martes, 20 de mayo de 2025

117. En manos de un jovencito

 

Me llamo Valeria, soy chilena, de 41 años, casada, feliz. Soy de estatura media a alta, blanca, bastante “buena” como dice mí esposo. En mi vida personal me considero satisfecha y por lo mismo nunca he engañado a mi esposo, en realidad jamás he estado con otro en la cama, aunque alguna vez he fantaseado con ello sólo por imaginar cómo se sentirá. En fin, les contaré mi historia.

Resulta que tenemos una pareja de amigos desde que éramos chiquillos, ahora matrimonio. Tenemos mucha confianza y nos visitamos frecuentemente ya que vivimos en la misma villa. Ellos tienen dos hijos, Paula y Elías; nos dicen tíos a mi esposo y a mí porque nos conocen desde siempre. Hace un tiempo nuestros amigos salieron de viaje por dos semanas y me pidieron que visitara de vez en cuando a los chicos para ver cómo estaban. Como otras veces, accedí pero sólo yo podría ir ya que mi esposo trabaja fuera y llega sólo cada 5 días.

Una tarde que fui a su casa estaba solo a Elías viendo tele. Paulita tenía clases hasta tarde en el instituto. Me invitó a mirar tele con él, acepté de inmediato porque estaba aburrida y no tenía nada que hacer. Estábamos en eso cuando Elías me dice poniéndose colorado que tiene un problema muy personal y si acaso puede confiar en mí, “Por supuesto que sí. Soy tu tía que te quiere y haré lo que sea por ayudarte” –le respondí. “Lo que pasa tía, pero no te enojes por favor, es que nunca he visto ni una parte del cuerpo de una mujer, a menos que no sea en fotos y parece que se me nota, porque mis amigos se burlan de mí. Yo sé que es una locura, pero, ¿tú podrías mostrarme algo que sea? Te juroo que sería nuestro secreto y jamás le diría a mis padres. Eres la mujer adulta más linda que conozco y tengo confianza con nadie más para pedirle este tremendo favor” –me dijo. “Pero Elías, es una verdadera locura lo que me pides. Tan solo imagina si tus padres se enteran” –le dije sobresaltada. Me juró y re juró que jamás les diría nada, que lo que yo quisiera mostrarle estaría bien, que yo le había ofrecido hacer lo que sea por él y ahora le estaba fallando. Eso me conmovió. “No quiero fallarte nunca” –le dije y después le advertí: “Te voy a mostrar sólo lo que yo quiera y será nuestro secretito”.

Su cara de contento y un sonoro beso en mi mejilla me animaron a seguir. Me paré delante del televisor, lo apagué y comencé a sacarme lenta y nerviosamente el sweater, mostrando un coqueto sostén de encaje blanco que dejaba traslucir mis pezones, que por extraña razón, se habían parado. Dudé por un momento, después dándole la espalda, lentamente desabroché la prenda y la dejé caer. Le dije: “Dame un momento para atreverme antes de darme vuelta” –le dije. Él me respondió: “Tía, mejor te das vuelta lentamente y con los ojos cerrados para que no te sientas mal”. “¡Buena idea! –dije. Esperé unos segundos, mi corazón ya se me salía del pecho, era una sensación rara, morbosa diría yo, reconocí espantada en mi interior que aquella situación no solo me tenía nerviosa sino también caliente. Cerré mis ojos y lentamente comencé a dar la vuelta, en ese momento varios pensamientos pasaban por mi mente, pensaba que entraba abundante luz del ventanal, que ya estaba de costado hacia él y de seguro ya podía ver la silueta de mis tetas, recordé mis pezones parados y me dio vergüenza. Finalmente estuve de frente a él, con mis ojos cerrados sentía su mirada, recuerdo que pensé: “Ojalá que le gusten mis tetas, sería terrible haber pasado por esto y que no le gustaran”. También me avergoncé por ese pensamiento. Estaba en eso cuando un sonidito extraño me llamó la atención y dándole la espalda comencé nerviosamente a vestirme. Cuando terminé, tardé un rato en mirarlo a la cara, finalmente le pregunté: “¿Y qué te pareció? Espero no haberte defraudado”. “¡Ah tía! Tus tetas son más ricas que todo lo que había imaginado, incluso hice algo que tal vez no te guste. Estaba ta maravillado que no pude aguantar y te tomé una foto” –me dijo bajando la vista. Al ver mis ojos desorbitados por lo de la foto se apresuró a agregar: “Pero no te preocupes tiita, fue con mi cámara digital y tu foto no la revelarán, así que nadie más que yo te verá. La voy a guardar en mi computador y tú sabes que ni mamá ni papá se meten allí jamás”. Su actitud parecía sincera, además que de imaginarlo corriéndose unas pajas con mi foto, mi corazón nuevamente se aceleró. “Bueno, me tengo que ir y por favor que sea un secretito entre nosotros” –le dije nerviosa, y salí rápidamente. Mientras caminaba hacia mi casa pensé: “No fue tan malo, hasta me gustó. Además, ya pasó”.

