Hacía mucho que no tenía noticias de mi tía Patricia. Casualmente el día que cumplí 19 recibí una carta con su letra, junto con un libro de una novela erótica, la que me había prometido la última vez que la vi. Eso fue como a mis 13 años. Dijo que era muy chiquita para leer esas cosas cuando la pesqué leyendo aquel libro una noche de verano.
Ese día recibí pocos regalos. Algunos amigos ni se acordaron de mí. Solo mi mejor amiga pasó un rato a tomar unas cervezas y el denso de Matías me trajo un anillo plateado precioso. Ese tipo intenta conquistarme desde el primaria, pero yo no podía enamorarme de él, por lo que quedamos como amigos con derecho. Aún así nunca pasamos de una chupada de verga o de una buena chupada de tetas. Jamás nos besamos en la boca.
Mamá me hizo un arroz con pollo delicioso, mi hermano me regaló una bicicleta y mi papá me dio dinero para que me compre lo que quisiera. Mi abuela siempre lo arreglaba todo con una tanguita y un par de medias, y mi abuelo con chocolates. Recién pude leer la carta de mi tía por la noche, cuando la casa era un manojo de silencios. Mi mamá nunca quiso que su hermana y yo nos frecuentemos. Decía que era una mala influencia para mí y mis decisiones. Siempre sospeché que algo pasó entre ellas cuando jóvenes. La carta decía: “¡Feliz cumple Anita, mi chiquita hermosa, princesa de la tía! Te escribo para desearte lo mejor del mundo, pero también para contarte o mejor dicho, proponerte algo. Yo estoy trabajando en un geriátrico, en turno noche de lunes a lunes. No estoy sola, pero Amalia, una de las más antiguas está muy enferma y el jefe está buscando a alguien para reemplazarla. Yo hablé por ti mi vida. Piénsalo. No puedes estudiar en tu casa con el borracho de tu viejo y viviendo de lo que te dé tu mami por ayudarle en la carnicería. Acá pagan muy bien. Los viejos son tranquilos. Casi ninguno está enfermo. Además, puedes vivir conmigo. Yo casi no estoy en casa. Espero tu respuesta urgente. Abajo está mi celu. Llámame. ¡Ah, ojo con las manitos cuando leas el libro, no seas cochina! ¡Mira que está buenísimo! Disfrútalo. Te quiere con el alma, tu tía Paty”.
No lo pensé. El reloj daba las dos de la madrugada y las ganas de querer cambiar mi vida me asaltaron por completo. Todo lo que la carta decía era tan real como doloroso. Además, mi hermano tenía serios problemas con la cocaína. La llamé con el corazón galopante de alegría y ella me dio la dirección en medio de un leve sollozo al reconocerme. Al día siguiente hice un bolsito con un poco de ropa, guardé apuntes y libros de la universidad, me di una ducha y enfrenté a mis padres. Les dije que no sólo tomaba el trabajo, sino que me iba a vivir a lo de mi tía. Me trataron de desagradecida, inmadura, de rebelde sin causa, y me pidieron que no vuelva a pisar la casa. Mi hermano dijo mientras me abría la puerta: “¡Vas a terminar siendo una puta reventada como la tía, pero suerte en todo lo que hagas!”.
A la hora ya estaba ubicada en la humilde casa de Patricia y a las 20 :00 hrs. me presenté en el geriátrico. El encuentro con ella fue tan emotivo como tierno. Después de un abrazo cargado de llantos y risas me llevó a la oficina del jefe, un hombre suave y formal de unos 40 años que me hizo llenar planillas, firmar otros papeles y me informó acerca de mi sueldo. Enseguida conocí a Juan, el guardia de seguridad que trabajaba de noche, a Susana, la cocinera y a Noemí, la encargada de la limpieza. Las dos mujeres se fueron a las once de la noche, entonces mi tía y yo nos ocupábamos de llevar a los abuelos a dormir, de ponerles alguna peli, de prepararles té o café, de suministrarles medicamentos a los que los necesitaran o de leerles el diario. Paty se ocupaba también de las inyecciones, de tomarles la presión o lo que sea que yo no pudiera hacer.
