jueves, 3 de abril de 2025

103. Un paseo fuera de la cuidad


Mi marido y yo nos casamos ilusionados y enamorados, nuestra vida sexual era estupenda, pero como a muchas parejas, nuestra vida sexual comenzó a decaer hasta transformarse en algo aburrido y previsible, una rutina más. Entonces en casa de un íntimo amigo nos emborrachamos y descubrimos que nos gustaba mirar y compartir nuestras parejas, esto reanimó nuestra vida sexual y nos llevó a otro nivel en lo que respecta a lo sexual, nos sentimos unidos y felices de estar casados y disfrutar de esta nueva etapa de placer y deleite, comenzamos a conocer parejas que compartían nuestros intereses y tuvimos muchos encuentros, llevándonos a experimentar cosas nuevas y audaces.

 

Mi nombre es Cristina, trabajo en una ONG de ayuda a mujeres abusadas, a veces me pregunto qué hago yo allí, cuando muchas de esas cosas yo las he experimentado y me calientan mucho, pero el sueldo es bueno y las obligaciones son elásticas con horarios flexibles, lo que me deja bastante tiempo libre, mi marido es Juan Carlos, él es ingeniero y trabaja para una empresa que se encarga del agua aquí en la capital, vivimos en un sector residencial de la comuna de  Providencia y nos la pasamos bastante bien él y yo.

Como les decía, mi marido surfeando la red contactó varios tipos y concertó una reunión en casa de uno de ellos, eran cuatro hombres que me tuvieron a disposición por una noche entera, no sé cuántos orgasmos obtuve esa noche, pero al amanecer estaba con todos mis orificios dolientes pero satisfechos totalmente, nunca pensé que algunas posiciones pudiesen darme tanto placer. Habíamos adoptado a internet como la fuente de nuestras fantasías, un día mientras limpiaba la casa, mi marido me llamó: “¡Cristina, ven! ¡Ven a ver esto, mi amor!”. Yo confiaba plenamente en Juan Carlos, así que fui esperanzada de ver alguna escena que nos pusiera calientes y termináramos cogiendo como conejos, mi conchita se humedecía en anticipación, me acerqué a la pantalla y no podía dar crédito a mis ojos. “¡Asqueroso! ¡Repugnante! ¡Válgame, mi Dios! ¡No puedo creerlo! Pero, ¿estás enfermo? ¿Cómo puedes mirar eso?” –le dije molesta. Había una hermosa jovencita gimiendo y chillando con una cara de lujuria extrema, mientras un enorme perro negro la follaba enérgicamente, di vuelta la cara horrorizada y me fui a continuar con la limpieza de casa, pero la cara de felicidad de la muchacha, sus ojos abiertos y esa mueca de placer extremo quedaron girando en mi cabeza.

El fin de semana mi marido se fue a su encuentro de futbol con sus amigos en una cancha de la capital, yo curiosa e intrigada me fui a su computador y revisando el historial de navegación encontré varios sitios que mi pervertido marido visitaba, recorrí muchos de esos sitios y vi un sinfín de videos de la misma índole, ya no me sentía asqueada, mi conchita empapada confirmaba mi cambio de opinión, me toqué varias veces y acabé mirando las vergas de esos perros que venían mamadas y cogidas tanto en el culo como en la vagina, el placer que ostentaban estas chicas era un aliciente a tocarme y penetrar mi vagina, no podía detenerme, acababa una y otra vez sin poder satisfacerme del todo, hasta se agotaron las baterías de mi consolador.

Cuando regresó mi marido, haciéndome la inocente, le pregunté si había borrado esos sitios con animales, el me respondió que no y que si quería verlos nuevamente, para no parecer demasiado ansiosa le respondí que sí, pero siempre y cuando él me hiciera compañía, Juan Carlos accedió entusiasta y se conectó a uno de estos sitios, me senté en su regazo y comenzamos a ver varios videos, mi marido me rascaba mis muslos como si fueran garras y me gruñía al oído, todo me causaba una risa nerviosa, porque me estaba dando cuenta de que mi vagina era un charco.