Esa noche al revisar mi correo electrónico, di un salto al encontrarme con un mail de Elías donde venía mi foto, me asusté mucho y la borré enseguida. Nuestra hija a veces nos visita y usa el computador; me estremecí de pensar en que pudiera verme desnuda o casi, en la sala de nuestros amigos, los muebles se veían perfectamente. Además, mi esposo también usa el computador ya que para sus negocios el e-mail es importante.

Al día siguiente no pensaba ir a su casa, aún me sentía incómoda, pero Elías me llamó por telefono diciendo que fuera por favor, que quería decirme algo. Acepté y partí como a las 3 de la tarde. Al llegar, de nuevo estaba solo y me contó que la Paula estaba preparando una prueba donde una compañera, que llegaría tarde y podríamos conversar tranquilos. Pasamos a la sala y lo primero que le dije fue por qué me había mandado la foto, que era muy peligroso y no lo volviera a hacer. Me dijo: “Es que te veías tan linda que quiso que yo me viera. En la noche estuve mirando la foto”. Me dio vergüenza y me puse colorada. Pasó un rato de silencio y como tomando aire me dijo muy serio:  “Tía, tu sabes que yo te quiero mucho y ahora más encima que compartimos otras cositas. Por favor no te enojes, compréndeme, es algo muy especial para mí y por lo mismo…”. Se detuvo un instante como reuniendo valor y siguió: “Quiero mirarte de nuevo, pero esta vez, quiero que te quedes sólo en con la parte de abajo de tu ropa interior”. “¡Estás loco!” –le dije enojada. “Compréndeme tía, todo muchacho de mi edad sueña con algo así y yo no quiero perder esta oportunidad, estoy tan desesperado que de puro nervioso podría mandarle un mail al tío” –me dijo. Esa posibilidad me aterró y le dije: “Te pasaste tres pueblos Elías, mira con lo que me sales ahora. ¡Así me agradeces lo comprensiva que he sido contigo? Te voy a dar en el gusto m pero solo por esa maldita foto me tienes atrapada”. 

