jueves, 17 de abril de 2025

108. Me dejo seducir en una sala de cine

Debo reconocer que la curiosidad a veces nos hace tomar decisiones un tanto alocadas, me sucedió a mí hace algunos años. Todos los que viven en Santiago de Chile recordarán que en a media cuadra de la Plaza de Armas, por la calle Monjitas estaban los míticos cines Mayo y Nilo, famosos por ser rotativos de pelicular triple X. Respiro hondo e intento que las pulsaciones vuelvan a su ritmo habitual, aunque no lo creo posible. La situación me sobrepasa un poco, no sé si estoy lista para algo como esto y sin embargo me veo yendo hacia la boletería y pidiendo una entrada. El hombre, de unos sesenta años, con un cigarrillo entre los labios me mira repasándome y alza una ceja. Tengo los pezones duros, el escote del vestido blanco es profundo y contrasta con mi piel morena. Sé que los ve. El tejido es tan vaporoso que se transparenta. “¿Solo una?” –pregunta con la voz enronquecida por años de darle a la nicotina. “¡Sí!” –confirmo mordiéndome el labio inferior. Él asiente y termina por darme la entrada, cuando voy a pagar, con su mirada puesta en mis tetas, se niega a recibir el dinero. “A esta sesión invita la casa” –me dice. Guardo el billete y murmuro un “gracias”.

La sala estaba no tan llena, calculo que debe haber unas 30 personas. Si bien es cierto estaba ubicada la boletería en pleno pasillo principal, a nadie parece preocuparle que alguien pueda entrar. Muchas salas de este tipo han ido desapareciendo pero estas como gigantes heridos intentan sobrevivir hasta que la municipalidad lo disponga. El cine es viejo, está poco cuidado y en cuanto entro en la sala me doy cuenta que las butacas tienen el mismo tiempo que el hombre de la entrada. Está a oscuras y se distinguen varias cabezas afincadas con una distancia prudente. Podría haberme sentado en la última fila, pero entonces no hubiera tenido gracia. Había venido hasta aquí por mí, para cumplir una fantasía, para demostrarme que era capaz de hacerlo porque sí, porque yo era dueña de mi propia sexualidad y si eso me excitaba, quería realizarlo. Ocupé una de las plazas centrales y respiré intentando templar los nervios, cosa poco probable. Me recliné un poco en el asiento y saboreé mis labios resecos, esperando a que diera inicio la película. Ni siquiera me había preocupado en ver de qué iba, al fin y al cabo era porno, no se destacaba por el argumento. Noté un crujido a mis espaldas, alguien había ocupado el asiento que quedaba detrás de mí. Noté un movimiento a mi derecha, no quise mirar, estaba demasiado histérica como para hacerlo. Necesitaba una inyección de coraje para no levantarme y salir corriendo.

Un hombre se acomodó en el asiento de al lado y un minuto después tenía otro en la butaca de la izquierda. Mi corazón se había desbocado, ahora sí que ya no iba a moverme. Miré mis muslos. Al sentarme había subido la falda adrede, tan cerca de mi sexo que era como asomarse a un precipicio. Estaba mojada, la situación me excitaba y negarlo era de hipócrita. Apreté con fuerza los reposabrazos cuando la piel del hombre de mi derecha me rozó el brazo. Iba en manga corta, mi vestido se abrochaba con un simple lazo en la nuca despejada. Me había recogido el pelo en una cola alta. Hacía calor, ¿o era yo quien sudaba? Los gemidos no tardaron en inundar los altavoces de la sala. En la pantalla una casada insatisfecha, a quien el plomero le estaba desatascando algo más que las tuberías de casa. Un clásico, un cliché que me erizó la piel cuando el hombre de mi izquierda pasó con sutilidad la yema del dedo por el lateral de la rodilla. Suspiré con fuerza. Seguía sin apartar los ojos de la pantalla cuando en la parte trasera de mi cuello noté un aleteo. El hombre que estaba detrás intentaba deshacerme la lazada. El aire se acababa de volver denso. Mi entrepierna un lago en el que bucear y me dolían los pechos de necesidad, cuando la prenda cayó como el telón de un teatro. No pude contener el jadeo al comprender que mis pechos estaban desnudos, expuestos y que las manos que tenía detrás bajaban por mi clavícula para enroscarse como una serpiente sobre mis pezones.