Mientras mirábamos como un enorme Pastor Alemán le destrozaba la concha a una delgadísima rubia que gritaba con su mejilla apoyada al piso y sus tetitas se movían con los golpes del perro, él me preguntó: “¿Lo harías? ¿Te atreverías a hacerlo como esa chica?”. “¡No seas tonto! ¡No tenemos un perro! ¡Pero te confieso que me excita!” –le dije. La verga de mi esposo estaba dura y mi concha inflamada completamente, corrimos al dormitorio y sobre nuestro lecho casi destrozó mis prendas y gruñendo, y ladrando; me cogió a lo perrito, acabé dos veces y él una, dejándome inundada con su semen. Descansamos mientras  me mostraba su mano como garra y ladraba como un cachorrito. “¡Uy! Qué eres estúpido,  tonto” –le dije mirándolo, mostrando un enfado que no sentía, mis tetas nunca habían estado más duras y mis pezones parecían reventar, nos pasamos el fin de semana él gruñendo, ladrando y rasguñando mis muslos, vientre y tetas, yo teniendo orgasmos como una loca imaginando a un Doberman, un Rottweiler, un Pastor Alemán o un enorme Gran Danés. Solo esto bastó para que Juan Carlos buscara en la internet a alguna persona que tuviera un perro para coger mujeres, hubo una respuesta de Buin, una localidad al sur de Santiago, un sector rural apacible y anónimo, la otra era de un sector de Pirque, otra somnolienta localidad donde no suceden grandes cosas.

Después de unos días, me preguntó: “¿Qué tal un paseo fuera de la ciudad?”.  “¿Ah? ¿Cómo se te ocurre? ¿Dónde vamos a ir?” –pregunté con curiosidad. “No sé, donde el auto nos lleve” –me respondió. Lógicamente protesté e incluso le insulté por estar tratando de hacerme coger con un perro delante de un completo desconocido, él me dijo que eso agregaría erotismo al todo, yo continuaba tratando de hacerme la difícil, pero en mi yo interno lo único que quería era que él eligiese uno de los dos lugares y siguiera con sus argumentos para convencerme, lo que él no sabía es que yo ya había decido de que lo haría en uno u otro lugar, mi concha no dejaba de empaparse todos los días pensando en cómo se sentiría tener una verga enorme chorreando esperma canino caliente en mi húmeda concha que se moría por experimentar algo nuevo. Todos los días mi vagina se bañaba y todos los días mi esposo me cogía con sus estúpidos juegos de perrito cogedor, infaliblemente hacía que me corriera como una perra en celo, mi concha hormigueaba solo al sentirlo gruñir, había visto las copiosas eyaculaciones de los perros y con qué avidez las chicas los mamaban y se esparcían esos chorritos transparentes en sus tetas, el enorme nudo que las mantenía abotonadas por variados minutos, sus gritos y chillidos al sentirse con sus vaginas colmadas de vergas caninas, se veía sucio y pecaminoso, pero no dejaba de ser delicioso y excitante.

Juan Carlos una tarde después de cogerme y dejarme exhausta, me dijo que había contactado a un hombre de Buin el cual vivía solo y tenía un Pastor Alemán y un mestizo de Labrador, ambos estaban acostumbrados a coger mujeres, yo traté de objetar lo rápido, pero me dijo que era una oportunidad, porque la agenda de este hombre estaba copada por las dos próximas semanas, puesta en esa disyuntiva, accedí con ciertas reservas, pero mi corazón había aumentado sus latidos y me sentía ansiosa, debíamos esperar dos días para la cita, mi marido estaba tan ansioso y excitado como yo, ahí mismo en la sala me bajó las bragas y me lo metió por atrás, me arrastró ensartada en su verga hasta el sillón donde arrodillada quedé a lo perrito, me cogió con potentes golpes sentí su verga que crecía hasta insospechadas dimensiones mientras tenía un delicioso orgasmo junto a él. Llegó el sábado y nos fuimos en nuestro Jeep, no nos costó nada en dar con la dirección, una parcela con setos altos que ocultaba muy bien el interior de la propiedad, nos recibió Alberto, un bronceado hombre de mediana edad, probablemente menor de cincuenta, buena complexión física, con una chupalla y botas, en pocas palabras, el típico campesino, nos hizo entrar y dijo que él no bebía y no mantenía bebidas alcohólicas en su propiedad, nos ofreció unas limonadas frescas que nos perecieron deliciosas. Mi marido rápidamente lo puso al tanto de nosotros, destacando que era mi primera vez, que estaba muy nerviosa e íbamos a necesitar de su ayuda y experiencia, nos contó que sus perros estaban sanos, con sus visitas y certificados veterinarios al día y por el lado sanitario no debíamos preocuparnos, después nos señaló un granero detrás del habitáculo casa, donde estaban sus perros y nos invitó a ir a ver el lugar ir darnos cuenta por nosotros mismos de lo que nos estaba hablando. Los dos perros estaban en jaulas separadas, los dos se alborotaron al verme, no sé si llegaban a olfatear los abundantes fluidos vaginales que estaba generando mi conchita, el mestizo de Labrador era de una talla menor a la del Pastor, como eligiéndolo me acerqué a su jaula él me movía su cola muy entusiasmado, pasé mi mano a través del enrejado y sentí su lengua rasposa en mi mano, de reflejo junté mis muslos, la sentí tan rica y húmeda, me llegó un cosquilleo insoportable a mi conchita. “Se llama Fred” –dijo Alberto. “¿Quieres comenzar?” –preguntó mi esposo.  “¡Bueno, pero con él!” –le dije señalando al Labrador. Alberto abrió la jaula y él se vino inmediatamente a olerme la vagina. “¡Déjalo! ¡Solo quiere conocerte!” –me dijo Alberto. Me señaló una silla y yo retrocedí a sentarme en ella, Fred me seguía intentando meter su hocico entre mis piernas, luego su cabeza desapareció bajo mi amplia falda, la silla era lo suficientemente ancha como para abrir cómodamente mis muslos, Fred estaba empujando su hocico en mi ingle haciéndome tiritar, mi vagina estaba cubierta por mi tanga que se había incrustado en mi sexo dejando mis sensibles labios mayores a merced de la lengua de Fred, esa lengua rasposa me estaba haciendo gemir fragorosamente, ya no me importaba ni Alberto ni Juan Carlos que me miraban con ojos expectantes de lascivia pura. ¡Pueden bajarse los pantalones!” –le dije con voz de exquisito placer. Logré sacarme mi empapada tanga. Fred se agachó y articuló su cuerpo para meter su lengua al interior de mi concha, casi hace que acabe al sentir su lengua escarbando al interior de mi vagina, Alberto fue a buscar un par de sillas, ofreció una a mi marido y acomodó otra para él, luego fue a buscar un par de cojines y los hizo caer cerca de mi silla. “¡Para cuando quieras te arrodillas!” –me dijo. “¡Ya!” –le respondí. “¿Qué es lo que quieres?” –dijo mi marido. “¡Quiero que me coja! ¡Quiero sentirlo dentro de mí!” –le dije ya sin contener mi calentura. Estaba eufórica con las lamidas que me daba Fred.