Mi relación con los viejos fue divina desde el principio. Vi en Antonio, Ramón y Ricardo unos gestos obscenos cuando les llevaba café o algún vinito, pero no me molestaba. Los tres compartían el cuarto. La mayoría de ellos estaban allí solo porque no tenían con quién estar. Todos eran muy pícaros, divertidos y conversadores.
Don Manuel siempre quería que le ponga una porno y se le iluminaban los ojos como a un niño cuando lo complacía. A Pedro le gustaban mis masajes en la espalda y las piernas. Una vez me dijo: “¡Me habría encantado tener una nieta con tus manitos, a ella le habría pedido que me toque la verga! ¿Te animas chiquita?”. Lo noté muy excitado, aunque no voy a negar que me encantó mirarle el bulto que formaba su verga bajo el pijama. Salí espantada y se lo conté a la tía. Ella minimizó el tema diciendo: “No debes hacerles caso, solo hay que mimarlos”. Más tarde me dijo: “¡Tú no te das una idea de cómo los calientas con tu cuerpito, todos piensan que no llegas a los 16, y te violan con la mirada!”. Me puse colorada y le dije: “No digas esas cosas, no creo que sea tan así”. Luego me dejó un rato sola en la cocina porque Alberto la llamó como asustado. Él es un hombre viudo que sufría de insomnio.
Todos dormían. Yo leía mi novela y tomaba café para no caerme en la mesa, aunque en un momento la lectura condujo a mi mano a rozar mi vulva sobre mi pantalón. La tía se demoraba tanto que, avergonzada por lo que estaba haciendo decidí ir a buscarla. Toqué la puerta de don Alberto y ella me invitó a pasar. Quedé sin habla cuando la vi inclinada en la cama, con la falda en la cintura, las manos del hombre estrujándole las nalgas y su boca rodeando su dura verga. “¡Vamos Alberto, dame ese rico semen!” –decía la tía atragantada y voraz mientras él jadeaba de placer, hasta que se bebió de un solo sorbo un chorro de semen incriminatorio. “¡Ahora se duerme por favor! No se queje, mire que hoy lo hice acabar tres veces con mi boca, así como a usted le gusta” –sentenció la tía mientras apaga la luz y salía conmigo del dormitorio tomadas de la mano, ella pasaba su lengua por sus labios para recoger cualquier rastro de semen que le hubiese quedado. Tuve un sinfín de preguntas, pero tragué saliva y esperé llegar a la cocina donde ella sola aclaró mis dudas. Limpiándose la boca con una servilleta, dijo: “Alberto es un adicto al sexo oral, como la mayoría de ellos; pero a veces se lo hago a él, otras a Lorenzo, otras a Ricardo y a sus amigos, en fin, me voy turnando. Obvio que no te pido que hagas lo mismo, pero, es reconfortante para ellos mirarte así vestida, con carita de niña y ojitos inocentes. si quieres mañana ven conmigo al cuarto de los tres amigos y bueno, ¡compruébalo mi cielo!” –me dijo.
A la mañana desayuné y enfrenté al sol con mi sueño a cuestas caminando hasta la casa de Patricia. Ella no me acompañó. Apenas me acosté mi cabeza se convirtió en una licuadora de ideas, preguntas, sensaciones y enigmas. Tuve que masturbarme pensando en los dichos de la tía, en el recuerdo de su boca burbujeante de semen, en la novela erótica, en los otros hombres y en lo que pudiera gustarles de mí. Aunque tengo buen cuerpo, delgada tetas y culo apetecibles, castaña con ojos claros, pelo hasta la mitad de la espalda y poca experiencia. Solo cogí dos veces con un chico que me traicionó. ¿Tal vez sea mi aspecto? O, ¿solo son unos viejos calientes que quieren “carne fresca”? No niego que aparte de la incomodidad del principio, también me calentaba la idea de que esos hombres me desearan y quisieran ser degenerados conmigo, al punto de querer cogerme. Dando vueltas en mis pensamientos, terminé desnuda en la cama y empecé a masturbarme pensando en las cosas que ellos me harían si me comportara como mi tía. El placer era sublime y me enloquecía meterme los dedos pensando cochinadas. Me retorcía en la cama y con mi otra mano me pellizcaba el pezón de una teta . Me sentía caliente, puta y hasta llegaba pensar en lo rico que hubiese sido besar a mi tía para probar el sabor de ese añejo semen.
