martes, 29 de abril de 2025

112. Regresé cogida por un jovencito

 

Un gusto, me llamo Clara, soy una mujer de 40 años piel blanca, tetas grandes igual que el culo, cintura algo rellena y con caderas grandes, con piernas algo gorditas pero sexys. Soy ama de casa así que tengo mucho tiempo libre.

Me gusta dibujar así que mientras mis hijos van a la escuela y mi esposo trabaja voy al parque a caminar y tal vez dibujar algo. Este día era algo particular, por alguna razón estaba ansiosa por salir. Me di un baño, me puse ropa interior blanca con un vestido pegado hasta el culo y suelto de la falda y unos lindos tacones. Me maquillé y me miré al espejo. No sé qué tenía ese día pero quería sentirme sexi. Me fui al parque y después de caminar un rato me senté en una banca a dibujar algo, mientras estaba dibujando un chico que estaba corriendo se detuvo y se sentó a mi lado. “¿Siempre viene sola no?” –me preguntó. “¿Disculpa? ¿Por qué quieres saber?” –respondí preguntando. “Sí, es que siempre vengo a correr y cuando te veo está sola” –me responde. “Oh, bueno, sí. Siempre vengo sola. Por cierto me llamo Clara” –le dije. “Soy Iván, eres muy linda, las mujeres mayores siempre lo son” –me dice el muchacho. “¡Gracias Iván!” –le respondí con una sonrisa. “Bueno le quiero hacer una pregunta directa desde hace tiempo, ¿puedo?” –me dice con seriedad. “Sí, claro, pegunta sin problemas” –le respondí. “¿Te gustaría tener sexo conmigo? Está bien si no quieres responder ahora o simplemente no quieres” –dijo él. La pregunta me tomó muy de sorpresa y como lo había dicho de manera tan directa me sentía nerviosa pero a la vez halagada, pues mi esposo apenas si podía tener sexo de lo ocupado que estaba en el trabajo, apreté un poco mi vestido y mi respuesta fue: “No me gustaría, me encantaría. Eres un chico muy guapo, pero hay mucha diferencia de edad entre nosotros”. Igual se sorprendió con mi respuesta, por un momento guardó silencio, aunque su mirada no dejaba de recorrerme. Pienso que analizó la situación, pero a la vez le calentaba que estuviera dispuesta a coger con él. Me pasaban muchas ideas morbosas por la cabeza, sentía como mi vagina se mojaba y apretaba mis piernas para no ponerme en evidencia.

Me tomó de la mano me invitó a su casa a pocas calles del parque, lo seguí y al llegar era un lugar lindo, el me rodeó con su brazo y con mis tetas presionando en su pecho me dio un beso profundo y caliente. Durante el beso cerré mis ojos, él acariciaba y apretaba mis grandes nalgas buscando el cierre de mi vestido, yo también metía mis manos bajo su polera y él bajó a besar mi cuello colando sus manos bajo mi vestido. Se separó un poco y me bajó el vestido hasta quedar en ropa interior, me dio algo de vergüenza que fuera lencería pero a él le gustó, se levantó y volvió a besar mi cuerpo mientras metía mi mano a su bóxer sintiendo su verga y decía: “¡Mira lo duro que me pones mujer madura!”. Con mi mano ya dentro aproveché y le quité el pantalón y bóxer para dejarlo desnudo y vaya que tenía razón su verga estaba bien dura y grande escuche un “clic” y pocos segundos después lanzó mi sostén a otra parte del cuarto mientras chupaba mis tetas. En verdad ese jovencito me ponía caliente, sabía bien como tocarme y como ponerme a mil con sus caricias indecorosas. Esa sensación exquisita de sentir como me escurrían los fluidos de mi vagina por los muslos, me hacía gemir.

Estaba tan caliente, solo quería que hiciera conmigo todas las cosas morbosas que tenía pensadas hacerme, quería que me metiera su verga y que me dejara con la vagina llena de su semen. Tomó una bebida fría que estaba ahí y la puso en mis tetas hasta que mis pezones estaban duros y los podía chupar más fuerte, se sentó en la cama y me miró diciendo “Ven amor desde que te vi he fantaseado con tus tetas” y me acerqué a él con el sonar de mis tacones. Me puse de rodillas y llevé mi lengua desde las sus testículos al glande, terminando con una escupida a la punta y una mirada tierna, él tomó del rostro y me dio unos golpes suaves con su verga diciendo: “¡Vamos puta déjate llevar! ¡Se nota que la quieres toda dentro de esa boca!”. Abrí mi boca y enterró un buen pedazo de su verga en ella y lo miré excitada mientras él decía: “¡Sí, las maduras sí que saben tragar una verga!”. Yo no podía más con la calentura y el movía sus caderas enterrando su verga casi por completo, mi garganta colaboraba tragando más su verga. Llegué a la base y me tuvo ahí unos segundos hasta que lo empujé y la sacó toda envuelta con mi saliva. “¿Te gustó eso, verdad?” –me preguntó. “Sí, mucho. Tu verga me tiene loca” –le respondí. “¡Qué buena puta! Cómo te dije antes, tus tetas me encantan y quiero una rusa” –me dijo. No se andaba con rodeos, tenía bastante claro que quería hacer. “¡Sí, me encantó!” –le respondí. A esas alturas mi cuerpo y mi mente estaban a su merced, solo pensaba en complacerlo y dejar que él saciaría sus oscuros deseos como bien le viniera en gana.

Había entrado en un modo de sumisa que desconocía y metí su verga entre mis tetas moviéndome, Iván tomó mis pezones y dio unos tirones  haciéndome gemir bajando mi cabeza para lamer la punta que sobresalía, yo metía una mano a mis bragas para masturbarme. Estaba disfrutando satisfacer esa verga joven e Iván se separó diciendo: “¡Quítate las bragas y sube a la cama!”.  Lo hice y él me empezó a tocar con sus dedos la vagina frotando su verga en mis pezones sensibles por los tirones y el frío. Metió dos dedos y los movía muy rico y cada vez que gemía los sacaba y daba una palmada en mi concha, masturbé su verga con mis tetas y la seguí frotando hasta que en un momento sacó sus dedos y los fluidos en ellos gotearon, se metió entre mis piernas y comenzó a frotar su verga en mi vagina.

Me volvió a besar siendo muy tierno y de un segundo a otro sentí su verga abrir mis labios vaginales, grité: “¡Oh, mierda!”. Gemí en su boca y lo traté de separar pero se quedó pegado y solté mis gemidos en su boca hasta que logré calmarme y él dijo: “¿Lo ves? A las maduras les gusta tragar verga”. Mientras veía su cuerpo pegado al mío y su verga dentro de mí palpitando, se comenzó a mover despacio. Estoy operada así que no me importó que no tuviera condón. Volvió con mis pezones y haciendo más fuertes sus embestidas haciéndome gritar de placer. Gritar de esa manera se sentía muy bien, más aparte tener sexo con un desconocido que me hacía sentir sumiso y puta, eso me ponía más caliente. Cuando Iván vio que ya me había acostumbrado se movía muy duro y rápido haciendo que todo mi cuerpo rebotara. Toda la cama se movía y mientras miraba mi cuerpo, su dedo pulgar frotaba mi clítoris con fuerza, apreté mis tetas y en un momento la sacó de golpe y me causó un orgasmo que con mis fluidos lo mojara a él y la cama. A esas alturas, ya estaba presa de esa verga, me enloquecía la manera en que me la metía, me enloquecía lo salvaje que era y me daba con fuerza.

Se sentía tan rico, era perverso e intenso, yo no hacía nada más que gemir y pedirle que no se detuviera. “¡Oh, sigue así! ¡Quiero que cojas como puta!” –le decía. Me dijo: “Ponte en cuatro. ¡Quiero ver tus nalgas rebotar!”.  Obedecí y bajé mi cabeza, no tardó mucho y la volvió a meter diciendo: “Estás muy apretada, se nota que llevas tiempo sin tener sexo”. Tenía razón y eso me hacía sentir más agradecida de coger con él. Me daba nalgadas y apretones, mientras yo jalaba las sábanas y mordía una almohada, mis nalgas se pusieron rojas de tantos choques y él se acostaba en mi espalda mientras jugaba con mis tetas, me levantó con su pecho en mi espalda y me puso frente a un espejo para que ver rebotar mis tetas de nuevo. Me veía tan puta siendo cogida y mi tetas rebotando al ritmo de las brutales embestidas de Iván era alucinante. Caí sobre la cama y él siguió clavándomela hasta el fondo. Me daba besos en la espalda y subió a mi oído para decir: “¡Voy a acabar dentro de ti puta!”. Apenas pude reaccionar cuando sentí su caliente semen dentro de mí y como eso me estaba causando otro orgasmo, nos quedamos quietos unos segundos hasta que terminamos de acabar. La sacó y se la chupé un poco más para limpiarla, tragué el poco semen que tenía y me dijo: ¡Ya te puedes vestir, putita!”. “¿Puedo usar tu baño?” –le pregunté. “No, ve así a tu casa y quiero que me mandes un vídeo en tu baño cuando te limpies” –me respondió. “¡Eres un pervertido!” –le dije. “¡Sí, lo soy! Pero si lo haces es porque quieres que te siga cogiendo. Además, me voy a quedar estás si vuelves” –dijo Iban. Mostró que tenía mis bragas, asentí y me vestí para salir y me dio su número de teléfono. En la calle iba con el olor del sudor de ambos, la concha con semen y sin bragas.

Cuando llegué a casa, mi esposo estaba viendo la TV y me metí directo al baño. Me quité la ropa y cuando iba a abrir la ducha, un poco avergonzada puse mi teléfono a grabar hacia donde yo estaba y tomé una rica ducha. Al terminar dejé de grabar y se lo mandé para después volver a mi vida normal pero aun pensando en esa aventura. La normalidad duraría poco, porque al otro día me lo encontré en el parque, no hubo palabras, solo un gesto indicando que iríamos a su casa. Esta vez, no llevaba bragas, solo un vestido corto. Cuando entramos, se lanzó sobre mí y me empezó a besar con lujuria. ¡Dios! Solo sentir su lengua en mi boca me hacía humedecer. Esta vez no me llevó a su cuarto, me desnudó en la sala y me dijo: “Las putas maduras cogen en todos lados”. Sentí una punción en mi vagina que me estremeció, me quitó el vestido y con la misma habilidad del día anterior desabrochó mi brasier. Mis pezones estaban duros y mi concha brillaba por los fluidos que emanaban a raudales. Esta vez no hubieron preámbulos, él se bajó los pantalones, de inmediato me puse de rodillas y se la empecé a chupar. “Se nota que querías más” –me dijo. Yo seguí comiéndome su verga completa. Cuando estuvo lleva de mi saliva Iván se sentó en el sofá y me hizo señas con su dedo, fui a gastas hasta donde estaba, me toma de la barbilla y me dice: “Ahora, quiero que me montes”.  No dudé en obedecer, quería su verga dentro.