Lo deseaba cada vez más, así que prontamente me arrodillé, Fred se metió detrás de mí y continuó lamiéndome, pero esta vez su lengua se ocupaba de mi culo enviando temblores a todo mi ser, sentí que Juan Carlos se me acercó y desabrochó mi falda y bajó el cierre de la misma, levantando una pierna a la vez, le facilité el modo de quitármela y dejarme desnuda desde mi cintura hacia abajo, Fred al ver mi desnudo, inmediatamente saltó sobre mi espalda, sentí sus patas que aferraban mis caderas.  “¡Baja tú espalda y levanta el culito!” –me decía Alberto mientras se bajaba sus pantalones, mi esposo estaba ya cómodamente sentado agarrando su verga, ni siquiera pestañeaba mirando a Fred que daba saltitos y empujaba su verga contra mis muslos, gotas de semen canino comenzaron a escurrir por mis piernas, puse mi mano para recibir algunas gotitas y bañar mi conchita ¡Ya, perrito! ¡Achúntale! ¡Dame verga!” –le decía caliente y expectante. Finalmente hizo blanco en mi ansiosa vagina. “¡Ah, delicioso!” –dije soltando un excitante gemido.

Una verga resbaladiza entró en mi conchita, pero más que entrar y penetrarme profundamente, el Labrador metía y sacaba su verga, dándome mucho placer en la entrada de mi vagina, luego esto cambió radicalmente, su verga se incrustó en mí y comenzó a crecer y a crecer, el perro continuaba con sus veloces movimientos y su bola a la entrada de mi conchita me arrancó un gemido fragoroso y tuve un orgasmo como una perra, escondí mi rostro a los hombres que me miraban con sus vergas tiesas, ya anudada al Labrador, me sentía libre y dichosa de copular con este macho formidable, como pude desabotoné mi blusa y desabroché mi sujetador dejando mis tetas libres, Fred se había atascado en mi conchita y ya nada podría hacerlo salir, la verga de Fred no cesaba de crecer dentro de mí, en principio pensé que era muy pequeña, pero ahora ensanchaba estremeciéndome de placer, nunca antes había sentido algo tan grande llenando mi conchita, ni humana ni artificial, nada había llenado mi concha tanto como la verga de Fred, me tenía chillando y recordando los gruñidos y ladridos de mi esposo, me hacía sonreír, grité cuando me aferró fuertemente por mis caderas y me dio varios golpes veloces, creo que la punta de su verga estaba a las puertas de mi útero.