Mi percepción de la realidad se había perdido, estaba entregada al placer que no me di cuenta que mi tía estaba parada mirándome, yo estaba enloquecida de placer. Cuando mis ojos se abrieron y la vi, quedé helada, ella sonrió y dijo: “¡Sigue cariño! Ya te falta poco”. Sonreí y decidí darle ese espectáculo a mi tía, la miraba con los ojos llenos de lujuria, quería que supiera que lo estaba disfrutando y que ella también disfrutara viendo a su sobrina portarse como una niña sucia y traviesa. En mi calentura no me di cuenta que mi tía estaba a mi lado desnuda masturbándose, solo reaccioné cuando empezó a gemir. Me puse más caliente de lo que ya estaba y me giré para verla, sus dedos se perdían en su vagina, gemía tan rico que no pude resistir la tentación de besar sus exquisitos labios y morderlos. “¡Somos unas locas!” –me dijo. “No Paty, somos calientes” –le respondí. Lejos de cohibirnos empezamos a jugar perversamente, le empecé a acariciar las tetas y apretarle los pezones. Bajé mis manos por su vientre y ella abrió más las piernas, mis dedos rozaron su clítoris. “¡Ah, que rico!” –dijo mientras pasaba la lengua por su labio. La tocaba como a mí me gusta hacerlo, le frotaba rápido el clítoris y ella gritaba con intensidad que no parara. Ahora a ella le faltaba poco, pero no quería que acabara aún; me puse entre sus piernas y empecé a lamerle esa concha que chorreaba, probar sus tibios fluidos despertó mis demonios y seguí con el recorrido de perverso de mi lengua. Al fin tuvo ese anhelado orgasmo que disfruté con mi boca pegada a su concha para embriagarme con la tibieza de sus fluidos.
Luego fue el turno de ella de comerme la concha y lo hizo deliciosamente, yo estaba poseída por su lengua y disfrutaba de la forma en que me invadía con lujuria, la tía me tenía caliente y jadeando como perra en celo. Mi cuerpo temblaba acompasado de mis intensos gemidos, poco a poco el placer se transformó en un furioso verdugo que me castigó en cada fibra de mi ser. “¡Ay Paty! ¡Qué rico te la comes!” –le decía con mi voz entre gemidos. Sentía como una fuerte corriente eléctrica que se alojó en mi vagina y me perdí en el abismo absoluto de placer, jadeando y gimiendo. “Tranquila nenita, todavía no hemos terminado” –me dijo. Yo le sonreí con carita de inocente pero ambas sabíamos que detrás de esa mirada había una puta deseosa y caliente por más. Se levantó de golpe, pensé que se había ido a su pieza, pero volvió a los pocos minutos, traía sus manos en la espalda y me dijo: “¡Cata, ponte en cuatro!”. Con lo caliente que estaba obedecí al instante. “Ahora vamos a seguir jugando” –dijo. Yo estaba expectante queriendo saber cuál sería el juego. Sentí como que se metió en mi concha, me asusté un poco, aunque por la forma que sentía podía ser un consolador. Luego la que se puso en cuatro fue mi tía y se metió el mismo objeto en la concha, se movió y sentí el choque de sus nalgas con las mías. “¡Ay Paty, qué rico!” –le decía. Me movía en sentido contrario y nuestras nalgas chocaban de manera exquisita. “¡Ah, tía! ¡Estoy caliente!” –balbuceaba al borde del orgasmo. Ya no pude resistir y caí en ese delicioso orgasmo que me esperaba, también lo hizo mi tía y caímos rendidas en la cama. Cuando me di cuenta de lo que nos había cogido tan rico no podía creerlo, era una banana de un tamaño y buen grosor. Paty le quitó la cascara y la puso en mi boca, yo la chupé porque tenía impregnados nuestros fluidos, ella la molió con sus manos y la puso en mi conchita, la lamió y se la comió, con lo caliente yo estaba terminé comiéndome la cáscara sin dejar rastro de ella. Paty, me regaló otro delicioso orgasmo que me dejó sin fuerzas. Sé recostó a mi lado y me abrazó, las dos conciliamos el sueño y dormimos como dos putitas traviesas.