Poco a poco su verga entró y cuando ya estuvo toda dentro me empecé a mover rápido, su cara al ver como mis tetas subían y bajaban me calentaba. Iván se agarraba de mis tetas y apretaba mis pezones, era exquisito. Mordía mis pezones con un poquito de fuerza que me hacía estremecer. Sentía como mi vagina palpitaba con esos movimientos de mi cuerpo subiendo y bajando. Estaba al borde del orgasmo y sin mucho esfuerzo caí en el pecho de aquel jovencito que me hacía vibrar, gemía y resoplaba mientras mi concha estaba palpitante de placer. Casi al instante Iván me tenía con su verga en la boca, yo la chupaba con lujuria y perversión, él me tenía tomada del cabello y marcaba el ritmo en que quería que se la comiera. “¡Eso, así putita madura! ¡Trágatela toda!” –me decía. Escuchar su voz diciendo como lo debía hacer me calentaba mucho más, no me detendría hasta que él me lo pidiera.

Despues de juguetear con su verga en mi boca, me detuvo e hizo que me pusiera en cuatro. Obediente me acomodé en el piso de la sala y él llevó su boca a mi culo, lo empezó a lamer como un animal, mis gemidos se hacían intensos, estaba preparando mi culo para usarlo. No iba a detenerlo, quería que viera lo puta y obediente que era a sus perversos deseos. Su lengua se paseaba de forma indecente por mi ano pero a la vez era terriblemente excitante. Cuando ya mi culo estuvo cubierto por su saliva, metió su verga de golpe, arrancándome un delicioso grito de placer. “¡Ah, hijo de puta! ¡Qué rico!” –le dije. Él empezó con sus movimientos rítmicos, haciendo que mi culo se amolde a su verga, era tan perversa la manera en que me la metía que yo cerraba los ojos y gemia, le pedía que no tuviera compasión de mi agujero y me la metiera con fuerza. No pasaron dos segundos y estaba sintiendo sus brutales embestidas. Puse mis manos hacía atrás y abrí de par en par mis nalgas, ofreciéndole mi culo: me tenía enloquecida con su verga que entraba y salía con fuerza. Ya no podía resistir más, mis ojos estaban en blanco, mi respiración era más que agitada y mis gemidos se podían escuchar por toda la casa. El orgasmo estaba a las puertas, mientras seguía dándole verga a mi culo. Ya entregada totalmente a la lujuria tuve un intenso orgasmo que me hizo temblar y estremeció cada fibra de mi ser. Iván siguió metiéndole la verga con fuerza, lo escuchaba bufar y decir: “¡Qué rico culo tienes putita!”. Entre más intensas eran sus embestidas sentía como su verga se hinchaba, hasta que de una fuerte clavada sentí como explotó en mi ano. Sentir ese semen caliente después de que me cogiera era un placer de lo más intenso.

Cuando terminó de cogerme, le chupé la verga para tragar el último rastro de semen que pudiera quedar. Aunque me dolía el culo lo había disfrutado. “¡Ahora puedes irte!” –me dijo. Me puse el vestido y salí con el culo abierto y chorreando semen, no tuvo necesidad de decirme que le mostrara mientras me limpiaba, lo hice porque era su puta. Ahora, tenía una motivación para ir al parque a diario y regresar  casa cogida por un jovencito morboso que había despertado a la puta que dormía en mi interior.

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

sábado, 26 de abril de 2025

111. Me cogí el culo de mi suegra en una fiesta


Un día mi mujer me dice que hay una fiesta en el pueblo donde nació su padre. Que quisiera que fuéramos. Yo no convivo mucho con sus padres así que no me entusiasmaba tanto el ir. Pero a tanta insistencia de mi mujer fue que me animó, pero jamás pensé que en ese viaje me cogería a mi suegra. Ella es normal una señora decente se puede decir, hasta donde yo pensé en ese día que termine dentro su culo. Ella es culona es lo que resalta de ella.

Bueno el viaje transcurrió normal, yo no paraba de mirarle el culo a mi suegra. Le hacia agarrar mi verga a mi mujer disimuladamente mientras miraba a mi suegra pensado que era ella la que me agarraba. No me había fijado tanto a mi suegra como no convivo mucho con ellos. Bueno llegamos y pues se encontraron con sus familiares de infancia, conocidos, etc. Hacia frio en el lugar, estaba arrepintiéndome de haber viajado. Al rato que me dice mi suegra no te preocupes, a la noche te calientas en la cama. Me hizo volar la imaginación solo atiné a sonreírle.

La fiesta duraba 4 días. Nos acomodaron todos en una sola pieza, la casa era de épocas antiguas.  Mis suegros dormían a lado nuestro, solo puede manosear a mi mujer entre frazadas, meterle los dedos  y hacerle sentir mi verga mientras sus padres dormían. Pasó la noche. Al día siguiente me presentaron familiares, amigos, etc. Bebimos poco no mucho. Al llegar al cuarto donde dormíamos me cambiaba de ropa y al levantar mi maleta de viaje sin querer voló la de mi suegra, donde cayó toda su ropa y su ropa interior. Eran tangas, avergonzada dijo: “¡Ay Fernando mis cosas!”. Le ayudé a recogerla, no sé por qué lo primero que levanté fueron sus tangas. Con una risa picarona me dijo: “¡Gracias!”. “Lo siento suegra” –le dije con vergüenza. Nos reímos y fuimos a cenar todos. Estaba muy caliente ese rato, decidí ir a darme una ducha. Transcurrió la noche al segundo día. La fiesta era como subir a un cerro donde festejaban bailaban con bandas en vivo. Yo para la tarde ya estaba muy mareado. Discutí con mi mujer por alguna tontera, yo me retiré y me fui para la pieza, estaba mareado; me recosté en el colchón que estaba en el piso. Me entró una calentura que se me puso dura la verga. Agarré dos tangas de mi suegra y me empecé a masturbar desenfrenado. Cuando escucho q tocan la puerta. “¡Fernando!” –dicen. Rápido agarré las tangas, no medio tiempo para guardarlas. Era mi suegra que entró de golpe. Agarra su mano pone en la boca sorprendida y me pregunta: “¿Qué haces? ¿Por qué está tirada mi ropa interior?”.  Con el pantalón abajo y con mi verga parada. Solo agradecía ese momento que no era mi mujer o mi suegro si no estaría acabado.

Yo sin poder hablar,  le respondí: “Suegra yo estoy ebrio, no sé lo que estoy haciendo. Creí que eran de Mariela”. Ella me dice: “¡Eres estúpido! Sabes bien que esa es mi maleta”. “¡Lo siento!” –le dije. Por el miedo hasta se me bajó la verga. “¿Por qué te regresaste de la fiesta?” –me preguntó. Le respondí: “Tuve problemas con su hija”. Me miró a los ojos y me dijo en tono serio: “Seguro no la estás haciendo feliz en la cama, por eso vienes y tomas mi ropa interior”. La música de la fiesta se escuchaba hasta la pieza donde estábamos. Le pregunto: “¿Su hija y mi suegro?”.  “Siguen en la fiesta, no quieren aun venir. Están bailando y conversando con sus tíos” –me respondió. Yo me acomodé y me senté al borde del colchón pensando ahora que mi suegra les dirá todos y que hasta ahí llegué. Cuando levanto la cabeza, mi suegra se estaba quitando la blusa q traía quedando en sostén. Yo solo la miré y me pregunta: “¿Qué no viste nunca a una mujer cambiarse de ropa?”. No pude ni responder. “Ayer en la noche escuché a Mariela gemir, agradece que su padre tiene el sueño pesado” –me dice. Me quedé atónito ese momento. Mi mujer si gimió pero suavecito, entonces mi suegra estaba despierta. Me dijo: “Solo le metes los dedos y ya. Con razón pelean”. No sé si su intención era provocarme hablándome así. Se quitó su pantalón quedando solo en ropa interior. Me dijo: “¿Crees qué no sé cómo me miras el culo? No eres el único joven con ganas de meterme la verga”. Me paré y le dije: “Suegra si usted dice que yo solo le meto los dedos a su hija, es porque le gusta. Si no pude meterle la verga es porque ustedes estaban a nuestro lado y ya no iba gemir, iba gritar” –le dije en tono de chiste. Yo tenía la verga tiesa. Mi suegra me dice: “¡Alguien viene!”. Me eché rápidamente en la cama me hice el dormido. Era mi mujer, le pregunta a mi suegra: “Mamá. ¿Qué haces así, en ropa interior?”. “Me estoy cambiando para dormir. Tu padre no quiere venir ni tu” –le responde mi suegra. Mi mujer le dice: “Solo vine por algo para abrigarnos. ¡Vamos!”. Mi suegra le responde: “No, estoy cansada, mira, Fernando también se durmió”. “Bueno, yo creo que volveremos con papá en una hora más” –le dice Mariela. “¡Está bien hija! Sigan pasándola bien” –le dice mi suegra. Salió mi mujer, mi suegra se puso su pijama. Apagó la luz y vino donde yo estaba,  se acostó a mi lado. “Suegra, ¿vamos a hacer algo aquí sabiendo que pueden regresar en cualquier momento?” –le digo en tono de chiste.

Siento su mano que agarra mi verga, la aprieta con fuerza, empieza con el sube y baja, mi verga se puso dura como piedra y me dice: “Me calenté ayer mientras hacías gemir a mi hija, a mi también me gusta lo peligroso”. No podía creer lo que pasaba. “¿Sabes qué más me gusta? Qué me maltraten, que me hagan sentir una perra y  tu suegro no hace eso” –me dice. Le agarré con mi mano su cuello ahorcándola, le dije al oído: “Te voy a llenar tu concha con mi leche perra puta, sabía que detrás de esa cara de inocente eres todo una putita”. Ella empezó a respirar agitada. Le di una cachetada, me paré, agarré mi verga, la agarré del pelo, llevé su boca a mi verga violentamente, le metí la verga en la boca, no le dejaba respirar. En eso alguien tocó la puerta, diciendo: ¡Tía! ¿Está ahí?”. Me tapé con la frazada rápidamente, mi suegra como estaba aun con el pijama puesto abrió la puerta, era una de las hijas de un hermano de mi suegro que le dijo: “Venía a entregarle las cosas de mi tío, me dijo que ya vendría y que le pusiera a cargar su celular”. “Bueno, mi niña. Gracias por preocuparte”. “De nada tía, descanse” –le dice la sobrina. Mi suegra se acuesta y le digo: “No te vas a acostar a mi lado si no te quitas la ropa puta”.  Obediente a mi orden se quitó el pijama y quedó desnuda, la puse boca arriba y le abrí las piernas, pasé mi lengua por su clítoris, gemía demasiado rico, apretaba mi cabeza contra su velluda vagina. No pasaron ni diez minutos y escuchamos venir a alguien, rápidamente me envolví con la frazada, mi suegra se levantó y se acostó en su cama, se tapa con lo que puede: abren la puerta, era mi suegro. “¡Maldita sea suegro!” –dije para mis adentros. Otra puta interrupción más. Mi suegra le pregunta por mi mujer, él le responde que pronto llegaría, ya que estaba en una conversación amena con sus primas. “A ti, ¿qué te pasó?” –le pregunta mi suegra. “Tengo hambre y no hay nada comer” –le responde. “Ven, acuéstate” –le dice a mi suegro. No tardó mucho en quitarse la ropa y le pregunta a mi suegra: “¿qué haces desnuda?”. “Las frazadas son demasiado gruesas y me dio calor”. “Pero aquí hace frío” –le dice mi suegro extrañado. “Sí, pero yo tengo calor, ¿hay algún problema?” –le responde ella. “No, ninguno” –le dice él y se acuesta a su lado. Yo estaba caliente y maldiciendo a mi suegro. Cuando al rato escucho susurros y fingiendo dormir parece que mi suegro le metía los dedos a mi suegra. Empezó un jadeo suave, un gemido lento.

