sábado, 17 de mayo de 2025

116. Exhibida

 

Mis fantasías empezaron a hacerse realidad cuando conseguí un trabajo por las tardes en una bodega de equipos y herramientas, me encargaba de los inventarios, lo que requería tratar con empleados bastante morbosos, lo que no era un problema pues mis labores eran sobre todo por las tardes cuando el resto del personal se había ido. No pasó mucho tiempo, cuando mi reputación ya era “conocida”, pronto empecé a escuchar a mis compañeros decir cosas como: “ya viste como viene vestida ahora Mary, le encanta provocarnos”, “si tuviera oportunidad me la llevaba a los baños a ponerla a mamar verga”, “se nota que le gusta exhibirse, de seguro se muere por andar desnuda entre nosotros”. Bueno, todo era cierto, era evidente por mi forma de vestir y de actuar. Las faldas cortas, los escotes sin llevar top debajo, los descuidos voluntarios, el contonear mis caderas con tacones altos, no podía haber duda, no solo disfrutaba la atención, la buscaba deliberadamente.

Una tarde mi supervisor me llamó a su oficina para hablar de este asunto. Era un hombre muy atractivo casi llegando a sus 50, con algunas canas y barba, muy varonil. Gentil y amable, pero pronto descubriría que guardaba una personalidad dominante y llena de lujuria. Sin rodeos me dijo: “Mary tenemos un problema que resolver, estas distrayendo al personal. Se habla mucho de ti y no puedo permitirlo, supongo que sabes que lo que estoy hablando”. “Sí Roberto, comprendo lo que me dice, creo que se salió de control este juego, pero no quiero perder mi empleo” –le dije. Por alguna razón, su personalidad tan calculadora y calmada me puso vulnerable y terminé confesando que yo misma había provocado la situación pues disfrutaba las miradas y la atención que recibía.

Con una voz firme me dijo: “Eres una mujer joven y de verdad hermosa, yo respeto lo que hagas y lo que deseas, pero es mi deber mantener el orden en esta bodega. Por otra parte, si te gusta sentirte deseada yo puedo ayudarte, así no pierdes tu trabajo y nosotros seguimos disfrutando de tu linda presencia”. Con nervios, pero entendiendo perfectamente a donde iba esta conversación, respondí: “Haré lo que sea,” mientras mis pechos se movían con mi agitada respiración. Lo que me dijo a continuación, me produjo una inmensa excitación y al mismo tiempo me tranquilizó. Acercándose a mi lado, me dijo: “Debes entender que no hay vuelta atrás, lo que hagas será porque lo quieres hacer, yo por mi parte te garantizo que nadie hará contigo nada que no apruebes”.

Su masculinidad simplemente me doblegaba, así que de forma automática me levanté, puse mis manos sobre sus hombros, y le dije: “Gracias Roberto, estoy segura que no voy a decepcionarte”. Con estas palabras Roberto entendió que me sometía voluntariamente a él, a sus órdenes, y que obedecería cualquier instrucción que me diera. “Vamos a poner a prueba tu disposición” –dijo. Abrió la puerta de su oficina y llamó al jefe de grupo. Lo escuché decirle: “Reúne a los muchachos enfrente de la ventana, Mary quiere mostrarles algo”. Andrés miró a donde yo estaba, sonrió y apresuradamente llamó a los demás. Roberto apagó las luces de la oficina, abrió las persianas dejando entrar la iluminación de las lámparas de la  bodega. Me tomó de la mano, me acercó a la ventana y me ordenó: “Quiero que te exhibas como una vulgar puta, deja que los muchachos miren lo que tanto han deseado”. Las miradas desconcertadas de mis admiradores cambiaron a sorpresa cuando empecé a desabrochar los botones de mi blusa. Yo los miraba con mucha lujuria, con nervios, mis manos temblaban, pero cuando mi blusa cayó al suelo todos teníamos una sonrisa de complicidad que jamás había experimentado. “Agárrate las tetas, mamacita”. “Apriétate los pezones, zorra”. “Qué puta resultó la Mary”. “Qué tetas tienes puta” –eran el tipo de cosas que me decían, yo lejos de molestarme disfrutaba la atención, las miradas, y uno que otro se agarraba la verga por encima del pantalón sin ningún disimulo. Desabroché mi falda y la dejé caer quedando solo en tanga. Los muchachos gritaban, piropeaban y reían con descaro como si estuvieran en un club nudista viendo una stripper.