La hora de trabajar estaba cercana y nos arreglamos lo más rápido que pudimos para llegar a tiempo, la cogida que nos dimos en la mañana y sumado al sueño casi hace que pasemos de largo. Esa noche seguí a la tía al cuarto de Lorenzo. Yo llevaba una bandeja con un café, dos habanos. Entré y esperé a que el hombre se acueste, mientras mi tía lo ayudaba a quitarse el pantalón. “¡Hoy viniste acompañada Paty!” –balbuceó ya casi listo en la cama el hombre. Por alguna razón que desconozco me ruboricé. “¡Acércate mamita, dame la bandeja y cierra la puerta!” –dijo cuándo la tía le endulzaba el café y le masajeaba la verga. Lorenzo ya la tenía tiesa, pero más se le agrandó cuando me dijo: “¡Sácate la polera nena, y muéstrame las tetas!”. La tía me la quitó, y me las palpó por encima del sostén. “¡Acércate, que quiero olerte bebé, dale, no seas mala!” –dijo quebrando la voz el viejito morboso. Me quité el sostén y en cuanto estuve parada a su empezó a olerme. Conoció el aroma de mis tetas, mi cuello, mi boca tras liberarle mi aliento en la cara, mi pancita, mi espalda y mis manos, las que me lamió y besó con dulzura. “¡Bájate el pantaloncito, que quiero mirarte el culo! ¡Hazlo nenita!” –me pidió cuanto la tía ya le devoraba la verga. En cuanto lo hice le acerqué mi culo primero y luego mi concha para que me huela, se le notaba nervioso, aunque lo hizo por encima de mi braga, a esta altura empapada. Paty le decía: “¡Huélela viejo sucio, huélele la concha y el culo a la putita! ¡Hazlo! Sé qué te gusta, ¡Hazlo cerdito! Pero no la toques porque te la muerdo”. Siguió oliéndome y mi tía comiéndole la verga, en ese momento Lorenzo dio un estruendoso quejido y le llenó de semen la boca a mi tía, quien se la tragó con una sonrisa en los labios.