Mis compañeros de butaca, al ver mi predisposición, no se quedaron quietos. El de la derecha tomó una de mis manos, la hizo descender por su abultado vientre y la internó en una bragueta más que dispuesta. Su miembro era corto, grueso y envuelto en vello crespo. Mi mano lo envolvió y se puso a frotar arriba y abajo, arrancando un gruñido de aceptación. El de la izquierda pasó a la acción, pasó de mi rodilla y metió la mano entre mis muslos gozando de la sorpresa. No llevaba bragas, solo me vestía la necesidad de mis labios vaginales húmedos. Sus dedos no eran suaves, más bien curtidos, de alguien que ha usado las manos durante años para trabajar. Frotó mi sexo, instándome a separar las piernas y cuando lo hice insertó los dedos sin remilgos. Jadeé con fuerza, la misma que él uso para perforarme y tratar de alcanzar mi útero. Los pellizcos de los pezones iban ganando intensidad. El aire era cada vez más escaso y cargado de sexo. Los gemidos de la pantalla se fusionaban con los míos propios y los de los pajeros de la sala. Una de las manos abandonó mi pecho para enredare en mi coleta y tirar hacia atrás. Mi cuello se torció, mi culo resbaló un poco provocando que la falda terminara por encima de mi cintura, sin cubrir mi sexo depilado que estaba siendo manoseado por aquel desconocido. Unos ojos oscuros se cernieron sobre los míos. Aquel hombre no me sacaba muchos años, vestía traje. Supuse que se trataba de un ejecutivo agobiado que había entrado al cine necesitando pajearse para aliviar tensiones. Quizá una mujer demasiado convencional, quizá separado o de viaje de negocios. Fuera como fuere tenía los ojos cargados de necesidad y los testículos también. Me pellizcó el pezón con rudeza, separé los labios para gritar y vertió un escupitajo entre ellos. Su saliva en mi boca me hizo gemir. También los dedos rugosos que me taladraban la vagina dando vueltas, cogiéndome sin piedad, con clara intención de ver cuántos dedos sería capaz de albergar.

Mi mano se había vuelto frenética. Pajeaba a aquella verga con total frenesí. No había imaginado que una experiencia así, siendo poseída por tres desconocidos me pudiera poner tan perra. El ejecutivo murmuró en mi oreja que no cerrara la boca. La mantuve abierta, recibiendo sus cañonazos de baba cada vez que reunía la saliva suficiente. Le dio por jugar a las canicas con mis rígidos pezones, golpeando uno y otro con ritmo constante. Me escocía, me hacía temblar y sentir necesidad de más. El tercer dedo se incrustó en mi concha y un orgasmo se fraguaba en mi bajo vientre, denso pesado, activo. Tragué cuando mi boca estuvo tan llena de saliva que no pude contenerla más. Me puso muy perra el sentirla bajando por el esófago y aquel hombre lo sabía. Me sonrió, yo relamí los restos que quedaron suspendidos en mi boca, gritando al notar un cuarto dedo abriéndose paso. El ejecutivo dejó de tirar de mi coleta, con esa mano coló sus cuatro dedos en mi boca para cogerla igual que estaba pasando con mi vagina. Yo que de pequeña me daban arcadas hasta el palito de madera del médico. Ahora no me pasaba. Solo quería ser usada, sentir todo lo que me estaban haciendo, sentirme muñeca liberada y que acabaran usando mi cuerpo. El hombre que estaba pajeando temblaba, sus testículos me alertaron del inminente orgasmo. Me quitó la mano de los pantalones, se subió a la butaca, se bajó la ropa y el ejecutivo me giró la cara para cambiar los dedos por aquella verga sedienta de descarga. Chupé, sin importarme que las canas de sus testículos fueran más largas que mis extensiones de pestañas. Chupé enterrando la nariz en ellas y dejé que me la cogiera sorbiendo cada embestida.

Cinco, esos eran los dedos que me habían cabido de lo receptiva que estaba. Grité con el quinto, no lo voy a negar, pero esa mezcla de dolor y placer, de saberme usada, me entusiasmaba. La descarga llegó sin aviso, inundándome la garganta de semen caliente. Tragué, bebí de aquel pozo de regusto amargo y me recreé en el aroma a pubis que no se duchaba desde la mañana, o quizá la noche anterior. No estaba muy segura. Ya no sentía a mi ejecutivo sosteniéndome, solo aquella mano ahondando en mi vagina y el semen goteante. Lo extrañaba, ¿Dónde estaba? No tardé en descubrirlo. Cuando acabé de limpiar la verga, los dedos que colonizaban mi concha me abandonaron. Sentí la pérdida de inmediato. Intenté averiguar qué ocurría y entonces le vi. El hombre del traje en el pasillo, haciéndome una señal para que fuera hasta él. El de la butaca seguía subido recolocándose la ropa y el otro, al que le eché un vistazo y tenía pinta de mecánico de motos, por las manos manchadas y la pinta de conducir una Harley, me instó a levantarme. Lo hice, tragando saliva y suspirando, se me bajó el vestido, quedando abandonado en la butaca, para hacerme caminar desnuda hasta el trajeado. Sin dudarlo mis pasos se tornaron sensuales, estaba ansiosa imaginando lo que iba a suceder, aunque perfectamente lo sabía al punto de que mi vagina seguía destilando tibios fluidos. Con la respiración a mil y el corazón que se me escapaba del pecho, me acercaba a ese delirante hombre con impecable traje.

