Mis interacciones con ella se habían limitado a saludos casuales cada vez que nos cruzábamos en el edificio, ya sea que estuviera sola o acompañada por alguna amiga o sus hijos. Digo “había estado” porque hace unos meses me sorprendió. Recuerdo que salí de mi edificio y por pura casualidad, el pasillo estaba vacío cuando de repente la vi salir de su apartamento en el segundo piso, envuelta en una simple toalla. Por la sorpresa dejé caer mi mochila, Cuando me agaché para recogerla, desde esa posición, tuve una vista sin obstáculos debajo de su toalla. Me sonrojé de vergüenza, pensando que ella se retiraría rápidamente a su apartamento. Sin embargo, por alguna razón, bajó las escaleras. Fui testigo de los tentadores encantos de Angélica cubiertos por una pequeña toalla, ocultando apenas su seductora forma. Con cada paso que daba, la toalla se separaba más allá de sus caderas, revelando más de su atractiva figura. Desde atrás, la toalla era tan corta que vislumbré sus nalgas asomando. No hizo ningún esfuerzo por mantener la toalla en su lugar, exponiendo cada centímetro de su vagina desnuda. “¡Hola, vecino!” –dijo casualmente cuando llegó al final de la escalera y luego se inclinó para sacar el correo de su buzón. Como su buzón estaba colocado en la fila más baja, cuando se inclinó, vi que la toalla subía, exponiendo la mayor parte de sus nalgas desnudas. Cuando abrió la caja, sus deliciosas curvas estaban justo frente a mí. Me puse un poco nervioso cuando ella se inclinó sin siquiera doblar las rodillas, tomándose su tiempo para recoger su correo como si no se diera cuenta del efecto que estaba teniendo en mí.
Queriendo ser un caballero, me despedí y ella comenzó a subir las escaleras. Estaba a punto de abrir la puerta del edificio cuando dudé, esperando poder ver nuevamente sus nalgas desnudas. Ya estaba casi en lo alto de las escaleras cuando, de repente, una ráfaga de viento la atravesó cuando abrí la puerta. Le levantó la toalla por encima de la cintura nuevamente y una vez más tuve una vista sin obstáculos de su entrepierna expuesta. Estaba tan preocupada por no dejar caer los sobres, que no se dio cuenta de que el viento había tirado su toalla. Tenía las manos llenas de su correo, por lo que no pudo agarrar la toalla, que cayó al suelo a mis pies. Me quedé allí por un momento, sin saber qué hacer a continuación, mientras Angélica estaba mortificada al no tener medios para ocultar su desnudez. Finalmente, se dio la vuelta y bajó las escaleras. Con cada paso, sus pechos rebotaban y la brisa fresca hacía que sus pezones rosados e hinchados se pusieran erectos. Recogió su toalla, sin romper nunca el contacto visual conmigo, me dejó sin palabras. Me agradeció mientras tomaba la toalla de mis manos, luego se dio la vuelta y subió las escaleras una vez más. Me quedé encantado cuando se puso la toalla sobre el brazo en lugar de envolverse con ella, subió las escaleras lentamente, fingiendo interés por el correo. Cada paso que daba era más ancho de lo habitual, permitiéndome tener una vista descarada de su culo, y de su vagina expuesta en plena luz del día. Cuando llegó a lo alto de las escaleras, se despidió de mí. “¡Tienes un cuerpo hermoso!” –exclamé como un tono libidinoso. Se detuvo en seco al escuchar mis palabras llenas de lujuria, sus ojos se abrieron sorprendidos por mi atrevida declaración. Un rubor caliente se extendió por sus mejillas, pero no parecía molesta. En cambio, una sonrisa traviesa se curvó en sus labios mientras jugueteaba con el borde de la toalla que tenía en su brazo. “Vecino, ¿te gusta lo que ves? ¿Te gustaría tocar más de cerca mis tetas y mi vagina?” –murmuró en un tono seductor, su voz cargada de una promesa tentadora.
