ¡Oh, mierda, me vas a hacer acabar mi vida! ¡No puedo aguantarme!” –decía entre gemidos. En menos de un minuto había alcanzado el orgasmo más grande de su vida, con la lengua de su fiel “amante improvisado”. En las horas que pasaron juntos, impaciente no aguantaba las ganas de sentir la lengua del perro otra vez y se le ponía a disposición para que él hurgara su conchita con esa rasposa lengua, había descubierto un placer exquisito, delicioso que la hacía estremecer y ella le retribuía pajeándolo hasta que soltaba los chorros de semen ya no en sus manos sino en su cara, acomodándose para recibirla. Cada vez le gustaba más la verga de Zeus.

Más tarde, estaba en la cocina preparando un refresco para irse a tumbar en la reposera y dejar que Zeus jugar con su lengua, pero en un descuidó lo derramó, se inclinó para recogerlo y sintió un peso en su espalda. “Zeus, ¿otra vez quieres que juguemos a eso que tanto te gusta? Espérate ahí apoyado en mi espalda mientras termino de secar el jugo que se me cayó” –le dijo. En ese momento sintió que el perro jadeaba y comenzaba a mover sus caderas, ella no lo tomó mucho en cuenta, pero como empujaba cada vez más fuerte, se terminó por caer hacia delante y sólo le dio tiempo a ver que tenía la verga afuera de nuevo, tan inocente le dijo: “Zeus, ¡qué caliente eres! Ahora mismo te hago una paja, pero déjame que recoja este…”. No le dio tiempo a finalizar la frase, de un empujón tras muchos vaivenes, acertó su verga en su conchita, el dolor fue tremendo que la hizo estremecer. “¡Ay! Zeus, condenado perro, ¿qué has hecho? Eso me dolió. ¡Bájate ya!” –le dijo. Pero Zeus lejos de obedecer siguió moviéndose de manera infernal, entrando y saliendo de su concha con rapidez. “¡Ay, cariño, sigue!” –le decía mientras gemía sintiendo como su conchita era cogida de forma descomunal. Sólo pasaron unos segundos cuando sintió que la cogida que estaba recibiendo era lo mejor que le pudiera pasar, lo disfrutaba mucho más que las cogidas que le daba su padre junto a su madre en casa, incluso era mucho mejor que sentir su lengua resbalando por su vagina. “¡Oh, sigue, no pares! ¡Esto es mucho mejor que mis dedos, mejor que la verga de papi! ¡Sigue mi amor! ¡Cógeme así, bien rico!” –decía sin parar de gemir. “Después te haré una paja para sacarte todo ese semen que tienes ahí. ¡Qué rico me la metes! ¡Soy tu perrita bebé!” –decía con lujuria. Lo de la paja era solo una quimera, Zeus sabía muy bien donde se iba a descargar y no sería afuera, mientras se meneaba de atrás hacia adelante y atrás, Kimberly podía sentir como esa deliciosa verga canina estaba dentro de ella, la soportaba felizmente porque el placer era absoluto, él seguía metiéndosela más al fondo hasta que dio un fuerte empujón. “¡Ay bruto! ¿Qué has metido? ¿La bola? ¡Oh, qué cosa más rica! ¡Me encanta! Ahora, ahora salte, perrito caliente, ya no doy más, me has hecho acabar varias veces” –le decía.

Como desconocía la forma de coger de los perros, no le quedó más que quedarse quieta y esperar, ya que Zeus se había quedado pegado a ella culo con culo, aunque ella intentó zafarse, la hinchazón en la verga del animal solo hacía que se quedara quieto. Sabía que debía esperar, pero el placer la mataba, sobre todo cuando sintió que esa verga palpitaba en su interior, ya estaba a punto de llorar tras varios minutos que se le hicieron eternos, pero llenos de orgasmos sin parar.  Al fin sintió como la bola salió y el sonido que hizo fue como si se descorchara una botella. Entonces vio la verga tan enorme que tenía el perro de su compañera, nunca lo vio de tamaña dimensión y los chorros que les salían de su propia vagina, parecía que le había echado litros de semen ahí adentro. Cansada, con la concha abierta y chorreando semen fue una de las cogidas más salvajes que había recibido en su corta experiencia.

El domingo llegó y también llegó el momento de despedirse de su “amante secreto”. Su compañera le preguntó cómo se había portado su mascota, Kimberly le respondió: “De lo más bien, es todo un amor y muy cariñoso”. Su compañera sonrió y le preguntó: “Entonces, no tendrías problemas en venir a cuidarlo de vez en cuando?”. “Claro que no, no tengo problemas, ya que nos llevamos muy bien” –le respondió. “Bueno, suele ser demasiado cariñoso, y por lo que veo has sabido corresponderle de lo más bien a ese cariño” –le dijo su amiga. Se despidieron y ella se fue a su casa, sus padres la estaban esperando con ansias para saciar su lujuria con el juvenil cuerpo de su hija, quien gustosa se entregaba a ellos fantaseando con Zeus, ese amante perfecto que la dejaba satisfecha.

 

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