Salimos del cuarto seguras de que Lorenzo dormitaba relajado
y en la cocina la tía me dijo: “No es por nada Cata, pero vi cómo te mordías
los labios y temblaban tus piernas. Te morías de ganas por comerle la verga a
uno de ellos, ¿no? No te culpo, a mí se me moja la concha al hacerlo, así que
no tengas miedo, que ninguno te va a lastimar”. Me dio un tierno beso en los
labios sin olvidar acariciar mis tetas desnudas. “Anda y ponle la peli a don
Manuel” –me recordó. Lo hice apenas me arreglé la ropa. Esta vez el señor tenía
la verga afuera del bóxer. “Tardaste mucho hoy chiquitita. Ponme esa de lesbianas
que está en el mueble” –me dijo y apenas le di play contemplé el movimiento de
su mano abrazada al tronco de su verga. En cuanto los primeros chupones
resonaban en la tele corrí a la cocina. Allí la tía me esperaba con una bandeja
con chocolates, cigarros, un encendedor plateado y un café para que se la lleve
a don Alberto, pero antes de emprender mi marcha, la tía metió su mano adentro
de mi pantalón y masajeó mi vulva gimiendo suave en mi oído, como un ronroneo:
“¡Estás muy mojada cielo”. ¡Qué ganas de lamerla aquí y ahora! Apúrate y le
llevas las cosas, debemos seguir con los otros cuatros”. La tía sacó su mano de
mi vagina y tras olerla entró al baño a masturbarse. Apenas entré al dormitorio
de Alberto dejé la bandeja en su mesa de luz mientras él en calzoncillo decía: “¡Gracias
nena, pero quédate un ratito más! Patricia seguro que está ocupada. ¡Ven, hazme
un masaje en las piernas por favor!” –me dijo. Me senté a su lado y después de
unos minutos de ir y venir de sus largas y vencidas piernas me saqué la polera
diciendo que tenía calor y el abuelo puso una cara de baboso que me animó a
tocarle la verga con las dos manos. La sentí ponerse dura y latir, lo oí gemir
y aclararse la garganta para implorarme: “¡Así nena, bájame el calzón y pajéame
un ratito, hazme feliz con tu mano!”. Lo hice y el solo contacto de su verga
sudada con mi mano quebró mi moral. Le apoyé las tetas en la verga, después se
las acerqué a la cara y cuando le dije: “¡chúpamelas Betito, que esta niña
caliente se va a beber cada chorro de tu semen, como una bebita, ¿quieres?”. Me las chupó mientras me olía el pelo, se
pajeaba hasta que le cambié su mano por la mía y le pedí que me muerda las
nalgas. Apenas dijo que no aguantaba más me atreví a tragarme su semen, mientras
se descargaba en mi boca, yo disfrutaba chupándosela bien puerquita.
Habían pasado ya dos meses así, yendo y viniendo de los cuartos de los viejos con comida, vicios o medicación, pero siempre yo elegía a uno para chuparle la verga y Patricia a otro. Mi organismo no lo toleraba más, me moría de ganas por coger, aunque con mi tía lo pasábamos bien rico cuando llegábamos a casa, no era lo mismo que tener una verga dentro, sentir cuando se vacia y lo delirante de sus latidos. Además, las vergas de los señores no eran desagradables, ni poco viriles, ni olían mal. El más grande era don Alfredo con 70 años. A él una noche me animé a chupársela debajo de la mesa después de enseñarle mi tanguita. Lo dejé que me toque el culo y que manosee mi vagina ni bien me la bajó y en cuanto le pedí que me meta un dedito, estremecida y alucinando me agaché para correrle el calzoncillo y dedicarle la mejor mamada de su vida sin dejar de pajearme. Acabé mientras su semen decoraba hasta el lunar que tengo en mi labio derecho y durante tres días no me cambié la bombacha donde se amontonaron todos mis fluidos. Cuando la tía supo de mi travesura se enojó bastante, porque algo como eso a un tipo de esa edad podría infartarlo y entonces tendríamos problemas, pero se calmó en cuanto le recordé que gracias a todo esto no hago más que pensar en cogerme a uno de ellos. Me sentó en su falda después de calentar una sopa para don Alberto, acarició mi pelo, tocó mis pezoncitos hinchados y me bajó el pantalón. “¡Haz lo que quieras hermosa! Siempre es necesario probar una verga. Ayer me cogí a Pedro y el viernes a Lorenzo. Eso sí, cuando cojas yo voy a estar ahí porque no quiero que te pase nada, acuérdate que son hombres maduros y tú eres una nenita que sabe muy bien hacer cosas de grandes. ¡Ni siquiera sabes las cosas que me habla de ti Antonio” –dijo la tía con aire maternal, con un dedo al borde de entrar en mi conchita, haciéndome gemir y arder aún más. Me besó en la boca, rozó mi clítoris y justo cuando mi orgasmo se anunciaba me dijo que iría a llevar la sopa, que la espere en ropa interior y que le haríamos una visita a los amigos del último cuarto.