Mi corazón latía desbocado mientras asentía con la cabeza, incapaz de articular una palabra. Angélica dio unos pasos hacia mí, su figura exquisita cubierta de sobres de correo que amenazaba con caer en cualquier momento. Sus ojos brillaban con una mezcla de picardía y deseo, grabando en mi mente cada detalle de su cuerpo. Con un movimiento seductor, dejó caer la correspondencia al suelo, revelando su desnudez completa. Mi mirada se deslizó sin restricciones por su figura impecable, admirando sus curvas tentadoras y su piel suave como la seda. Sus pezones rosados se habían endurecido de excitación y un rastro de humedad brillaba entre sus muslos, indicando su calentura. “Ven, vecino” –susurró, extendiéndome una mano que me invitaba. Mis piernas temblaron mientras daba un paso hacia ella, la atracción magnética entre nosotros era palpable en el aire. Sin mediar palabra, nos encontramos en un abrazo apasionado, nuestros cuerpos entrelazados en una danza erótica. Sus labios encontraron los míos en un beso ardiente, sus manos explorando cada centímetro de mi piel con avidez. Una sonrisa traviesa apareció en sus labios. Con un brillo en los ojos, con la toalla todavía sobre el brazo. “¿Crees que tengo un cuerpo hermoso?” –me preguntó. Su voz estaba llena de seducción. Asentí tragando saliva. “Bueno, tal vez es hora de conocernos mucho más” –me susurró. Tomó suavemente mi mano, guiándome hacía su departamento. Cruzamos el pasillo y subimos las escaleras, iba con el corazón acelerado por la emoción.
Una vez dentro de su departamento, la atmósfera crepitaba de sensualidad. Angélica lentamente se quitó la toalla de su brazo, dejándola caer con gracia al suelo. La vista ante mí era impresionante: Su cuerpo bañado por el suave brillo de la habitación, cada curva y contorno era acentuado por la luz ambiental. Con una sonrisa ardiente, me hizo una seña para que me acercara, sus ojos estaban llenos de una mezcla de deseo y lujuria. Me acerqué a ella con cautela, mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Tomó mi rostro entre sus manos y su toque provocó escalofríos por mi columna. “Confío en ti” –me dijo con su voz llena de vulnerabilidad. Ya me estaba derritiendo como mantequilla caliente en sus manos. “¿De verdad crees que soy bonita?” –me preguntó, una vez más. “Creo que eres absolutamente hermosa” le respondí sin dejar de acariciar su rostro. “Gracias, de verdad necesito que me digas cosas así, me siento tan miserable hoy” –dijo ella. La besé. La suave presión de sus labios se sentía bien, tomé su mano entre las mías y le acaricié la palma con el dedo. Había algo extremadamente sensual en la suave caricia con mi dedo. Estoy seguro que la hice sentir como si tuviera mariposas en el vientre. Besé sus suaves mejillas y luego puse mis labios contra la curva de su cuello. Ella se estremeció al sentir que le chupaba la piel, tal como los chicos intentaban hacer en las citas para que ella se fuera a casa con un chupetón, pero yo no estaba tratando de hacerle un chupetón, estaba mordisqueando la carne suave de su garganta como si fuera una especie de festín. La empujé hacia la sala y parecía un poco aturdida cuando la abracé y la apreté contra mi pecho. Su piel se sentía como el fuego y se sintió tan indefensa como una muñeca de trapo en mis manos. “No deberíamos estar haciendo esto” –traté de decir jadeante, justo cuando ella puso sus labios contra los míos. No había nada tierno en sus besos. Sus labios se sentían duros y exigentes. Me quitaron el aliento, sentía el sondeo de su lengua y obedientemente abrí mi boca. Su lengua dura y ardiente apuñalaba mi boca. Parecía decidida a clavar su lengua profundamente en mi garganta.
Dejé de acariciarle la mano y la puse en el muslo. Percibía el calor ardiente de sus exquisitas piernas, casi abrazando mis dedos ansiosos. “Para. Detén esto, tu mamá no tarda en llegar. No podemos hacer esto” –le dije. Aunque protestaba, no quería detenerme, nunca antes me había sentido así.