Fred me estaba cogiendo a esa velocidad prodigiosa que tienen los perros y ya había perdido la cuenta de si eran tres o cuatros los orgasmos que me había procurado, estaba recuperando mi aliento cuando una fuerza sobrenatural comenzó a bombear un líquido muy caliente dentro de mi concha, volví a acabar como una loca, lo que yo no sabía que parte del trato era que Alberto me cogiera, así que mientras me recuperaba del enésimo orgasmo, Fred se giró y quedamos atados culo con culo, Alberto vino sigilosamente y apunto su verga a mi ano, no hice nada, solo escondí mi cara de lujuria sintiendo la verga de Alberto entrado a mi estrecho ano y sentir su verga junto a la de Fred que pulsaba en mi concha, Juan Carlos tampoco hizo nada, lo vi que meneaba su mano velozmente y lanzaba al aire chorros de semen y su rostro demacrado en una erótica acabada. Me quejé con fragor y placer mirando a mi esposo solo para hacerle sentir celos, mientras tanto Alberto bombeaba mi culo y gemía gozando de la estrechez de mi ano, muy luego me llenó el culo de semen, casi al mismo tiempo la verga de Fred resbaló fuera de mi concha, podía ver solo ahora las reales dimensiones de esa verga canina, probablemente casi el doble de la de mi esposo, me dejé caer de lado y me senté en uno de los cojines, Fred se acercó y lamió mis sudorosas tetas, luego hábilmente su lengua envío descargas eléctricas directamente a mi clítoris, sentada como me encontraba sus lengüetazos golpeaban una y otra vez mi clítoris, casi me desmayo con la fuerza de mi orgasmo, traté de cerrar mis muslos pero ya no tenía más energías. “¡Por favor, ayúdame! ¡Quítamelo de encima!” –le decía a ese hombre que me había cogido tan deliciosamente el culo. Alberto se apresuró a tomar del collar a Fred y lo guió hacia su jaula, me quedé respirando con mi boca abierta, insuflando aire fresco a mis pulmones luego de tanto rato con mi respiración afanosa y entrecortada, Juan Carlos me miraba con los pantalones abajo y su vega flácida, hubiese querido arrastrarme hasta ella y chupársela, pero no podía moverme, Alberto vino en mi ayuda, me tendió una toalla y me señaló hacia el rincón del granero donde había unas duchas, me levanté y me fui hacia allí, el agua fresca me despabiló y nuevas energías tornaron a mi cuerpo.

Alberto había desaparecido y volvió con unos sándwiches y dulces locales, también trajo jugo, bebí como una sedienta y me comí casi todos los bocadillos yo sola, me sentí renovada, Alberto me miro y dijo: “¡Estuviste maravillosa! ¿Estás lista para el otro?”. “¿El Pastor?” –le pregunté. “¡Queda solo él. ¡No hay otro! ¡Se llama Goliat! ¡Es especial, su verga y su nudo son más grandes y te harán ver estrellas!” –me respondió. “¿Será doloroso?” –pregunté. “¡Si el Labrador no te hizo daño, este tampoco lo hará!” –me dijo el hombre. Con la seguridad que lo dijo Alberto, me dio toda la confianza y acepté de hacerlo con el Pastor, Alberto retiró la bandeja con los platos y vasos, y desapareció hacia la casa, Juan Carlos vino a hacerme mil preguntas: “¿Te gustó? ¿Lo volverás a hacer? ¿Te gustó coger con Alberto? ¿Estás enojada?”. No le respondí nada más que apurará a Alberto con el Pastor, quería sentir esa verga más grande y me estaba sintiendo radiante, feliz, quizá si Alberto volvía a coger mi culo, esperaba que lo volviera a hacer. Alberto regresó con una sonajera de llaves, abrió la jaula del Pastor y este adiestrado como estaba, se vino directamente a mí, esta vez ya me encontraba desnuda, pero me senté a la silla igual que la vez anterior, esta vez el Pastor no tenía ningún impedimento para llegar a mí conchita, así que su lengua separó con fuerza mis labios mayores y se internó en mi vagina caliente haciéndome chillar de ganas y placer, miré a Alberto y este solo asintió con su cabeza, entendí al vuelo cuál era su significado, me arrodillé y Goliat me montó sin perder tiempo, con una destreza insospechada me aferró con sus patas y su verga quedó alineada perfectamente con mi concha, empujó y me la metió casi toda, solo la bola quedo haciendo presión fuera mi boquete vaginal que estaba siendo forzado con cada embestida de Goliat. “¡Ah, así, dame rico!” –decía con lujuria. No pude evitar el chillido cuando su bola resbaló dentro de mí y sus garras me apresaron con fuerza tirando de mis caderas haciéndome sentir todo su poder y fuerza sobre mí, dominándome por completo, que rico sentirse así en completo poder de una fuerza superior, anudada y cogida con fuerza y potencia, mi vagina estaba siendo forzada por esa verga poderosa, no sentía nada más que placer, un gozo sumiso y maravilloso, me remecía con cada golpe y con cada golpe mi orgasmo se sentía más cerca, el roce de su bulbo en mi vagina, me hizo acabar en una oleada de furioso  orgasmos. “¡Vamos perrito! ¡Acaba en mi conchita! ¡Acaba dentro de tu perrita!” –le decía.