Cerré las cortinas de la sala y me paré en la semi penumbra en el medio de la habitación, sobre la gruesa alfombra redonda, él se sentó cómodamente en el sofá con cara de ansioso. Comencé con el suéter que llevaba, luego me desabroché la falda larga que llevaba, la que cayó sola. Quedé solo con un conjunto de sostén y tanga de encaje azul. Después me saqué lentamente el sostén mostrándole nuevamente mis tetas, el corazón de nuevo casi se me arrancaba, veía su cara de asombro, parecía gustarle mucho el espectáculo y me dijo: “Gira lentamente tía, quiero verte por todos lados”. Obedecí en silencio. Después de unos minutos me dice con voz nerviosa: “Ya que reconoces tía que te tengo atrapada, quiero que te saques también la tanga”. Intenté protestar pero me di cuenta que era inútil, estaba a merced de un chico que quería explorar lo erótico, era su juguete. Sentía una mezcla de humillación, indefensión y también mucho morbo. Le di la espalda y me bajé la tanga, quedé completamente desnuda para él, estaba paralizada, no sabía qué hacer, su voz me sobresaltó. “Date vuelta tía y acércate” –me dijo. Lo hice y cuando me paré frente a él un halo de sol se colaba entre las cortinas y caía sobre mí, regalándole todos los detalles de mi cuerpo. Me dijo: “Recuéstate a mi lado, a lo largo en el sofá”. Intenté acomodarme pero con él sentado en un extremo no cabían mis piernas, le dije: “No puedo, no quepo contigo ahí”. “Si abres las piernas mucho y pasas la izquierda por atrás mío sobre el respaldo cabemos los dos” –me dijo .A esas alturas ya estaba resignada, lo hice y cuando vi su expresión al verme la conchita recordé que la tengo completa depilada, así le gusta a mi esposo. Por primera vez vi distinto su rostro, no era el del chico que yo conocí desde bebé, era el de un hombre, uno que estaba tremendamente caliente, que tenía un juguete sexual y no sabía qué haría con él. “Ábrela mucho” –me dijo. Obediente abrí mis piernas. “Eso es, recorre tu vagina con un dedo” me ordenó. Ahora la que estaba caliente era yo, obediente seguí su orden. “¡Muy bien, sigue así!” –me ordenaba. En ese punto yo ya no daba más de caliente, mi concha estaba empapada y al estar peladita se veía claramente, mi dedo se perdía a ratos en el interior, gemía desesperada, quería que me mirara muy bien, quería que me viera todo, que viera a su tía descontrolada de deseo, que memorizara mi concha mojada con mi dedo hasta adentro, no tenía limites, ya todo mi pudor se había ido a la mierda, no podía creer que le estuviera haciendo un show sexual a Elías, ni a mi marido se lo he hecho jamás. Es tan fuerte y especial sentirse un objeto de deseo. Estaba en lo mío, como loca con mi dedo mayor hasta adentro, cuando por fin se decidió y siento un dedo suyo entrando junto al mío.

Ya no podía contenerme más, me entregué al placer cual adolescente primeriza. “Eso es mi chiquito, hágame lo que quiera, soy suya para que juegue, su tía es suya, toda suya” –le decía. Saqué mi dedo para qe ahora fuera él quien se adueñara de mis gemidos. “¡Así, así, aprende a gozar con una mujer! ¿No es más rico que las pajitas? ¡Aprovéchame que así como estoy no tengo fuerzas para negarte nada!” –le decía entre gemidos. Sus dedos me exploraban la concha, nunca habían tocado ninguna, me abría los labios, me acariciaba el culo, amasaba mis tetas, pellizcaba mis pezones y yo gemía como puta, así me sentía, su puta-tía o su tía-puta, para él sería lo que quisiera. De pronto, soltó un gemidito ahogado y supe que había acabado, en ese momento acabé yo también quedando allí, cansada, mareada y por primera vez, pensando: Me sentí rara con ello, en que debía haber tenido su verga durísimo, que debí habérsela sacado y recibir su semen en mi cuerpo, incluso hasta me hubiese atrevido quizá a recibirlo en mi boca, lo que a mi esposo siempre le he negado. Intenté adivinar cómo lo tendría, ¿será largo? ¿grueso? Me vestí y sin decir nada partí a casa. Curiosamente, no me sentía tan mal, era rico sentirse tan deseada y lo forzado de la situación como que me liberaba de culpa, de alguna forma mi conciencia no me atormentaba, me preguntaba en que terminaría todo, no lo sé, estoy atrapada por él.

Los días pasaron después de ese lujurioso encuentro y yo no sabía nada Elías, las cosas se ponían un poco complicadas para mí, no porque alguien pudiera enterarse de lo que había paso, más bien porque no saber nada de él me ponía inquieta.