Sin lamentos, mi suegro, de una se la metió a mi suegra. “¡Ah, suave!” –escuché decir a mi suegra. La madura caliente estaba hacia mi lado mirándome y mi suegro estaba detrás de ella dándole de cucharita suave. Agarré mi verga empecé a masturbarme bajo las frazadas mientras mi suegra me miraba y se mordía los labios, mientras su marido se la metía. “¡Sí, que rico amor! ¡Dame verga así!” –le decía mi suegra. “Habla más despacio que Fernando te puede escuchar” –le responde mi suegro. “¿Qué tiene? Dime que no es morboso estar cogiendo al lado de nuestro yerno. Además, tú empezaste y no quiero que pares” –le dice ella. Sabía que la intención de mi suegra era hacerme acabar con sus gemidos, me miraba y hacía gestos  con su lengua como si me la estuviera chupando. Sus gemidos ahogados me hicieron acabar rápido. Al poco rato se escucha como mi suegro se vacía dentro de su mujer. Sentía envidia de ese viejo de mierda que me había robado el placer de coger con mi suegra, pero bueno, no podía reclamar, así eran las cosas.

 No pasaron ni cinco minutos y se durmió. Mi suegra me pregunta en voz baja: “¿Te gustó?”.  “Sí, mañana continuamos” –le dije y me dormí agotado. Despierto algo sobresaltado en la madrugada, sentía que unos labios envolvían mi verga, pensé que en ese momento mi suegra se había arriesgado a meterse a la cama y chupármela, sabiendo que estaba su esposo y mi esposa allí. Abrí los ojos lentamente y vi a mi esposa que se comía mi verga. “¿Qué haces? ¿No te das cuenta que tus papás están al lado nuestro?” –le pregunto con asombro. “Sí lo sé, pero tenía ganas de verga” –me responde. Siguió chupándomela. Como yo estaba caliente le dije que subiera encima de mí para lamerle la concha. Hicimos un perverso 69 al lado de sus padres. Mariela intentaba no gemir al sentir como mi lengua recorría su concha y su culo, ella con mi verga en la boca pasaba su lengua por mi glande y lo mordía suavemente. Era tan morboso como haber visto coger a mis suegros. A los pocos minutos mi mujer me apretaba la verga con la boca para contener los gemidos del orgasmo, mientras como loco bebía los fluidos que su vagina dejaba escapar. Lo que me llevó a acabar deliciosamente y ella hambrienta se tragó mi semen.

Al día siguiente estuve manoseando a mi suegra cada vez que podía,  era el tercer día de la fiesta. Ahora sería en un local; tomamos, bailamos, reímos. Había cruce de miradas con mi suegra. Sabía que lo debíamos concretar. Busqué pelea con mi mujer por cualquier cosa para irme de nuevo a la pieza.  Al contrario, era mi mujer la que se quería ir. Sin embargo, le dije a mi suegros que yo me iría a descansar, que ella debía quedarse porque esta con su familia. Así que media enojada se quedó con sus primas y primos. Yo también estaba muy borracho más que el día anterior, mi suegra entendió la indirecta y dijo: “Iré contigo, ya que quiero ir al baño, así me haces guardia para que no entre alguno de los borrachos. Además, aprovecho de limpiar un poco, porque están sucios y hediondos”.  Mi suegro no se hizo problema, siguió bebiendo y riéndose con sus primos y familiares. Del local a la pieza estábamos como a siete minutos.

Mientras caminamos le agarré una teta y le dije: “Ahora sí, perra, esta vez te voy a coger”. Entramos a la pieza de una le saqué la ropa. Me desnudé y le agarré del pelo y le di dos cachetadas. “¡Soy tu perra! ¡Cógeme bien rico y duro!” –decía mi suegra. Ella debía regresar, sabíamos que no teníamos mucho tiempo. Subí su falda, le hice la tanga a un lado, hice que se apoyara en la puerta y se la metí de golpe. “¡Ah, sí. Dame por el culo” –decía. “Ahora entiendo porque decías que mi hija gritaba cuando te la cogías. ¡Qué rica verga yerno!” –gemía y gritaba. Se la metía bien duro mientras le agarraba las tetas. Yo bufaba como un toro en brama y ella chillaba como una cerda. “¡Rico culo tienes puta!” –le decía. “¡Ay tesoro me partes el culo!” –decía ella. Cada vez le taladraba su ano con más brutalidad. Sin sacarle la verga del culo la llevé al colchón y la hice que se pusiera en cuatro, mis testículos chocaban de forma brutal en su vulva, nuestros cuerpos chocaban y sonaban como aplausos por la brutalidad de mis embestidas. “¡Ah, mi amor, me partes el culo! ¡Ah, eres un hijo de puta, te estás cogiendo a tu suegra. ¿Te gusta mi culo?” –decía entre gemidos sensuales. “Sí, putita, me gusta tu culo” –le decía sin parar de darle verga y nalgadas.

Agarré sus caderas, yo estaba desenfrenado, ella pedia que se la metiera hasta vaciarme. “¡Callate puta!” –le dije. Le di una nalgada con fuerza, solo la escuché sollozar, su culo era virgen y ahora estaba siendo destrozado por su yerno caliente. Ella no podia creerlo, no tuve piedad, se la metía con fuerza. “¡Ah, dame mi amor, mi culo es tuyo!” –me decía. No aguanté la presión de su culo que palpitaba, acabé dentro de ese rico agujero, había una mezcla de sangre y semen en su ano, era todo un deleite.

Estábamos agotados y satisfechos, ella se arregló la ropa para regresar. “Eres una mierda, me rompiste el culo” –me dijo. “Eres una puta y a las putas hay que darles por el culo” –le dije. Antes de salir me dio un beso apasionado que yo respondí. Así pasaron las horas y regresaron los tres a las 03:00 AM. Yo estaba casi dormido. Se desvistieron rápido, mi mujer estaba caliente, yo seguía igual de caliente que cuando me estaba cogiendo a mi suegra. Solo le volví a meter los dedos, porque si me la cogía su padre podría escucharla, pero su madre estaba muy atenta a lo que pasaba en la cama de al lado. Luego que mi esposa acabara me dormí. No sé cuánto rato había pasado, pero me desperté y mi esposa no estaba al lado mío. Al buscarla con la mirada me di cuenta que estaba en la cama de sus padres, me sorprendí de lo que vi pero me pareció de lo más excitante. Estaba montada encima de su padre moviéndose como loca, mientras mi suegra se masturbaba al lado de ellos. Lejos de enojarme, mi verga reaccionó. Me uní a la morbosa escena metiendo mi verga en la boca de mi suegra, quien no dudó en chupármela. Luego ella se me montó y se empezó a mover, mi suegro se cogía a mi  esposa y yo me cogía a la suya, era un  intercambio justo.

Las pusimos en cuatro mirándose a la cara, él se la metió por el culo a mi mujer y yo a la suya. El placer que se dibujaba en las caras de la madre y la hija era toda una perversión. Gemían como locas, se miraban con lujuria, incluso se besaban y nos pedían que les diéramos con fuerza. Las dos eran igual de putas, pero me sorprendía que mi suegro se cogiera a mi esposa. Estábamos tan calientes los cuatro que no importaba nada, solo el placer de estar cogiendo como enfermos. Después de darle por el culo a mi suegra, se puso de rodillas en el piso y me la empezó a chupan tan rico que no podía contener las ganas de hacer que se la tragara toda, la tomé de la cabeza y se la metí completa, le daba arcadas, se ahogaba, babeaba al tenerla toda en la boca. Mi esposa seguía siendo cogida por su padre y gemía diciéndole: “¡Dame rico, papito!”. Con la calentura que tenía acabé llenándole la boca con mi semen, comiéndoselo todo; a los pocos minutos mi suegro se vaciaba en el culo de mi esposa, era un cuadro de lo más excitante.

 

La mañana nos sorprendió terminando de coger, mi esposa volvió a la cama y le dije: “Saliste igual de puta que tu mamá y le di un beso en los labios. Ya en el transcurso del día me valia verga si estaba mi suegro o mi esposa, trataba a i suegra de puta y le agarraba las tetas y el culo, había veces que le metia los dedos delante de ellos, lo mismo hacía mi suegro, total era algo entre cuatro personas adultas. Compartimos la última noche los cuatro en la cama y esta vez dejamos que nuestras mujeres jugaran entre ellas, nosotros solo nos dedicamos a masturbarnos y a darles semen cuando acabamos. Al regresar a casa, mi suegra y mi esposa iban conmigo en el asiento del auto mientras mi suegro conducía, entre las dos me la chupaban, mi suegro estaba tan caliente que nos tuvimos que detener y entre unos matorrales cogimos, y continuamos el viaje.

Por razones de trabajo no hemos ido a visitarlos ni ellos han venido, pero sabemos que cuando eso pase no pararemos de coger hasta quedar rendidos, lo más perverso de todo es que mi suegra se hizo adicta a mi verga y a que se la meta por su culo, ahora agradezco de haber ido a esa fiesta para descubrir que la madre y la hija son igual de putas.

 

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martes, 22 de abril de 2025

110. Una madre, una monja y un Obispo

 

Doña Ernestina era una recatada señora devota de Santa Asunción de Los Milagros. En su familia, aquella santa siempre fue muy venerada. A esta se le atribuyen muchos milagros que ni la Santa iglesia sabían y todos ellos los había hecho dentro de aquella familia de profundas convicciones y valores espirituales sin fin.

Doña Ernestina, desde que murió su esposo ya no había día que no le rece a su Santa protectora más de una hora por la mañana y otra por la noche cuando se acostaba. A Santa Asunción de Los Milagros ella le pedía una y otra vez que las almas de todos los de la familia fuesen al cielo. De aquella ya solo quedaba ella y una hija que tuvo, la cual siguiendo las tradiciones familiares ingreso en un convento. En aquella gran casa ya había habido más monjas, mucho antes, Pero tal como se fue acortando está, pocas posibilidades había para que las cosas cambiasen. Más bien con la hija de doña Ernestina se terminaría la historia. De aquella santa casa, en cuestiones de monjas y milagros.

Por estas fechas doña Ernestina había cumplido 58 años y su santa hija 35, esta e llamaba Asunción.