Seguí apretando su muslo y movió su lengua caliente dentro de mi boca. Se sentía extraño besar con la lengua a una mujer que no era mi novia, pero es emocionante. Moví mi lengua contra la de ella, enviando una poderosa oleada de necesidad que la excita aún más. Sentí mi verga endurecerse y hormiguear en mis testículos. “Eres una mujer hermosa. Eres el tipo de mujer que hace que a un hombre se le haga agua la boca, se me pone dura solo con mirarte” –le dije. “¿De verdad?” –ella preguntó. “Sí. Especialmente cuando usas esos pantalones de mezclilla ajustados. Suelo caminar con una erección todo el día, después de verte pasar” –le contesté. “Tal vez lo vuelva a usar más tarde” –dijo. “Qué sea mucho más tarde” –contesté. Deslicé mi mano por su cuerpo, se estremeció al sentir mi mano ancha y áspera sobre su vientre desnudo. La moví hacia arriba hasta se posó en su teta, apretando su forma redonda y le pellizqué el pezón. Dio un pequeño gemido entrecortado. Mi mirada lujuriosa la hizo sentir más orgullosa que nunca de sus grandes tetas con sus pezones enormes, duros y de color rosado. Coloqué mis manos debajo de ellos, tocándolos y apretando hasta que se sintieron más duros que nunca. Sostuve uno en mi mano mientras bajaba la cabeza. Lamí su pezón con la punta de la lengua, percibí un calor húmedo en sus pezones. Moví la cabeza pasando a su otra teta. Su gemido atormentado me rogó que continuara. “¡Me estás haciendo sentir como una loca!” –me dijo. “Así es como quiero que te sientas” –le dije. Ella jadeó cuando sintió que chupaba más de su piel caliente con mi boca, girando mi lengua alrededor de su pezón y lo mordía con los dientes. Puse mi mano debajo de su perfecto culo redondo, mis dedos apretaron una de sus nalgas y le causaron una nueva sensación de hormigueo en su entrepierna.
Me sentía en el cielo con mi mano ardiente apretando su trasero desnudo tantas veces admirado de lejos. Por fin tengo a mi alcance sus largas y hermosas piernas, y también su vagina delicadamente depilada. “Abre bien las piernas, quiero ver tu exquisita vagina” –le dije temblando de lujuria. Abrió las piernas como le dije. Estaba mirando su húmeda vagina, pase mis manos por esa deliciosa vagina lampiña, Angélica jadeó cuando sintió que mis dos dedos la invadían suavemente. “Sé que te gustará esto, eres una vecina caliente, puedo verlo en tu cara” –le dije maliciosamente. Mis dedos ásperos y gruesos, se estaban moviéndose en su interior suavemente, con cariño y pasión. Al principio fue un poco incómodo, pero luego, los fluidos de su entrepierna comenzaron a lubricarla y Angélica comenzó a disfrutarlo. Su trasero se retorció al ritmo caliente de mis dedos, y ya no quería que se detuviera. “Quítate la ropa. Por favor, desnúdate para mí. Quiero verte desnudo” –me dijo con sensualidad en su voz. Sonreí lascivamente. Mantuve mis dos dedos en su vagina mientras me quitaba la ropa con la mano libre. Ella suspiraba a media que me quitaba la ropa. Me bajé los pantalones y los calzoncillos mostrando mi verga erecta que ya estaba cubierto de líquido preseminal. “¡Es grande!” –dijo. No pudo evitar tocarla, pasó los dedos por la verga ardiente y excitada, entrelazó sus dedos alrededor de ella. Un poderoso calor palpitante se expandió a través de mi verga. Era como si fuera a explotar en cualquier momento. Mantuve su vulva caliente moviendo de un lado a otro mis dedos. Nunca había visto nada tan magnífico como su preciosa cara a punto de llegar al clímax.
Saqué los dedos de su ardiente vulva, la senté en el sofá de la sala junto a mí. Una vez más jugué con sus pezones, mis dedos provocaron ondas de excitación por todo su cuerpo. Agarró mi otra mano y la llevó hacia su vagina. Sonreí, mientras empujaba un dedo entre sus calientes labios vaginales, gimió y comenzó a moverse contra mi dedo. Se sentía tan dulce. “¡Cógeme!” –gritó. “¡Oh Dios! ¡Quiero tanto que me cojas! ¡Necesito tu verga dentro de mí!” –decía gimiendo enloquecida. Todavía estaba sonriendo cuando aparté la mano de su vagina y me subí sobre ella. Abrió las piernas para que pudiera clavar fácilmente mi verga, pero eso no era lo que tenía en mente, al menos, no de inmediato. En lugar de eso, con mi verga hinchada comencé a frotarla de arriba abajo en esa entrada húmeda y caliente. La sensación era deliciosa, pero Angélica estaba caliente y ansiosa por tener dentro mi verga. “¡Oh, por favor! ¡Por favor, pon tu verga en mi vagina! ¡Le necesito! ¡Quiero que me cojas!” –me rogó. Puse todo mi peso sobre ella, aplastando sus grandes y redondas tetas contra mi pecho. Suspiró con satisfacción al sentir la presión de mi verga empujando su entrepierna. Lentamente, separé sus labios sensibles de su vagina. “¡Oh, sí! ¡Ponlo así! ¡Me encanta! ¡Me encanta tu gran verga!” –decía gimiendo. Empujé mi verga con fuerza, se deslizó fácilmente en su húmeda vulva. Gritó cuando sintió que la tenía adentro. Un espasmo de placer sacudió su cuerpo, envolvió sus brazos alrededor de mi ancha espalda y trató de apretarme más contra ella. “Cógeme” –dijo sin aliento. “¡Cógeme fuerte! ¡Necesito que me cojas!” –decía con notoria calentura. Mientras jugaba con sus tetas, empecé a mover las caderas de un lado a otro. Mi verga se deslizó dentro y fuera de su concha suavemente, mostrándole lo deliciosa que podía ser una cogida lenta. Levantó las piernas y las envolvió alrededor de mi espalda. Me agarró con las piernas y los brazos, me jaló hacia abajo sobre ella otra vez, le gustaba la sensación de mi cuerpo aplastando el de ella. Así era como ella quería sentirse.
