sábado, 21 de septiembre de 2024

19. Aires cordilleranos


Esto pasó en el verano del 2021. Había trascurrido casi un año de pandemia y con mi grupo de amigos nos arrancamos a la cordillera. Era principios de año así que fue un viaje que salió en una noche de carrete, nada de planificaciones y cosas por el estilo. Mochilas con todo lo necesario, carpas, abrigo y cocinillas. Días de abundante de sol y naturaleza, acampando en medio de la nada junto al río, con cerveza, tabaco, música al gusto y amistad de toda la vida. Todo era un encanto.

Para beneficio mío, no estábamos solos, a unos metros de nuestras carpas había tres chicas acampando a las que saludamos amablemente. En esos momentos ni siquiera me percaté de ellas puesto que sólo estaba disfrutando de la escapada. Fue un entretenido día y llegó la noche. Mis amigas y amigos cantaban ya borrachos por el consumo de cervezas y vino tinto. Yo, por mi parte, igual de borracho en un momento me cansé de compartir y decidí apartarme al río a fumar un tabaco que procedí a enrolar. Mientras fumo, me percato de una linda silueta de mujer en la oscuridad de inmensas montañas, aquella cintura y el agua como un anillo me invadió por dentro como una expresión de arte natural. Diminutos movimientos, como sacudiéndose, se levanta, ya que estaba en cuclillas y como una linterna que ilumina enciende el fuego. Así la imaginaba y ella se limpiaba sus encantos. No pude ver nada, todo quedó como un secreto escondido en mi mente. Esa misma silueta después caminaba a su lugar de descanso sin linterna. En medio de la oscuridad, admiraba la osadía de caminar desnuda en medio de la noche de la imponente cordillera.

Al otro día tomaba un café por la mañana, me gusta despertar temprano por costumbre, además que no había bebido mucho. Compartía anécdotas con mi amiga que me acompañaba, cuando en un momento se acerca una de las chicas de la carpa contigua. “Hola muchachos, quiero pedirles un favor” –dijo ella. “Diga vecina, ¿qué necesita?” –dijo amablemente mi amiga. “Disculpa que los moleste, ¿podrían prestarme un cuchillo por favor? Trajimos de todo pero ya ven que no echamos uno en las mochilas” –dice la vecina con una sonría. “Si poh amiga, ahí mi amiguito justo lo tiene al lado” –dice mi amiga.Le pasé el cuchillo y me dio las gracias. Todo muy cotidiano, con suerte la miré y a los minutos después me sentí como una persona muy tosca frente a su presencia. Estamos en verano y con poca ropa. Afortunadamente, como decimos en mi país: “Me puse vivo”.

Por la tarde, ya todos disfrutaban de otro hermoso día de sol y río. El agua estaba riquísima y hacía mucho calor. Me dieron ganar de fumar y partir una piña que había llevado para hacer un ponche. Recordé que el cuchillo que llevé se lo había prestado a aquella mujer hasta ahora misteriosa para mí y lo fui a buscar. Me acerqué al lugar de su carpa y justamente estaba ella, la saludé. “Hola vecina” –le dije cortésmente. “Hola” –me dijo y sonrió. Fue ahí que la miré, era una chica sensual de no más de 25 años, llamaba poderosamente mi atención. Ojos negros, pelo largo pero tomado. Un bomboncito rico pensé. Tenía el presentimiento que algo bueno iba a pasar. “¿Y tus amigas?” –pregunté sutil. “Andan de caminata, por el monte del indio o algo así” –respondió. Prácticamente hacíamos lo mismo. Dos grupos de amigos y su escape a la cordillera en un día de verano. Lo que hace todo el mundo, lo que hacemos todos cuando nos escapamos de la jaula del zoológico social que llamamos ciudad. “¿Te puedo preguntar cómo te llamas?” –pregunté. “¡Qué caballero! Dayanna, ¿y el tuyo?” –me respondió con una sonrisa. “Me llamo Juan Pablo” –le respondí. Comenzamos a charlar mientras ella ordenaba su espacio; tazas, mochilas, platos sucios, tenedores, todo lo que metes a una bolsa y después desechas. Yo me estaba preparando un cigarro de esos que dan risa, ella observaba con detenimiento. “¿Me convidas un poco de eso? –me preguntó. Me fijé muy atento a sus ojos y estaban rojos, así que es muy probable que estuviera bajo el efecto de la marihuana. “Claro, siempre es grato compartir” –le dije mientras se lo pasaba para que fumara. “¡Que rico! ¿De qué es?” –me dijo. “Bueno, es secreto, pero tiene un toque de uva que la hace diferente”. Ella aspiró y por un momento hubo un pequeño silencio. Aproveché para mirarla con su diminuta vestimenta veraniega. Ella hizo lo mismo, porque yo tenía puesto un short corto y camisa abierta. Totalmente entregado. Justo y preciso en ese momento supe que la linda silueta de la noche cordillerana era aquella mujer que tenía ante mis ojos. “¿Eras tú cierto?” –preguntó ella. No me anduve con tonterías, no quería perder tiempo en que repita lo dicho, simplemente dije que sí. “Pero si todavía no te preguntó qué” –me dijo sorprendida y a la vez que reía. “Era yo, pero no te pude ver nada así que quédate tranquila” –dije seguro. “No, si eso no me preocupa, solo que no quería quedar como una ordinaria que se va a mear entre las ramas” –dijo con una sonrisa. “Todo lo hemos alguna vez en la vida. Aparte era de noche, hay mucho río y solo es agua que llega al mar. También vegetación hay por montones” –le dije. 