Era jueves, me llama por teléfono y me pide que vaya esa tarde sin falta. Bastante nerviosa por lo que podría pasar llegué como a las 4, dijo que a esa hora estaría de vuelta de practicar deporte como todos los jueves.  Entré con la llave que me dejaron preguntando desde la entrada por alguien en casa, me respondió él desde arriba, diciendo que se estaba duchando, que subiera y lo esperara un momento. Cuando estuve junto a la puerta del baño pregunté en voz alta por su hermana, me dijo que anda media loca con unos trabajos del instituto y no llegara hasta tarde, que no me preocupe y que lo espere en el dormitorio de sus padres. Cuando iba cruzando la puerta me grita desde el baño: “¡Tía, espérame desnuda!”. Sentí un súbito calor en la cara al oír aquello, entré en la alcoba, estaba con las cortinas cerradas, en semi penumbras, un disco de Enya sonaba suavemente desde algún lugar de la habitación. Comencé a desnudarme, de nuevo aquella extraña sensación de estar indefensa, de no tener el control de lo que ocurra, esa especie de liberación de conciencia, esa voz interior que me dice: “No es tu culpa, tu actúas obligada, resígnate”. Cuando terminé de desvestirme allí de pie frente al gran espejo, casi involuntariamente llevé la mano a mi entrepierna, mi concha estaba mojada. En ese momento entró el, venía cubierto con una toalla atada alrededor de su cintura, su cuerpo joven y con pocos vellos, su cabello mojado y desordenado, la cara de deseo que puso al verme desnuda, todo ello me tenía temblando como una chiquilla. De verdad era algo muy especial y nada de desagradable confesaré.

Se acercó a mí, me dio un suave beso en los labios y me dijo casi susurrando a mi oído: “He pensado mucho en ti, quiero que ahora me enseñes a hacer el amor, quiero que tú me lo enseñes”. Dijo poniendo énfasis en la palabra TÚ.

 

Respondí besándolo apasionadamente, mi lengua se abrió paso entre sus labios gruesos refregándose con fuerza contra la suya, me senté en la cama quedando frente a su toalla, “algo” debajo de ella estaba haciendo un bulto, puse mis manos en el nudo que afirmaba su única prenda, se asustó e intentó detenerme pero suavemente retiré sus manos y continué. Solté el nudo y la dejé caer, frente a mi quedó cimbrándose su verga tiesa, su prepucio retraído por la erección y un glande rosado y brillante con una gotita de líquido asomando en su punta. Pensar en que ese juguetito no había sido disfrutado por nadie antes terminó con el poco recato que me quedaba, me acerqué y le di un tierno beso en la punta, luego me retiré para mirar su cara, un hilito de líquido se estiró entre mis labios y su glande. El me miraba con una mirada mezcla de calentura y timidez.