Yo quería que ella fuera capaz de recordar este sexo durante mucho tiempo. Quería que ella lo recordara tan vívidamente que regresaría por más placer sexual, viviendo tan cerca sería tan conveniente para ambos. Con un gemido atormentado me rogó que continuara, con más fuerza. Sus caderas habían comenzado a moverse de lado a lado y podía sentirla haciendo cosas con las paredes de su vulva. Yo sentí el fuego líquido en mis testículos y sabía que iba a tener que dárselo tan fuerte como ella deseaba. “Está bien, vecina. Eso es lo que quieres, eso tendrás” –le dije mirándola con lujuria. Ante la primera embestida brutal, un grito de placer salió de sus labios, fue un sonido grave y gutural. Comenzó a levantar las caderas para encontrarse con cada embestida de mi caliente verga. Se sentía como si estuviéramos en una competencia, para ver quién podía moverse por más tiempo y con más hambre de sexo. “¡Así es como lo quiero¡ ¡Así, métemela fuerte! ¡Se siente tan rica!” –exclamaba entre gemidos. Percibí un nudo en el bajo vientre y una dulce tensión bajando por la columna. Apreté los dientes ante la sensación que se aproximaba, y nunca me había sentido tan latente como ese día. “¡Voy a acabar! ¡Mierda, qué rico! ¡Más fuerte, métela más duro!” –gritaba como puta enloquecida. Empujé mi verga profundamente, mientras su cuerpo se volvía loco, se movió debajo de mi como si fuera un pez en un anzuelo. Los espasmos de placer la estremecieron deliciosamente. Su concha empapó mi miembro con sus fluidos. Mi verga palpitante corrió hacia el clímax, la llené de inmediato con mi semen espeso y tibio. Podía sentirlo saliendo, mojando su vagina y sus muslos suaves. Saqué lentamente mi verga húmeda de su vagina pegajosa y la froté contra su pubis. “Estuviste fantástica, Angélica” –dije suspirando. Mientras yacíamos allí, enredados en los brazos del otro, una sensación de satisfacción nos invadió. Los ojos de ella brillaron de alegría, su sonrisa radiante y llena de gratitud. “¿Y tu mamá? Ya no deben tardar en llegar” –le dije mientras trataba de ponerme de pie. “No te preocupes, está de viaje con los abuelitos del club de adultos mayores. Regresa en dos días” –me contestó jalando de mi brazo para volver a su lado. “Ah, muy bien que salga” –le dije. “Sí, aprovecha de pasarla bien en sus panoramas, pero por qué me preguntas por ella?” –me dijo. “No quiero que se lleve una sorpresa, es todo” –le respondí. “Creí que pensabas otra cosa” –me dijo con una voz de niña traviesa. No le contesté nada. “Tal vez en una de esas se lleva la sorpresa cuando regrese, ¿quién sabe?” –me dijo.
Abrazados, jadeantes y empapados en sudor, nos miramos con una satisfacción indescriptible. Angélica sonrió y me dijo: “Vecino, esto es solo el comienzo. Hay mucho más que explorar en nuestra travesura carnal”. Así, en la sala de su apartamento, sellamos nuestro pacto de placer y nos aventuramos juntos en un mundo de deseo y pasión desenfrenada. Los dos días antes que regresara su madre nos cogíamos todo el día, quedábamos sin fuerzas pero satisfechos nuestros demonios sexuales.
Pasiones Prohibidas ®
Que rico imaginar ser cogida así de esa manera por ese vecino como siempre delicioso relato Caballero
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