Como los caminos del señor se dicen inescrutables, si se presentaron cambios en aquella ilustre y reducida familia. Cambios que nada tenían que ver con las virtudes, con las contingencias, ni con los deberes religiosos atesorados durante muchísimos años portan digna estirpe. Fue un día de febrero, día de San Valentín, cuándo en la casa de doña Ernestina apareció Sor Asunción, la hija de esta, pero ya sin hábito. Después de la sorpresa inicial la ex monjita le fue explicando a su desconcertada mamá por qué había colgado los hábitos después de tantos años. “Me ha costado muchísimo tomar esta decisión y si no te llamé para para decírtelo” – le dijo esta con los ojos húmedos por la emoción. Siguió: “Fue porque no quise que me pusieses impedimentos y así discutir contigo por algo que yo tenía decidido, desde hacía tiempo”. “Pero, ¿qué te ha sucedido para dejar aquella Santa Casa?” –le preguntó con el rostro compungido doña Ernestina. “Verás mamá, detrás de tantas santas y santos, está el factor humano, cosa que cuando ingresé, no podía entender, pero, con el tiempo me di cuenta que en realidad somos personas como las que se ven por la calle. Ni más ni menos. Tarde o temprano en nuestros subconscientes van creciendo las ganas de tener entre las piernas una buena verga, hasta que aquello se convierte en una obsesión, y entonces muchas de nosotras nos largamos con viento fresco” –dice la ex Sor Asunción. Doña Ernestina no daba crédito a lo que oía, ni como su querida hija se lo contaba, lo de una buena verga entre las piernas jamás lo había oído. No pudo contenerse y se persignó varias veces al tiempo que dirigía su mirada hacia el cielo como en busca de santas explicaciones.

Durante horas y horas, la ex monjita fue contando a su más que sorprendida mamá lo que había vivido en aquel mundo cerrado que era el convento. Doña Ernestina seguía atentamente las pecaminosas explicaciones de su querida hija, que nada tenían que ver con un mundo que ella siempre creyó pleno de adoraciones al Creador y Sus santos apóstoles, pero mientras escuchaba las palabras que pronunciaba su tan querida hija, sí notó que su mundo se tambaleaba, incluso sintió en su entrepierna cómo se le humedecía su casi dormido bosque. Doña Ernestina durante los años que vivió con su difunto marido, no logro enterarse de la misa la mitad. Aquel santo marido si le hizo una hija se pudo considerar que fue un accidente. En estas cuestiones no daba pie con bola, y entre que el pobre no daba ninguna a derechas, que su polla más bien era una pollita, y para más desgracia tenía eyaculación precoz, doña Ernestina, nunca logró gozar de los placeres que le contaba su hija, que para ella eran totalmente desconocidos. “Verás mamá, allí en el convento hace unos años llegó una monjita qué parte de su vida la había pasado en un convento en el norte de Francia, y que muy a menudo hasta allí llegaba el obispo de aquella zona para decir la santa misa. Aquel santo hombre era hermoso de verdad y por lo que sé supo tenía una verga como una maza de mortero, que la manejaba con tanta destreza que las monjitas que la probaron acabaron enamorándose de su eminencia. Está monjita que había llegado del norte del país, llegó a ser la preferida de aquel santo Obispo. Por lo que sé llegó a saber esta monjita además de unos pechos como cántaros, tenía un culo como una mula y debía moverlo tan bien que aquel santo varón se enamoró perdidamente de ella y desde entonces ya solo tuvo atenciones de esta. A las demás no nos tocaba ni una nalga” –le dice la ex religiosa. “¡Pero hija! ¡Tú también sucumbiste a sus encantos!” –le dice la mujer mayor. La cara de doña Ernestina era todo un poema. “Sí mamá y no puedes imaginar lo que me hizo, y ¡como llegue a gozar!” –le responde la pecadora hija a su madre. Esta vez doña Ernestina no pudo evitar que se le escaparan unas palabras: “¿Y qué te hizo?” –le preguntó sorprendida de haberlas pronunciado. “De todo mamá, de todo, si vieras cómo es de diestro en estos lances, su eminencia” –le responde Asunción. Por segunda vez doña Ernestina no pudo reprimir el preguntar qué era lo que le hizo a su querida hija aquel santo padre. “Pero dime hija, ¿qué fue lo que te hizo?” –pregunta la curiosa madre. “Lo que primero me hizo y que nunca olvidaré fue meter entre mis piernas, su larga lengua y hurgándome la vagina me hizo subir al cielo de todos los placeres. Después me cabalgó como si fuese una yegua, dejándome exhausta. Y para finalizar me la metió por mi culito, claro al principio me dolió, pero estaba dispuesta a afrontar esa dulce tortura como toda una puta del pueblo más cercano. Mi culo se acostumbró a esa verga y la sensación de placer fue una fiesta placentera, a tal punto que me lo dejó abierto por varios días” –responde la joven a su incrédula madre. Doña Encarnación no daba crédito a lo que oía.

Ahora sí que en su abandonada concha notaba como si allí tuviese un manantial. Otra vez y en voz entrecortada se atrevió a preguntar cómo era esto de metérsela por el culo. “¡Pero mamá! Parece que hayas caído de una nube. Quiere decir que me metió su verga por el culo” –le responde. “¿Y te hizo mucho daño?” –le preguntó alarmada su madre. “Parece que no me prestaste atención. En un principio pegue un grito que se oyó por todo el convento. Pero después sentí cosas que no logro describir, pero si lo disfrute, no quería que se detuviera, quería que me la estuviera metiendo como un loco pero la sensación más sublime fue sentir cuando su semen llenó mi culo, fue perversamente divino” –le respondió. “Estos son terribles pecados” -le dijo incrédula doña Ernestina. “Su eminencia después me daba la absolución. Es un personaje todo amor y consideración. Gozar con él es estar cerca de los cielos” –le aclaró Asunción a su madre. “Si quieres, lo invitamos a pasar unos días con nosotras y así podrás conocerlo” –le dice la ex monja. “Sí que me gustaría, sí. ¿Crees que accedería?” –le pregunta Ernestina. “Seguro que sí. A este santo varón le encanta viajar y conocer a feligresas como tú, con tanta devoción” –le dijo sonriente la ex monjita.

Solo diez días después su eminencia, el obispo, llegaba a la casa de doña Ernestina y la ex monjita, Sor Asunción. Con su porte elegante y vestido con los ropajes propios de su condición parecía un enviado de los cielos para salvar las almas de las dos mujeres extasiadas de su magnífica presencia. En su pecho colgaba un grueso crucifijo de oro y en su mano lucía el preceptivo anillo qué besarían aquellas entregadas hijas de la virgen María. En la casa de doña Ernestina se notaba la presencia de tan santo varón. Aquellas dos hijas de María lo agasajaron como si estás fuesen enviadas por los cielos para honrar a tan insigne hombre de dios. Después de una comida digna de tan ilustre visitante, aquel santo hombre pidió permiso para dormir una siesta que tenía por costumbre en su palacio episcopal. Cuando doña Ernestina lo acompaño a su habitación el santo hombre de Dios le preguntó si deseaba ser confesada por un Obispo. “Pocas ocasiones tendrá en su vida de ser atendida por un pastor convertido en Obispo” –le dijo este con beatifica sonrisa.

Doña Ernestina como si aquello fuese lo más natural del mundo y al cerrar la puerta de la habitación a sus espaldas, se arrodilló ante su eminencia y le besó el anillo, con tanta devoción como si fuese un enviado de Dios Padre. El santo obispo levantándose la falda de su sotana le ofreció aquella entregada feligresa el tesoro que llevaba oculto entre las piernas y del cual ya le había hablado su hija. Doña Ernestina quedándose extasiada al ver aquella gran obra de la naturaleza, allí, aún de rodillas, se entregó con devoción acariciarlo y besarlo repetidamente, mientras con su mano derecha masajeaba lentamente aquel par testículos. Glotona, en cuando aquella enorme soltó toda su carga, ella gozosa la fue saboreando mientras ronroneaba como un bebé en las ubres de la madre. Una hora después Sor Asunción desde la habitación contigua despertó sobresaltada por el terrible aullido lanzado por una garganta humana. Después sonrió gozosa de saber que a su querida mamá aquel santo varón la había atravesado el culo con su maza de mortero.

Movida por la curiosidad o el morbo se levantó de la cama y fue a la habitación del Obispo, los gritos y gemidos eran intensos, el solo hecho de saber que su madre estaba siendo cogida por aquel emisario de Dios la ponía caliente, sentía como su vagina corrían fluidos tibios que se deslizaban por sus muslos. Estaba tan perdida en esas sensaciones que empezó a jugar con su clítoris como poseída. Era tanto el placer que sacudía su cuerpo que tapaba su boca con su mano libre para apagar sus gemidos. Entonces su morbo fue más allá, abrió lentamente la puerta casi sin hacer ruido y lo que vio no solo le pareció un espectáculo pecaminoso y candente, también le pareció como si su madre estaba siendo cogida por su santo varón de Dios. Doña Ernestina estaba en cuatro sobre la cama y el Obispo le taladraba su agujero con furia mientras le decía: “Así le gustaba a tu hija que se la metiera”. Su madre solo gemía y resoplaba de placer recibiendo cada embestida como una mártir en manos de su verdugo. “¡Oh, Su Eminencia! ¡Es simplemente divino!” –le decía la mujer al religioso que se la metía como si no existiera mañana. Asunción desde su lugar de privilegio observaba pero no dejaba de jugar con su clítoris. Entre el placer y el morbo la ex monja se debatía viendo como su madre recibía verga por su anudado agujero, cada vez más cerca del placer Asunción se detuvo solo por un segundo, ya que cambiaron de posición, el Obispo se tumbó en la cama y su madre se subió en esa verga que ella había probado anteriormente. Su madre se empezó a mover como si la vida se le fuera en cada movimiento, subía y bajaba encima de esa verga gimiendo y diciéndole al Obispo que aunque su alma se perdiera en el infierno no se detendría.

Ante tal derroche de lujuria y pecado Asunción no pudo contenerse más, se entregó a ese morboso placer y dejó que el orgasmo la acariciara con delirio. Aunque no pudo contener sus gemidos, sí disfrutó de tan morbosa escena. Al verse sorprendida por aquellos pecaminosos amantes quedó pasmada al escuchar la voz del Obispo decirle: “Hermana Asunción, ¿se va a quedar de pie sin hacer nada? Recuerde sus tiempos en el convento y como se daban placer entre ustedes por las noches”. Era una deliciosa invitación al pecado, pero era distinto hacerlo con esas monjas deseosas de sexo en el silencio de las celdas, que hacerlo con su propia madre. En esa lucha de lo correcto e incorrecto, el Obispo insistió, ahora ella no dudó, se acercó como si estuviera poseída y besó con lujuria los labios de su madre. “Sabía que esta visita te iba a gustar madre” –le dijo. La mujer no paraba de moverse encima de la verga del Obispo, mientras su hija jugaba con sus tetas que a pesar de los años se resistían a ceder a la Ley de Gravedad. “¡Ah, hija, es la mejor visita que hemos tenido! ¡Tenías razón al decir que es un enviado del cielo!” –decía doña Ernestina gimiendo con perversión mientras su pequeña hija le apretaba los pezones que le dieron de mamar en su primera infancia.