Voltee a ver a Roberto quien se estaba masturbando sentado detrás de su escritorio. Me ordenó acercarme, y me dijo: “Mira como me has puesto Mary, ¿qué piensas hacer para arreglarlo?”. Sin pensarlo me puse de rodillas y empecé a disfrutar de esa verga firme y venosa, cargada de semen. Estuve así un buen rato, pero cuando estaba a punto de acabar me detuvo. Me puso de pie y me dijo: “sal afuera, con los muchachos, dales un espectáculo que los haga recordarte siempre”. En ese momento, ellos se encontraban mirando hacia donde estábamos Roberto y yo. Al salir de la oficina, se tocaban con descaro. Me puse en medio de ellos, intentando hacerles un baile erótico, los dejaba sobarme las tetas, el culo. La sensación de sentirme deseada me hizo tocarlos, masturbarlos, contonearme sobre sus cuerpos como si me estuvieran cogiendo entre todos.

La lujuria me hacía sentirme como un objeto sexual y nada más. Me quitaron la tanga, dejándome completamente desnuda y a su merced. Empezaron a meterme mano, sus dedos me penetraban. Me chupaban los pezones y me abrazaban con desesperación. La situación se iba a salir de control, pero Roberto con voz seca les ordenó calmarse. Me tomó de la mano y expresó: “Yo soy el jefe aquí”. De nuevo nos metimos a su oficina, yo estaba sin cordura, solo sintiéndome tan vulgar como la mejor. Me colocó con mis manos recargadas en el escritorio, boca abajo, ofreciéndole mi vagina húmeda, yo me contoneaba con prisa, doblando mis rodillas, levantando mis piernas como perra en celo. Roberto se acercó a mí, y con fuerza me penetró convirtiéndome en su propiedad. Yo estaba entregada a sus embestidas y a las miradas de los demás que ya se habían colocado de nuevo frente a la ventana. Gritaba: “¡Dame más Roberto! ¡Así, dame duro, dame verga, quiero verga!”. Tomó mis brazos jalándolos hacia atrás, ya no tenía de donde sostenerme. Tenía mis ojos cerrados, gimiendo al disfrutar de cada centímetro de su verga, sintiendo sus testículos rebotar en mi culo. De pronto, su eyaculación me hizo abrir los ojos al sentir lo espeso y caliente de su semen. Su cuerpo temblaba sobre mí, yo por mi parte me estremecía de tanto placer, ambos nos quedamos así un rato, agitados, recuperando el aliento. Al quedarme tendida en el escritorio con las tetas pegadas a él, disfrutaba como el semen de mi jefe salía de concha recién cogida. Me sentía tan puta al ser observaba por mis compañeros de trabajo, los miraba jadeante y con cara de caliente, sabiendo que ellos lo habían disfrutado tanto como yo.

Nos pusimos de pie, Roberto se abrochaba el pantalón y se ponía la camisa. Yo buscaba mi tanga, pero recordé que la había dejado afuera. Salí a recogerla, y Andrés me la entregó, estaba llena de su semen, la acerqué a mi rostro y la olfateé dando así mi aprobación.

En ese momento, la mayoría no supimos cómo manejar lo que acababa de pasar, pero algo era seguro, todos lo habíamos disfrutado, aunque Roberto y Andrés mas que los demás. Después de vestirme, Roberto les ordenó a los demás seguir con su trabajo. Yo me quedé en su oficina charlando de mi futuro en la empresa. Roberto me dijo: “Como has sido una buena puta, te consideraré para que seas mi secretaria”. Eso implicaba un mejor sueldo, pero lo que siguió no solo me calentó en demasiado, sino que puso mi mente a volar de manera traviesa. “No solo cumplirás la tarea de secretaria, también serás la puta de la bodega. Siempre que alguno de tus compañeros lo requiera, tendrás que apagar sus ganas. Obviamente, si quieres cobrar, puedes hacerlo, pero si lo quieres hacer solo por ser puta y dejar que te cojan, ese será tu problema” –dijo Roberto. “No es problema para mi ser la puta de la bodega, tampoco me complica cobrarles o no, solo importa que los muchachos hagan bien su trabajo y si siendo puta lo puedo lograr, cuenta conmigo” –le dije. Sonrió y dijo: “Muy bien, puta puedes serlo desde ahora. A contar del próximo mes ya estarás en el escritorio que está vacante”. Con la autorización del jefe ahora tenía todo en mis manos para ser la puta y así ellos podrían tener un rendimiento más óptimo en el trabajo.