Pasé la lengua por mis labios, el sabor de su liquido era delicioso, hasta diría que casi dulce, mientras lo saboreaba, con mi mano derecha tomé su tronco y comencé a pajearlo lentamente llevando hasta atrás su forro, lo que ponía más grande y brillante su glande, abrí mi boca y la metí su verga lentamente en ella, mi lengua recorría aquella cabeza por todo su contorno, él respiraba agitadamente. Después de un rato lo saqué y lo dirigí hacia arriba afirmándolo con mi mano, empecé a lamerle los testículos, desde allí mi lengua subía por su verga hasta llegar a la punta, mamaba un ratito su glande y volvía a bajar recorriendo el mismo camino. Reconozco que estaba disfrutando como loca, quería comerme toda su vega, la lamía con desesperación, su cabeza estaba hinchada al máximo, de pronto, mientras subía, comenzó a soltar chorros de semen que cayeron en mi pelo, mi frente, mi mejilla y finalmente en mis labios. Como llevada por una fuerza incontenible lo metí en mi boca alcanzando a recibir el ultimo disparo de semen en mi lengua, me avergüenza decirlo pero lo saboreé como un manjar tragándolo con gusto y pensar que al pobre de Marcos, mi marido, nunca le he aceptado. Esto es una locura, lo sé, pero la situación daba para ello y más, la música, la penumbra, nuestros cuerpos desnudos, aquella verga virgen. En fin, todo. Yo ya no tenía freno, había sobrepasado todos mis propios límites empujada por este chiquillo que encontró en mí su juguete sexual. Esto no se detuvo aquí, yo estaba como loca y él todavía la tenía dura. ¿Serán así todos los jóvenes? Lo acosté en la cama, su verga apuntaba al cielo, no se imaginan que hermoso cuadro. Volví a chupársela como si estuviera embrujada, no podía parar, finalmente no pude aguantar más y subiendo a gatas por la cama me senté sobre él metiéndomela hasta el fondo. Mi concha lo apretaba con fuerza al sentirse llena, sentía sus testículos calientes en mi culo en cada profunda embestida que dábamos. Yo posaba mis tetas en su cara, refregaba mis pezones alternadamente en sus labios. Tuve no sé cuántos orgasmos montada en esa verga incansable, él acababa  y casi sin ablandarse continuaba dándome duro a los pocos minutos. ¡Por Dios, qué manera de darme verga! Creo que Marcos nunca me había culeado tanto; empecé a decirle todo tipo de cosas. “¡Dame todo tu lechecita, quiero secar tus testículos!. “¡Así mi dueño, soy toda tuya! ¡Culeame toda!” –le decía envuelta en el éxtasis absoluto de placer. “¡Mira en el espejo como me tienes ensartada en tu verga! ¡Soy tuya! ¡Tu puta, tu perra, tu juguete sexual!” –le decía con más calentura mientras Elías no paraba de metérmela con fuerza. “¡Nadie me la metido como tú, me fascina esa verga rica que tienes mi chiquito!” –le decía casi en agonía.

En fin, estuvimos como hasta las 8:30 de la noche. Le enseñé a montarme pero le gustó más que yo lo montara, creo que le gustaba mirar en el espejo como se veía su tía desde atrás subiendo y bajando, a ratos me pedía que me quedara quieta y con el culo bien parado. Entonces con sus manos me abría el culo y miraba al espejo , yo me avergonzaba de imaginar lo que veía, mi culo abierto al máximo y su verga metido hasta los testículos en mi concha también abierta, mis agujeritos íntimos allí expuestos por completo, rendidos y disponibles para su juego, era una mezcla de humillación con una calentura tremenda. Pese a estar muy cansados, me costó detenerlo, le dije que tenía que irme, que me dejara, que ya me había hecho lo que todo lo que quiso. Me vestí en silencio, ordené algo la cama, me arreglé un poco y salí dándole un tímido beso. Afuera ya era casi de noche. Al caminar por la calle con mi concha abierta y rebosante de semen me ponía más caliente sabiendo que había sido la primera en probar esa rica verga, que me había mandado con su semen escurriendo era delicioso.

Al llegar, me di una ducha, me tiré en la cama y cerré los ojos. Las imágenes de tan rica cogida empezaron a hacer estragos en mi mente, estaba mojada, mi vagina quería placer. Empecé  a jugar con mis dedos, acariciando deliciosamente mi clítoris, los gemidos no se hicieron esperar, Estaba caliente por un chiquillo que había sabido jugar muy bien sus cartas y ahora me tenia con la piernas abiertas pensando en él, en lo rico que me había cogido y que para ser su primera vez supo perfectamente como hacerme gozar. Una ola de placer envolvió mi concha mojada y caliente, gemía como loca y diciendo el nombre de ese mocoso que me había hecho puta. Cuando mi cuerpo se relajó pude conciliar el sueño.

Fue un delicioso momento que se ha repetido casi a diario, él me llama y me tiene a sus pies, siempre dispuesta a complacerlo. Ya ha pasado casi un año y seguimos en ese morboso placer de coger por las tardes, no niego que el morbo es más fuerte y siempre lo será mientras tenga la verga de Elías entre mis piernas.

 

Pasiones Prohibidas ®

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