Después que su madre fue víctima de tan divino placer y quedar rendida en la cama, el Obispo la hizo ponerse de espaldas sobre la cama, Asunción con una mirada de aquel hombre de Dios entendió perfectamente lo que debía hacer.  Acercó su boca a la poblada y húmeda vagina de su madre, la mujer suspiraba expectante a lo que iba a suceder, el Obispo levanta a la ex monja de las caderas y la deja con su intimidad expuesta a los deseos lujuriosos de su mente “celestial” o “endemoniada”. La hija empezó a recorrer la vagina de su madre tal como lo hacía en el convento cuando sus ganas de sexo la llevaba a invadir alguna celda y darse placer a destajo con aquellas que estaban en la misma situación que ella. Doña Ernestina gemía como loca y decía: “¡Oh, hija, esto es tan divino como profano!”. De pronto Asunción sintió como la verga del Obispo se clavaba en su culo y se abría paso lentamente, el grito de placer se escuchó en toda la casa e hizo estremecer a su madre. Las embestidas del representante de Dios eran lentas al principio, pero después lo empezó a hacer con fuerza. Su agujero se había dilatado perfectamente permitiendo la más deliciosa de las penetraciones, ya que le entraba completa la verga del Obispo, mientras los ojos de su madre permanecían cerrados disfrutando como la lengua de su hijo se perdia en el interior de su vagina. Las olas de placer que madre e hija sentían las hacían delirar, era como si tocaran el cielo con sus pecaminosas manos y a la misma vez descendían al más profundo infierno lujurioso, ambas gozaban, gemían y se retorcían. El Obispo ya no pudo resistir más y les dijo que estaba pronto a acabar, les ordenó a las dos ponerse de rodillas en el piso, mientras la mirada de lujuria de aquel hombre de Dios se dejó ver en su plenitud. Madre e hija estaban arrodilladas cual penitentes esperando recibir la “bendición” de ese piadoso hombre enviado del cielo para mostrarles el placer absoluto placer.

Las dos estaban con las bocas abiertas esperando para disfrutar ese espeso semen que se habían ganado de sorber a punta de sudor y entregándose sin contemplaciones. El Obispo se masturbaba frenético frente a ellas hasta que su semen salió expulsado en gruesas gotas que madre e hija degustaron con devoción, incluso compartieron en un beso apasionado. Doña Ernestina nunca pensó estar en esa situación pero le encantó compartir su lujuria por primera vez con su hija y en la compañía de un hombre de Dios. Los días posteriores el Obispo siguió en la casa de aquellas dos fieles seguidoras de Cristo teniendo las más lujuriosas orgias con la madre e hija y disfrutando de todas las atenciones sexuales que estaban dispuestas a darle.

Cuando el santo varón volvió de a su convento, las dos mujeres siguieron en su casa, ahora con una amplia mirada de que lo prohibido puede ser más satisfactorio si se hace en casa y en familia.

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

sábado, 19 de abril de 2025

109. De camino a casa, algo inesperado

 

No había empezado bien el día. Como uno de tantos, la mañana había comenzado con un nuevo cruce de acusaciones entre mi esposa y yo. No podía decirse que las cosas estuvieran yendo bien los últimos meses, incluso quizá los últimos años. Ni desayunar en casa me dieron ganas, porque estaba deseando salir de ella y poder pensar que había otra vida. Tras 18 años de matrimonio, las cosas no iban ni bien ni mal; sencillamente, pareciera que no iban. Los años de Universidad y de risas, de fiestas, de copas, habían dado paso a otros años donde las fiestas no eran menos divertidas, aunque sí algo menos alocadas. El sexo, por el contrario, había seguido siendo el mismo. Habíamos evolucionado poco en nuestra técnica, en nuestras fantasías, que jamás se habían visto cumplidas o por atrevidas, según opinaba ella, o por inexistentes, según intuía yo. Me subí a mi auto con rumbo al trabajo, el auto  avanzaba lento por las calles de la bulliciosa ciudad. Todos parecían tener prisa por llegar a su destino. Todos parecían que tenían claro el objetivo de su día, el objetivo de su vida. Esa maldita sensación de que la vida se escapaba sin saborearla al máximo estaba siendo un sabor demasiado continuado en mi paladar cada mañana.

Pasar cerca de la Universidad cada mañana era un soplo de aire fresco. A mis 42 años, no me podía considerar ya un viejo verde, pero la sensación de avanzar entre jóvenes me devolvía por unos minutos a mi vida de juventud, a esa vida donde uno piensa que la vida es un libro donde uno tiene la posibilidad de escribir cada página a su antojo y a veces uno se queda sin tinta en el bolígrafo, y otras, sencillamente deja pasar hojas sin rellenar, a sabiendas que luego, uno puede lamentarse.

Entre esas hojas en blanco, sin duda, estaba la infidelidad a mi esposa que jamás había cometido y siempre había sido una de las páginas que más me hubiera gustado escribir. Avanzar entre jóvenes de 20 años no era el mejor sitio para olvidar ese sueño. A pesar de ello, siempre guardaba especial cuidado en circular lo más despacio posible para no tener problemas con las cada vez más numerosas bicicletas que el Campus atraía. ¡Qué distintos los tiempos!

De acuerdo, el hecho de ir despacio también me permitía poder examinar de manera más que detenida los cuerpos de las chicas que acudían puntuales a su cita con la Sabiduría. Gracias a mi prudencia, he podido evitar más de un accidente. La chica que avanzaba a mi lado por el carril bici era del tipo que es imposible no mirar. Una falda corta, camiseta blanca ajustada y esa prenda objeto de culto: una chaqueta de jeans, pañuelo al cuello y un bolso enorme eran los complementos perfectos para ser la chica fashion que tendría que rivalizar con cientos de competidoras en cuanto a ropa, accesorios y peinado. Qué diferente la Universidad hoy en día de la que yo recordaba y cuánto enviaba a los chicos de ahora.

Fue rápido y casi como esas pruebas de los concursos donde se encadenan golpes, bolas que caen, palancas que accionan motores que mueven poleas que suben cubos que bajan pelotas que mueven objetos. Un grupo de jóvenes hablaban animadamente en una esquina, junto a un semáforo, cuando pasaba la chica a la que venía observando desde hacía unos minutos. Una gorra que salía volando, impactaba en la cara de otra chica, que sin poder evitarlo y como un acto reflejo dio un paso atrás mientras empujaba a otra chica que estaba justo detrás de ella. Esta retrocedió de manera involuntaria quedando su pie en el aire, al terminar la acera bajo su cuerpo y precipitarse justo hacia atrás sobre el carril bici, metiendo el zapato entre los rayos de la rueda delantera y empujando a la chica de la bicicleta. En ese momento yo estaba justo a la altura de ella y pude ver cómo intentaba sujetarla o frenarla con una de sus manos, mientras el movimiento hizo que su bolso resbalara de su hombro y las asas se deslizaran a lo largo de su brazo, cayendo hasta el manillar. Anticipando lo que iba a ser una caída casi segura, bajé más la velocidad hasta notar el sonido de la bicicleta deslizándose por el espejo izquierdo de mi auto a lo largo de la puerta del acompañante y cómo la chica iba perdiendo el equilibrio hasta que acabó tumbada sobre el capó delantero del coche. Balance: La rueda delantera con algunos rayos rotos, una pequeña herida en la pierna producto seguramente del roce de su piel contra alguno de los rayos que quedaron sueltos y la falda un poco subida y naturalmente, unos preciosos arañazos en el lateral de mi coche.

En un instante, la chica estaba rodeada de esos jóvenes que habían provocado su accidente, la bicicleta había quedado en el suelo y yo mirando el panorama, pero lo peor, era que me sentía el padre de todos esos muchachos. Con mi traje y mi corbata, contrastaba con el aire desenfadado del resto. La chica se disculpaba ante mí, pidiendo perdón por cómo había quedado la puerta de mi coche, por el susto que me había dado y sobre todo, sin poder asumir como culpa suya y diciendo que había sido empujada por ese grupo, ante cuyas palabras y constatando que la chica estaba bien, habían comenzado a dispersarse con la consabida consigna de: “Tonto el último”. Allí quedamos la chica, su bicicleta y yo. Lógicamente, salió el caballero rescatador que todos llevamos dentro. “¿Estás bien?” –le pregunté. “Siento mucho no haber podido evitar que tu coche sufriera el roce de la bicicleta. Imagino que algo debo hacer al respecto aunque mi bici no tiene seguro” –decía ella mientras sonreía y miraba su reloj. “¿Vas tarde?” –le pregunté. “Creo que en el estado que ha quedado la bicicleta no puedes usarla, así que deberíamos buscar algún sitio donde repararla” –añadí. “Digamos que ya no llego a la única clase que tenía hoy” –me respondió. Mientras decía eso, sacaba un paquete de toallas húmedas de su bolso para limpiar unas pequeñas gotas de sangre de su pierna. “¡Más encima estás herida!” –le dije en tono serio. Me agaché y pude ver de cerca esa pierna que se ofrecía realmente suave y firme al tacto. “Espera que en el coche tengo un pequeño kit de primeros auxilios” –dije mirándola a los ojos. “No te molestes” –dijo ella, usando esa forma tan natural que les sale a las jovencitas a la hora de tutear a cualquier persona por muy mayor que sea. Yo me sentía realmente mayor al lado de una preciosidad como esa. “No creo que me haga falta el boca a boca ni la reanimación cardiorrespiratoria” –me dijo sonriendo.