A la mañana siguiente llegué a trabajar con un vestido ceñido que resaltaba mis atributos, las miradas de lobos hambrientos de mis compañeros me hacían humedecer. En el horario de almuerzo decidí que ya era tiempo de mostrar lo zorrita que soy. Seguí a dos muchachos al sector de los lockers, entré y ellos se quedaron mirándome con deseo. “¿Les gusta cómo me veo?” –les dije. Claro Mary, te ves muy sensual” –respondió uno. “¿Tú crees” –le pregunté girándome lentamente. El otro respondió: “¡Claro que sí! Sensual es poco”. No podían creer que estábamos a solas, no se atrevían a nada, por lo que tuve que tomar la iniciativa. Levanté mi vestido desde los muslos y les mostré que no tenía bragas puestas. Mi vagina se veía húmeda, hinchada por las ganas de coger. “Ahora, ¿qué dicen?” –les pregunté. Los dos se quedaron viéndome y me responden a coro: “Te ves como una puta”. Al escucharlos decir eso, me acerqué mirándolos con lujuria, puse mis manos en sus entrepiernas y les dije: “Entonces, denle verga a la puta de la bodega”. Abrieron el cierre de sus pantalones y sacaron sus vergas, se veían apetitosas, tanto que pasé mi lengua por mis labios. Sin perder tiempo me puse de rodillas y se las empecé a chupar. Ver sus caras de extrañeza y placer me calentaba, metía una en mi boca y me la tragaba completa, lamia desde la base a la punta con lujuria, lo mismo hacía con la otra.

En mi calentura, me quité las bragas y subí mi vestido hasta la cintura. “¿Quién va a ser el primero?” –pregunté. Uno de ellos no perdió el tiempo y ensartó su verga en mi vagina, solté un sensual gemido y le dije: “¡Dame verga con fuerza!”. Apoyada en la pared estaba siendo cogida por un animal salvaje que me embestía con violencia, al otro lo tenía al lado masturbándolo con suavidad, no quería que acabara, sino que disfrutara de mis indecentes caricias en su verga. El otro por su parte se encargaba de cogerme con esa sensual bestialidad que brotaba de su ser, haciendo gemir y chocar mi tetas contra la pared. “Ahora vamos a ver lo putita que eres” –dijo el que masturbaba. Uno de ellos se tiró al piso y me dijo: “Móntame putita”. Obediente me subí encima de él y su verga se ensartó en mi conchita. El otro se acomodó detrás y la metió en mi culo. Fue una deliciosa sensación que me recorrió por completo al sentir como mi ano se abría y albergaba esa verga lujuriosa. Los gemidos se transformaron en alaridos de placer, las embestidas que me daban me estremecían por completo, mi culo y mi concha no daban más de placer, gemía y resoplaba a causa del frenesí de la tremenda cogida que estaba recibiendo, todo por ser la puta de la bodega, la puta que estaba para calmar los ímpetus de esos lobos hambrientos que me cogían como si devoraban a su presa.

Me encontraba al borde del orgasmo, estaba delirando de placer, cuando sentí una corriente que sacudió mi cuerpo con violencia. Esa perversa sensación de lujuria se apoderaba de mi cuerpo, como un vendaval de placer. Era algo que no podía describir en ese momento, pero fue un orgasmo tan intenso que mi culo y mi concha punzaban placenteramente. Ellos seguían dándome con fuerza, no se detenían, yo estaba al borde de la locura, mi corazón latía con fuerza, mi respiración eran solo pequeñas bocanadas de aire que apenas me llenaban los pulmones. Caí sobre el pecho del que estaba en el piso pero les suplicaba que no se detuvieran. No sé cuánto tiempo pasó ni cuantos orgasmos tuve, solo sé que el placer era infinito. Cuando ya estaban por acabar, me pusieron de rodillas en el piso y se empezaron a masturbar como locos, hasta que sus vergas escupieron ese delicioso y tibio semen que cayó en mi boca y en mi cara. Saboree cada chorro de semen que recibí, me sentía puta, lo estaba disfrutando como si fuera una niña que tiene un juguete nuevo.

Después de la demencial cogida y eyacularme encima, se las chupé para no dejar ni un rastro de semen, el ambiente olía a sexo, mi cuerpo olía a sexo, lo sentía en cada respiración. Ellos guardaron sus vergas y salieron con una sonrisa perversa en sus labios. Pasaron los días y me cogían todos los días, no había momento del día en que no estuviera disfrutando de una verga, incluso me exhibían cuando lo hacían, lo que aumentaba el morbo sino también mi calentura. Cada instante era placer y sexo, lo que me tenía más que contenta. En una conversación de pasillo con Roberto, el supervisor de la bodega me comentó que la productividad había aumentado, no había inasistencias del personal, lo que lo tenía muy complacido. Era un objeto sexual que ninguno quería perderse de usar y siempre estaba dispuesta a hacer lo que me pidieran por solo hecho de complacer mis oscuras fantasías. 

 

Pasiones Prohibidas ®

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