Reímos y me pasó el cigarrillo. Ella volvió a ordenar no sé qué cosa y fue cuando mis ojos saltaron de sus cuencas. Dayanna se agachó a recoger una taza y su culo quedó a mi vista. En ese momento que Dayanna me regala una de las mejores sorpresas que me han dado en la vida, todo el encanto de mujer que me gusta, pude ver que no traía bragas puestas, ya que el diminuto y veraniego vestido se subió dejándome pasmado con la escena. Su vagina se veía demasiado excitante, sin nada de vello, ya estaba húmeda, hasta el aroma que desprendía me enloquecía, sentí como la lujuria me tomaba prisionero y mi verga se estaba poniendo dura. No lo pensé y me acerqué por detrás. Ella gimió, me tome de sus caderas y restregué mi verga entre sus nalgas. Ya preso de la calentura me bajé el short hasta la mitad de los muslos. Salió mi verga tiesa y se la metí como un loco. No lo podía creer, apenas la conocía y ya me la estaba cogiendo. Una puta pensaba, de hecho estábamos drogados, por lo que eso actuó para desinhibirnos un poco.

La forma en que gemía ella me volvía loco, era tan exquisita esa manera de pedir que se la metiera con más fuerza. Además, el paisaje. La gente de la cuidad ni siquiera imaginaba lo que sucedia en las alturas. Me sentía imponente mirando por encima de la ciudad y se la metía con lujuria. Ella con el culo empinado, piernas estiradas y manos en el piso me dice: “¡Qué rico me la metes!”. Entre gemidos y jadeos nos entregábamos al placer. “¡Quiero que dejes mi concha llena de semen!” –dijo jadeando. La nalguee y le dije que repitiera lo que dijo, sin dudarlo repitió y nos metimos en la carpa. Hice que me quitara el short y ella se quiera el vestido. En la carpa Dayanna se acomodó y me la empezó a chupar. Lo hacía perversamente pero yo quería meterla. Me empecé a mover y la tomaba de la cabeza marcando el ritmo en que quería que se la tragara. En medio de la perversión levanté la cabeza y nuestros ojos se encontraron, apretaba su rostro, en una actitud tierna puedo ver su sonrisa que con sus manos ocultaba. Una media vuelta y me dio la espalda. Brazos al cielo y como un ángel de una pintura renacentista, tenía a esta putita como un lienzo en blanco. Así mismo acomodó mi verga con su mano entre medio de sus nalgas y se la metió. Entró todo y sentía todo su calor. De una manera muy suave me comenzó a montar. “¡Ah, que putita eres Dayanna!” –le decía mientras ella se movía de manera sensual, tenía una de mis manos pegada en una teta y apretaba su pezón. “No pares de moverte” –le decía. Ella hacia caso como una buena esclava.

Dayanna era obediente y gemía demasiado rico, era el sueño de todo pervertido, el video amateur perfecto. Me acerqué a besarla u a pasarle la lengua por el cuello, acariciaba sus tetas y mordía sus pozones. “¿Dónde la quieres putita?” –pregunté agitado. Ella no me respondía, solo se dedicó a gemir y a disfrutar mi verga que se perdía en su culo, ya al borde del orgasmo Dayanna gritaba y se retorcía con perversión. Su culo pulsaba causando una exquisita presión en mi verga, Dayanna ya estaba en medio de ese lujurioso orgasmo y yo conteniendo mi semen para no llenar su culo. “¿Dónde vas a querer mi semen, zorrita?” –le dije. “En la boca” –sentenció. Le di unas nalgadas más y le dije: “Salgamos de la carpa”. En medio de la naturaleza se arrodilló y como una leona hambrienta se tragó mi verga otra vez, y me la chupó con esa maldita lujuria que me encantaba. Enredé mis dedos en su pelo y hacia que se atragantara con mi verga. Ella mordía mi glande y se tragaba mi verga hasta el fondo de su garganta, era toda una deliciosa puta chupándomela con perversión. “¡Ah, voy a acabar! ¡No pares!” –le decía bufando. No me pude contener y mi verga explotó en la boca de mi lujuriosa amante, dejándole llena la boca de semen, ella no desperdició ni una sola gota, tragándoselo completo.

Dayanna se levantó y de un bolso sacó una toalla de papel secante y se limpió la boca. En esos momentos la observaba y acariciaba su cabello. “¿Qué?” –preguntó intrigada. “Nada, solo te miro” –le respondí. Otra vez reímos. Entre ella y yo se había formado un vínculo que no solo nació de compartir un cigarro de marihuana o solo por apagar las ganas de coger. “¿Cuándo te vas?” –pregunté entusiasta. “Mañana, ¿y tú?” –respondió ella. “Mañana también, en la tarde” –le dije. Nos metimos en la carpa, desnudos, en un fulgor de calor y sexo sucio, entendí que era solo cosa de un día y una noche de lujuria la que tendríamos pero que íbamos a aprovechar en todo su esplendor. Solo para terminar les diré que esa noche nos perdimos en medio de la montaña y cogimos mirando las luces de la cuidad bajo nosotros, refugiados en la oscuridad y en la inmensidad de la cordillera nos entregamos otra vez al placer. Cuando la mañana llegó intercambiamos números y ella se despidió como una niña buena, pero con la promesa de volver a vernos y ser más pervertidos que cuando disfrutamos de esos lujuriosos aires cordilleranos.

 

 

Pasiones Prohibidas ®

2 comentarios:

  1. Que delicia de relato en medio de unas montañas ser cogida así d una manera tan lujurioso exquisito relato Caballero

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  2. En medio del bosque en dónde nadie escuché mis gritos mientras me penetran.

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