Antes de que pudiera darle tiempo a reaccionar, tenía un algodón empapado con agua oxigenada y me estaba agachando junto a su pierna. Ella tomó el algodón y me lo arrebató de las manos mientras sonreía: “Deja, que no me parece bonito que encima de haberte dañado el coche, retrasado en tu camino al trabajo, supongo, estés ahí, agachado delante de mi curándome. Además, que no es tan grave”. “Yo diría que lo que no te parece bonito es que un viejo como yo pretenda tocarte la pierna con la excusa de tu herida, que es lo que realmente pretendía”–le dije mientras le sonreía. “Yo aún no he visto a ningún viejo por aquí, francamente. Y te digo más, a un hombre como tú, no le hacen falta excusas para tocar una pierna ni otras cosas” –me dijo. En ese momento, me di cuenta que me estaba mirando de arriba abajo, mientras pasaba el algodón por su muslo. Lo hacía sin prisa, queriendo que notara que me miraba y que no era una mirada superficial, sino profunda. Dejé de imaginar cosa, porque a esas alturas, ya estaba empezando a imaginarme otras cosas que no serían confesables jamás, salvo al sacerdote de mi colegio, claro está, pero porque siempre se empeñaba en sacarnos los malos pensamientos con alguna “amiguita”. “Mira, si te parece, y como no creo que a estas horas podamos dejar tu bicicleta en algún taller para repararla, podemos esperar a que abran desayunando, ¿te parece?  Yo no he tomado nada aún y ya que se me ha pasado el susto de haberte podido atropellar, me está entrando hambre” –le dije. “Pero, ¿y la bici?” –dice ella. “Prometo devolvértela. En cuanto abran, la llevamos al taller que la reparen” –dije sonriendo mientras abría el amplio maletero trasero de mi auto. Eché los asientos hacia delante, plegándolos, dejando sitio para que la bici pudiera entrar sin problemas. “Vamos, siéntate y ponte cómoda, que te invitaré al desayuno completo” –le dije. “¿Completo?” –preguntó ella sonriéndome maliciosamente. “Parece que aquí las cosas están cambiadas” – dije yo mirándola fijamente a los ojos y sonriendo de la manera que recordaba años atrás, era garantía de éxito entre las chicas. “Debería ser yo quien tendría que estar insinuando toda suerte de dobles sentidos con una chica tan guapa y tan sexy como tú, y no al revés. Dije completo, porque hay que empezar el día con energía, con fruta, con tostadas, con cereales y con leche” –le dije. Mientras decía esto, ya había arrancado el coche y nos encaminábamos a una zona donde pudiera estacionar junto a la cafetería y eso sólo es posible en esos sitios donde sacamos lo peor de nosotros mismos: Un polígono industrial. “Si no te importa, prefiero empezar por lo último, por la leche” –me dijo de manera perversa. Su mano se dirigió a mi cinturón, que abrió de manera lenta y sugerente, mientras alternaba su mirada a mis ojos con otras miradas a lo que iba apareciendo a cada gesto que sus manos hacían. Desabotonó mi pantalón y bajó suavemente la cremallera, dejando a su vista mi ropa interior, pero que dejaba ver la erección que me estaba provocando lo directa que era aquella chica. “Solo conduce, que cuando menos te lo esperas, se puede producir un accidente. Te lo digo por propia experiencia” –dijo mientras sacaba mi verga del slip sujetándola por la base con su mano, dejándola totalmente erecta y lista para la acción.

Con mi verga en su mano, acercaba su boca hacia mi verga mientras jugaba con sus ojos buscando los míos, con la boca levemente entreabierta y su lengua juguetona a lo largo de su labio inferior. “Aún no sé el nombre de la chica que está a punto de chupármelo” –dije. “¿Acaso importa?” –respondió con una voz absolutamente embaucadora que daba muestras más que sobradas de lo acostumbrada que estaba a dominar estas situaciones y por tanto, a los hombres. Su cabeza estaba ya debajo de mi brazo y su mano acariciaba lentamente mi muslo derecho, justo el pie que pisaba el acelerador, algo peligroso a todas luces, porque estaba deseando que quien lo pisara fuera ella y se metiera de una vez mi verga en esa deliciosa boca. “Vamos, no te demores más y trágatela ya, ¡Zorra!” –dije sorprendiéndome a mí mismo de oírme hablarle así groseramente. “Veo que por fin has dado con mi nombre” –dijo sonriendo al tiempo que daba el primer lengüetazo a mi glande. La imagen no podía ser más sensual y más surrealista al mismo tiempo. Sensual, porque la chica tenía su suave y lisa melena morena apartada a un lado de su cabeza y reposaba sobre mis muslos. Sus perfectos labios pintados de un suave tono rosa la hacía aún más sensual y ver esa boca que jugueteaba ahora descaradamente con mi glande, haciendo pequeños movimientos de su lengua alrededor del mismo, me estaba volviendo loco. Surrealista, porque jamás pensé cuando esa mañana salía de casa, que pudiera encontrarme en una situación como esa, de manera inesperada, fortuita y sobre todo, impensable en mi monótona y calculada existencia.

Aún no había reaccionado. Me limitaba a dejarme hacer, me limitaba a vivir esa experiencia que me estaba brindando una chica desconocida de unos 20 años, quizás un poco más.  A ciencia cierta, no podía ni estaba en situación de hacer otra cosa que disfrutar de ese momento y simplemente me dije que no podía dejar pasar la ocasión. Deslicé una de las manos del volante y sujeté su cabeza, empujándola hacia abajo haciendo que mi verga entrara en su boca mucho más de lo que había hecho hasta ahora, que se había limitado a succionar levemente al glande y a lamerlo pasando la lengua alrededor de él. “Vamos, trágatela de una vez” –le dije empujando su cabeza hacia abajo. “¡Uy sí, quiero comérmela toda!” –dijo. Acerté en interpretar que decía mientras se notaba que tenías la boca totalmente llena de mi verga. “Parece que te gusta ser usada, que disfrutas más cuando te digo lo que quiero que hagas” –le dije intentando tantear si era una suposición mía o estaba ante una autentica jovencita deseosa de entregarse a un hombre maduro como yo. Ella se limitó a sacarla de la boca, dejando caer una buena cantidad de saliva sobre la punta de mi verga y mientras me pajeaba con movimientos lentos y largos, haciendo que su mano se deslizara desde la punta de mi miembro hasta la misma base, para ascender de nuevo con una suavidad y una presión deliciosa, se acercó a mi boca y me besó sin quitar su mirada en ningún momento de mis ojos. Fue un beso largo y profundo, como parecía que esta chica hacía todo. Nada era superficial; ni vago; todo estaba perfectamente predeterminado. Esa decisión, esa seguridad que da la juventud, justo por vivir de manera despreocupada sin pensar en consecuencias. En solo dejarse llevar por un deseo que sentía en ese momento.

Su boca jugaba con la mía. Sus labios y los míos no paraban de buscarse, separándose y volviéndose a juntar. No era un beso de película, era un beso lleno deseo, era un beso en el que compartíamos saliva, y no poca, porque su ansiedad por sentirse dentro de la mía, la hacía abrir mucho la boca para que pudiera entrar en ella. La besaba como si no hubiera nada más que hacer, pero lo había. De hecho, mi ansia al besarla venía motivada por la paja tan monumental que me estaba haciendo. Ni mis propias pajas mañaneras que algunos días me regalaba, tenían la habilidad de en cada movimiento, pasar por tantos puntos diferentes y sentir la juventud de esa mano, también ayudaba a que mi excitación fuera en aumento, haciendo que mi verga se pusiese aún más dura de lo que ya lo estaba a esas alturas. “¡Dame más saliva!” –susurró a mi oído cuando se separó de mi boca sin pedir permiso para hacerlo. “¿Cómo?” –pregunté yo sin entender exactamente qué quería. “¡Que me regales más saliva, que quiero llenarme la boca de ti!” –me respondió. Sin entender muy bien qué estaba pasando, recogí de mi boca toda la saliva que encontré y la concentré en la parte delantera, pegada a los labios cerrados que fui entreabriendo poco a poco al sentir que ella juntaba su boca a la mía y con su lengua, muy hábil, tenía que reconocerlo, fue robándola y llevándosela a su propia boca para luego, tras un suave beso, volver a bajar hacia mi verga. Apenas llegó a ella, dejó caer toda la saliva que había acumulado, notando como su propia boca volvía a recuperarla, haciendo que mi verga se notara empapada de esa saliva cálida que la envolvía, unida  al calor de su propia boca. Era increíble las sensaciones que esa chica estaba dándome en apenas unos minutos.

Aún no parecía entender que tenía a una joven dispuesta para mí en mi propio auto; una chica que minutos antes iba montada en una bicicleta en dirección a sus clases de Universidad. Cuando me percaté de la situación que estaba viviendo, no pude por menos que mirarla de arriba abajo, pasando mis ojos por todas las curvas de su cuerpo. Sus piernas, ahora podía percibirlas mejor, tenían unos muslos firmes y redondeados que serían la delicia de cualquier hombre de mi edad. Bueno, de cualquier hombre, independientemente de la edad que tuviera. Mi mano se escapó hacia ellos, buscando sentir la suavidad de su tacto. Ella, recibió mi caricia sobre sus muslos, entreabriendo sus piernas suavemente, en lo que era toda una invitación a usarla. Mis manos buscaban  el borde de su falda para avanzar bajo ella buscando su ropa interior. Cuando la alcancé, el tacto suave del algodón me recordó la poca edad de la chica y lo diferente que era su ropa interior a la que mi mujer usaba. Mis dedos apartaron la braguita para hundir un dedo en su vagina. Un excitante gemido fue la reacción a mi penetración. Al tiempo, acrecentó la violencia de las chupadas que su boca le estaba dando a mi verga. Lentamente, notaba como sus piernas se estaban abriendo aprobando mis avances, ante lo que me iba creciendo, haciendo más atrevidas mis incursiones. Saqué ese primer dedo y lo deslicé a lo largo de sus labios vaginales. Tenía una perfecta y depilada vagina que me estaba volviendo literalmente loco. Junté dos dedos y avancé decidido hacia una segunda penetración. Otro dulce gemido salió de sus labios. Evidentemente, algo estaba claro y era que aún tenía mucho que disfrutar si le gustaba ser penetrada.

No había vuelta atrás y sobre todo, era la primera vez que me ocurría una cosa así, así que decidí que era el momento de cumplir todas mis fantasías y de dejarme llevar por el placer sin importarme nada más. Durante toda mi vida, solo había habido una mujer, un solo cuerpo se me había entregado, una sola  boca había chupado mi verga y una sola vagina había tocado, perforado, taladrado, penetrado. Hoy se me ofrecía lo que tanto había soñado y nunca me había atrevido a buscar, pero era diferente, no lo había buscado, sino que había venido a mí. Decidido a dejar salir mí verdadero yo, tantas veces reprimido, como ya estábamos en medio de esas fábricas y talleres junto a la Universidad, decidí buscar una calle más tranquila y encontré una sin salida con un enorme descampado al fondo, y hacia allí dirigí el vehículo. Frené, eché el freno de mano y me dediqué a tocarla. Mis manos estaban desatadas y no podía creer lo que un cuerpo tan sensual estuviera a mi disposición, así que le quité la chaqueta de mezclilla que tenía puesta y la tiré al asiento de atrás, mientras ella buscaba una y otra vez mi verga cada vez que al desvestirla tenía que dejar de chuparla. No podía esperar siquiera a quitarse la camiseta, y pretendía lanzarse de nuevo por ella. “¡Espera, Zorra, que no vas a pasar hambre esta mañana! No te apures, que tendrás tu leche. Te la daré para que te la bebas toda y no dejes escapar ni una sola gota” –le dije mirándola a los ojos directamente, esperando ver la reacción a mis palabras. “Eso espero, y hazlo pronto, que cuando pruebo el sabor del semen, es cuando verás lo puta que puedo llegar a ser” –decía ella mientras me miraba y pasaba sensualmente un dedo por sus labios Le saqué la falda, mientras que no tuve la misma paciencia con sus braguitas de algodón, a las que le metí dos dedos y de cada mano para romperla y arrancárselas sin necesidad de quitársela. “Me pone muy perra que me rompan la ropa” –me dice con un tono endemoniadamente sensual. “Y a mí me pone sentir una vagina empapado como he notado la tuya antes” –le dije mirando su desnuda concha tras haberle arrancado las bragas. “¿Así que te gusta lo mojada que está mi vagina, no?” –me preguntó mientras apoyaba su espalda en la puerta y se ponía totalmente de frente a mí, subiendo una pierna sobre el tablero y la otra, pasándola entre los dos asientos delanteros para quedarse totalmente abierta de piernas ofreciéndome su vagina. Mientras decía eso, sus dedos jugaban con su clítoris con una mano y los dedos de la otra, no paraban de mover los labios vaginales a un lado y a otro, separándolos lentamente y volviéndolos a juntar, mientras de vez en cuando, se llevaba los dedos a la entrada de su vagina para meter la yema de los dedos y llenarlos de la brillante humedad que emanaba de su sexo caliente.