Lo hizo, una presión bestial comenzó a llenar mi concha, creí que mi sexo iba a explotar, algunos chorritos escaparon fuera de mi concha, gemí sintiendo su semen que brotaba a borbotones fuera de mí, increíblemente su verga resbaló fuera de mi solo un par de minutos después, ocasión que aprovecho Alberto que me ensarto con su verga y me hizo correrme una vez más, luego fue el turno de Juan Carlos que solo duró un par de minutos con lo caliente que estaba. Esta vez me levanté yo sola y me fui a la ducha, Alberto y Juan Carlos limpiaban sus vergas con toallas, cuando volví Goliat se lanzó a olfatearme, me giré y lamió mi culo, entonces me vino la idea, rápidamente me arrodille y deje que Goliat me montara, con mi mano dirigí su verga a mi culo, gracias a la cogida previa con Alberto, mi culo estaba lubricado lo suficiente como para tragarse esa polla brillante y resbalosa, apreté de reflejo mi esfínter y el bulbo de Goliat empujo y forzó mi anillo anal, los dos hombre volvieron a bajar sus pantalones cuando me vieron gozar de un modo demencial, meneaban sus manos veloces y sus rostros denotaban el esfuerzo y la calentura en la cual se encontraban, eyacularon rápidamente, primero mi esposo y luego Alberto que se acercó a mi espalda y me bañó con su tibio semen.

La verga monstruosa de Goliat me hacía tirarme uno que otra flatulencia intestinal circunstancial, pero nada me importaba, ya me había corrido con la potencia que Goliat cogía mi estrecho ano, esperaba ansiosa que llenase mi recto con su semen, mi mano restregaba mi clítoris tratando de estremecerme junto a Goliat, en un momento él detuvo sus movimientos frenéticos, aferró mis caderas y me dio unos fuertes embistes y se derramó en mí, sus chorros me llenaban y me daban unos deseos de correr al baño, pero sus nudo no aflojaba y mis piernas temblaban con mí orgasmo sollozado, apreté mi culito contrayendo mis músculos, tuve una sensación de reposo y descanso. Gracias a Dios, Goliat tiró con fuerza y dejó mí adolorido culo libre y chorreante de esperma canino, me levanté y me fui aguantando mis ganas de ir al baño, me senté en el inodoro y pude descansar de esa desagradable sensación, luego me duché una vez más, me sequé y me fui desnuda a donde me esperaba Alberto y Juan Carlos, mi ropa estaba en la silla, así que me vestí, me quedé sin bragas por no haber traído un cambio. Alberto había preparado café y trajo más dulcecillos, estuvimos charlando sobre la poco ortodoxa actividad laboral de él, nos confidenció de haber atendido a algunos conocidos personajes, sin nombrarlos, pero todos ellos respetables personajes públicos. Nos dio su celular y nos recomendó reservar con unas tres semanas de anticipación, estaba esperando que le entregaran dos perros más, un Rottweiler y un Gran Danés, los cuales eran requeridos por las mismas personas que frecuentaban el lugar, quedamos en que nos comunicaríamos en un par de meses más esperando de encontrar a los perros nuevos.

Mi marido y yo nos subimos a nuestro Jeep y comenzamos a volver a la ciudad. “¿Te gustó el paseo fuera de la ciudad?” –me preguntó. “¡Sí! ¡Y quiero repetirlo!” –le respondí. Nos miramos, él lanzó un gruñido y un par de ladridos, poniendo su mano como una garrita me rasguñó una teta, ambos nos echamos a reír a carcajadas. Sin duda fue algo demasiado morboso, jamás pensé que la calentura me llevara a disfrutar ser cogida por esas tres vergas y obviamente desde ese día me hice adicta a ese tipo de juegos perversos, al punto de pedirle a Juan Caros que compráramos un perro para disfrutar de aquel morboso placer en la privacidad de nuestra casa.

 

 

 

 

Pasiones Prohibidas ®

1 comentario:

  1. Wao tremendo relato Caballero con esa morbosidad presente en el aire que rico

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