Muchos de los ojos que habían estado fijos en la pantalla, ahora lo estaban sobre mi cuerpo. Caminé con la barbilla alta, notando el peso de mis pechos al entrechocar, eran grandes pesados y naturales. Llegué al ejecutivo quien me recibió con una caricia en el rostro, una descorrida de labios con su pulgar y uno de sus escupitajos. “¡Traga! –dijo. Lo hice. Él sonrió. “Quédate de pie y separa las piernas. Las manos detrás de la nuca y abre los codos para que puedan admirarte las tetas” –me ordenó. Ni siquiera titubeé. Me expuse. El mecánico se arrodilló por delante y el ejecutivo por detrás. Me abrieron la vagina y el culo, y se pusieron a comérmelos a la vez. Chillé. ¡Mierda, si chillé! Llegué a dudar si las piernas me sostendrían. Los pajeros se pusieron a rodearnos para contemplar el espectáculo de porno en vivo. Los más osados llenaron mi cuerpo de caricias, pellizcos, lamidas y mordidas. Me dio igual su edad, físico o condición social. Aquello era lo que quería, ni en mis mejores sueños podría haber sido tan perfecto. Estaba en mitad de un holocausto zombie en el cual no se comían cerebros, sino mi cuerpo. Mis deseos iban más allá de lo razonable, mientras el mecánico y el ejecutivo me comían la concha y el culo a la vez con mis manos masturbaba a aquellos curiosos que llegaban para presenciar lo que sucedía en la parte de atrás de la sala. No pasó mucho tiempo y ya estaba de rodillas chupando esas vergas de todos los tamaños y grosores, el espectáculo era tan morboso como cualquier escena de puta película que se estaba proyectando, eran alrededor de diez vergas las que me tenían rodeada y que yo devoraba como cualquiera de las putas que se veían en la pantalla. Me sentía atragantada, mi boca ya no respondía pero era la sensación más exquisita que hubiera experimentado, al punto de querer que me cogieran.

Uno de los hombres se tendió en el piso y sin dudarlo me monté encima de él, su verga se clavó en mi concha, no me había acomodado y otra verga se clavó en mi culo. “¡Ah mierda! ¡Cójanme!” –les decía mientras sentía como mis agujeros eran invadidos, lo mismo pasó con mi boca y mis manos se volvieron hábiles pajeando a los otros y haciendo intercambios para que todos se sintieran satisfechos. Iba a acabar, cada terminación nerviosa de mi cuerpo lo anunciaba y cuando llegó el clímax lo hizo con las vergas de mis amantes taladrando mis agujeros, mi boca y varias vergas llenando mi cuerpo de semen.

Podía sentir ese espeso semen recorrer mi cuerpo, a la vez también sentí como mi culo y mi concha fueron regados por esos tibios fluidos de esos hombres que me cogieron salvajemente. Estaba disfrutando del orgasmo cuando ellos se pusieron de pie y un jovencito de no más de dieciocho años me puso en cuatro y ensartó su verga en el culo. Era exquisito, salvaje y morboso, me nalgueaba y me decía: “¡Muévete puta!”. Para mí no era un insulto, al contrario era el papel que estaba adoptando, el de una puta deseosa de verga. Otra vez tenia el culo lleno de semen, fue idílico, placentero y caliente. Ahora, el mecánico estaba en el piso, ya víctima de la calentura me monté sobre su verga, la que se perdió en mi concha, mientras el ejecutivo encajaba su verga en mi culo y el viejo de la boletería en mi boca. ¿Cómo supo lo que estaba pasando? No lo sé, solo  sé que no quiso perderse el espectáculo y participar en él.

Cogí, me dejé coger y supliqué a todos los presentes que me llenaran con todo aquello que quisieran ofrecerme. Me moví empalada por todos mis agujeros, siendo manoseada, recibiendo descargas de semen en todo mi cuerpo. Me sentí venerada, usada, diosa del sexo, libre en la parte de atrás de una sala de cie porno mugrienta, convirtiéndome en animal de deseo, codiciado trofeo.

Grité y aullé en cada uno de mis orgasmos, festejé cada vez que recibía una muestra de afecto en forma de baño blanco o gruñido inquieto. Saboreé la eyaculación de aquellos hombres, limpié cada uno de los restos y cuando la película terminó, me sentí satisfecha por primera vez en mucho tiempo. Luego que todos esos machos estuvieron satisfechos y yo exhausta de tanto coger, por fin pude recuperar mi vestido y arreglarme. Abandoné la sala con una sonrisa en los labios y escurriendo semen por todos mis agujeros, me sentía la mejor puta. Ahora, ya sabía perfectamente lo que se vive dentro de esas salas y me encantó, por lo que cada viernes por a tarde voy para revivir aquella mágica experiencia.

 

 

Pasiones Prohibidas ®

 

2 comentarios:

  1. Wao que rica escena de revivir algo así y ser usada como desean como siempre exquisito relato Caballero

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  2. La protagonista de porno en vivo eres un escritor muy creativo llena de morbo cada palabra, cada letra cada imagen dibujada al leer crea un ambiente excitante y provocando busca a quien dar satisfacción y placer.

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