Seguía jugando con sus dedos con sensualidad, gimiendo delicadamente, disfrutando cada segundo. “A mí también me gusta sentir mi vagina mojada mientras me masturbo para un hombre mayorcito como tú” –dijo mientras forzaba su voz haciendo que aún pareciera más infantil, sin querer darse cuenta del juego peligroso al que estaba jugando, poniéndome tan caliente. “Pues disfrutemos los dos” –le dije mientras yo seguía pajeándome lentamente sin quitar mis ojos de esa rosadita vagina. “Pero seguro que a una zorra como tú le gustará también sentir algo más que suaves caricias de sus dedos en su vagina” –le dije caliente y deseoso por cogérmela. Mientras ella seguía tocándose y mirándome descaradamente a los ojos, me acercaba poco a poco. No recordaba lo incómodo que era tener sexo en el auto, pero al tiempo, lo morboso de verme ahí, donde cada aburrida mañana me veía dirigiéndome hacia el trabajo, ahora estaba teniendo sexo con una desconocida. Empecé a lamerle la pierna a la altura de la rodilla, lentamente, besándola mientras ella miraba hacia abajo sin dejar de mantener la mirada fija en mis ojos y yo sin querer dejar de mirar su vagina a la que cada vez me acercaba más. El olor suave y sensual de su cuerpo invadía todo el coche. Mis manos subían por un muslo mientras que mi boca iba subiendo por el otro, al mismo tiempo que ella seguía acariciándose lentamente el clítoris. “¡Quítate el brasier, quiero verte las tetas y los pezones!” –le dije. Ella parecía resistirse a dejar de tocarse, por lo que decidí avanzar de manera más rápida hasta que por fin, estando delante de su vagina, abrí mi boca por completo y noté que mi lengua estallaba contra toda su concha, contra sus labios, contra su clítoris, contra su vulva, tenía mi boca totalmente abierta y sentí ese primer contacto de una vagina joven, una vagina diferente a la que había estado presente en mi vida desde que era un adolescente. Por fin, tenía otra concha en mi boca,  ¡y qué concha!

No quería mover la lengua, ni la boca, ni los labios, me encontraba totalmente pegado a ella notando su calor y notando casi las palpitaciones que su clítoris sentía a cada golpe de latido de su corazón. Retiré suavemente la boca mientras ella cerraba los labios tras de cada centímetro que me retiraba, notando cómo mis labios eran los que iban notando su clítoris, y su vulva, sus labios, su sabor, hasta que por fin, junté los labios y le da un beso delicado, para luego sacar la lengua y empezar a lamer sin parar ese clítoris que me estaba llamando. Lo acorralaba, sin dejarlo escapar, lo aprisionaba contra su propio cuerpo y lo empujaba hasta que finalmente, cedía y se escapa hacia algún lado sin que mi lengua pudiera mantenerlo firme, para volver a atraparlo de nuevo en su posición inicial, una y otra  vez, sin parar, notando como la respiración de mi entregada estudiante se iba agitando irremediablemente. De  vez en cuando, miraba hacia sus ojos con los que me encontraba una y otra vez. Se notaba que casi más que la lamida que le estaba dando, la excitaba sobremanera ese contacto visual, sentirse observada, sentirme mirada y mirar a la vez, a la persona a la que había decidido entregarse en esa mañana. “¡Eso, lámeme así y  cógeme con tus dedos!” –decía jadeando y pellizcando sus pezones, regalándome una imagen tan diferente a la que estaba acostumbrado a ver. Sin esperar un instante, mis dedos se metieron en su vagina de manera violenta y profunda, al tiempo que mi lengua seguía lamiendo y mis labios devorando su clítoris y sus labios vaginales, jugando con ellos. “¡Sí,  así! ¡Más adentro!” –decía sin dejar gemir y de mirarme. Me estaba volviendo literalmente loco y notaba que ella se estaba acercando al orgasmo así que incrementé el ritmo de la penetración con mis dedos,  al mismo tiempo que mojé el dedo gordo de mi otra mano y lo empecé a meter en su culo lentamente. “¡Voy a acabar! ¡Sigue, no pares por favor!” –gritaba con lujuria. “¡Eso putita acaba!” –le decía. “Sí, ya viene el orgasmo, no pares!” –gritaba y bufaba. Se movía adelante y atrás lo que permitía que mis dedos siguieran dentro. Al fin el orgasmo la estaba dominando, sus gemidos eran tan intensos que sentía como si se amplificaran en el auto que tenía sus vidrios empañados.

Cuando el orgasmo dejó de causar estragos en el cuerpo de la sensual desconocida, me cambié al asiento de atrás y ella entendió a la perfección lo que iba a suceder. Se subió encima de mí en horcajadas y se ensartó mi verga en la concha. Abrió la boca y bajó lentamente, un suspiro erótico salió de sus labios y me dijo: “¡Hace tiempo que tenía ganas de coger con un hombre mayor! ¡Me tienes tan caliente!” –me dice. Yo estaba como loco chupando sus exquisitos pezones, mientras ella se movía lentamente encendiendo más mi deseo por ella. Estaba agarrado de su cintura disfrutando de esos candentes movimientos, me enloquecía, me ponía caliente tenerla encima de mí gimiendo. “¡Ay, qué rico!” –decía aumentando sus movimientos. Sentía como la vagina le palpitaba y succionaba mi verga, sus gemidos se hicieron deliciosamente intensos y mi verga también palpitaba, ambos estábamos cerca del orgasmo, nos besábamos con lujuria, la chica desconocida me decía: “¡Quiero esa leche que me prometiste!”. Ya totalmente perdido en la lujuria acabé deliciosamente en su conchita, ella me miró con una deliciosa sonrisa y me dijo: “¡Se siente caliente!”. Ella continuó con sus movimientos mientras chorros de semen seguían llenándole la vagina y el orgasmo golpeó su juvenil cuerpo que se arqueaba perversamente.

Nos vestimos, bajamos del auto para arreglar nuestra ropa y nos besamos como dos adolescentes. “¡Qué rico desayuno me diste!” –dijo. Yo metí mi mano debajo de su falda tocando su vagina y le dije: “Esa es la idea, cumplir lo que se promete”. La llevé a la universidad y le dije que pasaría por ella más tarde para entregarle la bicicleta, ella sonrió y me dijo: “¡Verdad! Se me había olvidado”. Cuando se bajó del auto le dije: “Nos volveremos a ver pronto”. Ella sonrió perversamente y me dijo: “Eso tenlo por seguro”. Intercambiamos teléfonos para devolverle la bici. Como ya había el tiempo, llamé a la oficina y dije que estaba enfermo, perdí ese día de trabajo pero gané la más sensual de las experiencias con una sensual chica más joven que yo. Con el paso de los días nuestros encuentros se hacían frecuentes y los viejos edificios de las fábricas eran los mudos testigos de nuestra calentura. 

 

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jueves, 17 de abril de 2025

108. Me dejo seducir en una sala de cine

Debo reconocer que la curiosidad a veces nos hace tomar decisiones un tanto alocadas, me sucedió a mí hace algunos años. Todos los que viven en Santiago de Chile recordarán que en a media cuadra de la Plaza de Armas, por la calle Monjitas estaban los míticos cines Mayo y Nilo, famosos por ser rotativos de pelicular triple X. Respiro hondo e intento que las pulsaciones vuelvan a su ritmo habitual, aunque no lo creo posible. La situación me sobrepasa un poco, no sé si estoy lista para algo como esto y sin embargo me veo yendo hacia la boletería y pidiendo una entrada. El hombre, de unos sesenta años, con un cigarrillo entre los labios me mira repasándome y alza una ceja. Tengo los pezones duros, el escote del vestido blanco es profundo y contrasta con mi piel morena. Sé que los ve. El tejido es tan vaporoso que se transparenta. “¿Solo una?” –pregunta con la voz enronquecida por años de darle a la nicotina. “¡Sí!” –confirmo mordiéndome el labio inferior. Él asiente y termina por darme la entrada, cuando voy a pagar, con su mirada puesta en mis tetas, se niega a recibir el dinero. “A esta sesión invita la casa” –me dice. Guardo el billete y murmuro un “gracias”.

La sala estaba no tan llena, calculo que debe haber unas 30 personas. Si bien es cierto estaba ubicada la boletería en pleno pasillo principal, a nadie parece preocuparle que alguien pueda entrar. Muchas salas de este tipo han ido desapareciendo pero estas como gigantes heridos intentan sobrevivir hasta que la municipalidad lo disponga. El cine es viejo, está poco cuidado y en cuanto entro en la sala me doy cuenta que las butacas tienen el mismo tiempo que el hombre de la entrada. Está a oscuras y se distinguen varias cabezas afincadas con una distancia prudente. Podría haberme sentado en la última fila, pero entonces no hubiera tenido gracia. Había venido hasta aquí por mí, para cumplir una fantasía, para demostrarme que era capaz de hacerlo porque sí, porque yo era dueña de mi propia sexualidad y si eso me excitaba, quería realizarlo. Ocupé una de las plazas centrales y respiré intentando templar los nervios, cosa poco probable. Me recliné un poco en el asiento y saboreé mis labios resecos, esperando a que diera inicio la película. Ni siquiera me había preocupado en ver de qué iba, al fin y al cabo era porno, no se destacaba por el argumento. Noté un crujido a mis espaldas, alguien había ocupado el asiento que quedaba detrás de mí. Noté un movimiento a mi derecha, no quise mirar, estaba demasiado histérica como para hacerlo. Necesitaba una inyección de coraje para no levantarme y salir corriendo.