Estaba ansiosa por hacer travesuras junto a mi tía, sentía el calor en mi conchita y como se mojaba de solo pensar en las cochinadas que haríamos con esos viejos calientes. Tan rápido como salió, me desvestí y me di una ducha para bajar la fiebre en mi vagina pero me era imposible, mis dedos tenían vida propia y hurgaban mi concha, gemía extasiada en el placer, era como si estuviera metida en un abismo sin fondo en el caía sin detenerme, era prisionera de la lujuria gimiendo y bufando como una cerda caliente. Tan pronto me sentí satisfecha después de masturbarme, me hice dos colitas en el pelo, me puse una tanga rosa y un sostén del mismo color, me senté a esperar a Paty. Llegó cuando mi impaciencia estuvo a punto de asesinarme. Me dijo que don Lorenzo se la había cogido por el culo y que ahora sí nada iba a detenerla. Me agarró de la mano y corrimos al cuarto indicado. Además de Ramón, Ricardo y Antonio estaba don Manuel, quien esa noche quería ver su película porno en vivo. Los cuatro compartían un whisky jugando a las cartas cuando hicimos nuestra triunfal aparición. Enseguida hubo silbidos, murmullos y miradas fulminantes. Don Manuel pidió que Paty me chupe las tetas y cuando ella me rodeó para hacerlo, los cuatro sacaron sus vergas para mirar. El único que se toqueteaba era don Manuel, que vio también como la tía me subía y bajaba la tanga, me nalgueaba y me decía: “¡Eres una cochina mi cielo, te portas mal y te tocas mucho a la noche! ¡Eres muy pajerita mi amor!”. Me calentaba escucharla como se dirigía a mí. Sabía perfectamente lo mucho que me gustaba pajearme y varias veces terminamos cogiendo en el trabajo por culpa de mi calentura, aunque también lo hacíamos perversamente en la casa. Después me agarró de las colitas y me hizo agachar para que le suba la falda y le deje su tanga en las rodillas. La conchita de la tía estaba húmeda, el olor que salía de ella en vez de molestarme, me hacía sentir en celo. Me acerqué a don Manuel y le dije con amor: “¿Quieres dejarme tu semen en la tanga abuelito?”. Sin dejarlo decidir tomé su verga y la coloqué entre mi calzón y mi culo. Allí mi mano estimuló su glande bien pegadito a mi piel y mis movimientos lo hicieron jadear como nunca, acabar tras un estrepitoso: “¡Toma putita!”. Se arregló la ropa y medio tambaleando caminó a la puerta para ir a su cuarto. Los otros tres ya se pajeaban y la tía se sentó en las piernas de Ramón, que le metió la verga en la concha de una y comenzó a sacudirla descoordinado pero con rudeza. “¡Queremos verte gatear perrita, ven putita!” –me dijeron los otros. Antonio se le adelantó a Ricardo antes de que yo le hiciera algo. “¡No, no, no mi amor, tú vienes conmigo! Quiero que esa boquita de putita se coma todo mi semen” –gruñó Antonio. Yo apoyé mi cara en sus piernas para que él metiera su verga en mi boca, el sabor de su semen era exquisito, le lamia desde el glande a los testículos. Detrás de mí estaba Ricardo quien se pajeaba y me pellizcaba las nalgas. Sentí como uno de sus dedos se metía en mi concha, ya no podía contener mis ganas de que me cogieran y me senté en la verga de don Antonio.
La calentura me tenía en las nubes, ver la cara de esos
ancianos por mí y por mi tía me hacía alucinar, mi corazón latía a mil por
hora. Apenas pronuncié: “¡Cógeme papito, dale verga a esta cerdita!”, supe que
ese era el morbo preciado del viejo. Me la metió sin preámbulos y jadeaba en mi
oído un montón de cochinadas que me ponían a mil. Me dolía la concha por momentos,
ya que estaba lubricada pero muy apretadita. En eso Ricardo me sacó la tanga,
entre los dos la olieron. Antonio, le dijo: “¿Te gusta esta cerdita, el olor a
puta que tiene? ¡Pajéate y llénale las piernas de semen a esta cochina”.
Ricardo prefirió hacer que mi tía oliera mi tanga, ella seguía montada en la
verga de Ramón moviéndose con sensualidad y gimiendo como toda una puta.
Ricardo se las arregló para que Paty se la chupara, se veía tan rica meneándose
y comiendo verga, me calentaba y le decía: “¡Ahora, entiendo porque te gusta
trabajar aquí!”. Ricardo le cogía la boca de manera salvaje, pensaba que la ahogaría
porque se la metía completa, pero mi tía es toda una experta, no pasó mucho
cuando ya se estaba bebiendo el semen del viejo con esa carita de puta que me
encanta. Entonces la tía vino por mí, me llevó hasta donde Ramón, ella sudaba a
mares y me puso su verga en la boca. El hombre me hizo tragar su semen espeso
luego de que mi lengua lo estremeciera lamiendo su tronco repleto de los
fluidos de Paty. Volví con don Antonio y esta vez me puso en cuatro sobre la
cama. “¡Te voy a coger como a una perrita!” –dijo con hilos de baba en el mentón
y se puso detrás de mí y olió y lamió mi vagina. Estoy segura de que acabé en
su boca cuando su lengua tocó mi clítoris y su dedo mi ano. Con voz de caliente
me decía que el olor a niña que salía de mi vagina lo enloquecía. Pronto sentí
el roce de su verga en la entrada de mi concha y en breve me la metió hasta el
fondo. Sentí el violento disparo de semen inundar mi vagina, un orgullo de puta
barata me dio fuerzas para correr hasta don Ricardo y hacer que le saque la
verga de la boca a la tía, y llevarlo contra la pared. Ahí le pedí que me haga
tomara en sus brazos para que acomode su verga en mi concha y me dé duro. Yo
permanecía aferrada con mis piernas a las suyas, gozando y gimiendo como una
condenada cada vez que esa verga llegaba al fondo de mi vagina. La tía entretanto
me asfixiaba con mi tanga que también olía a pipí, me comía la boca con la suya
y me decía: “¡Coge bebé, así, sácale el semen a este viejo cochino! ¡Deja que te
la meta por el culo!”. No sé cómo lo hizo pero me la clavó en el culo y yo
grité deliciosamente al sentir como me invadía, después de violentos
movimientos sentí un suculento océano seminal en mi interior.
Eran las seis de la mañana cuando los tres ya se conformaban con dormir en paz. En ese instante las dos abrimos la puerta para controlar que los demás estén bien, pero Manuel nos había delatado. Juan, el guardia estaba en la cocina fumando, con seriedad en el rostro y el teléfono en la mano. ¡Sé lo que hicieron y lo que hacen con los viejos!” –nos dice. Por primera vez sentí miedo al ver la seriedad de su mirada, al parecer iba a marcarle al jefe. “Si no dices nada podemos hacer lo mismo contigo” –le dice mi tía. “Está bien pero quiero que la zorra de tu sobrina me la chupe” –le contestó él. Tuve que chupársela así como estaba, tanga y toda sucia para que no le cuente al jefe de nuestras aventuras. Todavía seguimos felices y con trabajo en el geriátrico, y mimando a nuestros abuelos. Es bueno aclarar que es un asilo solo de hombres. De hecho a veces los muy degenerados contratan a alguna putita. Ahora, apenas se va el personal diurno nos quedamos en tanga con Paty para visitar y complacer a los ancianos junto con mi tía preferida.
Pasiones Prohibidas ®
Un buen relato Caballero me encantó que exquisito
ResponderBorrarSabe que esos relatos calientan a una puta Mr P 😈
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