Un hombre se acomodó en el asiento de al lado y un minuto después tenía otro en la butaca de la izquierda. Mi corazón se había desbocado, ahora sí que ya no iba a moverme. Miré mis muslos. Al sentarme había subido la falda adrede, tan cerca de mi sexo que era como asomarse a un precipicio. Estaba mojada, la situación me excitaba y negarlo era de hipócrita. Apreté con fuerza los reposabrazos cuando la piel del hombre de mi derecha me rozó el brazo. Iba en manga corta, mi vestido se abrochaba con un simple lazo en la nuca despejada. Me había recogido el pelo en una cola alta. Hacía calor, ¿o era yo quien sudaba? Los gemidos no tardaron en inundar los altavoces de la sala. En la pantalla una casada insatisfecha, a quien el plomero le estaba desatascando algo más que las tuberías de casa. Un clásico, un cliché que me erizó la piel cuando el hombre de mi izquierda pasó con sutilidad la yema del dedo por el lateral de la rodilla. Suspiré con fuerza. Seguía sin apartar los ojos de la pantalla cuando en la parte trasera de mi cuello noté un aleteo. El hombre que estaba detrás intentaba deshacerme la lazada. El aire se acababa de volver denso. Mi entrepierna un lago en el que bucear y me dolían los pechos de necesidad, cuando la prenda cayó como el telón de un teatro. No pude contener el jadeo al comprender que mis pechos estaban desnudos, expuestos y que las manos que tenía detrás bajaban por mi clavícula para enroscarse como una serpiente sobre mis pezones.

Mis compañeros de butaca, al ver mi predisposición, no se quedaron quietos. El de la derecha tomó una de mis manos, la hizo descender por su abultado vientre y la internó en una bragueta más que dispuesta. Su miembro era corto, grueso y envuelto en vello crespo. Mi mano lo envolvió y se puso a frotar arriba y abajo, arrancando un gruñido de aceptación. El de la izquierda pasó a la acción, pasó de mi rodilla y metió la mano entre mis muslos gozando de la sorpresa. No llevaba bragas, solo me vestía la necesidad de mis labios vaginales húmedos. Sus dedos no eran suaves, más bien curtidos, de alguien que ha usado las manos durante años para trabajar. Frotó mi sexo, instándome a separar las piernas y cuando lo hice insertó los dedos sin remilgos. Jadeé con fuerza, la misma que él uso para perforarme y tratar de alcanzar mi útero. Los pellizcos de los pezones iban ganando intensidad. El aire era cada vez más escaso y cargado de sexo. Los gemidos de la pantalla se fusionaban con los míos propios y los de los pajeros de la sala. Una de las manos abandonó mi pecho para enredare en mi coleta y tirar hacia atrás. Mi cuello se torció, mi culo resbaló un poco provocando que la falda terminara por encima de mi cintura, sin cubrir mi sexo depilado que estaba siendo manoseado por aquel desconocido. Unos ojos oscuros se cernieron sobre los míos. Aquel hombre no me sacaba muchos años, vestía traje. Supuse que se trataba de un ejecutivo agobiado que había entrado al cine necesitando pajearse para aliviar tensiones. Quizá una mujer demasiado convencional, quizá separado o de viaje de negocios. Fuera como fuere tenía los ojos cargados de necesidad y los testículos también. Me pellizcó el pezón con rudeza, separé los labios para gritar y vertió un escupitajo entre ellos. Su saliva en mi boca me hizo gemir. También los dedos rugosos que me taladraban la vagina dando vueltas, cogiéndome sin piedad, con clara intención de ver cuántos dedos sería capaz de albergar.

Mi mano se había vuelto frenética. Pajeaba a aquella verga con total frenesí. No había imaginado que una experiencia así, siendo poseída por tres desconocidos me pudiera poner tan perra. El ejecutivo murmuró en mi oreja que no cerrara la boca. La mantuve abierta, recibiendo sus cañonazos de baba cada vez que reunía la saliva suficiente. Le dio por jugar a las canicas con mis rígidos pezones, golpeando uno y otro con ritmo constante. Me escocía, me hacía temblar y sentir necesidad de más. El tercer dedo se incrustó en mi concha y un orgasmo se fraguaba en mi bajo vientre, denso pesado, activo. Tragué cuando mi boca estuvo tan llena de saliva que no pude contenerla más. Me puso muy perra el sentirla bajando por el esófago y aquel hombre lo sabía. Me sonrió, yo relamí los restos que quedaron suspendidos en mi boca, gritando al notar un cuarto dedo abriéndose paso. El ejecutivo dejó de tirar de mi coleta, con esa mano coló sus cuatro dedos en mi boca para cogerla igual que estaba pasando con mi vagina. Yo que de pequeña me daban arcadas hasta el palito de madera del médico. Ahora no me pasaba. Solo quería ser usada, sentir todo lo que me estaban haciendo, sentirme muñeca liberada y que acabaran usando mi cuerpo. El hombre que estaba pajeando temblaba, sus testículos me alertaron del inminente orgasmo. Me quitó la mano de los pantalones, se subió a la butaca, se bajó la ropa y el ejecutivo me giró la cara para cambiar los dedos por aquella verga sedienta de descarga. Chupé, sin importarme que las canas de sus testículos fueran más largas que mis extensiones de pestañas. Chupé enterrando la nariz en ellas y dejé que me la cogiera sorbiendo cada embestida.

Cinco, esos eran los dedos que me habían cabido de lo receptiva que estaba. Grité con el quinto, no lo voy a negar, pero esa mezcla de dolor y placer, de saberme usada, me entusiasmaba. La descarga llegó sin aviso, inundándome la garganta de semen caliente. Tragué, bebí de aquel pozo de regusto amargo y me recreé en el aroma a pubis que no se duchaba desde la mañana, o quizá la noche anterior. No estaba muy segura. Ya no sentía a mi ejecutivo sosteniéndome, solo aquella mano ahondando en mi vagina y el semen goteante. Lo extrañaba, ¿Dónde estaba? No tardé en descubrirlo. Cuando acabé de limpiar la verga, los dedos que colonizaban mi concha me abandonaron. Sentí la pérdida de inmediato. Intenté averiguar qué ocurría y entonces le vi. El hombre del traje en el pasillo, haciéndome una señal para que fuera hasta él. El de la butaca seguía subido recolocándose la ropa y el otro, al que le eché un vistazo y tenía pinta de mecánico de motos, por las manos manchadas y la pinta de conducir una Harley, me instó a levantarme. Lo hice, tragando saliva y suspirando, se me bajó el vestido, quedando abandonado en la butaca, para hacerme caminar desnuda hasta el trajeado. Sin dudarlo mis pasos se tornaron sensuales, estaba ansiosa imaginando lo que iba a suceder, aunque perfectamente lo sabía al punto de que mi vagina seguía destilando tibios fluidos. Con la respiración a mil y el corazón que se me escapaba del pecho, me acercaba a ese delirante hombre con impecable traje.

Muchos de los ojos que habían estado fijos en la pantalla, ahora lo estaban sobre mi cuerpo. Caminé con la barbilla alta, notando el peso de mis pechos al entrechocar, eran grandes pesados y naturales. Llegué al ejecutivo quien me recibió con una caricia en el rostro, una descorrida de labios con su pulgar y uno de sus escupitajos. “¡Traga! –dijo. Lo hice. Él sonrió. “Quédate de pie y separa las piernas. Las manos detrás de la nuca y abre los codos para que puedan admirarte las tetas” –me ordenó. Ni siquiera titubeé. Me expuse. El mecánico se arrodilló por delante y el ejecutivo por detrás. Me abrieron la vagina y el culo, y se pusieron a comérmelos a la vez. Chillé. ¡Mierda, si chillé! Llegué a dudar si las piernas me sostendrían. Los pajeros se pusieron a rodearnos para contemplar el espectáculo de porno en vivo. Los más osados llenaron mi cuerpo de caricias, pellizcos, lamidas y mordidas. Me dio igual su edad, físico o condición social. Aquello era lo que quería, ni en mis mejores sueños podría haber sido tan perfecto. Estaba en mitad de un holocausto zombie en el cual no se comían cerebros, sino mi cuerpo. Mis deseos iban más allá de lo razonable, mientras el mecánico y el ejecutivo me comían la concha y el culo a la vez con mis manos masturbaba a aquellos curiosos que llegaban para presenciar lo que sucedía en la parte de atrás de la sala. No pasó mucho tiempo y ya estaba de rodillas chupando esas vergas de todos los tamaños y grosores, el espectáculo era tan morboso como cualquier escena de puta película que se estaba proyectando, eran alrededor de diez vergas las que me tenían rodeada y que yo devoraba como cualquiera de las putas que se veían en la pantalla. Me sentía atragantada, mi boca ya no respondía pero era la sensación más exquisita que hubiera experimentado, al punto de querer que me cogieran.

Uno de los hombres se tendió en el piso y sin dudarlo me monté encima de él, su verga se clavó en mi concha, no me había acomodado y otra verga se clavó en mi culo. “¡Ah mierda! ¡Cójanme!” –les decía mientras sentía como mis agujeros eran invadidos, lo mismo pasó con mi boca y mis manos se volvieron hábiles pajeando a los otros y haciendo intercambios para que todos se sintieran satisfechos. Iba a acabar, cada terminación nerviosa de mi cuerpo lo anunciaba y cuando llegó el clímax lo hizo con las vergas de mis amantes taladrando mis agujeros, mi boca y varias vergas llenando mi cuerpo de semen.

Podía sentir ese espeso semen recorrer mi cuerpo, a la vez también sentí como mi culo y mi concha fueron regados por esos tibios fluidos de esos hombres que me cogieron salvajemente. Estaba disfrutando del orgasmo cuando ellos se pusieron de pie y un jovencito de no más de dieciocho años me puso en cuatro y ensartó su verga en el culo. Era exquisito, salvaje y morboso, me nalgueaba y me decía: “¡Muévete puta!”. Para mí no era un insulto, al contrario era el papel que estaba adoptando, el de una puta deseosa de verga. Otra vez tenia el culo lleno de semen, fue idílico, placentero y caliente. Ahora, el mecánico estaba en el piso, ya víctima de la calentura me monté sobre su verga, la que se perdió en mi concha, mientras el ejecutivo encajaba su verga en mi culo y el viejo de la boletería en mi boca. ¿Cómo supo lo que estaba pasando? No lo sé, solo  sé que no quiso perderse el espectáculo y participar en él.

Cogí, me dejé coger y supliqué a todos los presentes que me llenaran con todo aquello que quisieran ofrecerme. Me moví empalada por todos mis agujeros, siendo manoseada, recibiendo descargas de semen en todo mi cuerpo. Me sentí venerada, usada, diosa del sexo, libre en la parte de atrás de una sala de cie porno mugrienta, convirtiéndome en animal de deseo, codiciado trofeo.

Grité y aullé en cada uno de mis orgasmos, festejé cada vez que recibía una muestra de afecto en forma de baño blanco o gruñido inquieto. Saboreé la eyaculación de aquellos hombres, limpié cada uno de los restos y cuando la película terminó, me sentí satisfecha por primera vez en mucho tiempo. Luego que todos esos machos estuvieron satisfechos y yo exhausta de tanto coger, por fin pude recuperar mi vestido y arreglarme. Abandoné la sala con una sonrisa en los labios y escurriendo semen por todos mis agujeros, me sentía la mejor puta. Ahora, ya sabía perfectamente lo que se vive dentro de esas salas y me encantó, por lo que cada viernes por a tarde voy para revivir aquella mágica experiencia.

 

 

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